- Para abrazar una ética de la comunicación
José Javier Pérez
No es tarea fácil participar en la presentación de un libro sobre ética para comunicadores. El mero hecho de agarrar entre las manos un libro como este pudiera resultar intimidante. Primero, porque existe idea que el autor o la autora de un libro de ética te va a sermonear; y, segundo, por el mariposeo estomacal que se siente cuando uno está seguro de que lo van a confrontar y hacer ver que por años has estado haciendo mal ciertas cosas. Tengo que decir que Mila logra todo esto, pero lo hace sin intimidar. De hecho, como quien no quiere la cosa, te jamaquea las entrañas de forma entretenida: -Primero, te agarra de la mano y te da un paseo por el mundo filosófico de la ética. Así te da una trillita a través de las diversas teorías; -luego, te lanza a toda velocidad por la montaña ruda de los ejemplos: te eleva por la empinada jalda de los buenos modelos, y luego te suelta por la abrupta cuesta del careo contigo mismo presentando casos reales y recientes; -Y para aderezar el asunto, te reta con ejercicios para pensar y que, al final, podrían llevarnos a un proceso de conversión –no a los caminos del Señor, sino al sendero de la ética por el cual todos los comunicadores deberíamos haber comenzado a caminar hace tiempo. Mila nos dice las verdades a reporteros, relacionistas públicos, publicistas y a cualquiera que interese navegar en las ocasionalmente plácidas y casi siempre tortuosas aguas de la comunicación social. Como periodista que soy, arrimaré la sardina a mi brasa y por ello me disculpo de antemano. Sobre el tema de la Libertad de Prensa, la autora nos dice que es la libertad más importante, pero la peor aprovechada, pues en su pseudo ejecución se cometen muchas faltas. Así las cosas, se confunde la libertad de Prensa con ausencia de leyes, reglas y códigos de ética. Y en ese libertinaje anárquico –montado sobre el patín desbocado de la competencia, la comercialización y la insensibilidad– se acribillan reputaciones, se lacera la verdad, se chismorrea. En un país como el nuestro cualquiera se arma de una cámara, una grabadora o micrófono, aplica un par de técnicas periodísticas y se autoproclama periodista. Entonces se tornan en una elite de intocables maniqueístas que –por ignorancia o a sabiendas- producen productos mediáticos que sólo contribuyen a polarizar más, a atrincherar más a este país. Y en lugar de informar dentro de los límites de la sensibilidad, se explota el morbo del dolor ajeno; en lugar de edificar, se alienta la pelea y la disensión. Rechazan la ética, pues alegan equivocadamente que ésta podría ser sinónimo de auto censura. Sin embargo, Mila nos dice, y cito: “La ética no limita, al contrario, nos ofrece caminos y modos de hacer buen periodismo”. Pero este principio se ignora, mas aún cuando la tecnología –como por ejemplo, la Internet- nos puede convertir en creadores anónimos de productos mediáticos; o cuando una cámara usada injustificadamente convierte la intimidad de un ser humano en algo no muy diferente a un “reality show” barato. Estaría más tranquilo si la descripción anterior sólo se refiriera a seudo periodistas que intentan llenar las ondas etéreas y las páginas de publicaciones. Lamentablemente, entre algunos colegas, profesionales hijos de la academia, existen dudas sobre la racionabilidad de un código de ética para el auto control, la mesura y la sensibilidad al prójimo. La tecnología ciertamente ha democratizado el ejercicio de la creación y difusión mediática. Los blogs, web pages, web cams, han convertido a millones en creadores de productos informativos, buenos y malos. Cualquiera puede decir o mostrar lo que quiera lanzando lo que sea desde el trampolín del anonimato. Es un asunto que asusta y que plantea retos éticos, morales y hasta legales. El periodismo del entretenimiento es otro asunto que la autora discute con dolorosa valentía. Es este uno de los asuntos que más me preocupa e incomoda. Si bien es cierto que una de las funciones del periodismo es entretener, otra cosa es la levedad que ha invadido el contenido noticioso de algunos medios informativos. Se han llenado con envidiables despliegues sobre videos de políticos o de noticias sobre fantasmas, aparecidos y hasta seres de otras galaxias en donde se entrevista a alegados científicos con preparación académica. Esto, la seudo ciencia, no es otra cosa que utilizar métodos y técnicas para que algo no científico luzca científico imitando formas de hablar y utilizando como fuentes a individuos que ostentan títulos universitarios que podrían ser legítimos o no. Nótese que no combato la creatividad ni el uso de figuras descriptivas como recursos narrativos. Creo en ellas, las he utilizado y la fomento. Mi problema –y el de Mila- es con las medias verdades, y las medias verdades son, a fin de cuentas, mentiras completas. La doctora Acevedo cumple con su cometido y bien. En su ejercicio personal de ética nos adelanta que su libro contiene, justamente, muchas preguntas y algunas respuestas. La publicación de este libro debería generar una discusión honesta no sólo de los y las estudiantes de comunicaciones, sino de los que laboramos en la industria de los medios informativos. Este es, en definitiva, un libro en crecimiento, al cual habrá que añadirle oportunamente el rol de los editores y directores de medios, quienes son los que dictan las políticas editoriales que sazonan el trabajo periodístico del reportero. Ellos también necesitan ser evangelizados con el mensaje de la ética. Es un libro que podría parir otras publicaciones especializadas en temas como el de la ética comunitaria, la ética ambiental, la ética en la cobertura de noticias sobre minorías, ética en la cobertura de temas de religión, entre otras. Este libro hace falta: -Para abrazar un sistema ético que nos dé la libertad de elegir qué se publica y cómo se difunda. -Para que sea esa salvaguarda que nos permita tirar una raya. -Para poner autocontroles ante la ausencia de una guía profesional como la que rige otras profesiones, que nos tiene al garete. El libro no agota el tema, pero logra –en el buen sentido de la palabra- dañarnos la mente. Nos confronta con la zapata de la profesión y nos provee un útil bosquejo emocional para insertar en nuestro quehacer diario un sistema de ética que nos permita razonar y elegir responsablemente la información que será manejada. Nos ayuda a poder contestarnos a nosotros mismos por qué si, y por qué no. La ética mediática: muchas preguntas y algunas respuestas hacía tiempo que hacía falta. __________ *Comentario leído en la presentación del libro La ética mediática: muchas preguntas y algunas respuestas, de Milagros Acevedo. 6 de abril, Casa Blanca, San Juan. |