Queridos amigos todos, que en esta noche, todos somos de Caguas:
gracias por venir a recordar al Gíbaro de Caguas: al doctor Manuel Alonso, al autor del primer clásico de la literatura puertorriqueña; y gracias, particularmente, al honorable alcalde Miranda Marín por haberle acogido de nuevo entre estas mismas calles, y en el valle del que Alonso se apropió en sus escritos como la seña de su misma identidad: la del de Caguas –la del gíbaro– con la que inauguraba la literatura puertorriqueña, temprano, desde Barcelona, en El cancionero de 1846, y después, con ese mismo apodo cagüeño, en todos sus escritos hasta último Gíbaro de 1883, con el que volvía a estampar, desde San Juan, la perspectiva de toda una generación; la llamada generación del 1830.
En efecto: casi cuarenta años después de aquel Gibaro de Caguas que se asomaba desde Barcelona, Alonso volvía confirmar en uno de sus relatos más significativos, titulado ‘El gíbaro en la capital’, aquella misma perspectiva asentada desde Caguas, y desde la que volvía asomarse a la historia del País, de su gente y de sus costumbres.
Lloréns Torres nos estampó para el recuerdo en unas celebradas décimas la continuidad y la identidad de aquella perspectiva, de aquella mirada puertorriqueña que Alonso fijó con su apropiación de este valle. Decía:
De ancha frente y barba blanca este viejo aún recordado fue en su tiempo el más mentado de los Alonso de Caguas. […] Loco como don Román como Matienzo y Ruiz Belvis, como don José de Celis como don José Julián. Él fue uno de aquellos tan locos que en la patria han sido: que en ser propietario rico no puso el tenaz empeño con que acarició el ensueño de dar a su patria un libro.
Ese libro es el que ahora le devolvemos a Caguas en esta edición erudita y académica de setecientas y pico de páginas que, no obstante, también viene escoltada por otra edición escolar anotada para uso en las escuelas.
Este libro, en realidad, no se titula El Gíbaro, a secas, sino que me permito adelantarles una hipótesis –que viene, además, avalada por la cronología, por el contexto, y por la evidencia interna del texto: el título real implícito de este libro es El Gíbaro de Caguas. ¿Por qué Alonso suprimió lo del de Caguas? Sencillamente porque lo daba por supuesto; porque todo el mundo ya sabía desde 1846 y, sobre todo, en 1883, cuando el gíbaro del relato iba la capital, que se trataba del de Caguas. El título de este libro, como avizoraba Lloréns, fue, y es: el de El Gíbaro de Caguas.
Alonso vivió frente a la plaza de Caguas, en un hermoso predio y caserón demolido al lado de la iglesia, en la esquina de las calles Corchado y Ruiz Belvis, antiguamente las calles San Sebastián y Comercio. Se trata del espacio que en la actualidad lo ocupan ‘Imagine for Kids’ y el ‘Popular Finance’. Allí estuvieron la Farmacia Polanco –y la llamada ‘Piedra de Polanco’ y, después, la Joyería Frank Ramos.
Por fin, y por suerte, hace poco pude ver –en una fotografía de mi abuelo– parte de aquella antigua casona frente a la plaza. Se trata de una estructura muy hermosa, como la de otras que desde entonces circunvalaban el hermoso cuadrante arbolado del centro del pueblo. De conjunto, sobresale en la foto que todo el edificio de dos plantas estaba retallado en resaltes de dintel y en vanos para todas las puertas y ventanas, además del retalle que se alzaba en todas sus esquinas con sendas cornisas para ambos niveles hasta una azotea con pretiles ahuecados de rectángulos. Particularmente, los balcones del segundo piso se abrían con vano y dintel para una ventanas con cristales, aparentemente, de celosía, también en huecos rectangulares. Era, sin duda alguna, una de las estructuras más bellas que entonces se asomaban a la plaza, entre la antigua iglesia y la Casa del Rey, es decir, la alcaldía que, gracias al recuerdo, todavía está ahí. Porque de eso se trata: de recuerdo y de gratitud. De nuevo: gracias a todos por venir a Caguas, y por ser de Caguas, al menos esta noche.
26 de abril de 2007. |