| El doctor Justino del Valle durante su presentación del libro Geropsicología, del autor José Umpierre. |
Cuando el autor, antiguo compañero de labores docentes en los años en que ejercía mi cátedra en la Escuela de Salud Pública, me hizo la distinción de invitarme a presentar su libro, recordé la respuesta que diera León Felipe al entonces poco conocido escritor Camilo José Cela cuando el novelista le pidió al septuagenario poeta que le hablara de su poesía. En una de las piezas más bellas de la literatura epistolar jamás escrita en cualquier idioma el poeta respondió (leeré solamente un fragmento): “Amigo Camilo José Cela: Estoy viejo. Casi como el rey Lear. No puedo opinar de nada. Diría tonterías. Es mejor no hablar cuando se es viejo; deben quedar de uno las palabras dichas cuando aún se sabe reír y esperar”. Pero el diablo tiene sus maneras y el poeta terminó complaciendo al novelista. El profesor Umpierre, que no es diablo sino psicólogo, también tiene las suyas. Me puso en las manos su libro, comencé a hojearlo, a leerlo, y, aquí estoy ante ustedes. Te confieso, sinceramente, Gugo, lo halagado que estoy. Agradezco tu confianza y tu bondad por esta invitación. Advertido por el título, Geropsicología, de las disciplinas a tratar –envejecimiento y psicología– ambas tan difíciles de definir como lo han sido desde la antigüedad hasta nuestros tiempos, me acerqué a este libro, reverentemente y no sin temor, para comenzar su lectura. Un libro que, por conocer al autor, sé que se ha escrito con “el más íntimo y solitario placer que pueda imaginarse”, según describe García Márquez estos menesteres. Para haberse logrado un fruto tan bien sazonado como este texto, se necesitaron muchas horas de lecturas y de estudio atento; largas y meditadas búsquedas de los numerosos trabajos publicados en libros y revistas científicas; muchos momentos de reflexión sobre lo aprendido de nuestros colegas docentes en momentos de reuniones formales y tertulias informales, y sobre todo de nuestros propios alumnos cuando nos salpican con sus dudas y respuestas en el salón de clase. Labor oscura y perseverante de minero ha sido ésta, pensé al leerlo. Por la riqueza y la actualización de información que nos brinda y la precisión de relojero suizo que demuestra en la selección y el uso de la extensa bibliografía que nos ofrece, el libro del profesor Umpierre no debe pasar desapercibido. En las 238 páginas del texto el autor hace un recorrido histórico desde el antiguo mundo griego –aquellos griegos que lo pensaron todo– hasta la época contemporánea. Este relato en el tiempo nos permite asomarnos a las ideas que sobre la psicología y la vejez han dominado en distintas épocas; lo que los alemanes denominan Zeitgeist, o sea, el conocimiento del espíritu de la época. Cosas tales, como, por ejemplo: ¿qué es realmente la psicología? ¿Será el estudio del “alma”, como sugiere su etimología?, ¿de la “conducta”?, ¿de la “conciencia”?, ¿de la “mente”?, del “inconsciente”? Y las preguntas de la gerontología: ¿qué es el envejecimiento?, ¿cuándo comenzamos a envejecer?, ¿qué es la gerontología y quién es gerontólogo?, ¿será el gerocultor que cuida a un anciano?, ¿el médico que lo receta?, ¿el académico que enseña?, ¿el científico que investiga? Es fascinante ese caminar histórico. En el zoológico humano por donde nos pasea la lectura del texto encontramos a Pitágoras, que todo lo explicaba con números y quien elaboró la teoría psicológica de la psicofísica; Hipócrates, que se adelantó a Sigmund Freud y a Charcot por 24 siglos con el estudio de la histeria (palabra que deriva etimológicamente del vocablo “útero”, y no me pregunten por qué); Sócrates, que, como Jesús, no escribió una sola palabra pero dijo: “Conócete a ti mismo”; Platón, ese era su apodo y no su nombre, se llamaba Arístocles (que significa “excelente y renombrado”), y quien fue en sus tiempos puritano en la moral, totalitario en la política y precristiano en la religión, hoy sería, por sus escritos, un psicólogo innatista, como los que postulan que el destino del hombre depende de su herencia, de factores innatos; Aristóteles, tal vez el más destacado de todos los genios de todos los tiempos, escribió sobre temas tan nuestros como los sueños, el alma, la reminiscencia, la memoria, el aprendizaje, el prejuicio contra la vejez y los viejos y un centenar de otros temas. Así podríamos mencionar otros y otros: los escolásticos de la Edad Media; los grandes filósofos árabes (Avicena, Averroes); los renacentistas (Descartes); los empiristas británicos (Locke y Hume); los psicólogos experimentales del siglo xx como Darwin, Ernst Weber y Fechner (quien volvió a traer la psicofísica de Pitágoras, 28 siglos más tarde); y los modemos y contemporáneos Freud, Jung, Adler, Pestalozzi, Piaget, Montessori, Erikson, Havighurst y muchos otros cuyo listado nos tomaría un buen rato. Pero el tiempo corre y deseo destacar aquello que particularmente me ha agradado de este libro para luego hacer unas muy breves reflexiones finales. Primero: la mirada frecuente que da el autor al pasado griego, de donde todo o casi todo nos ha llegado. Por eso a1guien dijo: “Todos somos un poco griegos”. Segundo: el repaso sobre los mitos y el uso frecuente y adecuado de las citas. Una buena cita puede resumir todo un libro. Tercero: la minuciosidad en la expresión sistemática y ordenada de los temas tratados. Cuarto: la riqueza bibliográfica. Quinto: el tono humanista y la erudición del escrito. Sexto: las referencias sobre la vejez, el envejecimiento y la psicología provenientes de la gran literatura universal (Séneca, Cicerón, Shakespeare, Aristófanes, Simone de Beauvoir, Sófocles, Plutarco, Juvenal y tantos otros). Séptimo: el haber dado la espalda a la tentación de decirlo todo, de incluirlo todo, de escribirlo todo, de “ensardinarlo” todo. Es bueno, a veces, lo mucho, pero nunca lo demasiado. El producto a obtenerse era un texto y no una enciclopedia, y eso fue logrado. Octavo: las menciones del proceso de la muerte y el manejo del dolor, temas que se tratan en nuestro medio, incluyendo el académico, con mucho disimulo. Ambos tópicos invitan a que tomemos partido, sin disfraces, en la controversia sobre el suicidio asistido, el medicidio, el derecho a morir; y sobre las opciones de tratamiento del dolor en pacientes terminales. Nuestra lucha contra el narcotráfico tiene que diseñarse, legislarse y aplicarse sin menoscabo del tratamiento médico del dolor. Nadie debe vivir o morir con dolor. Nadie. Esta es una obligación insustituible de nuestro oficio. “Solamente toleramos el dolor de los demás”, repetía, como una admonición en su cátedra de Lyon, el eminente cirujano francés René Lériche. Inglaterra, Francia, Holanda, Bélgica y los países escandinavos deben ser nuestros ejemplos en ambos campos. En el capítulo 13 titulado “Bienestar y longevidad” se menciona la propuesta del medico hindú Deepak Chopra en su libro Ageless Body, Timeless Mind (Cuerpo sin edad, mente sin tiempo). Este libro, sin embargo, en varias de sus secciones resultó ser un plagio del texto Behavioral Endocrinology (Endocrinología del comportamiento) del profesor Robert Sapolsky de la Universidad de Stanford en California. La mención a Chopra es uno de los muchos méritos del libro del doctor Umpierre, y lo es porque nos permite asomarnos a la versión oriental que sobre estos temas expone un autor que ha sido duramente criticado por la academia por su ostentoso desprecio por la investigación científica pero que a la vez es favorecido por millones de lectores. Hago particular referencia a este autor por el gran respeto intelectual que siento por el mundo oriental, particularmente por India y China por sus grandes aportaciones a la psicología, a la filosofía, a las ciencias en general, y por la veneración que han tenido por los viejos, a través de los tiempos, aun reconociendo que entender con mente occidental ambos pueblos es sumamente difícil. Para intentarlo tenemos que despojamos de nuestros propios prejuicios y admitir nuestra propia ignorancia sobre la historia y la cultura de estos pueblos milenarios, que han aportado a la cultura universal más cosas dignas de admiración que de desprecio. Son muchas y variadas las reflexiones que provoca este libro de mi amigo Gugo. Reflexiones sobre las eternas preguntas humanas de la vida: ¿quiénes somos?, ¿seremos inmortales, o acaso solamente animales finitos con aspiraciones infinitas, como postulaba Domingo Marrero, padre?; ¿existe realmente el alma? (esa idea del alma inmortal que adjudicó Platón a Sócrates en su diálogo Fedón, y que constituyó una de las grandes diferencias filosóficas entre Platón y su discípulo Aristóteles), ¿qué es la muerte y qué habrá tras ella?, pregunta, de todos los tiempos que nos ha dado la nueva disciplina de la tanatología, tan abandonada, en los currículos de las escuelas de medicina; ¿por qué estamos aquí?, ¿somos acaso hijos de las estrellas, como aseguran los astrónomos, o tal vez el producto del soplo divino o del barro moldeado de acuerdo con las dos versiones bíblicas de la creación que narra el libro Génesis, del Viejo Testamento? Y las respuestas: ¿dónde las buscaremos? ¿en la Academia, en el laboratorio? ¿o acaso en centros comerciales (shopping centers) de creencias diversas y opiniones populares que nos ofrecen en la prensa diaria gangas y ventas especiales de soluciones fáciles y baratillos fundamentalistas, de respuestas rápidas y de felicidad rebosante. Toda sociedad es la imagen del trato que da a sus niños, a sus confinados y a sus viejos. En la sociedad contemporánea, “sociedad del desecho”, (“throw-away society”, la bautizó Toffler) todo se desecha en la búsqueda de riquezas materiales. Cosas, entre otras, tales, como el amigo, el familiar, los ideales, la honestidad, la justicia, el valer y el valor ciudadano. Todo parece desecharse, aun a expensas de que en algún trágico momento, como en la inmortal leyenda del mundo antiguo, todo lo que se toque se convierta en oro, y luego, deshecho el maleficio, terminemos como el rey Midas, exhibiendo orejas de asno. Y es que en este mundo actual la amenaza más perversa tal vez sea la del llamado neoliberalismo, tan de moda, con sus doctrinas globalizantes y sus credos hedonistas, que deja asomar discretamente disfrazado, entre otros desenfrenos, un peligroso mercantilismo intelectual donde la desinformación, aun la médica, se compra y se vende al mejor postor, tentándose contra la más depurada tradición en la investigación científica. Para sobrevivir, la cordura y el comportamiento civilizado parecen estar tomando el camino de la clandestinidad. El estudio es la libertad, amigo Gugo. ¡El estudio es la libertad! Estas reflexiones y muchas otras me provocaron la lectura de tu escrito. No cabe duda de que lograste tu aspiración de cumplir, con los criterios de pertinencia y relevancia en el campo de la geropsicología. Lo he disfrutado realmente y te felicito por un trabajo tan bien pensado. Te doy nuevamente las gracias por esta, amable invitación que tanto he apreciado. Espero también que León Felipe me haya perdonado, si, tal como él le pronosticara a los viejos que aceptan invitaciones, he dicho tonterías. Muchas gracias. _____________ *Palabras del doctor Justino del Valle Correa durante la presentación de Geropsicología, del autor José M. Umpierre, el 12 de abril de 2007. |