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Un jurado que le otorgó el Premio de Novela Casa de las Américas ha dicho sobre el autor: "Sindo Pacheco  es, en la narrativa latinoamericana, una de las voces más sólidas, genuinas y diferentes". Es muy difícil emular en elogios con el veredicto anterior. No porque Pacheco no se merezca esos adjetivos, sino por el estado de información que supone ese complejo fenómeno que es "la narrativa latinoamericana".

Para correr menos riesgos voy entonces a referirme a la novela María Virginia está de vacaciones, que es el motivo específico de esta nota y del anterior juicio. Juicio que pertenece, con méritos y riesgos, a la venezolana Velia Bosch.

La novela, que contiene todos los guiños de "alta cultura" que caracterizan a los escritores formados en el marco de una "revolución popular con prejuicios elitistas", se deja leer con facilidad. Es una narración agradable; libre de pedanterías y de los meandros a que condena la inseguridad vocacional. Y es que Sindo Pacheco es un escritor "natural"; hay que ver como escribe, y hay que ver como cuenta. Su escritura es tan poderosa como su oralidad, y ambas parecen marchar a un mismo ritmo.

Pacheco se sabe miles de fábulas y cuentos, de anécdotas; narra e inventa eventos con celeridad y su imaginación parece no tener fin. Es, por demás, un conversador simpático y con un sentido del humor que no necesita ser corrosivo para alcanzar el éxito. Es capaz de reírse de sí mismo, que es el colmo del humorismo. Y aprovecho el espacio para hacer una diferenciación: Pacheco ni es un chistoso, ni es un cómico: es un escritor, un narrador con sentido del humor.

Su novela María Virginia está de vacaciones narra un viaje desde el centro de Cuba a Guanabo; "desde el monte hasta la playa"; desde el continente a "la isla". Pacheco nació en Cabaiguán, que es, junto a Remedios, Sagua la Grande y otros pueblos del interior de Cuba, lo más continente de ese país. "Las Villas", las "inquietas Villas", es la región de mayor densidad histórica de la isla cubana. Solo allí, y no en puertos (puertas) como La Habana, Cárdenas  o Nuevitas, pudo darse en verdad una "batalla contra los demonios".

Parte de ese viaje recuerda el que narra La travesía secreta, de Carlos Victoria; aunque Pacheco conserva siempre un tono más grácil que el escritor camagüeyano. Se ha hablado de María Virginia esta de vacaciones como un libro de viaje, y se han incorporado sus personajes, Ricardo Armas Salteador y Mariano Jesusón, a otras duplas de la literatura. El mismo autor sugiere esa posibilidad al evocar a Twain y Cervantes en sus páginas.

Sindo Pacheco vive en Miami, nació en Las Villas y, como casi todo el mundo, se formó bajo referencia habanera (aunque él insiste en que su patria artística es un par de cuadras de Cabaiguán); es un escritor que se maneja en lengua castellana, en "cubano"; pero también en "cabaiguanes". Hay en Pacheco incursiones en la jerga cubana que le permiten rescatar vocablos casi olvidados en el uso contemporáneo. Es simpático, por ejemplo, que nos informe que Ricardo y María Virginia (cuyo apellido es Lope de Vega),
estudien en el mismo "plantel"; o que nos hable de "la mandarina", que en "slang" de los ‘70 no era un cítrico sino una "guagua", que a la vez es un "ómnibus", palabra de evidente origen latino.

Sindo Pacheco es un archivo del "idioma cubano"; como lo es el escritor Antonio Vera León, quien es capaz de advertir una nevada en medio de Long Island con esta frase salida de un MARINIT de los tempranos `70: "¡Tremendo,  mano!".

Pacheco utiliza en la novela un lenguaje bastante plano, que es lo que se supone obedece al estrato juvenil. Trabaja esa forma de expresarse, a veces como que la fuerza; pero siempre en un ejercicio auténtico. Me gusta mucho, por ejemplo, ver como aflora pudorosamente la poesía entre esas oraciones que aparentan estructurar la "descarga" más informal: "Ya que ustedes nunca han ido a la playa, ni saben la hermosura de bañarse en el mar con las olas reventando espumosas contra la arena, ni han refrescado la vista mirando un horizonte enteramente azul, los invito a un sitio donde ni su madre ni su padre han sido capaces de llevarlos nunca por jugar tanto domino y comer tanta mierda hablando de pesquerías y de pelota." Hermoso pasaje, "espumoso" y marinero, como el vino que reclama  Balzac en la cita que Pacheco utiliza como epígrafe de su novela.

Su estilo, veloz y netamente narrativo, le permite a veces ponerse sentencioso: "El pueblo donde uno nace nunca debe perderse de vista, para que nunca se te quiten los deseos de mirar". Este moralismo que emerge de la literatura sanamente, sin ninguna intención normativa, es la mejor producción ética que se puede encontrar en nuestra cultura. Predicación natural, intuitiva, artística, libre de la férrea retórica moralista de los curas, los profesores y los políticos, quienes junto a los generales y los doctores  conforman el "team" más represivo de la Ciudad Letrada.

Sindo Pacheco es un escritor resuelto, ágil; utiliza técnicas sutiles, inventa cuando le hace falta. Socorre sus historias con las cláusulas más personales. Es libre ejerciendo su escritura; por ejemplo: un viajero que "casualmente" va a Guanabo le resuelve una gran parte de la narración; o inventa un extraordinario encuentro entre dos personajes con aficiones filatélicas porque le da la gana:

"-¿Eres filatélico?
-Sí- dijo Mariano Jesusón orgulloso, como si le hubieran preguntado si era diplomático.
-Yo también-dijo el hombre."

Y no es arbitrariedad: es ardid. O lo es, pero arbitrariedad legítima, como aquel Flaubert que dejo caer una herencia en el ritmo seguro de La educación sentimental, sencillamente porque necesitaba llevar a su protagonista a París.

Hay dos capítulos de mucho peso en este libro. El numero 10, titulado "Un extraño encuentro en Los Caneyes" (que complementa el Capitulo 9); es un capítulo "gremial" donde el autor describe un Encuentro de Talleres Literarios y descarga a través de un personaje las dudas (y también afirmaciones) acerca del provecho de este tipo de reunión para la expresión literaria.

Destaca también el Capitulo 12, "La historia de Cañete", por insertar con resultados óptimos una historia dentro de otra.

Pero lo que acaba desconcertándonos es la carta que finalmente el protagonista le escribe a María Virginia. Es, en verdad, una carta de autor. A pesar de quedar  convencido como lector de que Sindo Pacheco se estaba riendo de mí, no tuve otra alternativa que sonreír también, que reír mucho ante el uso hiperbólico de la jerga burocrática para hacer una declaración de amor.

He visto pocas críticas como esta a una sociedad rígida que, como muestra el documento epistolar final, ha llegado al colmo de la enajenación humana: la burocratización del amor en las criaturas inocentes.

Sindo Pacheco sabe lo que hace. Es, efectivamente, como asegura Velia Bosch, un autor sólido, genuino, diferente. Es un "natural".

 

 

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