| | | Fondo Crítico / Archivo | Archivo | En su artículo Enterrar a Martí, aparecido en El Nuevo Herald el pasado 24 de julio, Alejandro Armengol anuncia que es el momento de que el Maestro sea bajado de su pedestal ("La Patria es ara, no pedestal", diría el propio Martí) "que sólo sirve de provecho a los arribistas de cualquier tendencia", y propone Armengol que todo quede en que los historiadores sigan analizando el papel de Martí en la fundación de la República Cubana y los críticos valorando sus versos -"algunos brillantes, otros mediocres", asevera Armengol.
Con toda humildad me sumo a los que piensan que José Martí no escribió sólo "algunos" versos brillantes, sino muchos. Por otra parte, ¿quién, que sea poeta, no habrá escrito "otros" versos mediocres? En el caso de Martí, si pasamos la pinza medianamente al ras, hallamos, por citar un ejemplo, un ripio imperdonable en los "Versos sencillos": Tiene el leopardo su abrigo/ en su monte seco y pardo. Este "monte seco y pardo", nadie lo dudaría, está arrastrado por los pelos –no tiene el menor asidero en lo que sería la "verosimilitud de la imagen"– para hacerlo rimar después con "leopardo", término, por demás, ya citado en los comienzos del verso inicial.
Pero como sugeriría el propio Martí, el Sol no está compuesto sólo de manchas. Y en su caso, en su sol, las manchas son mucho menos que los fulgores. Con esto quizás coincida la mayoría de los que han leído su obra, vasta, abarcadora -que no es lo mismo-, considerada como una de las iniciadoras del modernismo y que tiene, en muchas de sus facetas, logro difícil, la virtud de insertar el asunto patriótico o político en poesía de altos quilates.
Pero bueno, dejemos, como pide Armengol, que sean los críticos quienes sigan hurgando en este camino; mas, siempre que no olviden que existe una mediocridad per se y otra que resulta relativa dentro de la obra de un poeta mayor, como Martí. Sin olvidar, asimismo, tomar en cuenta la suma de su labor editorial y crítica que aún hoy tiene vigencia, ecos, llamados a la conciencia individual y colectiva.
Si el ideario de José Martí se ha convertido en "un catecismo de fácil manipulación, propicio a todos los usos", como afirma el articulista, no será, en mi opinión, porque resulte endeble; más bien se debe, en buena medida, a la habilidad de quienes lo han manipulado y al candor o ignorancia de los destinatarios. Pero en verdad, la obra martiana, en su mayor parte, resulta meridiana en su exposición.
Ahora bien, es cierto, a lo largo del siglo xx cubano, los huesos del Maestro, tomados como bandera, han sido traídos de un lado a otro por éste o aquél lidercillo, por uno que otro aspirante a caudillo, aun por grises poetas combatientes por la emancipación patria. Hasta podríamos culpar a Martí, depende del ángulo desde el cual se mire el asunto, de no pocos crímenes cometidos en su nombre. Pero insistimos: si dejas que te doren la píldora, y aun más, te la tragas, la culpa es tuya.
En su artículo, Armengol cita Nuestra América y alude específicamente a esa sentencia sin dudas desafortunada, medularmente provinciana, de Martí, cuando exhorta a que nuestro vino –el cubano; el vino cubano de entonces, vale aclarar–, si es menester, que sea de plátano, y "si sale agrio ¡es nuestro vino!"
Recuerdo que por allá por la década de 1960 alguien, no precisamente cubano, le enmendó la plana al Apóstol convocando a que nuestro vino, no porque fuese "nuestro", tenía que ser, para siempre, agrio. Otra enmiendita, par de décadas después aproximadamente, abogaba porque la máxima de Martí "Ser cultos para ser libres", debía considerarse en un sentido más amplio: Martí –dictaminaba el enmendador–, al exponer la frase, no quiso referirse sólo a la cultura, digamos, humanística, sino a la cultura en general, incluidas las ciencias, la tecnología, etcétera.
Un aparte: realmente la frase de marras tiene un viso de perogrullada y algunos orígenes en propuestas de otros personajes anteriores a Martí. De cualquier modo, ser culto -que no es lo mismo que ser instruido, creo que vale la aclaración-, sin dudas, enraíza una proyección para ser libre o para luchar por la libertad, pero no otorga la libertad por sí. Ejemplos sobran. Y cercanos.
Volviendo al texto de Armengol, éste, es justo, deja bien claro que aun cuando la citada frase de Martí sobre "nuestro vino agrio" expresada en Nuestra América –"(...) una exclamación lapidaria y funesta", afirma el articulista– ha contribuido al nacionalismo rampante, a la chapucería, a la tontería de sobreestimar a todo trance lo nacional en relación con lo extranjero, también es cierto que no se le debe achacar a Martí "toda la chapucería que se acumula a lo largo de nuestra historia", advierte Armengol. Yo agregaría que no sólo no debe achacársele "toda", sino, tal vez, sólo una brizna. No sería cabal sobredimensionar el efecto de esta sentencia martiana en el surgimiento de la tanta cochambre surgida posteriormente.
Mas, ahora soy yo quien agrega perogrulladas que ya sabemos desde siempre. José Martí -sin dudas, uno de los pioneros de la fundación de la patria cubana-, además de su obra poética y crítica y de su aporte teórico en lo que se refiere a lo político, ha sido, hasta hoy, el más clarividente de nuestros próceres. Tanto es así que aún sus postulados no han sido cumplidos cabalmente. El hombre que, debido a sus ideales independentistas, todavía adolescente sufriera la cárcel y posteriormente el destierro, fue un defensor de una patria "con todos y para el bien de todos", abogó persistentemente porque las minorías fueran incluidas y tomadas en cuenta en el gobierno de la Cuba libre, creó la plataforma para el Partido Revolucionario Cubano (un calificativo inédito en la época), llamó a la "guerra necesaria", la cual argumentó con suma claridad. "La patria es de todos", proclamaría. "No se funda una República, General, como se manda un campamento", le escribiría al Generalísimo Máximo Gómez. "Es preferible el bien de muchos a la opulencia de pocos", sentenciaría. Es decir, José Martí era un demócrata, por lo antes dicho y por el enjuiciamiento que emite en sus artículos cuando valora hechos sociales, movimientos políticos de otras latitudes, en ocasiones muy lejanas de Cuba, sobre todo en lo que a la esencia se refiere.
Para preparar la "guerra necesaria" puso todos sus esfuerzos y recursos en acción y logró lo que parecía imposible: poner de acuerdo, por medio de su poder de persuasión, de su palabra –que en este caso no debieron provenir de "pensamientos en los que lo luminoso de la palabra dificulta encontrar lo efímero de su contenido", como señala Armengol en su texto– a varios generales de la Guerra de los Diez Años, que en alguna medida se habían acaudillado y que, además, mantenían pugnas que parecían insalvables. Esto, fundamental para el inicio de la Guerra de Independencia, debió ser uno de los esfuerzos mayores que llevaría a cabo el Maestro.
Sería discutible afirmar con Armengol que "Parte de la genialidad de Martí radica en agrupar en una sola persona al pensador y al hombre de acción". Martí sí, quizás, sea lo más cercano a un genio que ha dado Cuba. Pero eso de hombre de acción -en el sentido épico del término, claro- no creo que sea posible asegurarlo; tal vez, aun el mismo lo dudaba si nos remitimos a su afán por demostrarlo (¿o demostrárselo) hasta la obsesión casi. En su última carta, dirigida a su amigo Manuel Mercado, un día antes de su muerte, da muestras de su entusiasmo porque "ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país". Uno hasta puede pensar que más bien, aberración de por medio, se inmoló por la patria, o quién sabe si por hacer ver a los demás (¿y a sí mismo?) que era un hombre de acción, que podía ser también considerado un soldado, un guerrero, no sólo el Delegado o un "general de levita".
Caído en combate a los 42 años de edad, tómese en cuenta la obra artística y la labor política de José Martí y es muy probable que coincidamos en que fue un hombre fuera de serie.
"Creo que para los cubanos ha llegado la hora de enterrar a José Martí", sentencia Alejandro Armengol en la primera línea de su artículo. Es demasiado. Más atinado sería, como afirma el articulista a seguidas, bajarlo del pedestal en el que algunos, por propia conveniencia, lo han situado. Pero enterrarlo no. Por el contrario, hay que desenterrarlo, darle aire humano, desacralizarlo, despojarlo de ese lastre de santurrón que algunos le han endilgado, pero siempre deberá estar entre nuestras guías para continuar el avance en pro del porvenir de la Isla. De ninguna manera, como afirma Armengol, "Librarse del apostolado martiano es un gesto de independencia necesaria". Si eso hiciéramos nos quedaríamos cojos, o mancos, o tuertos.
"Un país no se fundamenta sobre el ideal exaltado de un poeta" -así concluye el artículo de Alejandro Armengol. Si observamos la poesía, la prosa, pero sobre todo -y esto es lo que más interesa en este caso- las propuestas políticas de José Martí, no creo que sea la "exaltación" uno de sus rasgos sobresalientes. Por el contrario, se advierte el predominio de la reflexión, de la serenidad; aunque éstas provengan de "un poeta".
Quizás José Martí haya sido endiosado por uno y otro rumbo, por uno u otro grupo, y esto haya provocado una especie de delirante retórica pro martiana que, como toda retórica, sólo tiene como resultado, finalmente, el rechazo. Mas, lo que sí sería un error, en mi modesta opinión, es dar comienzo a contrarrestar aquella retórica con una retórica antimartiana, caer en una especie de "teque anti Martí"; desmeritarlo, descuerarlo, rebajarlo en todo lo posible sólo para estar en "onda". Si bien, claro, no es éste el objetivo del texto de Armengol. | Subir |
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