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Eduardo
Forastieri-Braschi
EDUARDO FORASTIERI-BRASCHI
nació en 1942 y es profesor jubilado de Literatura Española del Siglo de Oro y
de Lingüística (Semántica) de la Universidad de Puerto Rico; egresado del
College of Philosophy en Letters de Fordham University y de la Universidad de
Puerto Rico, es el autor, entre otros, de Aproximación estructural al teatro
de Lope de Vega (1976) y de Sobre el tiempo de los signos (1992). Ha
publicado en Revista de Filología Española, Nueva Revista de Filología
Hispánica, Bulletin of Hispanic Studies, Anuario Filosófico,
Anuario de Letras, Signa, Confluencia, Dispositio,
Diálogos, Gestos, La Torre, entre muchas otras revistas
profesionales.
Es miembro de número de la Academia Puertorriqueña de la Lengua Española, de la
que fue su Secretario, y correspondiente de la Real Academia Española.
Tiene a su cargo las ediciones críticas de los clásicos puertorriqueños de la
Academia Puertorriqueña: El Gíbaro, de Manuel Alonso (2007), y Mis memorias, de
Alejandro Tapia y Rivera (2015), publicados en coedición con Editorial Plaza
Mayor. Actualmente colabora con Nadja N. Fuster en la antología El Boletín
Instructivo y Mercantil (1839-1842) y los orígenes de la literatura
puertorriqueña.
Estas ediciones críticas representan la primera
muestra del modelo filológico lachmanniano aplicado a un clásico
hispanoamericano.
Sus publicaciones más recientes se encuentran en las Actas XXIV, XXVI,
XXVII y XXIX del Taller del Discurso Analítico (Puerto Rico) del Foro del
Campo Lacaniano con los títulos: “Sobre arbitrariedad y silencio”, “…y la
metonimia es su representación”, “Aproximación al límite de la metonimia”,
“Cociente y diferencia: glosas a Francisco José Ramos”.
Además de la historia y de la literatura puertorriqueña del siglo XIX, mantiene
estudios y un interés perdurable en los temas de la filosofía del lenguaje,
particularmente: en la filosofía y en la semiótica de Charles Sanders Peirce.
Comentarios a su obra
A propósito de
Aproximación al teatro de Lope de Vega (1976)
“Desde el primer capítulo se impone ya la nota de rigor apasionado, que sin la
más mínima contradicción caracteriza esta crítica…[E]ste libro de Forastieri,
raro por su rigor metodológico, fundamental por su aportación a un mundo aún por
conocer, imprescindible por su visión verdaderamente original de cierto número
muy importante de la comedia lopezca”. (Eugenio Suárez-Galbán).
“La claridad admirable en que expones el método me ha posibilitado leer, yo
diría que hasta con placer, tu estudio. Has llevado a cabo un trabajo serio,
honesto y, su contra de lo que es habitual, has procurado expresarlo con las
menos palabras posibles
–multorum in parvo– , lo que es de agradecer en estos tiempos en que la
paja anega el grano”. (Alberto Blecua).
“Me ha interesado mucho tu planteamiento del problema que revela, entre otras
cosas, un estupendo conocimiento de las fuentes teóricas y de los textos de
Lope”. (Jean Canavaggio).
“En la vertiente metodológica su trabajo está acertadísimo lo que evidencia su
perfecto dominio de los métodos más actuales de la crítica semiológica”.
(Aldo Ruffinatto).
“I have
never succeeded in mastering the language of semiotics, much less in becoming a
practitioner, but I admire those who have, especially when, as in your case, it
is combined with a well informed sense of the historical and sociological
contexts of the literary work”. (Peter Dunn).
“I think
we are certainly entering upon a new phase in the elucidation of Golden Age
dramatic structures, and your method of analysis has a great deal to
contribute”.
(Robert Pring-Mill).
“Su libro parece ser de suma importancia […] y yo estoy contento a apartarme al
fondo cuando el campo lo ocupa un crítico tan inteligente como usted”.
(Alexander A. Parker).
“Su libro, que me parece implica un esfuerzo notable y un manejo envidiable,
realmente asombroso, tanto de la bibliografía teórica como la propia del teatro
de Lope de Vega”. (Frida Weber de Kurlat).
”El enfoque tan moderno y tan agudamente crítico, por su metodología, y también
por no haber desechados los aportes que desde otras vertientes enriquecen el
conocimiento de la obra literaria”. (Celina Sabor de Cortázar).
A propósito de Sobre el tiempo de los signos (1992)
“Sobre el tiempo de los signos, es la transcripción brillante y divertida
que hace Forastieri de esa conversación que dura varios días entre vino y
helechos [en una casa de veraneo en el Yunque], donde atrapados en una carambola
del tiempo los teóricos discurren por avenidas transdisciplinarias en las que la
teoría física, la filosofía del lenguaje y la ciencia poesía encuentran espacios
por igual. […] Tratan del tiempo, pero se trata de un texto abierto orientado al
futuro para ser leído entonces. […] Todo acontece en un intervalo histórico de
una despedida entre Juan de Valdés y Giulia Gonzaga en 1535 en San Silvestro y,
como en el espacio Hilbert de la teoría física, desde allí se abre el intervalo
[de las conversaciones] […] que harán las delicias de todo conocedor de la
filosofía, a la vez que representarán un divertido comienzo para aquel lector
que desee comenzar a ampliar su campo de conocimiento si pasar por la aridez de
textos más clásicos”. (Por Dentro, El Nuevo Día).
“Ante este nuevo libro habría que callarse. Rimbaud se hizo negrero.
Wittgenstein creo que albañil. El silencio como derrota y homenaje [...],
remansos entrópicos, minicascadas caóticas, litoral de ensueño, en fin.
Objetos encontrados. SORPRESA. El amado es un electrón. La nave de los locos:
el libro como confluencia de universos paralelos […]. Reviviendo en el diálogo
de muertos se inhiben de morir del todo, erotismo necrológico a la Poe.
Saussure el atildado, Cratilo el puer senex, Husserl tan filólogo, Valdés como
ausente y Peirce (¿será por los fonemas del nombre?) tan sexy. Bebiendo ron sin
bañarse los muerto trascienden. […] Tu libro es tan vivo y tan apasionadamente
enérgico que resultará difícil resignarse a masticar otras lecturas, pero así es
la vida. Es una maravilla. (Marta Aponte Alsina).
“El libro Sobre el tiempo de los signos de Eduardo Forastieri Braschi no
sólo obliga a pensar en el complejo recorrido del pensamiento a lo largo de este
siglo que ahora concluye, sino que, además, se escribe justo en los momentos en
que se renueva, con inusitada efervescencia, la meditación sobre el tiempo con
que este mismo siglo se inició, […] La erudición de Sobre el tiempo de los
signos se burla de sí misma congraciándose con la parodia de su propia
representación”. (Francisco José Ramos).
“El diálogo de Forastieri es muy rico, erudito y muy bien informado. No sólo
interesante; yo diría que apasionante en una polémica que dura tanto como la
filosofía occidental. Forastieri hizo un amplia y profunda investigación sobre
la relación entre el tiempo y los signos, o el tiempo y el lenguaje”. (Carlos
Rojas).
“Es como una Summa de saberes del hombre de este siglo que ya se prepara
a morir para renacer. Pero lo más interesante no es sólo la erudición (una
erudición gourmet) sin el ingenio, el ritmo de los diálogos, el humor y,
no creo que asombre, la alta temperatura poética”. (Carlos Varo).
‘Tiene ese aire de los venerables textos que figuraban encuadernados en cuero
rojo oscuro con esquineros en filigrana de oro en las bibliotecas de nuestros
abuelos […] lo cual no quiere decir que sea anticuado […] sino el encanto de los
viejos autores que sabían lo que decían. ¿Por qué la gente no escribe así en
vez de decir tantas pavadas?” (Angélica Gorodischer).
A propósito de la edición crítica
El Gíbaro (Plaza Mayor, 2007)
“Nunca
antes se había sometido a esta obra, considerada como punto de partida de la
literatura culta puertorriqueña, al rigor de una edición crítica. Por primera
vez tenemos fijado el texto original, tras el análisis de 14 ediciones
anteriores [y sus reediciones]. Es un trabajo de investigación importantísimo,
y parte de una colección que trabaja la Academia sobre nuestros clásicos explicó
José Luis Vega, director del Instituto de Cultura Puertorriqueña”. (Cultura,
El Nuevo Día).
“Se trata de la publicación de ediciones críticas de los clásicos de la
literatura puertorriqueña. El Dr. Eduardo Forastieri […] ha estado a cargo del
primer trabajo de esta índole, la edición crítica y comentada de la obra de
Manuel A. Alonso,
El Gíbaro, una primera
parte de la que se publicó en 1849, publicándose de nuevo conjuntamente con una
segunda parte- en 1883. […] Su edición ha sacado a la luz controversias que
empiezan con el prólogo de Salvador Brau a la edición del 1883, titulado ‘Al que
leyere’. ’El prólogo está fechado en 1884’, dice Forastieri . ‘El editor
González Font, aguantó el libro, que ya estaba hecho, mientras duraba la pelea
entre Brau [y los editores del periódico liberal asimilista El Agente,
entre los que figuraban Alonso y Celis Aguilera], lo que sitúa a
El Gíbaro en la crisi del
Partido Liberal Reformista, cuando se escindieron los autonomistas y los
asimilistas [a España]”. Este punto es de sumo interés toda vez que, como
señala el editor, “no se quieren reconocer algunas cosas”. No se quiere
recordar, por ejemplo, que Tapia, Acosta, Alonso, Corchado, José Pablo Morales,
Celis Aguilera y la mayor parte de la generación 1830-1880 era liberal,
reformista, progresista y abolicionista, pero todos también eran asimilistas.
[…] Esa generación, explica, estaba formada por los hijos y los nietos de los
oficiales españoles de convicciones liberales que habían defendido la
constitución de 1812 en España y luego habían sido destacados en Puerto Rico
como oficiales del Regimiento de Granada. […] Especialista en Gracián, Góngora,
Lope de Vega y Calderón, Forastieri ha cambiado de enfoque con este trabajo
editorial. ‘Lo he disfrutado mucho’, dice; ‘es parte de lo mío. Me mueven la
gratitud y el recuerdo. Pienso que esta generación decimonónica ha sido
olvidada […]. Este libro es el primer resultado de un agradecimiento
filológico. [Forastieri] está trabajando ya en el próximo proyecto, la edición
crítica de Mis memorias de Alejandro Tapia y Rivera, que también presenta
dificultades hay 27 ediciones”. (Carmen Dolores Hernández, Entrevista,
Letras, El Nuevo Día).
Para leer
Nota
a las líneas 21 a la 24 de la página 47
de
la edición crítica de
El Gíbaro (Plaza Mayor, 2007)
en las que se lee:
“Poco después veíanse pasar algunas máscaras a caballo que se encaminaban
a la plaza Principal, para formar un escuadrón, que a estar a la moda la
mitología, pudiera llamarse el escuadrón de Momo”.
Las máscaras
a caballo
y el escuadrón
de Momo
tipifican las festividades que solían
extenderse, según
Tapia, “desde
San Pedro hasta Santa Rosa, es decir, más
de dos meses […].
Momo andaba, pues, suelto a partir del domingo siguiente a San Pedro […].
Comenzaban a discurrir trullas de enmascarados […].
Por la tarde, tropel de máscaras
y música
en la plaza de Santiago […].
Por la noche, retreta en la plaza [M]ayor en donde pululaban las máscaras
[…].
Aún
me parece ver a Ño
Escolástico
a las dos de la tarde de la víspera
de Santiago, caballero en su jamelgo, haciendo resonar su corneta […]
voceando cantaletas”
(Tapia, 1880: 221-24). Tapia advierte en Mis memorias que redactó
estos recuerdos “como
muestra de amor a lo que encontré
y deseo que al hablarse de ello en lo futuro se conozca algún
tanto; pueden verse en mi libro titulado Miscelánea,
así
como en la descripción
del cómico
y carnavalesco Bando de San Pedro [que] ha sido hecha por mi amigo y
condiscípulo,
don Manuel Alonso, en su libro titulado El Jíbaro
[sic]”
(Tapia, 1928: 53).
“En
tal paseo, único
que en el año
presentaba el conjunto de sus circunstancias, y sabroso por lo tanto como el
manjar-blanco en día
de San Juan: como lozano y bien enjaezado potro para una de nuestras airosas y
bellas jinetas a las 6 de la tarde; como rocinante de dos pesos de alquiler para
la presumida negrita que se llena de trapos para ir al bando de San Pedro, o en
fin, como la traslación
de Santiago de la Fortaleza a la Catedral para el chico que la escolta a cara de
caballo, o que evoluciona a las órdenes
de Señó
Escolástico
al compás
de Santiago se quedó
/ Y nosotros vamonós.
Acaso me diréis
que huelo a viejo […]
que aquí
falta uno, y entonces no gozareis ni aun en vuestros recuerdos, como gozo yo, si
en vuestra juventud no habéis
presenciado costumbres […].
Y oyendo los chistes picantes y alegres propios de tales días,
pero que no traspasen la línea
del decoro y de la finura; que se entretenga algún
desocupado de buen humor en ir redactando el bando de S[an] Pedro, chispeante en
las sales bufonadas de costumbre; que se multipliquen las alboradas y
manifestaciones de la alegría
pública
que siempre han amenizado tanto esta ciudad los meses de [j]unio y [j]ulio: y en
fin, que la notabilidad clásica
de los chiquitos, el Señó
Escolástico,
se prepare a guiarlos en sus coros, carreras y estratejia [sic]
particular con el cuidado y atención
que lo ha hecho siempre”
(El Buen Viejo [Francisco Vassallo y Florés],
“XVII
Carta del Buen Viejo a los muchachos grandes”,
Boletín
Instructivo y Mercantil,
número
240, 16 de junio de 1841, 380). Véase,
además,
el Anejo II.
También
José
Antonio Daubón
estampó
las festividades de San Juan y de San Pedro, y calcó
el Bando de Alonso “con
perdón
del respetable escritor que me precediera en este cuadro”
(Daubón,
1904: 107). En tiempos de la estampa de Daubón,
Nicolás
Bacalao leía
el Bando, mientras que, para la época
que recuerdan Vassallo, Tapia y Alonso, era el pintoresco
Ño
Escolástico
quien cumplía
el rol del rois pour rire en la versión
puertorriqueña
de las antiguas festa stultorum. "Y menos se me ha olvidado el día
de Santiago Apóstol,
cuando los niños
recorrían
también
todas las calles montados sobre cañas
que se hacían
la ilusión
de que eran caballos. Recuerdo de la misma manera la
época
de las máscaras
y de los bailes, que no obstante de celebrarse en los meses de [j]ulio y
[a]gosto […]
habiendo sido inútiles
de algunos pocos de trasladar la celebración
de dichos bailes a los días
de Carnaval" ([Lorenzo Gómez
Quintero, Recuerdos de ayer, Madrid, 1894] González
Font, 1903: 110-11). Ya Alonso añoraba
desde su primer planteamiento costumbrista en la “Conclusión”
del Album de 1844: “[D]eseamos
se eternicen las músicas
y aguinaldos de Reyes, y oir para Santiago a Señó
Escolástico
con su ejército
de muchachos cantando: Vamos a la marina / En busca de la sardina
[…].
Santiago no vino ayer / Porque empezó
a llover
[…].
Firmeza Sr. F[rancisco] V[assallo], nuestra causa es justa y triunfaremos”
(Album: 193-94).
Lo
único
que hoy queda de las máscaras,
disfraces y cantaletas de Santiago son las carátulas
de los vejigantes y diablitos en el pueblo de Loíza
y, quizás,
algunos versos sueltos como “Vejigante
a la bolla,
/ pan y cebolla”.
Ya Tapia añoraba
la pérdida
desde 1880: “Allá
van los chancleteros / montando caras de burro; / allá
los vejigantes / que eran antes diablos sueltos”
(Tapia, 1880: 228-29).
Nota
a las líneas 31 a la 34 de la página 147
de
la edición crítica de
El Gíbaro (Plaza Mayor, 2007)
en las que se lee:
“Más aún: ¿quién osaría repetir una de aquellas célebres cuanto vergonzosas
Cantaletas que recordamos hasta los más jóvenes, y en las que no se
respetaba el honor, ni los secretos de las familias?”
Cantaletas:
Repetición
enfadosa (Malaret, 1999: 128), aunque en el contexto al que remite Alonso, se
trata de los versos populares que se voceaban en las festividades.
“Seguía
la parroquia cantando salmos, y cerraba la marcha la multitud con Seño
[sic] Escolástico
a la cabeza, voceando cantaletas, tales como Santiago no vino ayer
/ porque empezó
a llover”
(Tapia, 1880: 224). “Siendo
las cantaletas uno de los medios más
esquisitos [sic] que ha inventado la malignidad para desfogar el
resentimiento y las pasiones, se prohiben [sic] absolutamente”
([Gaceta de Puerto Rico, 20 de junio, 1821] Picó,
2000: 184).
Alonso no
menciona el desfile del pendón
real con el que Abbad cierra su descripción
de las carreras. También
Ledru y Level de Goda consignaron esta solemnidad inaugural de las carreras por
sus signos de adhesión
a la Corona expresados en el ceremonial, y así
también
lo conmemoró
Federico Asenjo en Las fiestas de San Juan (1868). Véase
Asenjo ([1868] 1971: 24, 30); Hostos (1966: 531-32). Level de Goda consignó
el 30 de junio 1812 que “aquí
nos recreamos en las vistosas alboradas por las noches cercanas a San
Juan que, llevando tras sí
dos y tres mil almas, a la luz de las teas, siguiendo todos el estandarte [e]spañol,
que va de guión,
con un orden asombroso y una orquesta encantadora, llegan a la mañana
únicamente
ocupados en cantar [c]anciones patrióticas,
en dar Vivas al Rey, y en impregnarse todos de los sentimientos más
honoríficos
y virtuosos”
(Level de Goda, [1812] 2000: 52). Por otra parte, también
se señala
que “la
ceremonia del pendón
se abolió
en los períodos
constitucionales de 1812 al 14 y 1820 al 23, y esto hizo que la atención
se cifrara entonces en las carreras. Bajo de la Torre, según
Asenjo, las fiestas de San Juan cobraron nueva vida, y es entonces que empiezan
a solemnizarse anualmente los bandos que reglamentan la celebración”
(Picó,
2000: 182-83).
Alonso omite
las referencias al pendón
real: el desfile de su traslado por el alférez
real hacia el Ayuntamiento y la Fortaleza hasta la Catedral, lo mismo que la
pompa de su devolución
a la Casa Consistorial después
de una misa solemne, ya eran rituales del pasado. El itinerario del pendón
hacia la Catedral consignado por Abbad, Ledru y Asenjo, se transformó
por el de una imagen de Santiago y la cantaleta:
“Santiago,
como es guerrero,
/ lo llevan los artilleros […].
Llegada a la Catedral la procesión,
Llegada a la Catedral la procesión,
entraba allí
la imagen, en donde quedaba hasta que celebrada la fiesta de Iglesia a la mañana
siguiente, tornaba Ño
Escolástico
y su variado y numeroso ejército
a buscarla para acompañarla
de nuevo en igual forma hasta su [c]apilla de la Fortaleza”
(Tapia, 1880: 224-25). Se mantuvo a partir de entonces la costumbre de
“la
traslación
de Santiago de la Fortaleza a la Catedral para el chico que la escolta a cara de
caballo, o que evoluciona a las órdenes
de Señó
Escolástico
al compás
de Santiago de quedó
/ y nosotros vamonós”,
El Buen Viejo [Francisco Vassallo y Forés],
“XVII
Carta del Buen Viejo a los muchachos grandes”,
Boletín
Instructivo y Mercantil
(número
240), 16 de junio de 1841, 380.
Parece que el
nuevo contexto de los bandos oficiales —de
sus parodias por Ño
Escolástico,
Nicolás
Bacalao o Alonso—y
la sustitución
de la procesión
del pendón
real por la de la imagen de Santiago entre cantaletas, recoge la antigua
tradición
del “mundo
al revés”
(rois pour rire) en la que se invertían
los roles jerárquicos
de autoridad.
Tampoco se me
olvidan las carreras a caballo, que tenían
lugar durante las vísperas
y días
de San Juan y San Pedro, primero por la tarde en las calles de San Francisco y
la Fortaleza, que era cuando lucían
su apostura y pericia en la equitación
las señoritas
y caballeros de la buena sociedad puertorriqueña;
y después,
por la noche, sin distinción
de colores, recorrían
las demás
calles de la [C]apital hasta las doce, que era la hora de retirada" ([Lorenzo Gómez
Quintero, Recuerdos de ayer, Madrid, 1894] González
Font, 1903: 110). Federico Asenjo y Salvador Brau se apartaron radicalmente de
las perspectivas festivas del recuerdo de Gómez
Quintero, de Tapia, de Alonso y de Vassallo y Forés:
“Preciso
es retroceder sesenta años
—escribe
Brau—
para tropezar con aquel Puerto Rico [en el que] se desmedraban la salud y el carácter
en fiestas licenciosas, enervantes como las carnavalescas carreras de
caballos nocturnas, suprimidas, con muy buen sentido, por el [g]eneral
Pezuela”
[(Salvador Brau, Hojas caídas,
La Democracia: San Juan, 1909, 325) Fernández
Méndez,
1974: 115].
[Escribe
Alonso]: “Llegará
día
en que sólo
se conserve un recuerdo de lo que ha sido y es aún
una de las mejores fiestas del país”.
Lo único
que hoy queda de las carreras de San Juan y San Pedro es la Capilla del Cristo.
Se convoca la leyenda del caballo desbocado que conducía
Baltasar Montañez
y el supuesto milagro de su salvación
en 1753 al saltar sobre el muro que ahora ocupa la ermita en el extremo sur de
la calle del Cristo. También
Asenjo consignaba que la decadencia era irreversible, y cada año
concurrían
menos jinetes a las festividades. A pesar de la llamada
“resurrección
del San Juan”,
en 1854 “las
fiestas de San Juan volvieron a presentarse en un nuevo período
de decadencia que nada fue capaz de interrumpir durante diez años
seguidos”
(Asenjo, [1868] 1971: 39). Sobre las carreras y esa afición
en Puerto Rico véase
Pedreira (1934: 197-201). Para documentación
hasta el siglo XVIII véase
López
Cantos (2001: 217-25).
En preparación junto a la Editorial Plaza Mayor: muestra
inédita de una nota filológica para la fijación del texto correcto
a las líneas 6 a la 8 de la página 184
de
la edición crítica de Mis memorias, en las que se lee:
“Pareciome estar
viendo a la pálida luz crepuscular aquel cúmulo de naves bajo cuyo número
inmenso despareció la mar […]”.
Las ediciones
del núcleo original imprimen en letras cursivas desparció [L (1928)
V (1946)], desparciró [D (1927)]. Ambas derivan de la forma
del latín vulgar apparescere, que, a su vez, deriva del latín clásico
parere. El prefijo hispánico des- denota su negación. Solo C
(1966) y su filiación [C (1966) < [E (1971) < I
(1972) S (1973) // Vo (1971) < A (1998)] lo enmiendan
innecesariamente como ‘desapareció’ en letra redonda. ‘Desapareció’ es
lectio facilior. En cambio, despareció, aunque en desuso, también lo
es. Ambos son sinónimos de ocultar y de esconder, pero con una secuencia
silábica distinta: des+pa+ re+cer / de+sa+pa+re+cer. Sin embargo, Desparció,
impreso por L y V, comparte el mismo pie fonético con D
(d+e+s+p+a+r), aunque las tres ediciones difieren en su conjugación y en su
desinencia. En efecto, desparció es lectio difficilior y sinónimo
de ‘esparció’ —con los rasgos semánticos de ‘expandir’ y de ‘extender’—, y,
además, las letras cursivas sugieren una intención grafémica de énfasis que
Tapia estampó en el manuscrito [O (1880-1882)].
Toda la
descripción (aquel cúmulo de naves bajo cuyo número inmenso despareció
[desparció] la mar) evoca una celebrada línea de Virgilio (Eneida,
V: 582): latet sub classibus aequor, cuando también la expresión
virgiliana vastum maris aequor traduce como la ‘llanura del mar”;
en este caso, ocultada por las naves.
De este
tradicional registro virgiliano, también Fray Luis recogió esta misma figura
poética en la Profecía del Tajo con el verbo desparecer. Escribe:
“[D]ebajo de las velas desparece / la mar, la voz del cielo / confusa y
varia crece […]”. A su vez, Tapia ilustra con este mismo verbo (desparecer)
y este mismo ejemplo en sus Conferencias de estética y literatura (Quinta
conferencia) el giro poético con el que el lenguaje figurado “espiritualiza” y
“contrae” la realidad. Escribe: “No es posible que el ánimo de Fray Luis […]
ante sus ojos aterrados […] aquella gran suma de naves [suponga mentira ni
exageración]. El poeta debe hallarlas innumerables, hasta el punto de cubrir y
ocultar las olas, es decir: la inmensidad […]. El poeta ha prescindido de la
materialidad del número de naves; ha roto los límites materiales y concretos
para elevarse a la vaguedad de los inmenso, de lo imaginario, sin más término
que otra cosa también inmensa: el mar; sustituyendo la cantidad al número y
fijando aquella en la proporción abultada […]. No se quiere decir que las naves
son muchas, sino que el peligro es inmenso; el estado moral del poeta está
reflejado en la expresada hipérbole”.
No tengo duda
alguna de que Tapia destacó con grafemas de énfasis el verbo desparecer
por referencia a la hipérbole virgiliana que él retomó de la Profecía del
Tajo para esta descripción del estrecho. |