El texto y sus contextos* Eduardo Forastieri Y recordó, como dulce añoranza, las vetustas piedras de la antigua casona, las crujientes maderas que ascendían hacia el historiado salón.
ABELARDO DÍAZ ALFARO Peyo Mercé se aleja de la Cuchilla
EL Gíbaro de 1849
El contexto que condujo a la composición de El Gíbaro se inició con el Boletín Instructivo y Mercantil en 1839 y con la publicación del guinaldo Puertorriqueño en 1843: el periódico y el florilegio, ambos ideados y realizados en la imprenta de Florentino Gimbernat y de Santiago Dalmau, lanzaron a la calle los temas de instrucción, progreso, costumbrismo y literatura que Alonso habría de recoger después para el diseño del primer clásico puertorriqueño. La fundación del Boletín había sido el resultado de las iniciativas de los miembros de la Junta de Comercio (Florentino Gimbernat) y de la Sociedad Económica de Amigos del País (Francisco Vassallo y Florés), quienes planteaban que, dada la ausencia de una educación secundaria y la apatía del régimen, al menos con el periódico se compensaría la penuria intelectual de la Isla. 52 El mismo adjetivo que calificaba de Instructivo al Boletín, y los editoriales en los que se exponía su apertura a las letras y a las ciencias, delatan el contexto que suele establecerse como el inicio de la literatura puertorriqueña. La composición de El Gíbaro emergió de este contexto, y los primeros escritos de Alonso que aparecieron entre 1844 (Álbum Puertorriqueño) y 1846 (El cancionero de Borinquen) —algunos de los cuales fueron incluidos en la primera edición del clásico en 1849—, respondían explícitamente a aquellas iniciativas, entre las que también se instaló, sorpresivamente, el costumbrismo como una variable insólita de aquel contexto inaugural cuando retomaba los asomos de las décimas y de los corríos del habla jíbara del 1820 y del 1822 constitucional. Por ejemplo, además de un romance jíbaro con el que Alonso se inició en esta modalidad típica, 53 también la Introducción al Álbum de 1844 —aparentemente escrita en conjunto con los demás colaboradores— y, sobre todo, la Conclusión con la que Alonso cerró el volumen, fueron redactados en respuesta al Aguinaldo de 1843: también éste había sido diseñado y auspiciado por los mismos talleres que fomentaban las perspectivas culturales del Boletín. 54 Muy particularmente, esta Conclusión del Álbum fue redactada por Alonso en respuesta y en connivencia con el epílogo (“A los jóvenes colaboradores”) de Francisco Vassallo y Florés al Aguinaldo, en el que se contrastaba la nueva literatura exhibida en esta primicia de la joven literatura puertorriqueña con las antiguas costumbres de la Isla. 55 Alonso se arrimó al Viejo (a Vassallo y Florés) y a los antiguos: respaldó en la Conclusión del Álbum el costumbrismo que ya Vassallo había adelantado en sus “Cartas del Buen Viejo a los muchachos grandes” publicadas en el Boletín entre 1840 y 1841. 56 Aquella connivencia costumbrista con Vassallo se reafirmó en El cancionero de 1846 con los romances jíbaros y, en particular, dos de ellos: “A mi respetable amigo el señor don Francisco Vassallo, en contestación a una carta suya”, y la estampa costumbrista de las “Carreras de San Juan y San Pedro en la capital de Puerto-Rico”; sobre las que ya Vassallo se había expresado en su “Carta XVII” del Boletín. No obstante, el escrito que entraña sutilmente con El Gíbaro de 1849 —y con los propósitos que lo instalan en el contexto de aquella década— es el artículo que cierra El cancionero de 1846: “Reflexiones sobre el Acta de la Junta Pública celebrada por la Sociedad Económica de Amigos del País de Puerto-Rico en el día 21 de diciembre de 1845”. Trata sobre el tema de la instrucción pública que, vinculado a los de progreso y de beneficencia, convocan y enlazan las iniciativas del Boletín —y los propósitos expresados en el Prólogo de El Gíbaro— con las reformas y los proyectos que auspiciaba la Sociedad Económica de Amigos del País desde que Vassallo había sido su secretario a partir de 1832, y su presidente a partir de 1844 hasta su muerte, justamente en 1849. Desde la década del treinta y, sobre todo, a partir de un renovado liberalismo propiciado en 1833 por la muerte de Fernando VII, en Puerto Rico coincidieron los esfuerzos del conde de Carpegna, del Padre Rufo (don Rufo Manuel Fernández Carballido), de Francisco Vassallo y Florés y de Florentino Gimbernat, entre otros, por destacar que la instrucción pública debería de ser una gestión prioritaria en la Isla. El Colegio Carpegna de 1833 y la advertencia del mentor de Alonso (Francisco Vassallo y Florés) en ese mismo año testimonian aquella gestión: “[D]on Francisco Vassallo [y] Florés comentaba que, para entonces existía gran abandono en la enseñanza y que para ésta, no se observaba método general alguno”. 57 La publicación de la llamada “Memoria leída por el Secretario (D. Florentino Gimbernat) de la Junta de Comercio de Puerto Rico en la apertura de sus sesiones el 7 de enero de 1838”, en la que instaba por la inauguración de un periódico educativo, y la fundación, por iniciativa del mismo Gimbernat, del Boletín Instructivo y Mercantil en 1839, en el que los temas de instrucción y de ilustración colectiva compensaban mínimamente las lagunas culturales del país, delatan el esfuerzo que la Sociedad Económica haría suyo en la próxima década. También Alonso se sumó al esfuerzo en la década del cuarenta, como se desprende de este Prólogo y de las escenas III y XIX de El Gíbaro. También, por esos mismos años, entre 1837 y 1838, el Padre Rufo viajaba por Europa y Estados Unidos con el propósito de enterarse de “salas de asilo, [e]scuelas, [y] establecimientos de instrucción y beneficencia”. 58 Le correspondió al Padre Rufo la articulación de todos estos esfuerzos en su proyecto del Colegio Central en la década del cuarenta (1844-1849) que también Alonso hizo suyo en los segmentos de El Gíbaro en los que cumplió su diseño de que, como él declara en el Prólogo, “se viera claramente la falta de armonía que reina entre los estudios hechos en aquella isla y los de la Península”. En efecto, la reforma del llamado Plan de Estudios vigente en la Península se implementó parcialmente en Puerto Rico en 1842, cuando Alonso partía hacia España para completar su bachillerato. Constituyó, junto al proyecto de la fundación del Colegio Central (1844-1849), el motivo contextual de la composición de El Gíbaro de 1849. El autor lo confirma en una sola oración del Prólogo: “He aquí la historia del GÍBARO”. Advierte, sin embargo, que, entre los artículos de costumbres que conforman un “exterior no muy desagradable al desengaño [podría] figurar uno relativo a la enseñanza”; y si por desengaño entendemos los propósitos que en la tradición literaria se resolvían con el supuesto horaciano del utile dulci, la moraleja implícita que Alonso interpuso regularmente en su composición, entre los romances jíbaros y los cuadros de costumbres, no empató engaño alguno, sino que dispuso la argucia criolla con la que Alonso convidaba a sus lectores en su contexto: la Escena III (“Reflexiones sobre instrucción pública a los padres de familia”) y la Escena XIX (“Reflexiones sobre la Junta Pública celebrada por la Sociedad Económica de Amigos del País de Puerto Rico en el día 21 de diciembre de 1845”) también trazaron, junto al Prólogo, ese diseño de composición del que también fueron cómplices el criollismo y la antonomasia del título. 59 El Prólogo puede fecharse alrededor del verano de 1849, cuando Alonso obtuvo su título en Medicina, justamente durante el mismo verano en el que el conde de Cheste, el gobernador de la Pezuela 60 desautorizaba los acuerdos de 1844, 1845 y 1846, de la Sociedad Económica de Amigos del País sobre el Colegio Central. Se proyectaba implementar en el Colegio la enseñanza de Física, Química y Matemáticas, de conformidad con el Plan de Estudios de la Península. Estas disciplinas eran impartidas independientemente en Puerto Rico por el Padre Rufo desde 1834, y después por la Sociedad Económica de Amigos del País; a las que concurrió Alonso entre 1841 y 1842 bajo la tutela del Padre Rufo. De ahí que, de conformidad con el propósito del Prólogo, si en la Escena III Alonso también afirma que quiso “encerrar en los límites de un solo artículo un pensamiento de cinco años” (es decir: 1844, cuando el Padre Rufo le propuso a la Sociedad Económica de Amigos del País la fundación del Colegio Central), y en la Escena XIX reimprime unas reflexiones sobre un acuerdo de 1845 —publicadas en El cancionero de 1846—, se infiere, entonces, que las fechas entre 1844, 1846 y el Prólogo de 1849, aclaran y apuntalan el marco histórico de composición de la primera edición. El Prólogo puede fecharse alrededor del verano de 1849, cuando Alonso obtuvo su título en Medicina, justamente durante el mismo verano en el que el conde de Cheste, el gobernador de la Pezuela 60 desautorizaba los acuerdos de 1844, 1845 y 1846, de la Sociedad Económica de Amigos del País sobre el Colegio Central. Se proyectaba implementar en el Colegio la enseñanza de Física, Química y Matemáticas, de conformidad con el Plan de Estudios de la Península. Estas disciplinas eran impartidas independientemente en Puerto Rico por el Padre Rufo desde 1834, y después por la Sociedad Económica de Amigos del País; a las que concurrió Alonso entre 1841 y 1842 bajo la tutela del Padre Rufo. De ahí que, de conformidad con el propósito del Prólogo, si en la Escena III Alonso también afirma que quiso “encerrar en los límites de un solo artículo un pensamiento de cinco años” (es decir: 1844, cuando el Padre Rufo le propuso a la Sociedad Económica de Amigos del País la fundación del Colegio Central), y en la Escena XIX reimprime unas reflexiones sobre un acuerdo de 1845 —publicadas en El cancionerode 1846—, se infiere, entonces, que las fechas entre 1844, 1846 y el Prólogo de 1849, aclaran y apuntalan el marco histórico de composición de la primera edición. Con estos antecedentes de la década del 1840, y con estas primicias del Álbum y de El cancionero, se fermentaron los temas del costumbrismo, del progreso y de la instrucción, que habrían de prevalecer en el primer Gíbaro de 1849 bajo una misma figura por título que, por antonomasia, conjugaría aquellos temas a manera de frontispicio y de aval pintoresco a la perspectiva criolla del autor. Treinta y tres años después, durante el primer lustro de la década del 1880, cuando Alonso estaba enfrascado en la política liberal y en el periodismo político del país, se vuelve a imprimir El Gíbaro de 1849 con algunas enmiendas en un primer tomo en 1882, que fue de seguido complementado con otro segundo tomo en 1883. Este último incluyó algunos escritos políticos de las décadas del 1860 y del 1870 junto a otros que fueron mayormente redactados entre 1882 y 1883. Este es el segundo Gíbaro de 1883, que también retuvo el mismo título a manera de frontispicio criollo y de aval pintoresco para la perspectiva criolla del autor. Entre 1844 y 1849 Aquellos escritos comprendidos entre 1844 y 1846 incluidos en el Álbum y en El cancionero, y que después pasaron al Gíbaro de 1849, no plantean mucha dificultad para el rastreo de fechas precedentes: todos correlacionan con eventos o con personajes contemporáneos, o bien remiten a circunstancias concurrentes con el contenido de su composición. Aun así, podría especularse sobre la precedencia de otros escritos en cierne desde 1844 o antes, de los que el romance jíbaro de “La fiesta del Utuao” es una muestra: la nitidez léxica y fonética, y la minuciosidad descriptiva y testimonial de los romances jíbaros y de los artículos costumbristas del primer Gíbaro de 1849 podrían favorecer esta conjetura. La frescura inmediata de estas composiciones las aproxima al objeto que describen. De ahí que es posible que éstas vinieran en escorzo desde 1842, antes de que Alonso partiera hacia España, y en concurrencia con las Cartas y las Costumbres que Vassallo y Florés publicaba para entonces en el Boletín. Si bien esta hipótesis viene respaldada por un contexto histórico de composición, la evidencia interna de otros testimonios del primer Gíbaro de 1849 nos permite determinar la fecha de escritura de los mismos. Por ejemplo, desde el Prólogo se reconoce que “hace cerca de siete años”, es decir, los años comprendidos entre 1842 y 1849, “las horas robadas al sueño y al descanso de los estudios”, como se declara más adelante, remiten al tiempo de la escritura. Asimismo, se infiere de estas líneas del Prólogo que el manuscrito estuvo en sus manos hasta el verano de 1849, cuando Alonso se licenciaba en Medicina y Cirugía. Definitivamente, la primavera o el verano de 1849 es el tope y el terminus ad quem para la composición del primer Gíbaro, antes de que Alonso regresara a Puerto Rico y dejara el manuscrito en Barcelona en los talleres de la imprenta de Juan Oliveres. Otros puntales del texto, entre el 24 de febrero y el 28 de junio de 1848, confirman la escritura con la que se pergeñaba su diseño en ese mismo año: Alonso volvería a pronunciarse entonces, como ya antes lo hiciera en el romance dirigido a Vassallo y Florés en El cancionero de 1846, con el seudónimo de El Gíbaro de Caguas, que ahora habría de acaparar, por antonomasia criolla, el título de todo el diseño de la composición. Se trata de una carta “en reserva –escribe– a los suscritores [sic] del Gíbaro” insertada, a su vez, en la Escena II (“El Bando de San Pedro”). La fecha se infiere de una mención a las catástrofes del “mundo civilizado, y si no —añade—; que lo digan los parisienses que hace poco han tenido el inocente desahogo de mandar a la eternidad a más de diez mil de sus hermanos”. Remite a la revolución parisina del 24 de febrero de 1848, que habría de repercutir en Berlín el 18 de marzo de ese mismo año. Esto quiere decir que el terminus a quo para la redacción del Bando podría consignarse a partir de entonces. La otra fecha, el 28 de junio de 1848, instala de nuevo a Alonso un año después de la misma, alrededor del verano de 1849, cuando anotaba el título de la Escena XVI (“Carreras de San Juan y San Pedro”), que había sido publicada anteriormente en El cancionero de 1846. La nota señalaba la efeméride de que: “las fiestas de San Juan y San Pedro se celebraron el año pasado con una animación nunca vista y se dieron premios a los mejores caballos”. La nota, además, fue escrita antes de que el gobernador de la Pezuela suprimiera las carreras en junio de 1849. Las fiestas se habían celebrado un año antes, cuando el gobernador Juan Prim acomodaba su cumpleaños con el Bando anual que circunscribía y regulaba las carreras. Entre el 24 y el 28 de junio de 1848 Gaceta y El Boletín Mercantil reseñaron los premios y los festejos a los que alude Alonso. También Tapia anotaba sobre esta ocasión que: “Prim en esto, más político que Pezuela, había tomado gran parte en la dicha fiesta, la cual estuvo brillante”. 61 Asimismo, una llamada en la Escena IX (“Escritores puertorriqueños”) establece claramente que “esto se escribió en el año de 1849”. Lo mismo que en el Prólogo redactado entonces, los temas de la enseñanza y del rezago de la instrucción en el país abren el ensayo crítico sobre la poesía de Santiago Vidarte. La referencia de la muerte de Vidarte —quien murió en 1848, de conformidad con los testimonios de Neumann (1899, II: 53), de Figueroa ([1888] 1973: 85) y de Fernández Juncos ([1907] 1949: 57)— alinean la escritura de esta Escena con la fecha y el terminus a quo del Prólogo: entre 1848 y 1849. Todas estas fechas insertadas en El Gíbaro de 1849 instalan el diseño temático de su escritura en un contexto histórico de composición, a saber: el de la reforma educativa que lo orienta en el Prólogo; el de la investidura de la perspectiva del autor con un seudónimo criollo como título, y el de la recuperación de la tradición y de las viejas costumbres; es decir: que todos estos temas fueron recuperados en un apretado cerco entre 1848 y 1849 como consecuencia de aquel contexto cultural que los había enmarcado temprano en la década del 1840. El Gíbaro de 1883
A su vez, también las fechas del segundo Gíbaro de 1883 apuntalan el contexto de composición para un diseño temático en el que la política insular, entre 1880 y 1883, volvió a atrapar la atención y la pluma comprometida de Alonso como lo hiciera antes, entre 1865 y 1871, cuando tuvo que exilarse de la Isla. 62 La primera composición del segundo tomo –y su primera alegoría política (“Perico Paciencia”)– fue publicada en 1865 en el periódico liberal El Fomento, y el título de otra (“1833-1883, ¿Perdemos o ganamos?”) cierra el cerco en el que calibró política y costumbres para ambos tomos. El empalme del tema político con el de las costumbres del primer Gíbaro vino inscrito en el segundo con el mismo sintagma: “Atravesamos una época de transición”. Lo emplea en la “Advertencia a los lectores” de 1883 y en el artículo titulado “Partidos políticos”, escrito, muy probablemente, a caballo entre 1882 y 1883. En la “Advertencia”: “Atravesamos una época de transición en la cual lo antiguo va desapareciendo, y lo nuevo viene a reemplazarlo”. En “Partidos políticos”: Para el que escribe sobre las costumbres de la Isla de Puerto Rico es una necesidad decir algo de los partidos políticos que en ella se agitan, porque sin algunas pinceladas referentes a éstos, el cuadro sería incompleto. Atraviesa el país una época de transición, reflejo de lo que ocurre en la madre patria, y que aquí reviste el carácter que le imprimen las circunstancias locales. Las circunstancias locales mencionadas en el artículo venían en transición desde mayo y septiembre de 1880, cuando el Partido Liberal Reformista puertorriqueño mantenía conversaciones con el Partido Liberal Fusionista de Práxedes Mateo Sagasta y con el ministro de Ultramar, Fernando León y Castillo, en las que éstos –como demuestra el celebrado discurso de León y Castillo del 29 de octubre de 1881– se pronunciaban a favor de la asimilación de Puerto Rico a España como provincia en repudio de la colonia y de las “leyes especiales” de 1837 y de 1876. Fue a partir de entonces cuando los liberales puertorriqueños decidieron reorganizarse. También comenzaron entonces las luchas periodísticas en El Agente bajo la dirección de Manuel Fernández Juncos; y a esta época corresponde la convocatoria en dicho periódico para una asamblea del Partido Liberal en septiembre de 1880 en la que se destaca el nombre de Manuel Alonso. También para esta época (noviembre de 1880) Alonso escribió la alegoría política de “Agapito Avellaneda” para El Buscapié, que luego fue incorporada en este segundo Gíbaro de 1883.
Entre 1882 y 1883
Cuando Alonso decide reimprimir el primer Gíbaro de 1849 en un tomo con portada y fecha de 1882, aprovechó la secuencia de eventos políticos y la época de transición para anexar un segundo tomo, con portada, fecha y paginación distintas, en 1883. Este es el segundo Gíbaro, que luego recogió ambos tomos, el de 1882 y el de 1883, cosidos ambos en un solo volumen con una portada distinta; es decir, con otra portada: una tercera portada exterior que recubre los dos tomos, cada uno con portada y paginación distintas, correspondientes a 1882 y 1883. Esta nueva portada estampa la fecha definitiva de 1883. Recubre, además del primer tomo que ya había sido impreso en 1882, el segundo tomo añadido en 1883. Así, el volumen que ya había sido impreso en 1882 se habría de convertir en el primer tomo de una publicación de dos tomos definitivos en 1883. Alonso, aparentemente, sólo pretendía reimprimir en 1882 el primer Gíbaro de 1849 sin otra secuela. Una rúbrica en la portada de esta impresión —la del primer tomo— anunciaba a este propósito que se trataba entonces de una “2ª edición”. Esto corrobora el propósito original, y sus 164 páginas lo confirmarían si un colofón “Fin del Tomo 1º” no implicara ya la secuencia de un tomo segundo. Es decir, que se anuncia la secuela del “Tomo Segundo” que, en efecto, fue después impreso con fecha de 1883 en la portada, y en el que también se inicia una nueva serie de 108 páginas, como si se tratara de una publicación aparte. En el pie de imprenta de la “2ª edición”, con fecha de 1882, ya convertida en portada interior, se estampa: “José González Font, Impresor”. Asimismo, en la nueva portada que cobija ambos tomos cambian las fechas y el local: hubo una transición de la calle “Fortaleza, 33” a “Fortaleza, 27”. Esta mudanza de la imprenta a la librería de González Font empata con la encuadernación de 1883 que cobija ambos tomos, y que es el marco en el que también se consigna la nueva dirección de “Fortaleza, 27”. Asimismo, aunque en la portada de 1882 el pie de imprenta identificaba a González Font como “Impresor”, ahora, en cambio, se consigna que es “Editor”, mientras que en su contraportada se anuncian las obras publicadas que se hallan en el nuevo local de la librería, en la calle Fortaleza, número 27, encabezadas por El Gíbaro, en donde también se aclara, definitivamente, que se trata de “2 tomos, en I [sic] volumen, $1”. Sólo faltaba que González Font, en lugar de “Editor”, hubiera escrito “Librero”. 63 Además de la paginación y de la encuadernación diferente entre ambos tomos, otro indicio del original propósito de que el primero fuese el único, se confirma en la nota a la Escena X (“Los sabios y los locos en mi cuarto”) del primer tomo, que fue añadida en 1882. El párrafo original de 1849 pronosticaba lo que habría de ser el futuro de Alonso en Puerto Rico; es decir: el anticipo de que se convertiría con los años en el alienista más destacado que habría de dirigir el Asilo de Beneficencia. Había escrito en 1849: Desperté […] pero con el sentimiento de que mi sueño no hubiera durado hasta ver lo que decía el de Puerto Rico sobre la Casa de Beneficencia; pues, aunque por conducto tan poco usado, me gustaría saber a qué altura se halla en mi país ese importante ramo de la ciencia administrativa en la escala cuyos dos extremos habían marcado los dos cuerdos locos. En la nota a este párrafo Alonso aclara: “Algo podría decir hoy el autor después de treinta y tres años habiendo sido dos veces director de la Casa a cuyo frente está todavía”. Se confirma, con la nota, el terminus a quo para este segundo tomo, a caballo entre 1882 y 1883, ya que Alonso comenzó a ejercer su profesión a partir de 1849, cuando regresó a Puerto Rico, es decir: hacía treinta y tres años. Se incorporó a la Casa [Asilo] de Beneficencia en 1871 hasta su renuncia en 1874 –en época del gobernador Sanz cuando se suprimía en la Isla todo lo que el liberalismo había logrado en el corto período de la Primera República Española–, y después, a partir de 1879, fue su director hasta su muerte en 1889. El marco para el empate de ambos tomos en un solo volumen se aclara en la “Advertencia” escrita por Alonso en 1883: En el año de 1849 vio la luz pública en Barcelona El Gíbaro, cuadro de costumbres puertorriqueñas que, con una aceptación que yo no esperaba, fue bien recibido en esta Isla. Al escribirlo me propuse pintar la sociedad tal cual existía en el año de 1842, cuando me trasladé a aquella ciudad, teniendo sólo diez y nueve años. Hoy, al cumplir en breve los sesenta, me instan algunas personas para que haga una nueva edición de El Gíbaro y, al complacerlas pienso: que será de su agrado el que en otro tomo les ofrezca alguno que otro bosquejo de las escenas que componen el cuadro de nuestro actual modo de existir, en parte, idéntico al que teníamos hace cuarenta años, en parte también, muy diverso. Alonso nació el 6 de octubre de 1822. Si, en efecto, él redactó esta “Advertencia” en 1883, al cumplir en breve los sesenta (6 de octubre de 1883), como dice, y hace cuarenta años (1842), como declara más adelante, entonces se confirma el margen de esta segunda edición –entre el 19 de julio de 1882 y el 6 de octubre de 1883–, ya que Alonso refiere que al escribirlo me propuse pintar la sociedad tal cual existía en el año de 1842, cuando me trasladé a aquella ciudad, teniendo sólo diez y nueve años. El margen de escritura, entrambas fechas, entre el 19 de julio de 1882 y el 6 de octubre de 1883, se establece a partir de la primera, que corresponde al terminus a quo definitivo para la composición de todo el conjunto del segundo Gíbaro, es decir: que Alonso no pudo remitir a lo acontecido con anterioridad al evento mismo; y se trata de una referencia a la muerte de Alejandro Tapia y Rivera, fallecido ese verano (19 de julio de 1882). Alonso lo conmemora, entre otros compañeros de su generación, al finalizar el segundo tomo en el artículo que cierra, significativamente, como “Algunos recuerdos”. El significado de este último título armoniza con el diseño temático de ambos tomos: los temas de las costumbres criollas, los de las vicisitudes de la instrucción, del progreso y de la política, también fueron reunidos, desde la perspectiva criolla de El Gíbaro de Caguas, como estampas del tiempo para el recuerdo. El recuerdo es su tema implícito y oculto: el del espacio de la separación desde Barcelona entre 1842 y 1849, y el del tiempo a distancia de lo transcurrido hasta 1883. Mientras que la actualidad política se expresa oblicuamente en las alegorías y en los romances de este segundo tomo, 64 en los artículos restantes redactados en ese entorno, ésta vuelve y se asoma a distancia, pero ahora desde la perspectiva del recuerdo y de las costumbres, con la que se recupera el diseño temático del primer tomo. Por ejemplo: “1833-1883, ¿Perdemos o ganamos?”, “El Gíbaro en la Capital”, “Algunos recuerdos”, pero sobre todo, “Partidos políticos”. 65 También aquí la referencia a lo acontecido remite, oblicuamente, a la fecha del presente de su composición. Diríase que la referencia oblicua caracteriza tanto el estilo de aquellos relatos alegóricos, como las fechas de estos últimos en los que el recuerdo desdobla la actualidad. Su empalme indirecto es, justamente, lo que aclara la concurrencia de la actualidad del tema político con el del recuerdo en la encrucijada ambigua de las fechas. Es decir, que cuando Alonso decide reimprimir el primer Gíbaro en 1882, empata, con aquellos recuerdos de “hace cuarenta años”, los más recientes de su compromiso en el periodismo político cuando dirigía El Agente –que era el órgano del Partido Liberal– entre octubre de 1881 y mayo de 1882. Las alegorías, romances y ensayos, del segundo Gíbaro de 1883 se explican en el contexto de ese compromiso; y aquellos dedicados al recuerdo confirman las referencias a esos años. Algunas referencias se dan explícitamente, como la enmienda a una errata en el segundo tomo, impreso, aparentemente, a caballo entre 1882 y 1883. Escribe: En el titulado “1833–1883, ¿Perdemos o ganamos?” hay en la página 31 de este tomo [página 205 en esta edición] un error que es necesario rectificar. Las fiestas que se celebraron en esta ciudad por el [C]onvenio de Vergara que puso término a la primera guerra civil carlista, se verificaron a fines del año 1839 y no en el 41, como equivocadamente se expresa en dicho artículo. Esta enmienda de Alonso confirma que para 1883 ya él tuvo en sus manos la impresión del segundo tomo. Esto es corroborado por el título del artículo (“1833-1883, ¿Perdemos o ganamos?”) que establece como techo de referencia la fecha de 1883. Asimismo, unas líneas más adelante vuelve a corroborarse la fecha del artículo cuando se recuerda que “la abolición de la esclavitud [se había llevado] a cabo hace sólo diez años” ya que la esclavitud fue abolida en 1873, es decir: hace sólo diez años. Otras indicaciones a las fechas que circunvalan el segundo tomo se infieren del contexto de la llamada época de transición que venía dándose desde mayo de 1880 con el resurgimiento del Partido Liberal. Y es, precisamente, el artículo titulado “Partidos políticos” el que nos abre la puerta a la especulación. Señalaba, entre otros, José de Celis Aguilera que: “A fines de 1875 no había señales de Partido […]. En 1880, desorganizado todavía el Partido Liberal-Reformista […] y hasta 1883, ese sistema [la asimilación] fue el único adoptado por el Partido, y más tarde, en ese mismo año, se trató de reorganizarlo con un credo inspirado en el de 1870”. 66 Justamente, entre 1880 y 1883, el compromiso político de Alonso y del Partido con la asimilación tuvieron su mejor oportunidad seguida de su peor crisis que fue, además, el preámbulo de su disolución. Aun cuando, entre febrero y marzo de 1883, Manuel Corchado inició la reorganización del Partido —y Alonso era electo al Comité Central Interino— el asimilismo liberal se encaminaba, después de una encarnizada lucha interna en el Partido, hacia el autonomismo que lo habría de desplazar. Su mejor oportunidad se dio con el enclave liberal a partir de mayo de 1880 con el ministro León y Castillo y con Práxedes Mateo Sagasta, favorecedores ambos de la asimilación. La convocatoria a los electores liberales del 15 de septiembre de 1880 en El Agente firmada por Alonso, José J. Acosta, Julián E. Blanco, Pedro G. Goyco, Antonio Padial y Manuel Fernández Juncos, fue un intento para aprovechar la coyuntura de aquella ocasión. Un año después (29 de octubre de 1881) el discurso de León y Castillo en el que se pronunciaba en las Cortes a favor de la asimilación de Puerto Rico a España como provincia en repudio de la colonia y de las “leyes especiales” de 1837 y de 1876, todavía alentaba la oportunidad de aquel compromiso en época de transición. No obstante, las circunstancias locales acabaron por descarriar el compromiso que todavía se advierte cuando Alonso redacta el segundo Gíbaro de 1883: desde que asumió la dirección de El Agente en octubre de 1881 67 hasta su renuncia en mayo de 1882, se aprieta una cronología de eventos que tenemos que avizorar entre líneas del ensayo “Partidos políticos”, escrito, muy probablemente, entre abril o mayo de 1882 (cuando renunciaba al periódico), y noviembre de 1883 (cuando se adivinaba en la asamblea del Partido Liberal la crisis entre asimilismo y autonomismo que habría de anularlo). En el ensayo Alonso enmarca la somnolencia y el avivamiento del Partido Liberal entre 1875 y 1882: A la calma, siquiera fuese aparente, que reinaba hace algunos años, ha venido a reemplazar el movimiento que trae consigo todo cambio político y social. Un pueblo donde existían la esclavitud, y el gobierno absoluto en toda su mayor pureza, era imposible que sin conmoverse presenciara la abolición de la primera y el establecimiento de un régimen liberal distinto y antagónico del que hubo hasta hace poco. El régimen liberal distinto y antagónico del que hubo hasta hace poco remite al de los gobernadores Eulogio Despujol (1878-1881) y Segundo de la Portilla (1881-1883), en contraste con el del despotismo reiterado del gobernador José Laureano Sanz (1868-1870 y 1875). La iniciativa de reimprimir el primer Gíbaro, y la de complementarlo con un segundo, coincide con los años del compromiso político de Alonso y con la fecha en la que se redacta este ensayo, muy probablemente, antes de abril de 1882, para la época de un régimen liberal distinto; es decir: el del gobernador de la Portilla. Su término parece ser la renuncia de Alonso a la dirección de El Agente el 1 de mayo de 1882, cuando el segundo tomo todavía estaba en composición. La renuncia fue motivada por la desidia del gobernador de la Portilla ante las irregularidades electorales que indujeron a Alonso y a los demás redactores del periódico a declarar “en franquía” los procesos democráticos del país. Por eso es muy improbable que Alonso considerara que, después de las irregularidades en las elecciones de abril de 1882, el gobernador de la Portilla representase el establecimiento de un régimen liberal distinto y antagónico del que hubo hasta hace poco. Lo más probable es que este ensayo haya sido redactado antes de abril de 1882, aunque, claro está, también pudo haber sido redactado después, si el sinsabor provocado por el supuesto régimen liberal distinto del gobernador de la Portilla en las postrimerías de abril de 1882 no representara la retirada del activismo político de Alonso como, en realidad, lo fue a partir de entonces. 68 También, a partir de entonces, y, quizás, desde antes, comienza a resquebrajarse la unidad del Partido Liberal entre asimilistas y autonomistas, como se desprende de las reflexiones con las que se abre y cierra el ensayo: Era natural que, al verificarse cambios tan importantes, se presentaran frente a frente ideas e intereses encontrados, disputándose el triunfo. Esta lucha legal y pacífica es conveniente; más vale la agitación de la fiebre, que la podredumbre del cementerio. Hay, sin embargo, escollos que es preciso salvar: éstos son las pasiones que la polémica política hace intervenir en todo juicio, cuando éste tiene por objeto la defensa de una idea. Mucho más modesto es el propósito del autor de este libro. Limítase a decir algo de lo que esta transformación influye en nuestras costumbres, sin intentar la defensa de opiniones políticas que tiene muy arraigadas; pero que no es éste el momento de exponer. En “Partidos políticos” no sólo se aclaran las fechas del segundo Gíbaro, sino que también se remite, implícitamente, al contexto conflictivo de su composición. Remite, por figura de elisión, a las pasiones que la polémica política hace intervenir en todo juicio, cuando, en efecto, éstas intervinieron en el Partido Liberal entre 1882 y 1884; y fueron ellas, realmente, la referencia elidida de este ensayo: Alonso las delegó, en figura de correlato ausente, a un repaso de los conflictos históricos de la política insular. De nuevo se plantea oblicuamente y a distancia lo que toca muy de cerca, como si se tratara de otra alegoría política, o como si fuera un recuerdo que ya no nos alcanza. Por el contrario, el conflicto alcanzaba muy de cerca a Alonso y a la edición de El Gíbaro, ya que entre los adversarios se batían sus amigos; muy señaladamente, Salvador Brau, quien habría de prologar el volumen con una presentación cuya tardanza aplazó la edición hasta abril de 1884. Abril de 1884
Antonio S. Pedreira glosaba su ejemplar del segundo Gíbaro de 1883 con una pregunta que todavía se abre a la especulación. En una glosa a la presentación de Salvador Brau, titulada “Al que leyere”, con fecha de abril de 1884, se preguntaba: “[¿] Pie de Imp[renta] 1882?”. La perplejidad era razonable. La fecha de la segunda edición es de 1883, mientras que la presentación de Brau es de abril de 1884, y el pie de imprenta del ejemplar que poseía Pedreira –y que se encuentra en la Colección Puertorriqueña en el Recinto de Río Piedras– estampaba: “Puerto-Rico / José González Font, Impresor / Fortaleza 33 / 1882”; sin otra portada u otra fecha que justificara esa cubierta. Creo que Pedreira resolvió su dilema cuando llegó al segundo tomo, que estaba cosido y encuadernado en una misma cubierta con el primero. Aun así, Pedreira los registraba en su Bibliografía Puertorriqueña sin esta distinción sobre la encuadernación, como si se tratara de publicaciones distintas con paginación distinta. Cuando leí por primera vez esta entrada en la Bibliografía pensé, ingenuamente, que se trataba de dos impresiones distintas del mismo contenido, sin distinción substancial entre un primer y un segundo tomo. En su ensayo sobre La actualidad del Jíbaro, sin embargo, Pedreira volvió sobre este asunto y aclaró que hubo un segundo tomo en 1883 “formando con los dos un solo tomo que prologó don Salvador Brau”. 69 Parece ser que ya se había superado la primera perplejidad de la acotación en torno al abril de 1884 de dicho prólogo. También los editores modernos que han encarado este asunto vuelven al prólogo y continúan la especulación. Francisco Manrique Cabrera apunta que “en 1882 se inicia una segunda edición, que al dilatarse a través de 1883 y extenderse aparentemente hasta 1884, en su tirada final, suma Alonso el tomo segundo y antepone unos esclarecedores apuntes titulados ‘Al que leyere’ de nuestro sereno, fino y riguroso Salvador Brau”. 70 Añade en una nota una aclaración imprescindible del profesor Modesto Rivera: “Al señor Brau se le encomendó el prólogo que terminó para 1884. Antes de esta fecha y como parte preliminar de la segunda edición se había hecho una tirada del primer texto […]. Preparado ya el segundo ‘tomo’ se publicó entonces el primer texto más el segundo ‘tomo’ conjuntamente con el prólogo en cuestión como segunda edición de la obra”. 71 Esta aclaración del profesor Rivera parece haber resuelto el asunto. Pero todavía no están claras las fechas ni las explicaciones que se aducen. Sin duda alguna, el prólogo de Brau representa un terminus ad quem y el tope de la segunda edición, en 1884, aunque con esta fecha se estampa una tardanza que deja el trazo de unos eventos por seguirse y sugerirse en la distancia histórica del “Al que leyere”, tal como plantea su título. Tanto Brau, como el editor González Font, tendrían muy presentes los eventos que venían desarrollándose desde los comicios de abril de 1882, cuando ya había sido impreso el primer tomo. Salvador Brau fue su foco ya que, aparentemente, en su juventud no fue tan “sereno” y “fino”, como apuntaba Manrique Cabrera, y, para el abril de dos años después, en 1884, justamente cuando entregaba el prólogo “Al que leyere”, estaba enfrascado en una batalla con el ala del Partido Liberal Reformista al que pertenecía Alonso. Alonso pertenecía al ala del liberalismo asimilista, que era la postura oficial y mayoritaria del Partido desde su fundación, y a la que también pertenecían José Julián Acosta, Julián Blanco, José de Celis Aguilera, Manuel Corchado y muchos otros miembros del Comité Central. Los asimilistas de entonces reclamaban las mismas libertades de las provincias españolas y los mismos derechos que se habían alcanzado en períodos constitucionales y liberales; fueron, asimismo, junto a separatistas y autonomistas, los abolicionistas de las décadas del 60 y del 70 y los que lucharon por establecer una educación superior liberal en la década del 80 cuando entonces se les prohibía a los puertorriqueños. Liberales asimilistas fueron también los periodistas cuyos artículos eran continuamente censurados y sus periódicos clausurados —que esto sí lo compartían con los autonomistas. Como recuerda Tapia: unos y otros eran tachados de separatistas por el régimen y sus incondicionales. 72 Algunos asimilistas, como José Julián Acosta, sin embargo, entendían que el autonomismo era la última versión colonial de unas llamadas “leyes especiales” que venían prometiéndose desde 1837. Por otra parte, en la segunda mitad del siglo XIX también existía el triunfante Partido Conservador, comprometido con un colonialismo inflexible y oportunista que beneficiaba a algunos monopolios de comerciantes en cónclave con algunos hacendados; éste se llamaría después Partido Incondicional, y estampaba con su nombre la atribución que lo vinculaba a la Metrópoli. La confrontación con Brau coincidió con la escisión del Partido Liberal entre asimilistas y autonomistas y contemporizó con algunos importantes artículos políticos de Alonso del segundo tomo. 73 Aunque la crisis venía desde 1882, ésta se agudizó en febrero de 1884 con la separación de los autonomistas de San Juan del Comité Central, apenas unos meses antes de la entrega definitiva del prólogo “Al que leyere”, y empeoró a partir de entonces, provocando renuncias y malos ratos entre septiembre y noviembre de ese mismo año. Alonso había escrito los artículos, entre 1881 y 1882, cuando participaba activamente en la vida política del país desde una perspectiva muy distinta a la de Brau y que éste no comentó en “Al que leyere”; sin duda, para no exacerbar la crisis. Sugiero, por eso, que la crisis se inició en mayo de 1882, cuando Alonso renunció a la dirección de El Agente, que era el órgano de prensa del Partido, para cedérsela entonces a Brau hasta el cierre del periódico por el Tribunal de Imprenta en marzo de 1883. El órgano pasó de inmediato a otro periódico, el Clamor del País, y desde entonces, en el mismo mes de marzo, se desató la pluma editorial de Brau, en disidencia con la mayoría del Partido al que, supuestamente, representaba. Ya Alonso venía alejándose, y las faenas y tensiones con Brau tuvieron que capearlas José Julián Acosta y Julián Blanco, aunque Acosta no aguantó mucho, y renunció en octubre de 1883 y Julián Blanco poco después. Brau tuvo en sus manos la edición de ambos tomos de El Gíbaro, el de 1882 y el de 1883, como se desprende de “Al que leyere”. Por suerte he podido consultar la edición de 1883 de la Biblioteca del Archivo General de Puerto Rico. Este ejemplar conserva la encuadernación de la portada y de la contraportada de 1883 que, aparentemente, ni Pedreira ni los editores modernos tuvieron la oportunidad de consultar. Se comprueba, por ejemplo, que se trata de tres portadas distintas, correspondientes a tres eventos distintos, y que el último de éstos –el de la encuadernación de 1883– corresponde a un frontispicio que cobija a los otros dos. El primero fue la decisión de volver a imprimir en 1882 la edición agotada de Barcelona de 1849. Pero, en realidad, se da un cuarto evento que le corta el paso a este pie de imprenta: el prólogo “Al que leyere” de Brau que, sin duda, tuvo que inquietar a González Font, a pesar de las páginas y de los tipos de imprenta distintos con que se abre la nueva encuadernación. Muy posiblemente, los eventos políticos entre 1882 y 1884 –y entre amigos– salvaron la interpolación de un texto diacrónico de 1884 en una publicación de 1883. El mismo impresor, editor y librero, recordaba años después “las sesiones improvisadas, en el salón de la Librería” y “el gran cariño que recíprocamente se tuvieron” –escribe– refiriéndose, entre otros, a Acosta, Alonso, Brau, Fernández Juncos quienes, para aquellos años, discreparon muy en serio sobre la política del país. Particularmente Brau –continúa González Font: “En sus discusiones era impetuoso, más aún cuando sufría de sus neuralgias; y cuando por aquella época los partidos políticos que había en la Isla, luchaban encarnizadamente […]. Cuando se encontraban eran como atletas cruzando sus aceros […]; no olvidaré aquella célebre discusión que tuvieron sobre autonomía y asimilismo”. 74 La cronología de eventos políticos, entre 1882 y 1884, en los que la impetuosidad de Brau correlaciona, entre otros acontecimientos, con la sonada polémica con Celis Aguilera y su renuncia a la presidencia del Partido, además de las renuncias de Acosta y de Blanco al periódico, apenas delatan la superficie de esta crisis. Las publicaciones de Celis en 1885 (Mi honradez política y la de mis detractores ante el país) y en 1886 (Mi grano de arena para la historia política de Puerto Rico) dejan entrever cuán profunda era la herida en la que el gladiador y “principal redactor” –como dice– había sido Salvador Brau. Sobre Brau y sobre su “pluma trashumante” –ya que llegó a publicar en distintos periódicos– 75 dice Celis: “[E]ncendió en venganzas de personales pasiones la tea de la discordia, diabólico engendro de su desatentado cerebro, que ha proporcionado mucha luz es verdad, pero que por ser tan fuerte, no ha permitido se divisara con exactitud todo lo que había detrás de su foco”. 76 Esta refriega tuvo que alcanzar a Alonso, sobre todo para aquellas fechas en las que se comprometía y escribía sobre partidos políticos. Justamente, en el ensayo titulado “Partidos políticos”, como ya he señalado, y que, probablemente, fue redactado en algún indeterminado momento antes de las elecciones de abril de 1882 y de su renuncia a la dirección de El Agente en mayo de ese mismo año, se plantean argumentos sobre el carácter moral que debería imprimirse en toda contienda política: El partido político que para combatir a su adversario emplee las armas traidoras de la falsedad, la mentira, la difamación y la calumnia; que tenga por guía el odio; que lleve el hambre y la desolación al seno de familias honradas; que espere sus triunfos del dolo y de la fuerza y no de la razón y de la ley; el partido que esto haga alejará de sí a los hombres honrados y nunca logrará otra cosa que causar daños irreparables. Nuestros partidos políticos han cometido errores, hijos unas veces de la inexperiencia, otras de pasiones que despertaban excitadas por intereses particulares, otras, en fin, hijos de los tiempos que atravesábamos. Pero, cuando recordamos la época no lejana en que ardía la guerra civil en casi toda la Península [1872-1876], lo mismo que en Cuba [1868-1878], no podemos olvidar que en aquellos mismos días se llevaba a cabo entre nosotros, con la mayor tranquilidad, la transformación social más importante, el acto más grandioso que consigna nuestra historia, la abolición inmediata de la esclavitud [1873]. Los pueblos que tales hechos llevan a cabo y que tienen una historia tan limpia, podrán no ser habilidosos ni sabios; pero nadie puede negar que son honrados y leales. Justamente, el 12 de abril de 1882, para la época del fraude electoral durante la incumbencia del gobernador de la Portilla, José Pablo Morales –un amigo entrañable de Alonso y el mentor periodístico de Salvador Brau– le entregaba a aquél para su custodia, entre otros escritos, uno titulado “El espíritu de partido”. Escribía que “el hombre de partido nunca se pertenece a sí mismo […]. Desde este punto de vista todos los hombres de partido se parecen, cualquiera que sea su escuela […]. El hombre que entra a un partido hace votos de renunciar a sí mismo, tan rigurosos como los que se imponían los novicios en las órdenes monásticas”. 77 Aunque Alonso asistió a la Asamblea del 13 de noviembre de 1883 que habría de decidir la postura asimilista mayoritaria del Partido Liberal, se trató del último evento en que consta su participación política. Fernández Juncos, Mario Braschi y muy pocos más, se proclamaron abiertamente autonomistas. Brau no asistió. Habría que esperar hasta la Asamblea de Ponce de 1887 –en el “año terrible”de Los Componte– en la que triunfaría, definitivamente, el autonomismo, 78 aunque no el liderado por Baldorioty de Castro, otro amigo inseparable de quienes eran sus adversarios asimilistas: precisamente, Alonso y Acosta. 79 Aparentemente, Brau abrió un resquicio que tenemos que instalar entre las tardanzas de edición del segundo Gíbaro, y, también, en la época de transición que Alonso anotaba en su ensayo sobre los “Partidos políticos”, que es un puntal indispensable para fijar las fechas y el contexto de composición del volumen. 80 Noviembre de 1887 y de 1889 El retiro de Alonso de la vida pública en el segundo lustro de la década del 1880 no se debió únicamente a la transformación del Partido Liberal Reformista en el Partido Autonomista; a la que también se opuso tenazmente José Julián Acosta, entre 1886 y 1887, cuando a los viejos liberales asimilistas de aquel Partido del 1870-1883 –como el mismo Alonso, Celis Aguilera y Manuel Corchado– no les quedó otro remedio que ceder al ideario de las nuevas generaciones (Brau, Fernández Juncos, Mario Braschi, José Ramón Abad), quienes se hicieron portavoces del liberalismo puertorriqueño en el periodismo de El Clamor del País, El Buscapié, El Pueblo y Revista de Puerto Rico. La Librería de González Font ya no anunciaba en la página de anuncios de los periódicos liberales capitalinos (El Clamor y El Buscapié): “El Gíbaro, 2 tomos, en I [sic] volumen, $1”. Se habría agotado. Asimismo, los viejos liberales asimilistas tampoco figuraban en la prensa y se mantenían distantes de las agrias polémicas internasque, de nuevo, el periodismo de Brau atizaba entre los llamados “heterodoxos” (partidarios de Baldorioty) —con quienes se afiliaban el mismo Brau y Fernández Juncos— y los “ortodoxos” (partidarios de Cepeda Toborcías y de Labra) —con quien se afiliaba Mario Braschi. Si bien los “ortodoxos” habían triunfado en la asamblea de Ponce de 1887 con la fórmula de una autonomía económica y administrativa en lugar del vigoroso autonomismo político de tipo canadiense que Baldorioty venía promoviendo desde 1869, la persecución tiránica del gobierno del general Palacio –Los Compontes– en complicidad con la directiva del Partido Incondicional, los alcanzó a todos por igual. Los viejos liberales asimilistas –Acosta, Celis Aguilera, y muchos otros de todos los partidos– intervinieron de inmediato en socorro de sus antiguos contrincantes y movilizaron, dentro y fuera de la Isla, la destitución de Palacio gracias al antiguo amigo y condiscípulo de Alonso –mencionado en el primer Gíbaro–, partícipe de las tertulias literarias en Barcelona, el ministro de Ultramar, Víctor Balaguer, a quien desde que era estudiante llamaban “don Víctor”, y quien, además, se oponía al autonomismo y favorecía la asimilación de Puerto Rico como una provincia española. 81 Corchado había muerto en otro noviembre hacía tres años, y, según el testimonio de Ramón Morales Cabrera: desde este noviembre de 1887, cuando el ministro Balaguer destituyó al general Palacio, “[l]a presencia del doctor Alonso [era] menos asidua [después de Los Compontes en la tertulia de la Botica de Guillermety]. Luego su ausencia [fue] total […]. [Rehuía] la presencia de amigos y parientes. [Buscaba] la soledad, el aislamiento”. 82 Explicaría después Brau que “puede decirse que Alonso había muerto antes de hoy [4 de noviembre de 1889] para el mundo; la última vez que le vimos no pudo reconocernos”. 83 “El constante liberal” –añadiría Brau– de “jovialidad inagotable” y “afable y risueño siempre” cayó víctima de una “terrible enfermedad”. Parece ser, según los testimonios de Morales Cabrera y de Brau, que Alonso padeció progresivamente del deterioro mental del Alzheimer a partir de 1887, independientemente de cuáles hayan sido los eventos políticos durante aquellos años. A propósito de aquellos años del ínterin de la indefinición liberal autonomista –entre la asamblea de Ponce (1887) y la de Mayagüez (1891)– la semblanza del único grabado que se conserva de Alonso glosaba: “[E]ra un verdadero tipo de otra edad. Hoy [10 de junio de 1892], en este torbellino de la vida contemporánea que nos arrastra y marea, un hombre que hace el bien en silencio, que no busca recompensas, pasa sin ser notado. La labor lenta y fructífera del Dr. Alonso nunca será olvidada. Valía mucho como médico. Valía mucho como escritor. Valía más como hombre”. 84 Después de un prolongado olvido, le debemos a la generación del 1930, particularmente a Pedreira, la recuperación del texto de Alonso y de su contexto inaugural. 85 Importa señalar, con aquel olvido, que Tapia, Baldorioty y Alonso, murieron pobres, y que sus familias tuvieron que ser subvencionadas por las suscripciones de amigos y de benefactores —que eran entonces solicitadas en los periódicos. Importa señalar, con el recuerdo de estos hechos, que los miembros de aquella generación no pertenecían a un cenáculo de “letrados” en cónclave ideológico con los “hacendados” autonomistas, como se viene repitiendo. 86 La “ciudad letrada” de entonces (1830-1880) la constituían mayormente los hijos y los nietos de los oficiales liberales doceañistas del Regimiento de Granada que se casaron con puertorriqueñas, 87 como Tapia y Rivera o Vassallo y Cabrera, o aquellos, como el padre de Alonso, que decidieron permanecer para siempre en la Isla: en un viejo caserón demolido frente a la plaza de Caguas, contiguo a la iglesia. Alonso nombró a algunos de sus contemporáneos bajo el encabezamiento de “El Seminario” en el artículo del segundo Gíbaro de 1883 titulado “Algunos recuerdos”. Entre ellos había “letrados”, hijos o nietos de oficiales doceañistas, como Acosta, Asenjo y Tapia. En la sentida esquela que Brau escribió dos días después de la muerte de Alonso en El Clamor del País copió el segmento que sigue de aquel artículo sobre el Seminario: [U]na nueva generación ha venido a reemplazarnos. Hagamos poco ruido, para que la muerte no se aperciba de que quedamos rezagados. La suerte de mis antiguos compañeros ha sido varia: unos han figurado mucho, otros han vivido y muerto en la oscuridad, unos han adquirido bienes de fortuna, otros han seguido o han caído en la pobreza y puedo asegurar de todos: que en ellos se confirma ser una verdad que, en la lotería de la vida, no siempre alcanzan los primeros premios aquéllos que más los merecen. En una glosa a la lotería de la vida y a los primeros premios y merecimientos de aquella generación, Brau recuerda las vicisitudes que Alonso padeció desde que regresó por tercera ocasión a la Isla en 1871: el recién graduado que se había establecido en Caguas en 1849 y que tuvo que huir al ser perseguido en 1866 regresaba en 1871 a dirigir el Asilo de Beneficencia para después tener que renunciar al caer la República en 1874. Los traslados de un lugar a otro (Toa Baja, Cangrejos), entre 1874 y 1877, se aquietan, por fin, al ritmo de los movimientos políticos, cuando se le devuelve la dirección del Asilo de Beneficencia en 1879 con el gobierno liberal del gobernador Despujol. Después, el gobernador de la Portilla –recuerda Brau– le aseguró el puesto de la dirección del Asilo en 1882. Añade: “En la lotería de la vida no le cupo el premio mayor”, aunque en 1882 Alonso había logrado estabilizar su posición y sus perspectivas, como se delata en las actitudes del segundo Gíbaro de 1883. Pero ya, desde el verano de 1882 –cuando renunció a la dirección de El Agente– Alonso se venía retirando de la vida política y pública, con la salvedad de las tertulias en la Farmacia de Guillermety o en la Librería de González Font. Brau recuerda cómo la iniciativa de González Font por reeditar El Gíbaro en ese mismo año —sin ser el premio mayor— sorprendieron a Alonso. Además de su “jovialidad inagotable” y de su “honradez clásica […] honradez plácida, serena, sonriente, un tantillo burlona, si se quiere, aunque rebosando siempre de sinceridad, generosidad y benevolencia”, todos los testimonios confirman su modestia; aquella “modestia casi infantil y ruborosa que le es peculiar” –anotaba Fernández Juncos. 88 Brau recogió la imagen de la lotería de la vida con la que Alonso se había referido a los que han caído en la pobreza como contrapeso a los dones de la amistad con la que recababa en noviembre de 1889 el respaldo económico de los liberales para socorrer a la familia de Alonso. Todavía estaba fresco el recuerdo de la muerte de Baldorioty de Castro y la pobreza en que quedaba su familia apenas un mes antes. 89 Lo mismo había sucedido con la familia de Tapia hacía seis años: por suerte, alrededor de dos mil firmantes de toda la Isla respondieron entonces a la suscripción de los periódicos, y lograron reunirse $6,600 pesos de apoyo a la viuda de Tapia y a sus hijos. Por eso Brau escribía el 5 de noviembre de 1889 en El Clamor, un día después de morir Alonso en su residencia en el Asilo: “Son esos dones [los de la amistad] ineficaces hoy a su familia en una aflicción, tanto más honda y amarga que con el finado pierden los miembros de ella su única fortuna; pero al menos servirán para mover el ánimo de todos los liberales puertorriqueños”. 90 Este testimonio de Brau sobre la muerte de Alonso es el único que se conserva entre los periódicos que circulaban entonces, aunque la mutilación de los ejemplares de El Buscapié de ese mes puede complementarse con la Revista de Puerto Rico –otro periódico liberal que era publicado en Ponce. 91 Una semana después del fallecimiento –el miércoles 13 de noviembre de 1889– la Revista de Puerto Rico declaraba: Leemos en El Buscapié: “Ha fallecido el doctor don Manuel Alonso, escritor ingenioso, liberal convencido y consecuente, carácter firme y entero, y hombre de moralidad y honradez insuperables. Contribuyó mucho al progreso y a la cultura del país, al que profesó siempre un gran cariño, sufrió persecuciones y quebrantos por sus opiniones políticas cuando se consideraba como un delito amar la libertad y tener ideas propias; fue caritativo y filantrópico en el ejercicio de su profesión; prestó importantes servicios a la humanidad como Director del Manicomio y del Asilo de Beneficencia, y ha muerto en la miseria más lamentable. Deja una esposa, una hija, algunos nietos en el mayor desamparo, sin hogar, sin sustento y sin medios de adquirirlos. La Revista de Puerto Rico respaldó de seguido un compromiso de la Diputación Provincial –que El Buscapié anunciaba– en el que se le prometía una pensión mensual de $60 pesos a la familia de Alonso. Asimismo, en una esquela del viernes 31 de enero de 1890 de El Boletín Mercantil aparece una “Suscripción a favor de la familia del finado Dr. don Manuel Alonso” en la que se consigna la suma acumulada de $840.00, y a la que se le añaden muy pocas firmas que ascienden aquella cantidad anterior a un total de $950.00. 92 En resumen: la triste evidencia sobre los últimos días –y sobre todos los días anteriores de sus vidas– de Tapia, de Baldorioty y de Alonso, contradice diametralmente las pretensiones de un supuesto consorcio entre el “poder de la escritura” que se les imputa –el poder de la “ciudad letrada”– con el poder económico de los hacendados y de los autonomistas de fin de siglo. ______________________ *Introducción a El Gíbaro, de Manuel Alonso. Edición Escolar preparada en conjunto por la Academia Puertorriqueña de la Lengua y la Editorial Plaza Mayor.
notas 52 “En la Memoria leída por el Secretario (D. Florentino Gimbernat) de la Junta de Comercio de Puerto Rico en la apertura de sus sesiones, celebrada el 7 de enero de 1838 se exponía entre otras cosas, la necesidad de publicar un periódico instructivo y mercantil, proyecto muy arriesgado que tropezó con serios inconvenientes que fueron al fin vencidos. El proyecto encontraba obstáculos en su camino que llevaban la indecisión a la Junta de Comercio [que] acordó la publicación del periódico bajo sus auspicios, y con la subvención de cincuenta pesos mensuales […]. El primer editorial del Boletín lleva por título La imprenta y los Periódicos [sic]. ‘Hace tiempo —copiamos— que nos animaba el más vivo deseo de ver establecido en nuestra isla un periódico, que a la vez nos sirviese de instrucción, de utilidad y recreo. Una ojeada hacia la madre patria, la Francia, Inglaterra, Alemania, y aun la isla de Cuba, nos llenaba de amargura al comparar su riqueza literaria con nuestra extrema pobreza’ [...]. El mismo título de ‘instructivo y mercantil’ era un salvo conducto. ‘Ojalá —terminaba el primer editorial— que nuestro periódico sea una chispa eléctrica que encienda el noble ardor y excite el entusiasmo de nuestra juventud por las letras!’[…]. [E]s en las primeras páginas de este rotativo donde hay que buscar las primeras manifestaciones de la literatura puertorriqueña” (Pedreira, 1941: 62-64). A partir del destierro de Gimbernat, en el mismo año de 1838 en el que había leído su discurso, Ignacio Guasp editó el periódico hasta el regreso de aquél en 1843, cuando se publicó el Aguinaldo.
53 “La fiesta del Utuao” (Álbum: 126-30).
54 Introducción (Álbum: i-iv); también Conclusión (Álbum: 189-94), firmada esta última por Manuel Alonso. 55 “A los jóvenes colaboradores del Aguinaldo puerto-riqueño” (Aguinaldo: 199-206).
56 Se destaca en particular la que lleva el encabezamiento de “Costumbres” y el título de “El Aguinaldo del Buen Viejo, XI carta a los muchachos grandes”, Boletín Instructivo y Mercantil, 2 de enero de 1841 (número 193), y la “Carta XVII” del 16 de junio de ese mismo año (número 240) en la que el Buen Viejo reseñaba las Carreras de San Juan y San Pedro. Véanse los Anejos I y II. 57 “Excmo. Ayuntamiento de la Capital”, Acuerdos, 1832-1833, folio 78 (Cruz Monclova, 1952, I: 265). La inserción de Alonso en este contexto y su connivencia con Vassallo también podría interpretarse de conformidad con el llamado “paternalismo” que la profesora Faría Cancel (2002) —siguiendo a los profesores Gelpí (1993) y Luis Felipe Díaz (1993)— descubre sutilmente en muchos de los recuerdos y biografías de la escritura de Alonso: “[D]etrás de este conglomerado de relaciones paterno-filiales el palimpsesto que está detrás de la bruñida superficie: junto a la imagen de los padres maestros ilustrados, de los cuales Alonso se presenta como heredero intelectual hay padres que se equivocan: el padre metrópolis negando o permitiendo la educación al hijo-colonia” (Faría Cancel: 23). No obstante, los padres-maestros que Alonso intenta rescatar del olvido (los padres Rufo, Concepción Vázquez, Giménez, entre otros) también fueron, junto a Vassallo, Gimbernat, Carpegna, y la Sociedad Económica de Amigos del País, quienes lucharon sin tregua por la educación en la Isla en la primera mitad del siglo XIX a pesar de la Metrópoli y de los capitanes generales. 58 “Expediente personal de don Rufo”, núm. 12, Sección de la Iglesia de Puerto Rico, legajo 2016, años 1832-55, Archivo Histórico Nacional (Méndez Torres, 1881: 68). 59 También en las escenas I (“Espíritu de provincialismo”), IX (“Escritores puertorriqueños”), XIV (“Un desengaño”), entre otras del primer Gíbaro, se delata el mismo empeño cómplice de insertar los temas de la educación y del atraso insular anticipados en el Prólogo. 60 Don Juan González de la Pezuela, conde de Cheste, sin embargo, fue el promotor de la Real Academia de Buenas Letras de Puerto Rico que, entre 1851 y 1865, sembró frutos considerables para la educación primaria y elemental en la Isla. Alonso fue miembro correspondiente de la Academia, y, además, fue vocal de su Comisión de Instrucción Pública a partir de 1852. El conde de Cheste, general de la Pezuela, también formó parte de la elite romántica peninsular de la primera mitad del siglo XIX: amigo de Espronceda, de Ventura de la Vega y de Eugenio Ochoa entre otros, también fue un celebrado traductor de Dante, de Camoens, de Tasso y de Ariosto. Compuso, entre otras obras, las tragedias Temístocles y Augusto. Véase Madrigal (1988: 196-97, y 125-31). 61 Tapia (1928: 121). “El San Juan de 1848, que estuvo muy animado por la circunstancia de que la población quiso obsequiar al Gobernador Superior […]. En dicho año, no obstante, la misma diversión de las carreras tomó un aspecto que no era el que se conocía […]. [N]o corrían aquellos desbandados por las calles, como era la costumbre, sino que formando cerrado escuadrón llevaron una gran alborada” (Asenjo, [1868] 1971: 36). 62 Según el testimonio de Hostos en su relación de la entrevista que sostuvo junto a Alonso con el general Serrano: “Habló también el señor Alonso de la intención tiránica que envuelve la diferencia entre criollos y peninsulares, la usurpación que éstos intentan de los negocios públicos; de las cartas de Rojas a los alcaldes para que lo vigilaran; del destierro voluntario que esa vigilancia enojosa le obligó a aceptar” (Eugenio María de Hostos, Obras, ed. Camila Henríquez Ureña, La Habana: Casa Las Américas, 62). El énfasis es mío. 63 El segundo tomo, con fecha de 1883, viene encabezado por una segunda portada interior en la que se estampa de nuevo el local de la calle Fortaleza 27. González Font, sin embargo, como ya hiciera en la portada del primer tomo de 1882 vuelve a cualificarse: “Impresor”. 64 Por ejemplo: “Al Sr. D. José Julián Acosta”, “Todo el mundo es Popayán”.
65 El período que Alonso estampa con el título del primer artículo, entre 1833 y 1883, enmarca cronológicamente los temas de los otros artículos mencionados. Este período corresponde al de los egresados del Seminario en las décadas del treinta y del cuarenta —a la primera generación del treinta, en la que se destacan Manuel Alonso, Román Baldorioty de Castro, José de Celis Aguilera, Eleuterio Giménez, Juan Antonio Hernández Arvizu y Alejandro Tapia y Rivera, entre otros: los liberales y abolicionistas de la primera mitad del siglo XIX. 66 Celis Aguilera (1886: XII-XIII). 67 El asesinato del director del Boletín, José Pérez Moris, el 29 de septiembre de 1881 agrió las desavenencias entre liberales y conservadores al punto que sus editoriales llegaron a inculpar al director de El Agente (Manuel Fernández Juncos) de complicidad en la tragedia. 68 La renuncia de Alonso, y sus motivos, fue consignada en el artículo “A nuestros suscriptores”, El Agente, número 51, 2 de mayo de 1882, en el que lamenta el giro imprevisto del gobernador de la Portilla. En artículos anteriores Alonso había celebrado el respaldo del gobernador: “Un acto”, número 126, 22 de octubre de 1881; “A cada uno lo suyo”, número 142, 21 de noviembre de 1881. 69 Pedreira (VII, 1969: 16). 70 Manrique Cabrera-Torres Morales (1949: i).
71 Manrique Cabrera-Torres Morales (1949: xxii). 72 Tapia (1928: 83-84).
73 “Don Felipe”; “1833-1883, ¿Perdemos o ganamos?”; “El sueño de mi compadre”; “Partidos políticos”. 74 González Font (1903: 5-7). También Fernández Juncos remite a una etopeya similar en su prólogo a los Ecos de batalla: ”Es cosa de verle y admirarle cuando se empeña en una de esas discusiones que tan vivamente llaman aquí la atención, hasta el punto de formar época en los anales de nuestro periodismo local. Yérguese entonces nuestro gladiador, que se agiganta con la oposición del contrario […]. Hiere y maltrata a veces a su contrario, sí señor; pero le hiere con armas hermosísimas […]; no le escatima siquiera la elección del sitio ni de las armas, y empieza después el combate con ciertas proporciones y semejanzas de torneo descomunal […]. Tiene Brau dos colaboradores forzosos, a los cuales debe cierta desigualdad de humor que se nota desde hace algún tiempo en sus trabajos periódicos. Uno de ellos es el hígado, y el otro es una terrible neuralgia que tiene sus dominios en la misma frente del poeta batallador […]. A esta disposición de su carácter y a cierta impresionabilidad irritable, producida quizás por los padecimientos citados, debe el tener menos amigos que admiradores, que muchos lo juzguen díscolo cuando no es más que severo, y que haya quien tome por orgullo lo que es conciencia del propio valer” [(Manuel Fernández Juncos, “Salvador Brau”), en Brau (1886: xiii-xvi).
75 Algunos de los artículos de Brau publicados en El Eco de Cabo Rojo, El Agente, El Asimilista, Don Domingo, El Buscapié y El Clamor del País fueron reunidos en 1886 bajo el título de Ecos de batalla. 76 Celis Aguilera (1885: 9). A Celis le acompañaba el prestigio de su integridad y el aura de haber sido perseguido y encarcelado por el régimen, temprano, en 1857, y proscrito diez años después, en 1867: pertenecía entonces, junto a Betances, al Comité Revolucionario de Puerto Rico, en el que se fraguaba desde Nueva York y desde Santo Domingo la revolución de Lares en el contexto de una federación antillana. 77 José Pablo Morales, “El espíritu de partido”, en González Font (1903: 73-74). 78 En lugar de la autonomía política respaldada por Baldorioty, Brau y Fernández Juncos, triunfó el autonomismo económico y administrativo respaldado por Cepeda Toborcías, Labra, y la mayoría de los miembros del nuevo partido. 79 El mismo Brau da testimonio de esta solidaridad, como se demostró en la persecución de los Compontes en 1887: “[P]rueba […] pueden ofrecerla aquellos veteranos del asimilismo, don José Julián Acosta y don José de Celis Aguilera. Fieles a la bandera que simbolizara sus empeños, niéganse a la evolución autonómica, pero cuando los caudillos autonomistas van al Morro y peligra con ellos la vida liberal del país, son Celis Aguilera y Acosta de los primeros en acudir a la defensa, sumándose al clamor de protesta repetido de pueblo en pueblo” ([Salvador Brau, En honor de la prensa, 1901] en Fernández Méndez (1974: 87). 80 Otras composiciones del segundo Gíbaro fueron fechadas por el mismo Alonso en las notas a pie de página: el romance “Al Sr. D. José Julián Acosta” fue publicado en el Almanaque Aguinaldo de 1879, y el romance satírico “Todo el mundo es Popayán” se presenta con una acotación autógrafa, en Madrid, el 12 de septiembre de 1861; se añade en una nota a pie de página que no pudo publicarse en el Aguinaldo de 1862 porque lo impidió la censura. 81 Véase Cruz Monclova (1958: 337-41). “En mi opinión —declaraba don Víctor Balaguer— la autonomía no es más que el vehículo que puede conducir a lo que nosotros no deseamos…; por muchos caminos se puede ir a la separación, pero por el camino de la autonomía las enseñanzas de la Historia me dicen que se va en ferrocarril” ([Diario de las Sesiones de Cortes-Congreso de los Diputados, Legislatura de 1884-85] Cruz Monclova, 1958: 128-29).
82 Rivera (1980: 44). 83 Salvador Brau, “Cosecha de lágrimas”, El Clamor del País, 5 de noviembre de 1889.
84 La Ilustración Puertorriqueña, 10 de junio de 1892.
85 Véase Pedreira (1934: 58-66).
86 Véanse, a este propósito, las interpretaciones de María Elena Rodríguez Castro, Luis Felipe Díaz, Félix Córdova Iturregui, Juan Otero Garabís. Derivan de un equívoco entre la ideología de una llamada clase señorial de hacendados autonomistas (1887-1897) y los liberales abolicionistas que les precedieron; es decir: los liberales asimilistas, autonomistas y separatistas del 1830-1880. Este equívoco fue planteado inicialmente por Ángel Quintero Rivera, José Luis González y Arcadio Díaz Quiñones, como un escorzo sobre las ideologías y sobre las contradicciones que, supuestamente, explican la historia de la lucha de clases puertorriqueñas en el siglo XIX. No obstante, las diferencias entre el autonomismo de Baldorioty (autonomía política) y el que lucubraban con España Labra y Cepeda Toborcías (autonomía económica y administrativa) demuestran, entre otros índices y testimonios, que para los liberales puertorriqueños de la generación del 1830-1880 —asimilistas como Alonso o autonomistas como Baldorioty— la iguala ideológica con los hacendados de Ponce no figuraba en sus conciencias. Véanse, más adelante, las notas de “Al que leyere” de Salvador Brau.
87 Véase Tapia (1928: 100-101). 88 Fernández Juncos (1888: 10-11, 20). 89 Véase Cruz Monclova (1966: 377-86).
90 Brau (1889). Alonso falleció a las nueve de la mañana del 4 de noviembre de 1889, según el certificado de defunción (Rivera, 1980: 44), aunque Brau escribe en esta esquela de El Clamor (“Cosecha de lágrimas”) que había sido el 3 de noviembre. Este desfase puede ser indicio de que hasta los amigos más cercanos a Alonso no estuvieron al tanto ni en contacto con él en sus últimos momentos.
91 Tampoco hay mención alguna del fallecimiento de Alonso en El Boletín Mercantil de noviembre y diciembre de 1889, aunque en ese organismo conservador sí constan las esquelas de defunción de otros liberales que murieron en ese mismo año: Julio de Vizcarrondo y Baldorioty de Castro. 92 Le debo a Fernando Picó la pista sobre esta esquela del Boletín. |