Queridos amigos:

Tal vez algo que nos caracteriza como pueblo es la coña. La traemos en la sangre. Mi novela  Cundo Macao no podía ser inmune a ella. Más allá de que el lector pueda reconocer tanto como protagonista como escenario la ciudad de La Habana, que los retozos de la imaginación no cesen de jugarle toda clase de malas pasadas a la severa memoria, no dejará de toparse con cierta coña. Es inevitable. Ahora que tan en boga están las raíces, que nos agobian escudriñándolas vengan o no al caso, quiero remontarme un poco en el tiempo.

Si el Espejo de Paciencia, de Silvestre de Balboa, escrito a principios del siglo XVII, se considera el inicio de nuestra literatura, se debe, entre otras cosas, a que de punta a cabo es una estupenda coña.Y es que desde fecha muy temprana nuestras poblaciones americanas, no importa su lugar de nacimiento, adquirieron en nuestras tierras rasgos propios, que las diferenciaban. Si se desconcertaron algunos al leerlo, fue porque no comprendieron su ya genuina y esencial cubanía.

 Hora es ya de que hurguemos los múltiples matices de la coña en Cirilo Villaverde, Carlos Loveira, Alejo Carpentier, Nicolás Guillén y Virgilio Piñera. Pienso que es campo de incalculable riqueza, vasto y fértil. En tiempos en que cualquier cosa se estima «un reto», y no hay discurso que no abunde en esa muletilla, sería útil que algún ensayista de esos que se muestran tan inquietos con la famosa identidad nacional, acepte el desafío de atreverse con las numerosas vicisitudes de la coña, variantes que no han alterado su sentido fundamental de coraza y escalpelo frente a condiciones adversas.

En su Indagación del choteo Jorge Mañach procuró analizar la forma que adoptó en las primera décadas del siglo XX. Don Fernando Ortiz le buscó antecedentes en la manera de ser y ciertas ceremonias de los pueblos africanos. No creo, sin embargo, que le encontremos origen ni en el aporte de los esclavos ni en la picaresca española, aunque ambos afluentes la hayan nutrido.

Ya a mediados de la década del treinta del siglo pasado, Miguel de Marcos
le extendía un certificado de defunción a la trompetilla, ese alarde ruidoso y soez, que Raúl Roa llegó a considerar una «arma letal», grosera exaltación de aquel choteo que el propio Mañach consideraba en irremediable senda de extinción en 1955.  Ni la desaparición del choteo ni la de la trompetilla significaron la desaparición  de la coña, sólo su transformación.

Espero que una posible lectura de mi novela "Cundo Macao", aunque no sea la única, aporte leña al siempre crepitante fuego de la coña criolla. Porque la coña fue, es y será siempre un componente básico de nuestra identidad nacional, nuestra manera propia de aguantar a pie firme vientos y aguaceros, de colocar en la picota lo que nos desangra.

No sé si me he extraviado en vericuetos, debía sólo consagrarme a incitarlos a la lectura de la novela en la presentación. Pero alguna digresión suele aportar sal y picante. 

Agradezco a Patricia Gutiérrez y a su Editorial Plaza Mayor haber tomado la iniciativa de un premio que augura importantes contribuciones a nuestra cultura. Les agradezco la bella presentación del libro pese al corto tiempo de que dispusieron para poder traerlo a esta Feria. El resto toca a los lectores.

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