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Palabras de Alejandro Aguilar en la presentación de su novela La desobediencia

No sé si el título presente de mi novela tenga algo que ver con mi inveterada tendencia a saltarme las reglas. Tal vez por el contrario sean las reglas las que se saltan de mí.

Resulta cuando menos irónico que la primera vez que un editor me invita a ir a "otro país" a presentar uno de mis libros ese país sea el mío, y que para colmo no pueda atender la invitación. Han sido mis personales circunstancias las que me lo han impedido y de verdad me duele no estar ahora compartiendo con ustedes.

Debo aclarar que La desobediencia es la misma novela que fue Mención del Premio UNEAC 1997  bajo el titulo original de En el mismo barco y que nunca llegó a ser publicada en Cuba.  El cambio de nombre para esta edición de Plaza Mayor se debió a un hallazgo de último minuto. Justo en la víspera de la entrada de la obra en imprenta, cuando leía la última página  de La balsa perpetua, de Iván de la Nuez, supe que Ediciones Siruela ya había publicado un libro bajo aquel nombre a mediados de los 90 y en un rápido intercambio de mensajes con Patricia, acordamos asumir el cambio de título.

Más allá del sino y lo cansino de tantos tropiezos en mi corta vida de escritor –apenas una década desde que me negué a hacer otra cosa que escribir y colaborar con Marianela Boán, mi compañera en la vida y el arte– hoy me siento jubiloso porque un libro mío pueda llegar a los lectores. Ya antes Paisaje de arcilla y Figuras tendidas habían sufrido extraños tropiezos para recorrer el camino que va de las imprentas a las librerías.

Ahora la oportunidad se viste de lujo porque "La desobediencia" llega a la Feria de La Habana de la mano de muy buenos amigos, personas todas ellas que merecen mi admiración y respeto.

Patricia, por la nobleza, valentía y seriedad de su Colección Cultura Cubana. Amir, por su generosidad y perseverancia como colega desde los primeros días. Y Ramón Alejandro, por el ser humano alucinante que es, artista muy talentoso y buen amigo como muchos hay desperdigados bajo los cielos de Cuba y de los más increíbles espacios y rincones del mundo.

Fue Ramón, mi tocayo diagonal, quien supo hallar en La desobediencia zonas de mi propio pensamiento que yacían ocultas en alguna parte del subconsciente. Nuestra amistad es breve en el tiempo, pero por ahí se había ido tejiendo desde mucho antes con la intervención de la casualidad, que como todos sabemos no existe y la mediación de amigos como Antonio José Ponte y Reyna María Rodríguez, que de alguna manera tendieron los puentes y estuvieron a mi lado desde mis primeros intentos en las letras.

A ellos le estoy agradecido, como a todos los aquí mencionados y a otros muchos que comparten los avalares de este oficio en el que lo más fácil es cansarse de persistir y lo más difícil es ver la obra publicada.

Y por supuesto a ustedes, el público natural de todo escritor cubano, viva donde viva, esté donde esté: mi agradecimiento sin límites. ¡Muchas gracias!

Alejandro Aguilar R.

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