Un tigre perfumado sobre mi huella José M. Fernández Pequeño. Editorial Plaza Mayor, San Juan, (2004) 138 pp. Este libro, como casi todos los que componen la voluminosa Colección Cultura Cubana de la Editorial Plaza Mayor, resulta ser una pequeña joya mal pulida. Lo último viene al caso no porque se trate de un texto mal trabajado --todo lo contrario, la edición es inmaculada-- sino a que les toca a los lectores, en el acto placentero de pasar las páginas, descubrir su brillo inherente. Se trata de una colección de relatos del escritor cubano, exiliado en la República Dominicana, José Fernández Pequeño (Bayamo, 1953) que sirven para pasar las horas de asueto en buena compañía. Todos los cuentos presentan relaciones humanas en plena ebullición, con protagonistas en funciones intelectuales que ven pasar el tiempo descruzando los brazos y lanzándose a las profundidades de los abismos de los otros. La técnica dominante, aprendida de Ernest Hemingway, propone que las historias se cuentan con plena conciencia de transmitir la fuerza de su falsedad; ello enseñando sólo la punta del iceberg que conforma sus complicaciones. Por ejemplo, en “El transcurso de la mañana”, los funcionarios universitarios discuten las políticas pedagógicas correctas y los alumnos en posiciones de liderato estudiantil juegan a la política estatal comprometida. Sin embargo, no mucho se sabe de las causas siniestras que los manejan como marionetas del sistema. Por otro lado, en “Las paredes del infierno”, el narrador acaba de sorprender a su mujer en la cama con otro hombre y procede a reformular sus convicciones. Sale de casa, ensaya nuevas visiones ideológicas y regresa al seno del hogar para enfrentar los monstruos con buena cara. De nuevo, están ausentes los motivos, el escritor se afana en transmitir sólo los bordes. Pero, como si quisiera probar que su pluma no se ajusta a los parámetros profetizados, aparecen otras tácticas en el cuento “A. M.”. Esta descarga, colocada estratégicamente antes del final, contiene un sorprendente experimento barroco en medio de un mar de palabras bien equilibradas. Es un torrente confesional del cubano que se muda a la isla vecina y busca trabajo para empezar de nuevo. A veces trágico, burlón, crítico y otras chistoso hasta detonar las carcajadas, este narrador habla de la transición de un mundo monótono, protegido, a un universo caótico entregado a la cementosa sinrazón caribeña de la velocidad desenfrenada. Fernández Pequeño suma a Periplo santiaguero de Max Henríquez Ureña (1989), Crítica sin retroceso (1994) y Lino Novás Calvo: ocho narraciones policiales (1996) una muestra sólida de lo que es capaz de hacer su imaginación torcida: “Los principios son mentiras cómodas, siempre a la mano para esconder alguna culpa anterior, y antes otra, y por ese camino hasta nunca”, dice el narrador de “Meridianos y paralelas”. No se deje engañar por las portadas bonitas, libros así también valen la pena. ______________ *Reseña publicada originalmente en la revista “Domingo”, de El Nuevo Día, Puerto Rico. |