La obra poética y narrativa de Félix Luis Viera (Santa Clara, 1945), inaugurada editorialmente en 1977 con el poemario Una melodía sin ton ni son bajo la lluvia (Premio David del año anterior), marca una línea ascendente que acumula, hasta el 2003, doce títulos dados a la publicidad. Cinco poemarios, tres colecciones de cuentos, tres novelas y una noveleta publicados –algunos con más de una edición– junto a una novela y un poemario inéditos y un copioso y proteico periodismo cultural, conforman la ya profusa obra de este importante autor cubano.
A la hora de declarar mis preferencias, dentro de la obra de mi casi coetáneo y coterráneo santaclareño, confieso que me quedaría con el poemario Prefiero los que cantan (Ediciones Unión, 1988), los libros de cuentos Las llamas en el cielo (Ediciones Unión, 1983), En el nombre del hijo (Editorial Letras Cubanas, 1983) junto con las novelas Con tu vestido blanco (Ediciones Unión, 1988) y Un ciervo herido (Editorial Plaza Mayor, 2003).
Si bien es cierto que al seguir el gráfico de coordenadas de esa obra podemos apreciar una rica diversidad estilística y un tránsito temático que van desde códigos de reafirmación izquierdista militante (Una melodía sin ton ni son bajo la lluvia, Prefiero los que cantan, Con tu vestido blanco) hasta la polémica novela, casi crónica testimonial (Un ciervo herido), resulta innegable que estamos situados ante un conjunto que, tanto por sus calidades como por la riqueza y desprejuicio con que asume los contextos y los asuntos, se puede considerar representativo de una cubanía raigal y hondamente afincada en la mejor tradición reivindicativa de los anhelos nacionales. La aparición de Un ciervo herido, en virtud de una serie de circunstancias extraliterarias, debió remontar, previa a lo que pudo ser su lanzamiento en la pasada Feria Internacional del Libro de La Habana, una tendenciosa propaganda que la extraía de su dominio, el literario, para situarla en una dimensión política casi disidente, rótulo al que el autor, consciente de su condición profesional, al parecer nunca aspiró. El narrador-protagonista de Un ciervo herido describe, registra, valora, alerta y hasta denuncia un período traumático del duro y difícil acontecer de los años sesenta: las UMAP, y hay que agradecerle, a nombre de la Cultura y de la Historia, el testimonio de una experiencia que, haciendo honor a la honestidad que nos caracteriza, no puede ser borrada de ningún recuento. En los momentos actuales, no resulta tan trascendente reconocer que en algún momento se fue cruel, o extremista, pues ya esas verdades han sido "descongeladas" por la propia literatura que se produce en la Isla y, casi con exceso extremo también, se ha reconocido que el proyecto social y político cubano de aquellos años arrastraba un altísimo plasma intolerante –el estalinismo hacía de las suyas– hacia las otredades que entonces eran identificadas como "rezagos del pasado". La novela no niega que, en deuda con cierto maniqueísmo, todos sus personajes son víctimas o victimarios (buenos-buenos vs. malos-malos). Pero la distancia histórica le permite al narrador la transcripción objetiva –también la subjetividad humana es objetiva– de los hechos, circunstancias y matices situacionales en la azarosa y problémica biografía de Armandito Valdivieso. Una vez leída la novela, se pregunta uno por qué no se habla de sus valores literarios, entre los cuales no tiemblo en suscribir la soberbia caracterización de personajes, como el propio Armandito, su madre –para mí el más atractivo– y Stalin Gómez, toda vez que, cada uno en sus extremos, dadas la pluralidad de matices y la incursión en lo paródico burlesco, se alejan bastante de los aburridos estereotipos que lastran cierta zona de la narrativa cubana que se escribe hoy, tanto fuera como dentro del país. Otro de los valores que no puedo pasar por alto es la fluidez de una prosa que, en los dos planos narrativos utilizados, acusa altos valores y nos facilitan una lectura, si bien no lineal, sí algorítmicamente clara. Allí afloran, con notable y renovado vigor además, el léxico y los giros populares cubanos, valores que ya habían marcado la obra anterior de Viera, sobre todo la novela Con tu vestido blanco. Libros como Un ciervo herido son necesarios, para que un pueblo culto como el nuestro lea, desde la sabia voluntad autorreflexiva que exigen los tiempos, el hilo total de su historia sin volver la cara ante los errores y horrores que en su propio bregar generara a expensas de algunas deformaciones de pensamiento. El devenir histórico se encargará de sentenciar si los ánimos defensivos justificaban esos excesos, o si se marchaba, con "el malo" exacerbado por el dogma, a la zanca de una equivocada idea de pureza cuyo borde más atenazador y filoso se ha identificado siempre con la intolerancia. El pecado de lesa cubanía que podría cometer cualquier autor cubano, no importa dónde radique, estaría en exagerar y manipular los hechos en pos de dividendos monetarios, algo que ocurre con insospechada frecuencia en muchos sitios de las dos orillas. Yo dudo mucho que ese sea el caso de Félix Luis, quien incumplió incluso el compromiso que contrajo con sus editores de asistir al lanzamiento en la Feria de La Habana, tal vez porque comprendió que no debía dejar que convirtieran en show político lo que debió ser un acto netamente cultural. El currículo total de Viera nos muestra a un autor que desde sus primeros textos se preocupó por develar los conflictos del ser humano inmerso en una participación social consciente, unas veces más politizado, otras menos, mayoritariamente en línea con los más acabados ideales de bienestar del cubano del siglo xx. Pongamos en claro, por eso mismo, otras cosas: Viera escribió hermosísimas páginas rompiendo lanzas a favor de los proyectos revolucionarios. Véanse si no sus libros –y perdóneme el lector citar in extenso– Una melodía sin ton ni son bajo la lluvia, Las llamas en el cielo, En el nombre del hijo, Prefiero los que cantan, Con tu vestido blanco y Serás comunista, pero te quiero. El que los durísimos años del Período Especial hayan obligado al escritor a radicarse en México en 1995 –por tiempo indefinido– en aras de una subsistencia propia y familiar que, me consta, se había tornado insosteniblemente angustiosa al no disponer de otros ingresos que los salariales y quedar petrificada en un futuro más que utópico –autor radicado en provincia al fin– la posibilidad que sí disfrutaban otros de viajar, "cargar las pilas" y regresar "reverdecidos", pletóricos de ánimos reafirmativos, no significa que Viera haya renunciado a su condición de cubano preocupado por el destino de sus país y de su gente. Nada de lo anterior ha hecho que él reniegue y haga fila junto a quienes se apresuraron a pronunciar dudosos mea culpa cuando el zapato, antes holgado para ellos, apretara más de lo que podían aguantar. No quiero disgregarme en ejemplificaciones, que todos las conocemos. El caso es que Viera se mantuvo alejado de las filiaciones extremas y de la "moda" anticastrista, tan productiva en los espacios exteriores. Un ciervo herido –analícela bien, lector, pues aunque no se lanzó, sí se vendió en el stand de Plaza Mayor durante la pasada FILH– podría servir para exorcizar aquellos demonios que emparentaron con la muy negativa esquina del extremismo dogmático a la revolución que más ha hecho por los cubanos en su condición de seres humanos merecedores de un rango de dignidad y plenitud nunca antes alcanzados en la aún corta Historia Patria. A mí no me caben dudas de que un día, espero que no muy lejano, cuando los ánimos que nunca debió caldear se aplaquen, tendremos que agradecerle a Félix Luis Viera la entrega del único registro con rango artístico que sobre ese momento de la Historia de nuestro país se ha dado a conocer. Porque no es cerrando los ojos como seguiremos aprendiendo, en este agónico tránsito hacia la totalidad humana, a ser mejores y más generosos, combativos e inteligentes, los cubanos de cualquier rincón del planeta.
_______________ *Publicado en La Jiribilla (115), julio de 2003. Se reproduce con autorización de su autor.
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