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Antonio Álvarez Gil (extremo derecho) recibe
 el premio Ciudad de Badajoz por su novela
 
Naufragios, el 17 de noviembre de 2001.

 

Antonio Álvarez Gil

Narrador y traductor literario.  En 1983 obtuvo el Premio David, otorgado por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) con su libro de cuentos titulado Una muchacha en el andén (Ediciones Unión, La Habana, 1986)

Posteriormente publicó Unos y otros (Ed. Unión, La Habana, 1990), Variaciones sobre un tema de Bulgakov (Ed. La Puerta de Papel, La Habana, 1991), Del tiempo y las cosas (Ed. Unión, La Habana, 1993) y Fin del capítulo ruso, (Ed. Vintén, Montevideo, 1998).

Su novela Las largas horas de la noche (finalista del premio Casa de las Américas 1993 y mención del concurso de la UNEAC) fue publicada en el año 2000 por la editorial de la Universidad de San José, Costa Rica y en 2003 en Plaza Mayor, Puerto Rico. Naufragios (Algaida Editores, Sevilla, 2002) resultó ganadora del V premio de novela Ciudad de Badajoz. En mayo de 2004 obtuvo el LI premio de novela del Ateneo de Valladolid con la obra titulada Delirio nórdico, que será próximamente publicada por Algaida Editores.

Alvarez Gil aparece incluido en  antologías del cuento cubano contemporáneo. Cuentos y artículos suyos han aparecido en publicaciones de España, Italia, Suecia, Estados Unidos y Latinoamérica. Es miembro de la Asociación de Escritores de Suecia.

Desde 1994 reside en Estocolmo.
 

Comentarios a su obra
 

Hiperbólicos y exagerados: así son los cubanos. Al menos los perfilados en Naufragios, la novela que en Estocolmo escribió Álvarez Gil y con la que obtuvo el  Premio de Novela “Ciudad de Badajoz”. Se trata de la vida de una veintena de seres que se resisten a dejar de ser felices. Hombres y mujeres que se inventan mil formas para sobrevivir a las adversidades de eso que se llamó periodo especial, y que entre sus saldos —inmediatos— dejó los apagones y —lamentablemente todavía vivos— la necesidad de emigrar al norte, siempre al norte, aunque cuando el marido lo tenga todo dispuesto, la mujer (Grétel), pronuncie un conmigo no cuentes. Pero la decidida pareja sí que parte. Nada se sabe de él. La mujer guarda luto muy a su manera. La comunidad del pequeño pueblo de la costa norte de Cuba habrá de sobrevivir. Canadienses van y vienen; el signo del dólar en la frente. Siempre correspondidos por la hospitalidad cubana, en esa especie de paladar hostelero en que se convierte la casa de Maricarla. En amistad la hierba con el mar,/ tierra naciente de transparencia/ en transparencia, iluminada, diría esperanzador y epigráfico el poeta (Eliseo Diego). Y el novelista, sin importarle la noche de temporal y nieve...

(Mauricio Flores, Feria Internacional del Libro de Guadalajara)


La prosa de Naufragios comienza con algunos titubeos narrativos que pronto desaparecen. La obra posee un estilo depurado que nos va atrayendo poco a poco hasta que nos atrapa sin remisión. La historia comienza y acaba con sendos naufragios, pero no serán los únicos puesto que sus personajes navegan a la deriva intentando encontrar viento que hinche las velas de sus vidas. La situación por la que atraviesa el país (Cuba) exige a los habitantes poner en juego todo su ingenio para obtener algunos dólares en la economía sumergida. Sin embargo, no es éste un libro que hable sobre política; de hecho, la ideología del régimen cubano no aparece en toda la obra, aunque sí sus consecuencias. Esto hace que Naufragios sea una obra de personajes (bastante buena, por cierto) y no un panfleto político, algo que, sin duda, es de agradecer.

De este modo, Antonio Álvarez Gil radiografía la vida cotidiana de las gentes que viven en San Pedro de los Camarones, una pequeña población situada en la costa norte de Cuba, [con] personajes cargados de realidad que parecen estar muy cercanos al lector, pues Álvarez Gil se ha esforzado por darles la suficiente densidad narrativa como para que esto suceda.

Se trata, pues, de personajes introspectivos, muy bien construidos y que se encuentran sumidos en un mar de dudas, mar que no para de agitarse jamás y que amenaza con hacerles naufragar una y otra vez privándoles de alcanzar la, tan anhelada, felicidad.

La cercanía que siente el lector por ellos se realza, además, con determinados recursos estilísticos que dotan a la historia de colorido y viveza. Así, el uso que se hace de la segunda persona del singular en determinados momentos de la obra identifica al lector con uno de los personajes haciéndole partícipe obligado de la narración.

Podemos decir que la obra tiene protagonista múltiple, pues son varias las figuras que centran la acción, una acción que se impregna en ocasiones de cierto aire picaresco. Otro de los rasgos estilísticos que caracterizan a Naufragios es el ‘monólogo dialógico’ (permítaseme la expresión) que parece tener lugar en la mente de los protagonistas y que permite que podamos adentrarnos en sus miedos, dudas y esperanzas.

El propio Antonio Álvarez Gil señala que a los dos naufragios que enmarcan la narración hay que sumarle un tercero, el de los habitantes de San Pedro que ven cómo sus metas, deseos y anhelos se ven truncados por la cruda realidad cubana. Naufragios es una obra ciertamente interesante que agradará a todo aquél que decida internarse en las páginas de una obra que versa sobre Cuba, la bella.

(Miguel Ángel García Guerra,  para Portal Solidario)

Naufragios es un relato de supervivientes, sobre seres que a pesar de los aciagos tiempos que han azotado su vida en la isla no han renunciado a ser felices, ya sea embarcándose en una lancha rumbo a la panza de los tiburones, ajetreando una vida entre la especulación y el comercio negro en el interior de la isla o agudizando la imaginación para combatir la escasez y la falta de productos. También es un canto de amor a los que lograron naufragar fuera de Cuba y que se hallan desperdigados por el mundo, con el pensamiento puesto en su lejana isla.

(David Hernández, La Opinión digital)

En Las largas horas de la noche el tema de fondo es el amor en lucha con el destino y la moral. Lo que brinda a esta obra un nivel simbólico que trasciende la anécdota y permite las interpretaciones de la condición humana, más allá del tiempo histórico.

Antonio Álvarez Gil es un narrador enjundioso y profundo. Combinación de amenidad y reflexiones existenciales. La relación entre La Niña de Guatemala y José Martí encuentra una dimensión novedosa en esta novela, que ha sido bien recibida por la crítica internacional. No es una novela histórica sino la historia de una tragedia. Una obsesión que se desliza dramáticamente por esas 'largas horas de la noche'.

El verso de Batres Montúfar con que se intitula el libro corresponde muy bien a esta 'delicada historia', como la ha llamado el poeta Cintio Vitier, lector del original que no se había entonces publicado. Vitier tiene sólo un pequeño reparo y se trata de la verosimilitud de una supuesta carta de Martí a María García Granados (la niña de Guatemala). Sin embargo, y sorprendentemente, se ha encontrado ahora en un archivo esa carta de Martí a la García Granados, la cual Álvarez Gil intuyó sin saber que existiera.

La novela no trata de una exaltación convencional del José Martí santón e iconizado. Encontramos un hombre capaz de sentir y pensar en forma desgarrada. Y una Niña de Guatemala que dista de ser la virgen provinciana e ingenua.

(Jaime Barrios Carrillo, en Siglo xxi.com).

Para leer

Lilian Llerena y las largas jornadas donde nació mi novela

Antonio Álvarez Gil

Una tarde de finales de 1985 fui invitado a una reunión en los locales de la TV cubana. El canal 6 tenía la intención de realizar un serial dramático sobre la vida de José Martí, y un colega, familiar de un funcionario, había dado mi nombre  para colaborar en el guión. Ciertamente no éramos muchos los reunidos en la oficina del sexto piso del ICRT.

A la distancia de los años me parece recordar que no sobrepasábamos la media docena. Más tarde supe que incluso algunos de los escritores de plantilla de la TV habían declinado participar. Ahora pienso que quizá ellos, conocedores de las interioridades de la “casa”, intuyeron desde el primer momento que el proyecto no llegaría a realizarse jamás. No sé, en todo caso no se afiliaron, sino que decidieron seguir escribiendo novelas jaboneras y aventuras, de factura menos laboriosa y contenido más sencillo. Para mí, sin embargo, la empresa resultó tan atractiva que inmediatamente levanté la mano para enrolarme en ella.

Cuando nos pidieron que propusiéramos temas, yo me decidí  inmediatamente por la etapa guatemalteca de Martí. Confieso que no me movía tanto el afán de recrear el país que lo había acogido como a un hijo ni los afanes pedagógicos del apóstol, sino más bien la curiosidad que en la mayoría de los cubanos despierta el idilio amoroso de Martí con María García Granados, La Niña de Guatemala del célebre poema homónimo.

Como muchos de mis compatriotas, yo nunca había podido sustraerme a la idea más o menos generalizada de que nuestro Héroe Nacional era una especie de don Juan, impenitente picaflor y poco menos que castigador eterno de cuanta mujer hermosa se cruzaba en su vida.

A medio camino entre el drama y la leyenda, aquella historia de amor frustrado  –muerte incluida del personaje femenino– fue, como todos sabemos, recreada por el mismo Martí en el bello poema a que me he referido más arriba. Así, la versión tomada de los versos y su hálito de tragedia romántica han sido debidamente conservados en la memoria colectiva del pueblo cubano con todo lo que puede haber en ella de fábula o realidad. Y esto, quieras que no, ha contribuido a alimentar la otra leyenda –rayana muchas veces en la más insólita y pueril desfiguración de la esencia del alma martiana–, es decir, la del Martí de verbo eventualmente dirigido a conquistar a tantas cuantas… Decía, pues, que en el momento de enrolarme en aquella aventura, una buena parte de los estímulos que me movían a hacerlo tenían que ver con ese oscuro y equívoco orgullo machista, presente en muchos de mis compatriotas.

Recuerdo que en la reunión del canal 6 nos hicieron saber que una directora de programas venía desde algún tiempo preparándose para dirigir la serie. Trabajaba acompañada por Enrique Molina, el actor elegido para representar a Martí. Nos informaron también que la próxima reunión sería en su casa, es decir, en la casa de la futura directora.

En efecto, a los pocos días me presenté junto a unos pocos colegas en el apartamento de J y 19, en el Vedado, donde vivía una de las personas más inteligentes, dulces y honestas que me ha tocado en suerte conocer. Se trataba de la actriz y realizadora de TV Lilian Llerena, una mujer que hasta hacía pocos años se había distinguido como actriz en teatro y TV. Su exitosa puesta en pantalla de un serial sobre la vida de Lenin había tenido, al parecer, algún vínculo con su designación para aquella responsabilidad artística. Desde todos los puntos de vista, Lilian era una mujer encantadora. En algún momento de mi adolescencia yo había admirado su suave  belleza, si bien entonces carecía de armas para apreciar su talento como actriz.

Aquel día en que la conocí personalmente me sentí feliz. Era cierto que de su antiguo esplendor exterior quedaba apenas el fogonazo azul de sus ojos aún jóvenes y vigorosos, pero el atractivo que por aquel entonces irradiaban éstos tenía que ver ahora mucho más con la belleza intrínseca de su alma.

La mayoría de los cubanos sabe que Lilian Llerena fue la esposa del destacado actor Pedro Rentería y madre de dos actores, Lily y Mauricio. Pero es poco probable que la gente haya conocido de cerca a Lilian, que sepa de la pasión que ponía en las cosas que hacía, ni del inmenso amor que albergaba hacia la vida, la obra y el ejemplo de Martí. Han pasado los años  desde aquel encuentro y aún soy capaz de emocionarme al evocar el calor humano que la rodeaba, el ambiente de perenne creación que habitaba su casa, su familia y el pequeño ejército loco que constituía su equipo de trabajo por entonces.

La casa estaba llena de libros de Martí o sobre Martí. Allí trabajaba diariamente Lilian en compañía de Molina, que ya casi se había metido bajo la piel de nuestro héroe nacional. Molina estaba, como todo entre aquellas paredes, impregnado de la misma pasión que Lilian. Por cierto que, como el actor era de complexión mucho más gruesa que Martí, había tenido que rebajar cerca de 30 libras, para lo cual corría cada mañana varios kilómetros por el paseo de Malecón. Se había, además,  practicado –si no me falla la memoria– tres operaciones de cirugía plástica para ganar en parecido con el personaje que iba a interpretar. Molina era (e imagino que lo sigue siendo) un trabajador incansable que pasaba por entonces horas y más horas con Lilian, dando forma no sólo a su personaje, sino a otros muchos aspectos de lo que sería la futura puesta en pantalla de la vida de Martí.

Aquél fue el ambiente que encontramos a nuestra llegada a la casa de Lilian. Ella había rastreado en las bóvedas de la Biblioteca Nacional, donde al parecer fue tratada con mano generosa por algún jefe que le permitió llevarse a casa una enorme cantidad de literatura relacionada con Martí. Eran en su mayoría libros viejos, publicados muchos de ellos cuando el centenario del natalicio del apóstol. Si aquella casa no era el campamento de un ejército en campaña, se le parecía sobremanera.

Los libreros atestados se alternaban con muebles gastados por el uso, y cuyo lamentable estado evidenciaba que aquel era un hogar de personas dedicadas al trabajo duro y sin demasiados mimos ni momentos de asueto. Creo que –al menos por aquel entonces– los tres integrantes de la familia que quedaban en casa eran un buen ejemplo de lo que significa vivir entregado por entero al cultivo de una profesión que se ama. En fin, mi proyecto de recrear el idilio de La Niña de Guatemala fue acogido con vivo entusiasmo por Lilian.

Ahora pienso que en gran medida esto se debió a que el personaje se avenía en mucho a su forma de ser y a su naturaleza romántica y soñadora. Más de una vez me pareció apreciar que Lilian veía en sí misma, y sobre todo en su propia hija, muchos de los atributos de la muchacha guatemalteca. Mi proyecto contó con su apoyo total; ella lo hizo suyo, lo convirtió en una de sus más queridas (y desgraciadamente nunca realizadas) ilusiones. Sin Lilian yo no habría podido avanzar un párrafo en el compromiso que tan livianamente había adquirido.

Así, pues, me incorporé a aquel equipo que estudiaba a Martí con una meticulosidad y rigor dignos de la obra que realizaba. Siempre dirigidos por Lilian, analizábamos los más herméticos versos del poeta. Al estudiar atentamente las frases escritas por Martí cien años atrás, construíamos lo que debió haber sido su mundo interior, hurgando con insaciable avidez en el ánimo del autor. De tal suerte fuimos descorriendo una a una las capas de su retórica, muchas veces herméticas a primeras lecturas. Y creo que en gran medida llegamos a conocer no sólo la manera de pensar, sino el modo de sentir de nuestro más insigne cubano.

En las habitaciones del apartamento de 19 y J podíamos casi sentir las vibraciones del alma de Martí. Con los días llegamos a identificarnos con su modo de amar y sobre todo, de sufrir –que es quizás lo que mejor supo Martí entre tantas cosas que supo bien. Estudiando sus escritos reconstruimos su alma casi del mismo modo en que los científicos modernos reconstruyen con ayuda del ADN la imagen de seres barridos por el viento de los milenios.

De aquella dolorosa manera de trabajar nos nació el rostro verdadero, íntimo, del hombre que fue Martí. De entre las montañas de frases del brillante pensador emergían las desgarraduras del hombre. Fue así como descendió del monumento y se convirtió en uno más entre nosotros. Martí, tantas veces falseado, constantemente tomado por gentes de todos los bandos como instrumento para las más disímiles campañas políticas, vino, sencillo como era, a nuestra mesa de trabajo.

No es mi propósito polemizar sobre la esencia del pensamiento del Apóstol; mi intención es más bien la de contar cómo y por qué nació esta novela que escribí varios años después de aquel primer encuentro con quien ciertamente la inspiró: la entrañable amiga, la dulce compañera, la inteligentísima mujer que está por ahí por algún lugar entre las páginas, sabiendo que lo está, aunque lamentablemente ausente de la obra terminada. Si algún mérito tiene esta novela, a ella se lo debo. Sin Lilian Llerena y aquellas largas jornadas en que me escapaba del trabajo para ir a parar a su casa, no existiría una sola de las páginas que para bien o para mal hoy puedo proponer al lector. Sin las frugales comidas improvisadas y el café a chorros y los cigarros Populares –que finalmente acabaron con ella; sin la cercana presencia de Lilian y sus hijos, nada de esto habría sido posible.

Recuerdo siempre con mucha emoción el día en que leí en la cocina de la casa la primera versión del guión terminado. En ese tiempo era sólo un guión para una gran serie de TV que nunca llegó a realizarse. Sentados a la pequeña mesa estaban Lilian, Molina y la bella y entrañable Lily, que en algún momento su madre identificó con la María García Granados de mi entonces naciente manuscrito. Aquella tarde resultó bien pagado cualquier esfuerzo hecho o por hacer.

Realmente estas líneas debieron estar dedicadas a Guatemala, al país que Martí escogió en 1877 para continuar su destierro, después del golpe de estado de Porfirio Díaz en el vecino México y la repugnancia del cubano ante la cadena de infamias que allí se verificaban. Confieso que al comenzar a escribir este artículo mi intención era describir el país, la sociedad, hablar del marco histórico, mencionar al general Miguel García Granados –padre de María– y hablar de la familia que tan bondadosamente acogió en su seno a Martí.

Me había propuesto no olvidar a poetas, diarios e instituciones de la república centroamericana. Si alguien ha tenido la paciencia de leer hasta este punto, quizás desee que cuente lo que he dejado de contar. Tal vez lo haga; aunque puede que no sea necesario, que el texto en sí de la novela muestre lo suficiente la época y el trasfondo histórico. Puede ser que algún día también cuente el tortuoso proceso mediante el cual aquel guión se convirtió en novela. Tal vez sea interesante saber por qué, a pesar de las distinciones recibidas en Cuba, aún la obra no se ha difundido en mi país.

Hoy no. Hoy mi pensamiento se ha escapado por los caminos del recuerdo agradecido: he hablado de Lilian Llerena, de su pasión por Martí y su intención de realizar una serie de TV que nunca se llegó a filmar. Tal vez esa continúe siendo hasta mejores tiempos la gran asignatura pendiente de la cinematografía nacional. Me duele que Lilian no haya vivido lo suficiente para leer la versión completa de esta modesta obra que con mucho amor y respeto dedico a su memoria, dondequiera que esté.


Las largas horas de la noche
(Fragmento de la novela)

Naufragios
(Fragmento de la novela)

Delirio nórdico
(Fragmento de la novela)

 
De viva voz


¿Cómo nació su vocación de escritor?

 A través de mi padre, Abelardo Álvarez, que era un hombre con muy poca instrucción pero con una extraordinaria sensibilidad que le permitía hacer unos poemas lindísimos. Era además una gran persona muy querida en el pueblo donde vivía. Por eso creo que lo de escribir lo llevo en la sangre, aunque empecé a hacerlo de mayor, porque antes me gradué de ingeniero químico en Rusia, donde viví durante once años y me casé con una rusa.

¿Y abandonó todo por la literatura?

Sí, empecé a escribir con más de treinta años, aunque sentía que quería hacerlo desde mucho antes. Dejé el trabajo como ingeniero y comencé a hacer guiones y documentales de cine educativo y periodismo. Además, realicé cursos de postgrado de literatura. Luego, mi primer libro de cuentos recibió el Premio David y eso me dio confianza para seguir y me vinculó a las delegaciones provinciales de cultura como asesor literario, que es el sistema de Cuba. Sin embargo, cuando me marché a Suecia retiraron una novela mía de la Feria del Libro de La Habana y ya no puedo publicar en mi país, así que después lo hice en Uruguay, Puerto Rico y Costa Rica, y ahora, en España.

¿Por qué escribe?

Por necesidad de comunicarme y de transmitir sentimientos. Y porque quizá, al leerlo, alguno mejore un poco su planteamiento del mundo.

¿Qué autores le han influido?

Al principio me influyeron los que iba leyendo, como Hemingway. los cuentistas hispanoamericanos, Faulkner, y luego, Vargas Llosa, que me parece extraordinario. También he leído mucho a los rusos del siglo xix, como Tolstoi o Dostoievski. Así, y procurando hacerlo bien, he ido formando mi propio estilo y un lenguaje personal.

¿Qué está haciendo ahora?

Estoy terminando un libro de cuentos en el que aparecen tres mundos, Cuba, Suecia y Rusia, pero también hay un poco de España en un relato que transcurre en el Parque del Retiro.

(María Aurora Viloria, en nortecastilla.es)

 

 

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