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Estoy aquí sentado, esperando. Él no tiene prisa... yo sí. Pero en unos minutos, todo cambiará. Él sentirá su último apremio, pero no podrá hacer nada. Y yo más nunca tendré nada que temer. Más nunca. Porque los muertos no temen nada. Yo estoy aquí, y estoy también allá, en la bañera, dormido, plácidamente dormido, dormido para siempre. Y tan pronto termine, él y yo estaremos juntos, y no habrá motivo para apresurarse. Tendremos todo el tiempo por delante. Él querrá preguntar, pero no podrá. Y si puede, no encontrará respuesta. Porque yo estaré con él, pero también estaré tan lejos de él como si nunca hubiéramos coincidido en el mundo. Lo presiento, dentro de poco él llegará. Subirá al apartamento, abrirá la ventana y comenzará a espiar con sus binoculares. Su mirada pasará una y otra vez por encima de mí, y no me verá. Creerá que es el cazador, pero será la presa. Se tomará un descanso, encenderá un cigarrillo, mirando de vez en cuando hacia acá. Entonces, estará a mi disposición. ¿No me busca acaso? ¿Acaso no ha pasado noches allí, vigilando, fumando, tratando de hallarme, tratando de saber dónde me escondo, cómo es mi rostro, cuál es mi estatura, mi edad, cómo me llamo, de qué recursos dispongo, qué demonios me poseen? Tendrá todas esas respuestas. Todas juntas, en un solo destello, en un solo golpe, en una única iluminación. ¿Tendrá mujer, hijos? ¿Se divertirá revolcándose sobre un cuerpo pegajoso? ¿Gustará de probar la saliva ajena, de meter su lengua en orificios húmedos y fétidos? ¿Le deleitará frotar su piel contra otra piel sudorosa? Pobre hombre. No, pobre no. ¿Por qué pobre? En realidad, es un tipo con suerte. Hoy le haré un enorme favor. Lo redimiré de la suciedad, de ese asqueroso instinto animal de tocar, de hurgar dentro de otro cuerpo. Será libre por fin. Y cuando busquen a su liberador, me encontrarán en casa, libre yo también, más allá de su poder, de su alcance, de la culpa y del perdón. No fallé antes, y no lo haré ahora. Estoy sereno, serenísimo. Mi pulso es rítmico, sin alteraciones. Mi mano no tiembla un ápice. No siento falta de aire, ni hormigueos histéricos. Por el contrario, me invade una serena alegría. Estoy tan relajado que yo mismo me sorprendo. Sólo debo vigilar y esperar a que llegue, y eso será ya pronto, muy pronto. Mirar con atención y esperar con paciencia. Yo tendré mi recompensa y él la suya. Mientras tanto, desde aquí, mirando espero. 

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