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LEONARDO PADURA FUENTES (Cuba, 1955). Licenciado en Filología por la Universidad de La Habana en 1980. Es narrador, periodista, guionista de cine, crítico y ensayista.

Textos suyos han sido publicados en revistas y periódicos como El Caimán Barbudo, La Gaceta de Cuba, Crimen y Castigo, Juventud Rebelde, Revolución y Cultura, Revista Casa de las Américas, Revista Universidad de La Habana, Revista Unión, Revista del Caribe, Enigma, Revista Cuba, Prismas, Sol y Son, El Universal, El Financiero, Uno-más-Uno, Excelsior, Plural y Revista de la Universidad Autónoma de México, y Reforma (México); Magazine Dominical de El Espectador (Bogotá, Colombia), La Voz de Galicia y La Vanguardia, Woman, El Mundo, Le Monde Diplomatique (Francia); Noticias de Arte y Latin Beat (Estados Unidos), Linea d’ombra, La Reppublica (Italia), El País, ABC, El Mundo (España) entre otras. Varios trabajos suyos han sido reproducidos por revistas y periódicos de Chile, Nicaragua, Argentina, Uruguay, Bolivia, Venezuela, etc., a través de la Agencia Prensa Latina. Desde 1995 coordina el suplemento Cultura y Sociedad de la Agencia de prensa IPS, de la cual es colaborador permanente y miembro de su equipo de columnistas.

Entre otros, ha recibido los siguientes premios: Premio Especial Alejo Carpentier por el ensayo Un camino de medio siglo: Carpentier y la narrativa de lo real maravilloso, en 1993; Premio Nacional de Novela "Cirilo Villaverde", de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba 1993, por la obra Vientos de Cuaresma; el Premio Latinoamericano de "Plural", México, en el género ensayo por el trabajo Lo real maravilloso y el realismo mágico: un prólogo, dos estéticas, otro deslinde; el Premio Internacional de Novela "Café Gijón", España, 1995, y Premio Internacional “Dashiell Hammett” de la Asociación Internacional de Escritores Policíacos (a la mejor novela de 1997) por Máscaras; los premios "Dashiell Hammett" de 1998 y Premio de las Islas, en Francia, 2000, por Paisaje de otoño; Premio Internacional de Novela Casa de Teatro 2001, República Dominicana por La novela de mi vida, y el Premio de la América Insular y la Guyana 2002, por la edición francesa de Pasado perfecto; los premios Brigada 21 (Barcelona, España) y Hammett, a la mejor novela policial en español publicada en el 2005 por su obra La neblina del ayer. Ha ganado además el Premio de la Crítica a la edición cubana de Un camino de medio siglo: Carpentier y la narrativa de lo real maravilloso (ensayo) 1994, Pasado perfecto (novela), 1996, Paisaje de otoño (novela) 2000, y La puerta de Alcalá y otras cacerías (cuento) 2001, La novela de mi vida (novela), 2004, La neblina del ayer (2007) y El hombre que amaba a los perros (2010). El hombre que amaba a los perros ha ganado los premios Francesco Guelmi 2010 (Italia) a la mejor novela de investigación histórica, y en Francia el premio de los libreros independientes, el de mejor novela histórica, el Premio Roger Caillois y el Premio Calbert, todos en 2011.

En Cuba le ha sido otorgada la Distinción “Por la cultura nacional”. Y en Italia la Orden y medalla de la Solidaridad, en el grado de Caballero y el Premio “Raymond Chandler” (2009) por la obra de la vida y la Orden de las Artes y las Letras de la República Francesa (2012).

Fue guionista en las películas El viaje más largo (documental), Primer Premio Coral en el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, La Habana, 1988; y Esta es mi alma (documental), 1989, ambos producidos por el Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográficos; también en el filme Una historia de amor (sobre la emigración catalana a Cuba), 1990, producido por Televisión Española S.A., ficción-documental; y en el largometraje documental Yo soy, del son a la salsa, producido por RMM de Nueva York, ganador del primer premio Coral del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano y el Premio Especial del Jurado en el Festival de Cine de San Juan, Puerto Rico. Además ha escrito los guiones de los largometrajes de ficción Malabana (en colaboración con Daniel Chavarría), Hace calor en La Habana (inédito, en colaboración con Alex Fleites y Lucía López Coll) y trabajó como argumentista, guionista y coordinador dramático (junto a Lucía López Coll) en el filme Siete días en La Habana, producido por Morena Films, España, y Full House, Francia.

Ha publicado las siguientes obras (solo se consigna la primera edición): Con la espada y con la pluma (Comentarios al Inca Garcilaso), (ensayo) Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1984; Colón, Carpentier, la mano, el arpa y la sombra (Premio Ensayo "13 de Marzo"), Departamento de Actividades Culturales Universidad de La Habana, 1989; Fiebre de caballos (novela), Editorial Letras Cubanas, 1988, La Habana; Lo real maravilloso: creación y realidad (ensayo), Editorial Letras Cubanas, 1989; El alma en el terreno (entrevistas, en colaboración con Raúl Arce), Editorial Abril, La Habana, 1989; Según pasan los años (cuentos), 1ra. Edición: Letras Cubanas, La Habana, 1989; 2da., edición: Editorial Signos, Montevideo, Uruguay; El cazador (plaquette, cuento), Ediciones Unión, La Habana, 1990; Pasado perfecto (novela), EDUG, Guadalajara, México, 1991 y Ediciones Unión, 1995; Vientos de cuaresma (novela), Ediciones Unión, Colección Premio, La Habana, 1994; Un camino de medio siglo: Carpentier y la narrativa de lo real maravilloso, (ensayo) Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1994, El viaje más largo (reportajes), Ed. Unión, 1994; Máscaras (novela), Tusquets Editores, Barcelona, 1997; Los rostros de la salsa (entrevistas), Ediciones Unión, La Habana, 1997; Paisaje de otoño (novela), Tusquets Editores, Barcelona, 1998; Una isla en la luz (Sentieri di Cuba (periodismo, en colaboración con Alex Fleites), Practique Editore, Italia, 1998; La puerta de Alcalá y otras cacerías (cuento) Editorial Olalla, Madrid, 1998; La cola de la serpiente, novela breve en La Banda dei Cuatro, colección de cuatro novelas junto a los autores Paco Ignacio Taibo II, Rolo Diez y Daniel Chavarría, Tropea Editore, Milano, 2000; Modernidad, postmodernidad y novela policial (ensayo), Ediciones Unión, La Habana, 2000; Adiós, Hemingway (novela), Companhia das Letras, Brasil, 2001; La novela de mi vida (Novela), Edición Premio, Casa de Teatro, Santo Domingo, 2001; Cultura y revolución: conversaciones en La Habana (periodismo, en colaboración con John M. Kirk), Florida Press University, Florida, 2001; Editorial Plaza Mayor, Puerto Rico, 2002; La neblina del ayer (novela), Tusquets Editores, Barcelona, 2005; Entre dos siglos (periodismo), IPS Cuba Ediciones, La Habana, 2006; El hombre que amaba a los perros (novela), Tusquets Editores, Barcelona, 2009; La cola de la serpiente (novela), Tusquets Editores, Barcelona, 2011; La memoria y el olvido (periodismo), Editorial Caminos-IPS Cuba, La Habana, 2011; Las novelas Pasado perfecto, Vientos de cuaresma, Máscaras y Paisaje de otoño forman la tetralogía “Las cuatro estaciones”, protagonizada por el inspector de policía Mario Conde. Además, antologó las siguientes obras: Gas de Nevada (cuentos de Raymond Chandler), Editorial Arte y Literatura, La Habana, 1990; Paloma y otros relatos (cuentos de Carlos Martínez Moreno), Casa de las Américas, La Habana, 1990; El submarino amarillo (Cuentistas cubanos contemporáneos), UNAM, México, 1993.

Obras suyas han sido traducidas a los siguientes idiomas: Inglés, Francés, Alemán, Italiano, Danés, Portugués (Portugal y Brasil), Coreano, Polaco, Ruso, Holandés, Chino, Japonés, Griego, Noruego, Hebreo.

 

Comentarios a su obra

Sobre Máscaras (novela perteneciente a la tetralogía Las cuatro estaciones)

El efecto de las narrativas maestras sobre el individuo es un tema muy evidente a lo largo de Las cuatro estaciones, la reciente tetralogía policiaca del autor cubano Leonardo Padura Fuentes. Cada una de las novelas está dedicada a una estación del año 1989: Pasado perfecto (1991), cuya trama transcurre durante el invierno; Vientos de cuaresma, la cual toma lugar durante la primavera (1994); Máscaras (1995), cuyo argumento transcurre durante el verano, y Paisaje de otoño (1998). En este estudio, quisiera enfocarme principalmente en la más homenajeada de estas novelas, Máscaras, la cual fue premiada con el Premio Café Gijón de 1995. Comenzando con una breve exposición del argumento de Máscaras, destacaremos, primero, cómo y de qué manera el género policíaco se desarrolló como un arma ideológica de la Revolución Cubana durante la época de los años setenta. Habiendo establecido el papel que el discurso detectivesco sirvió en esos años, analizaremos, por medio de las teorías de mímica desarrolladas por Homi Bhabha y del Panóptico elaboradas por Michel Foucault, cómo el personaje principal de Máscaras y de la tetralogía en sí –Mario Conde– desempeña la función del "mimo" (en el sentido de Bhabha) en la tetralogía, la cual ha intentado transformar la antigua novela policial cubana para expresar el sentir de toda una "generación escondida".

Mario Conde, el personaje central de la tetralogía, es un policía con pretensiones literarias quien también es dado a la introspección. Significativamente, la tetralogía concluye cuando Conde renuncia a su trabajo con el propósito de escribir una novela "escuálida y conmovedora", frase que el propio Conde utiliza repetidamente a través de las novelas para describir lo que desea escribir. Como se revela al final de Paisaje de otoño, la última novela de las cuatro obras, Conde desea escribir porque desea preservar la memoria y darle voz a una "generación escondida" cubana (Paisaje 259). Conde comienza a escribir su novela al final de Paisaje de otoño, dándole el título de la primera novela de la tetralogía, Pasado perfecto, otorgándole así un carácter cíclico y autobiográfico a la serie y rebasando los límites estrictamente literarios de la tetralogía. No menos importante es el hecho que Conde comience su novela al despertarse un 10 de octubre –día del aniversario del Grito de Yara, el cual marca el comienzo de la lucha por la independencia de Cuba en 1868– y que en la novela es el día después de las festividades del cumpleaños de Conde. Establecido este vínculo, la tetralogía sella su carácter de alegoría nacional […]

(“La figura del mimo en Máscaras de Leonardo Padura Fuentes”, Manuel Fernández)

Sobre Mario Conde, el detective protagónico de Las cuatro estaciones

[…]

De hecho, este policía, con evidentes rasgos "de los detectives Marlowe, de Raymond Chandler, y Carvalho, de Manuel Vázquez Montalbán [...], [e]s un policía completamente atípico, tanto en la realidad como en la anterior literatura policial cubanas" (Michelena 45), que tiene en 1989, es decir, en las novelas de Las cuatro estaciones, treinta y cinco años, con diez años de trabajo en la Central de Policía de La Habana. Ha sido recientemente suspendido por una bronca con un colega, a pesar de que su admirado jefe, el 'viejo' mayor Antonio Rangel, lo considera el mejor entre sus colaboradores. Lo que más le preocupa al Conde actualmente es, aparte de su calvicie amenazante, la vida de 'lobo solitario' que lleva sin mujer y sus frecuentes resacas. Él siente, aparte del "calor solitario de su casa" (Máscaras13), un miedo y un vacío existenciales que no logran superar y/o llenar ni sus frecuentes recuerdos nostálgicos y melancólicos del pasado, como, por ejemplo, de su querido abuelo 'Rufino el Conde', de su Primera Comunión hace veintiocho años, de las misas dominicales a las cuales su padre lo obligaba ir, de los partidos de fútbol con sus amigos del barrio, del tiempo dorado de los estudios universitarios en la 'Pre', que lamentablemente quedaron inconclusos, de sus serios intentos de convertirse en un 'verdadero escritor' y de la gran frustración cuando las autoridades culturales suspendieron la revista literaria, en la cual había publicado su primer cuento, acusándolo a él y a sus compañeros "de escribir relatos idealistas, poemas evasivos, críticas inadmisibles, [e] historias ajenas a las necesidades actuales del país, [...]" (Máscaras 59). Con razón, su mejor amigo, el Flaco Carlos, herido tan gravemente en África como soldado voluntario de la revolución, que ahora vive prácticamente en una silla de ruedas y ya no es nada flaco, lo llama "un cabrón sufridor, un incorregible recordador, un masoquista por cuenta propia, un hipocondríaco a prueba de golpes y el tipo más difícil de consolar de los que había en el mundo, [...]" (Máscaras 15).

[…]

Resumiendo, podemos constatar que Padura, utilizando a menudo un lenguaje predominantemente coloquial y 'duro', un típico "lenguaje habanero", "un lenguaje altamente desenfadado que se adecua a los diversos entornos por donde transita el relato" (Michelena 49), nos presenta su ciudad natal. Además, recurriendo a expresiones que comprueban su ironía y humor, y presentando como intertextos, por ejemplo, la tragedia griega (cfr. período de Pericles, Edipo y la "hybris" (Máscaras 200), a Homero (cfr. María Antonia, "la de los pies alados") y la Biblia (cfr. el capítulo de la Transfiguración de Jesús), ha evitado, sin duda, como se ha propuesto en 1990, los errores de sus colegas cubanos anteriores a él y ha escrito novelas que él llamaría, sencillamente, buena literatura, creando en el policía Mario Conde "un personaje de validez literaria" (citado en Epple 57) y valiosa complejidad dramática. Al parodiar y, ante todo, polemizar abiertamente (cfr. Bajtin) con la policial cubana anterior, Padura crea impactantes novelas policiales híbridas que merecen un lugar destacado dentro del policial latinoamericano. En ellas asimila -en forma híbrida y paródica (cfr. Bajtin) y bastante pareja- elementos tanto del género policial clásico de enigma (cfr. el crimen misterioso; la investigación realizada por un teniente; la aclaración del caso, es decir, la identificación y el arresto del criminal; la casi total falta de violencia física en los interrogatorios) como del género policial negro (cfr. el lenguaje coloquial 'duro'; la relación del Conde con las mujeres; la fuerte crítica social (de los ricos y poderosos) y política (del Estado cubano) y, ante todo en los últimos textos, del género policial anti-detectivesco (postura crecientemente posmoderna frente a la verdad, la fe y la justicia; un investigador frustrado, jodido y anti-héroe; un discurso a menudo irónico).

(“Leonardo Padura Fuentes y su detective Nostálgico”, Clemens Franken K.).


Sobre La novela de mi vida

Después de cuatro novelas y ocho años contando las negras andanzas del detective Mario Conde -el nombre es pura coincidencia-, Leonardo Padura (La Habana, 1955) ha escrito su novela más ambiciosa. Se titula La novela de mi vida (Tusquets) y narra dos siglos de poesía y masonería en Cuba a través de tres tiempos y miradas: la del exiliado contemporáneo Fernando Terry; la del poeta del xix José María Heredia y la de su hijo, que vivió el inicio del xx.

[…]

Documentada y escrita en casi tres años, la novela desarrolla una exhaustiva investigación histórica sobre la Cuba colonial, la difícil relación de los poetas y escritores con el poder político en estos 200 años, y los caminos secretos de la masonería, a la que perteneció su padre, masón grado 33. 'La novela nació de una iluminación, de una frase que Heredia le escribió a su tío con 19 años y que decía: 'Querría dejar de vivir una vida de novela y vivir una vida propia'. Pero en realidad el libro viene de más atrás, porque mi padre fundó una logia hace 50 años justos, y yo me crié en ese pensamiento, en esa simbología, en esa ética, burguesa pero muy liberal y muy importante para el proceso de independencia y culturización de Hispanoamérica. Mi madre decía que mi padre era un burro y que la masonería lo pulió'.

[…]

(“Leonardo Padura deja la novela negra y narra 200 años de cultura cubana”,  Miguel Mora).

[…]

Para hacer un resumen de nuestras observaciones sobre La Novela de mi Vida, tenemos que volver a su estructura esencialmente binaria. Vía esta organización en dos líneas argumentales principales, Padura ha creado un paralelismo intencional entre las vidas de los dos protagonistas. Además esa estructura le permite al autor ofrecer una imagen de su patria a través de dos siglos. Resulta en una dualidad en la cual cada línea argumental se define haciendo contraste con la otra. Pero simultáneamente, la bipartición se elimina por la aparición significativa de universalismos, a saber la cosmovisión general que domina el universo creado en nuestra novela y cuyo significado ya está anunciado por el título. Se trata de un ideario que engloba las distintas líneas argumentales y que se caracteriza por un trágico determinismo, simbolizado por el tema de la novela. Esto significa que cada uno de los personajes se siente creado y movido por una especie de diosa Fortuna.

Este universo regido por una casualidad despiadada, pasa a cada uno de los personajes, sea ficticio sea histórico, por el mismo aro. Implica un cierto mecanismo humanizante que elimina desigualdades superficiales mostrando cómo al final, tanteando, cada uno busca su camino en la vida. De esta manera, Padura lleva a la escena a personajes que caen y se levantan, que sufren y se mueren. Podemos decir que este proceso conlleva la esencia de la relación entre realidad y ficción en la novela, a saber la desmitificación. Para la construcción del personaje llamado al poeta decimonónico José María Heredia, Padura ha logrado transformar sutilmente hechos puramente históricos en un hombre casi de carne y huesos. El resultado es una cierta igualación entre el personaje heroico y los figuras esencialmente ficticios. Este proceso se refuerza aún por la perspectiva final del poeta, es decir el papel del momento en que escribe su autobiografía. Padura presenta a un Heredia traicionado, sólo, abatido y moribundo. Padura no reproduce el mito sino el ser humano detrás.

Este proceso de desmitificación concuerda a la ambigua denuncia, por medio de comentarios metaficcionales, de lo contrario, es decir de la mitifiación. Esta información metaficcional implica una importante autoconciencia por parte del autor, a saber que Padura es consciente del poder manipulador propio al género novelesco. Sabe que transformar elementos de la realidad efectiva, históricos o contemporáneos, corresponde necesariamente a elevarlos a otro nivel de imaginación y que este proceso que pasa por una interpretación personal por parte del autor puede tener una repercusión importante en la historia. De esta manera surge una forma de interacción entre Padura y el lector, porque el autor apunta a su público los riesgos que él mismo en cierta medida crea en su propia obra. Al final, una desmitificación no es menos manipuladora y personal que su contrario. Señalamos que esta autoconsciencia, que se revela también por la apariencia de la novela como tema mismo en su obra, confirma la importancia de nuestro estudio extenso de la relación entre realidad y ficción.

Finalmente, todos nuestros razonamientos nos conducen hacia lo que para nosotros constituye la esencia de la novela: la humanidad. Es una historia que refleja una pasión por el ser humano, sus pasiones y frustraciones, su poder y su impotencia, su riqueza y su pobreza. También es un himno a Cuba. Pinta su presente y su pasado a través de personajes insignificantes y prestigiosos. Y aunque Padura evita la presencia dominante y explícita de la política, toca esta temática indirectemante tanto más a través de la condición de los personajes. Pero siempre cubierta detrás de una tela de humanidad. Finalmente también es una oda a José María Heredia, el Don Quijote de la libertad. Nuestra novela refleja una admiración sincera que aparece también brevemente al final de su novela posterior La Neblina de Ayer. Al final de esta novela, cuando Conde lee algunos versos del poema Niágara, su gran amor Tamara rompe en lágrimas. Estas lágrimas pueden simbolizar dentro de nuestro estudio de La Novela de mi Vida la esperanza, es decir el poder de la belleza que ayuda, junto con la solidaridad, al ser humano en su búsqueda eterna de cierta forma de felicidad personal. […]

(“Historia, ficción y metaficción en La Novela de mi vida de Leonardo Padura Fuentes” Merel Laethem).

Sobre La novela negra en seis pasos, según Leonardo Padura

El escritor cubano Leonardo Padura desliza su pluma por los entresijos de la novela negra desde hace 20 años. Su hijo literario más conocido, el investigador cubano Mario Conde, protagoniza ya seis obras y va camino de una séptima. "Es un personaje por el que la gente me pregunta como si existiera de verdad, ¿cómo va Mario Conde?, me dicen por la calle", sostiene el escritor. Padura, que ha impartido un curso sobre novela policiaca en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, nos da las que para él son las seis claves del género.

Los clichés saltan por los aires. Mujeres fatales, atmósferas hechas de humo denso y un hombre sentado en el ángulo más oscuro del local, que siempre resuelve el caso pero, indefectiblemente, pierde en lo personal. Son ingredientes afianzados en la tradición del género que Padura aconseja utilizar con una "perspectiva posmoderna". "Yo los utilizo sabiendo que son clichés. Están en mis libros, pero no como una parte fundamental, sino como un guiño al lector; son parte del juego literario".

La novela negra tiene banda sonora. Si el jazz envolvía las cuitas de Santiago Biralbo en El invierno en Lisboa de Antonio Muñoz Molina y el Bernard Gunter de Philip Kerr rumiaba sus preocupaciones a ritmo de tango en los locales más decadentes de Buenos Aires en Esa llama misteriosa, la música no es menos relevante para Padura. "La música es importantísima en la novela policiaca", asegura. En su caso, las historias transcurren en Cuba y allí, explica el autor, "la música es una presencia constante". "Mario Conde tiene una relación nostálgica con la música de los años 60, que a Cuba llegó con retraso. En cinco de las novelas discute con su amigo el flaco sobre qué van a escuchar en un momento determinado, Beatles o Rolling Stones, al final, eligen a la Creedence". […]

(“La novela negra en seis pasos, según Leonardo Padura”,  Elena Hidalgo).

Sobre la novela Adiós, Hemingway

En el jardín de Finca Vigía, la casa museo de Ernest Hemingway (…), cerca de La Habana, han aparecido los restos de un hombre asesinado 40 años antes de dos tiros en el pecho; junto al cadáver, una placa del FBI. ¿Quién le asesinó? ¿Fue Hemingway?

Hace ocho años que Mario Conde dejó la policía. Ahora se dedica a comprar y vender libros viejos y, como siempre, quiere ser escritor. Sus antiguos colegas le piden ayuda, tienen una patata caliente en las manos. ¿Hemingway asesino? Conde se lanza, guiado esta vez por un presentimiento estrictamente literario.

"Hemingway me engañó dos veces. La primera con su biografía heroica que ocultó sus traiciones tan mezquinas y, después, lo más terrible: me transmitió la sensación de que era muy fácil escribir como Hemingway, con aparente sencillez". Tal fue la influencia del autor norteamericano que los primeros textos de Padura, justo al acabar la universidad, eran hemingwayanos. "Mi primer cuento era la historia de un joven herido en alguna guerra y que sabe que va a morir". No tardó en partir peras con Hemingway. "Me cabreó mucho, como dicen ustedes, lo que hizo en la Guerra Civil española, con el traductor Robles, con John Dos Passos... Él no quiso ver que el terror estalinista en España fue tan duro como en Moscú".

La escritura de esta novela le ha reconciliado. "De aquel encabronamiento paso a la comprensión del Hemingway final, el que siente el aliento de la muerte respirándole en la cara, el Hemingway más humano".

Padura, aunque con muchos, muchísimos, elementos reales, convierte a Hemingway en un personaje de ficción. En la novela alterna los capítulos dedicados al escritor con los de la investigación de Conde. Es el retrato de un hombre viejo y cansado, que ya no puede amar, ni cazar, ni beber, ni pelear, ni casi puede escribir. Son los últimos tiempos que pasó en Cuba, en 1958.

(“Padura se reconcilia con Hemingway”,  Rosa Mora).


Sobre la novela El hombre que amaba los perros

Me ha conmovido esta novela más que ninguna otra leída últimamente: por la maestría de su construcción narrativa, la ingente investigación que hay detrás, la enjundia de su prosa, el suspense que logra mantener hasta el final (pese al asesinato anunciado desde la primera página), su análisis de los mecanismos de la implacable represión estalinista, responsable de la muerte de tantos millones de seres humanos, su profunda humanidad... Ilumina muchos aspectos de la Segunda República y la Guerra Civil, y es imposible terminarla sin llegar a la deprimente conclusión, una vez más, de que el ser humano padece una insuperable proclividad al dogmatismo letal (es el caso de Ramón Mercader, el verdugo de Trotsky). Tiene el valor añadido, por lo menos en mi caso, de provocar el intenso deseo de volver ahora al testimonio de los grandes historiadores de la época.


(“Conmovido por el asesinato de León Trotski”,  Ian Gibson).


Sobre el libro La memoria y el olvido

[…]

Un hombre es una ciudad de recuerdos. Los que además los escriben, son como ciudades flotantes sobre los vaivenes de la realidad. La realidad es uno de los tantos nombres de la historia. Unas veces maquillada para salir; otras, vestida de combate, casi siempre, despeinada por las utopías. Y la utopía… ese atormentado refugio de los que se atreven, aunque en ello les vaya su único tesoro: el tiempo.

[…]

Cada vez más, y con mayor astucia, los potentados del miedo y del olvido intentan vendernos su juego. A ritmo de alguna música simplona las calles y las comunidades se agrietan mientras la “sustancia de evocación”: eso que quedará en los números finales del partido, decrece sin misericordia. Y es hora de imanes, de conectar -como magistralmente logra el escritor- lo fenoménico y lo constante: el microbio y el universo.

Padura ha decidido batear con furia la amnesia. Es periodista, y comprende, con Kapuscinsky, que las palabras -que no cambian nada- pueden cambiarlo todo. La Cuba de los últimos años, y la de hoy, destinada irrecusablemente a cambiar o borrarse, le duele en cada idea, en cada letra. Gravitan demasiadas demoras, demasiados borrones, demasiadas distancias.

(“El dolor de la memoria”,  Jesús Arencibia Lorenzo).


Para leer


(Fragmento de la novela Herejes, inédita)

LA HABANA, 2007

–¿Mario Conde?
Apenas le llegó la pregunta del mastodonte con coleta, Conde comenzó a sacar sus cuentas: hacía años no le pegaba los tarros a nadie, sus negocios de libros habían sido todo lo limpios que podían ser los negocios, nada más le debía dinero a Yoyi... y hacía demasiado tiempo había dejado de ser policía para que alguien viniese ahora con una vendetta. Cuando sumó a sus prevenciones la entonación más ilusionada que agresiva de la pregunta, y le agregó la expresión de la cara del hombre, estuvo un poco más seguro de que el desconocido, al menos, no parecía traer intenciones de matarlo o caerle a palos.
–Sí, dígame…
El hombre se había levantado de uno de los sillones viejos y mal pintados que el Conde tenía en el portal de su casa y que, pese a su lamentable estado, el ex policía había encadenado entre sí y luego a una columna, para dificultar la intención de que fuesen cambiados de lugar. En la penumbra, solo quebrada por la luminaria del alumbrado público –el último bombillo colocado por Conde en su portal había sido cambiado a otra lámpara ignota una noche en que, demasiado borracho para pensar en bombillos, había olvidado recogerlo– pudo hacer un primer retrato del desconocido. Se trataba de un hombre alto, unos seis pies, pasados los cuarenta años y también la cifra de kilogramos que le debían corresponder a su estructura. Llevaba el pelo, más bien escaso en la zona frontal, recogido en la nuca en forma de compensatoria coleta, y cuando Conde estuvo más próximo a él y logró distinguir la palidez rosada de la piel y la calidad de la ropa, formalmente casual, pudo estimar que se trataba de alguien procedente de allende los mares. Cualquiera de los siete mares.
–Mucho gusto, Elías Kaminsky –dijo el forastero, trató de sonreír, y extendió la mano derecha hacia el Conde.
Convencido por el calor y la suavidad de aquella manaza envolvente de que no se trataba de un posible agresor, el ex policía había puesto en marcha su herrumbrienta computadora mental para tratar de imaginar la razón de que, casi a medianoche, un extranjero, sin duda desconocido, lo esperara en el oscuro portal de su casa. ¿Tenía razón el Yoyi y allí estaba, frente a él, un buscador de libros raros? Tenía pinta, concluyó y puso cara de desinteresado en cualquier negocio, como le recomendara la sabiduría mercantil del Palomo.
–¿Me dijo que su nombre es…? –Conde trató de empezar a aclararse la mente, por fortuna para él no demasiado enturbiada por el alcohol gracias al shock alimenticio propiciado por la vieja Josefina.
–Elías, Elías Kaminsky… Oiga, disculpe que lo haya esperado aquí… y a esta hora... mire… –el hombre, que se expresaba en un español muy neutro, intentó sonreír, al parecer embarazado por la situación y decidió si lo más inteligente no resultaría poner de inmediato su mejor carta en la mesa–. Yo soy el amigo de su amigo Andrés, el médico, el que vive en Miami...
Con aquellas palabras las tensiones remanentes del Conde cedieron como por ensalmo. Tenía que ser un buscador de libros viejos enviado por su amigo. ¿Yoyi sabía algo y por eso estuvo haciéndose el de los presentimientos?
–Sí, ya, claro, algo me dijo... –mintió Conde, que desde hacía dos o tres meses no tenía comunicación alguna con Andrés.
–Menos mal. Bueno, su amigo le manda recuerdos y… –hurgó en el bolsillo también casual de su camisa (de Guess, logró identificarla Conde)– y le escribió esta carta.
Conde tomó el sobre. Hacía años no recibía una carta de Andrés y sintió impaciencia por leerla. Algún motivo extraordinario debía de haber empujado al amigo para que se hubiese sentado a escribir pues, como tratamiento profiláctico contra las acechanzas arteras de la nostalgia, desde que se radicara en Miami el médico había decidido mantener una relación cautelosa con un pasado demasiado entrañable y, por tanto, pernicioso para la mejor salud del presente. Solo dos veces al año quebraba el silencio y se revolcaba en la morriña: las noches del día del cumpleaños de Carlos y la del 31 de diciembre, cuando llamaba a la casa del Flaco, sabiendo que sus amigos estarían reunidos, tomando rones y facturando pérdidas, incluida la suya, concretada hacía ya veinte años cuando, como advertía el bolero, Andrés se fue para no volver. Aunque sí había dicho adiós.
– Su amigo Andrés trabaja en el hogar geriátrico donde estuvieron mis padres varios años, hasta que murieron –volvió a hablar el hombre cuando vio cómo Conde doblaba el sobre y lo guardaba en su pequeño bolsillo–. Tuvo una relación especial con ellos. Mi madre, que murió hace unos meses…
– Lo siento.
– Gracias… Mi madre era cubana y mi padre polaco, pero vivió en Cuba veinte años, hasta que se fueron en 1958 –algo en la memoria más afectiva de Elías Kaminsky le provocó una leve sonrisa–. Aunque nada más vivió en Cuba esos veinte años, él decía que era judío por su origen, polaco-alemán por sus padres y su nacimiento, legalmente ciudadano norteamericano y, por todo lo demás, cubano. Porque en realidad era más cubano que otra cosa. Del partido de los comedores de frijoles negros y yuca con mojo, decía siempre…
–Entonces era mi colega… ¿Nos sentamos? –Conde indicó los sillones y, con una de sus llaves, abrió el candado que los unía como un matrimonio forzado a la convivencia, y luego procuró darles una posición más favorable para una conversación. La curiosidad por saber la razón de que aquel hombre lo buscase había borrado otra parte del desánimo que lo perseguía desde hacía semanas.
–Gracias –dijo Elías Kaminsky mientras se acomodaba–, pero no voy a molestarlo mucho, mire qué hora es…
–¿Y por qué vino a verme?
Kaminsky sacó una cajetilla de Camels y le ofreció uno a Conde, que lo rechazó con cortesía. Solo en caso de catástrofe nuclear o peligro de muerte se fumaba una de aquellas mierdas perfumadas y dulzonas. Conde, además de su filiación al Partido de los Comedores de Frijoles Negros, era un patriota nicotínico y lo demostró dándole fuego a uno de sus devastadores Criollos, negros, sin filtro.
–Supongo que Andrés le explica en la carta… Yo soy pintor, nací en Miami, y vivo ahora en Nueva York. Mis padres no soportaban el frío, y por eso tuve que dejarlos en Florida. Tenían un departamento en el hogar geriátrico donde conocieron a Andrés. A pesar del origen de ellos, es la primera vez que vengo a Cuba y… mire, la historia es un poco larga. ¿Me aceptaría que lo invitara a desayunar mañana en mi hotel y hablamos del tema? Andrés me dijo que usted era la mejor persona posible para ayudarme a saber algo de una historia relacionada con mis padres… Ah, por supuesto, yo le pagaría por su trabajo, no faltaba más…
Mientras Elías Kaminsky hablaba, Conde sintió cómo todas sus luces de alarma, hasta poco antes atenuadas, se calentaban una a una. Si Andrés se atrevía a enviarle a aquel hombre, que al parecer no buscaba libros raros, alguna razón de peso debía existir. Pero antes de tomarse un café con aquel desconocido, y mucho antes de decirle que no tenía tiempo ni ánimos para involucrarse en su historia, existían cosas que debía saber. Pero... ¿había dicho que le iba a pagar, no? ¿Cuánto? La inopia económica que lo perseguía en los últimos meses asimiló golosa la información. En cualquier caso, lo mejor, como siempre, era empezar por el principio.
–¿Me disculpa si leo la carta?
–Por supuesto. Yo estaría loco por leerla.
Conde sonrió. Abrió la puerta de su casa y lo primero que vio fue a Basura II, acostado en el sofá, justo en el único espacio que dejaban abierto varias pilas de libros. El perro, dormido y displicente, ni movió el rabo cuando Conde encendió la luz y rasgó el sobre.

“Miami, 2 de septiembre de 2007.

“Condenado:

“Falta mucho para la llamada de fin de año, pero esto no podía esperar. Sé por Dulcita, que regresó hace unos días de Cuba, que todos ustedes están bien, con menos pelos y hasta más gordos. El portador NO es mi amigo. CASI lo fueron sus padres, dos viejos superchéveres, sobre todo él, el polaco cubano. Este señor es pintor, vende bastante bien por lo que parece y heredó algunas cosas ($) de los padres. CREO que es buena gente. No como tú o como yo, pero más o menos.

“Lo que te va a pedir es complicado, no creo que ni tú lo puedas resolver, pero haz el intento, porque hasta yo estoy intrigado con esa historia. Además, es de las que te gustan, ya vas a ver.

“Por cierto, le dije que tú cobrabas cien dólares diarios por tu trabajo, más gastos. Eso lo aprendí en una novela de Chandler que me prestaste hace dos cojones de años. En la que había un tipo que hablaba como los personajes de Hemingway, ¿ya sabes cuál es?

 “Todos mis abrazos para TODOS. Sé que la semana que viene es el cumpleaños del Conejo. Felicítalo de mi parte. Elías le lleva además un regalito mío y también unas medicinas que Jose debe tomar.
“Con amor y escualidez, tu hermano de SIEMPRE,

Andrés.”

“P.S. Ah, dile a Elías que no puede dejar de contarte la historia de la foto de Orestes Miñoso…”.

Conde no pudo evitar que los ojos se le humedecieran. Con los cansancios y frustraciones acumuladas, más aquel calor y la humedad del ambiente, a uno se le irritaban los ojos, se mintió sin pudor. En aquella carta, donde apenas decía nada, Andrés lo decía todo, con esos silencios y énfasis suyos, tipográficamente mayúsculos. El hecho de que se acordara del cumpleaños del Conejo varios días antes de la fecha, lo delataba: si no escribía era porque no quería ni podía, pues prefería no correr el riesgo de venirse abajo. Andrés, en la distancia física, estaba todavía demasiado cercano y, al parecer, lo estaría siempre. La tribu a la cual pertenecía desde hacía muchos años era inalienable, PER SAECULUM SECULORUM, con mayúsculas.
Dejó la carta sobre el difunto televisor ruso que no se decidía a tirar a la basura y, sintiendo el peso de la nostalgia añadida con alevosía al de sus frustraciones más desveladas y perseverantes, se dijo que lo mejor para resistir aquella inesperada conversación era sostenerla mojada en alcohol. Fue a la cocina y de la botella del ron perrero que había dejado en reserva, sirvió unas buenas porciones en sendos vasos. Solo entonces tuvo plena conciencia de su situación: ¿aquel hombre le pagaría cien dólares diarios por ayudarlo a saber algo? Casi sintió un vahído. En el mundo destartalado y empobrecido en que Conde vivía, cien dólares era una fortuna. ¿Y si trabajaba cinco días? El vahído se hizo más fuerte y para controlarlo se dio un trago directamente del pico de la botella. Con los vasos en la mano y la mente desbocada de planes económicos regresó al portal.
–¿Se atreve? –le preguntó a Elías Kaminsky extendiéndole el vaso que el otro aceptó susurrando un gracias–. Es ron barato… el que yo tomo.
– No está mal –dijo el forastero luego de probarlo con cautela–. ¿Es haitiano? –preguntó con aires de catador y de inmediato extrajo otro Camel y le dio fuego.
Conde se dio un lingotazo largo y se hizo el que degustaba aquel mofuco devastador.
– Sí, debe ser haitiano… Bueno, si quiere hablamos mañana en su hotel y me cuenta los detalles… –comenzó Conde, tratando de ocultar su ansiedad por saber– pero dígame ahora qué es lo que usted cree que yo puedo ayudarlo a averiguar.
– Ya le dije, es una historia larga. Tiene mucho que ver con la vida de mi padre, Daniel Kaminsky… Para empezar, digamos que busco la pista de un cuadro, según todas las informaciones, un Rembrandt.
Conde no tuvo más remedio que sonreír. ¿Un Rembrandt, en Cuba? Años ha, cuando solía ser policía, la existencia de un Matisse lo había llevado a meterse en una dolorosa historia de pasión y odio. Y el Matisse había resultado ser más falso que el juramento de una puta… o de un policía. Pero la mención de un posible cuadro del maestro holandés era algo demasiado magnético para la curiosidad del Conde, cada vez más acelerada, quizás por la combustión de aquel ron tan horroroso que parecía haitiano y la promesa de un pago contundente.
–Así que un Rembrandt… ¿Cómo es esa historia y qué tiene que ver con su padre? –empujó al extraño y añadió argumentos para convencerlo–. A esta hora aquí casi no hay calor… y me queda el resto de la botella de ron.
Kaminsky vació su trago y le extendió el vaso a Conde.
–Ponga el ron en los gastos…
–Lo que voy a poner es un bombillo en la lámpara. Mejor si nos vemos bien las caras, ¿no cree?
Mientras buscaba el bombillo, una silla sobre la que encaramarse, colocaba el bulbo en el socket y por fin se hacía la luz, Conde estuvo pensando que, en realidad, él no tenía remedio. ¿Por qué coño alentaba a aquel hombre a contarle su relato filial si lo más probable era que no pudiera ayudarlo a encontrar nada? ¿Solo porque si aceptaba le iban a pagar? ¿A eso has llegado, Mario Conde?, se preguntó y prefirió, de momento, no hacer el intento de responderse.
Cuando volvió a su sillón, Elías Kaminsky sacó una fotografía del bolsillo prodigioso de su camisa casual y se la extendió al otro.
–La clave de todo puede ser esta foto.
Se trataba de una copia reciente de una impresión antigua. El sepia original de la fotografía se había tornado gris, y se podían observar los bordes irregulares de la cartulina primigenia. En la estampa se veía una mujer, entre los veinte y los treinta años, ataviada con un vestido oscuro y sentada en una butaca de tela brocada y respaldo alto. Junto a la mujer, un niño, de unos cinco años, de pie, con una mano sobre el regazo de la señora, miraba hacia el objetivo. Por las ropas y los peinados Conde supuso que la imagen había sido tomada entre las décadas de 1920 y 1930. Ya advertido del tema, luego de observar a los personajes, Conde se concentró en un pequeño cuadro colgado tras ellos, por encima de una mesilla donde reposaba un jarrón con flores blancas. El cuadro tendría, tal vez, unos cuarenta por veinticinco centímetros, a juzgar por su relación con la cabeza de la mujer. Conde movió la cartulina, buscando la mejor iluminación para estudiar la figura enmarcada: se trataba del busto de un hombre, con el pelo abierto sobre el cráneo y caído hasta los hombros, y una barba rala y descuidada. Algo indefinible se trasmitía desde aquella imagen, sobre todo desde la mirada entre perdida y melancólica de los ojos del sujeto, y Conde se preguntó si se trataba del retrato de un hombre o de una representación de la figura de Cristo, bastante cercana a alguna que había debido ver en uno o más libros con reproducciones de pinturas de Rembrandt… ¿Un Cristo de Rembrandt en la casa de unos judíos?
–¿Este retrato es de Rembrandt? –preguntó, sin dejar de mirar la foto.
–La mujer es mi abuela, el niño es mi padre. Están en la casa donde vivieron en Cracovia… y la pintura ha sido autentificada como un Rembrandt. Se ve mejor con una lupa…
Del bolsillo casual salió ahora la lupa, con la cual Conde observó la reproducción, mientras preguntaba.
–¿Y qué tiene que ver ese Rembrandt con Cuba?
–Estuvo en Cuba. Luego salió de aquí. Y hace cuatro meses apareció en una casa de subastas de Londres para ser vendido… Salía al mercado con un precio base de cinco millones de dólares, pues más que una obra acabada parece haber sido algo así como un estudio, de los varios que hizo Rembrandt para sus grandes figuras de Cristo cuando estaba trabajando en una de sus versiones de Peregrinos en Emaús, la de 1648. ¿Usted sabe algo de ese tema?
Conde terminó su ron y observó otra vez la cartulina de la foto a través de la lupa, sin poder evitar la pregunta: ¿Cuántos problemas de la vida de Rembrandt –bastante jodida según había leído– se hubieran podido resolver con aquellos cinco millones de dólares?
–Conozco poco… –admitió–. He visto láminas de ese cuadro… Pero si no recuerdo mal en los Peregrinos Cristo mira hacia arriba, ¿no?
–Así es… El caso es que esta cabeza de Cristo parece haber llegado a manos de la familia de mi padre en 1648, todo indica que en Cracovia. Pero mis abuelos, unos judíos que venían huyendo de los nazis, la trajeron a Cuba en 1939… Era como su seguro de vida. Y el cuadro llegó a Cuba. Pero ellos no. Ahora está muy claro que alguien se hizo con él… Y hace unos meses otra persona, tal vez creyendo que había llegado el momento, empezó a tratar de venderlo. Ese vendedor vive en Los Ángeles. Tiene un certificado de autenticación fechado en Berlín, en 1928, y otro de compra, autentificado por un notario,  fechado aquí en La Habana, en 1940,... justo cuando mis abuelos y mi tía ya estaban en un campo de concentración en Holanda. Pero gracias a esta foto, que mi padre conservó toda la vida, yo he detenido la subasta. No le miento si le digo que no me interesa recuperar el cuadro por el valor que pueda tener, aunque no es poca cosa... Lo que sí quiero saber, y por eso estoy aquí, hablando con usted, es qué pasó con ese cuadro y con la persona que lo tenía acá en Cuba. No sé si a estas alturas será posible saber algo, pero quiero intentarlo… y para eso necesito su ayuda.
Conde había dejado de mirar la foto y observaba al recién llegado, atraído por sus palabras. ¿No le interesaban demasiado los cinco millones? Su mente, ya desbocada, había comenzado a buscar rutas para acercarse a aquella historia al parecer extraordinaria que le salía al paso. Pero, en aquel instante, no se le ocurría la menor idea: solo que necesitaba saber más.
–¿Y qué le contó su padre sobre la llegada de ese cuadro a Cuba?
–Sobre eso no me contó nada porque lo único que sabía era que sus padres lo traían en el Saint Louis.
-¿El barco famoso que llegó a La Habana cargado de judíos?
-Ese mismo… Sobre el cuadro, mi padre me habló mucho. Sobre la persona que lo tenía acá en Cuba, menos…
Conde sonrió. ¿El cansancio, el ron y su mal ánimo lo volvían más bruto o se trataba de su estado natural?
–La verdad, no entiendo muy bien… o no entiendo nada… –admitió mientras le devolvía la lupa a su interlocutor.
–Lo que quiero es que me ayude a buscar la verdad, para yo también poder entender… Mire, ahora mismo estoy agotado, y quisiera tener la mente clara para hablarle de esta historia. Pero para convencerlo de que me escuche mañana, si es que podemos vernos mañana, nada más quiero confiarle algo… Mis padres salieron de Cuba en 1958. No en el 59, ni en el 60, cuando se fueron de aquí casi todos los judíos y la gente que tenía plata, huyendo de lo que ellos sabían que sería un gobierno comunista. Estoy seguro de que esa salida de mis padres en 1958, que fue bastante precipitada, está muy relacionada con este cuadro de Rembrandt. Y desde que el cuadro volvió a aparecer para la subasta, más que creer, estoy convencido de que esa relación de mi padre con el cuadro y su salida de Cuba en 1958 tienen una conexión que puede haber sido muy complicada…
–¿Por qué muy complicada? –preguntó Conde, ya persuadido de su anemia mental.
–Porque si pasó lo que pienso que pasó, quizás mi padre hizo algo muy grave.
Conde se sintió a punto de explotar. El tal Elías Kaminsky o era el peor contador de historias que jamás hubiese existido o era un comemierda con título y diploma. A pesar de su pintura, sus cien dólares diarios y su ropa casual.
–¿Me va a decir por fin qué fue lo que pasó y la verdad que le preocupa?
El mastodonte recuperó su vaso y bebió el fondo del ron servido por Conde. Miró a su interlocutor y al fin dijo:
–Es que no es fácil decir que uno piensa que su padre, al que siempre vio como eso, como un padre… puede haberle cortado el cuello a un hombre.


De viva voz


En Mantilla soy el hijo de Nardo Padura, afirma el escritor más leído en Cuba en los últimos años
(Entrevista inédita realizada a Leonardo Padura, por Jorge Luis Rodríguez Reyes)

Afincado a un costado de la bulliciosa Ciudad de la Habana, en el barrio de Mantilla, Leonardo Padura trama sus novelas y textos críticos con tal destreza que mantiene en vilo a media Cuba y a millares de lectores fuera de la isla.

En contraste con muchos de los libros de literatura cubana publicados últimamente, los suyos solo se encuentran a precios exorbitantes en manos particulares, porque apenas duran una semana en librerías, y eso para no decir un día: aún se recuerda la infinita cola en la Feria de la Cabaña para comprar su novela El hombre que amaba los perros y sospecho que será igual cuando Herejes llegue al ámbito cubano.

Sin dudas Leonardo Padura es el escritor cubano más leído en Cuba, posiblemente el más idolatrado por los lectores, y -me atrevo a decir- un clásico vivo: esto último lo espanta y niega.

Conversar con Leonardo Padura viene completar las lecturas de sus textos porque detrás de cada palabra de sus obras está el hijo de Nardo Padura, está el escritor del pequeño poblado de Mantilla, que “no se cree cosas”, y al cual la literatura cubana le tendrá reservado el lugar que se merece y sospecho que no será muy pequeño.

Para muchos es el único escritor cubano residente en la isla que ha podido mantenerse en esa maquinaria llamada mercado sin hacer demasiadas y lacerantes concesiones a intereses extraliterarios. ¿A qué cree se debe tal situación?

El mercado es un misterio que no voy a tratar de descifrar, pero que tampoco tiene sentido ni satanizar ni ponderar: digamos que es un mal necesario, diría que indispensable en la promoción y comercialización del autor contemporáneo.
En mi caso, el hecho de poder publicar en una editorial importante en España, de tener editores en otras 19 lenguas, es una realidad que me satisface pero que no trato de explicarme. De lo que sí sé algo es de mi trabajo y sobre eso puedo hablar.

Siempre he dicho que cada una de las novelas que he escrito, desde Fiebre de caballos hasta Herejes, que está todavía en proceso, han sido y son la mejor novela que he sido capaz de escribir en su momento. Cada una de ellas ha contado con mi mejor esfuerzo, le he dedicado el tiempo que me ha parecido necesario, sin prisas por volver a publicar. Cada una de ella está escrita con toda mi capacidad, cuidado, espíritu obsesivo, revisadas y vueltas a revisar, reescritas y vueltas a reescribir, incluso con la ayuda de juicios de varios lectores en los que tengo gran confianza. En todas me he impuesto retos literarios y conceptuales y cada una de ellas trata de hurgar en una realidad y de dar una visión crítica de ella, en el más amplio sentido del término.

Por otra parte, he tratado de escribir con la mayor libertad posible y dar la imagen y visión de Cuba que siento y padezco, sin edulcorar ni exagerar, sin pretender complacer a nadie. A nadie. Al mismo tiempo, he procurado que ese visión de mi realidad no sea localista, sino que establezca vínculos con lo universal humano, unas veces por la historia que cuento, otras por los personajes y sus actitudes.

Suma a eso que no escribo pensando en el mercado, pues hacerlo me parece una tontería y, además, no sabría hacerlo, no tengo esa capacidad. Escribo pensando en lectores, incluso, sobre todo en los lectores cubanos que son entes totalmente ajenos al mercado por las razones que conocemos.

Quizás la combinación de todos esos esfuerzos, más el hecho de haber podido entrar en el catálogo de una editorial como Tusquets sin haberle tocado la puerta (fue su directora, Beatriz de Moura, quién me llamó a mi casa un día memorable de 1996), que me ha dado su mejor apoyo y parte de su prestigio literario, hayan influido en que tenga esa presencia en el mercado. Incluso, he practicado una fidelidad a ese apoyo que es algo casi demodé, pues no he pretendido, cuando ha sido posible, presentarme a alguno de los grandes premios españoles que, quizás, hubiera podido ganar y hacerme más famoso y ganar bastante plata…

En fin, que hago mi trabajo con la mayor responsabilidad y el resto, si viene, mejor. Y por suerte para mí ha venido en las proporciones justas: el mercado me permite vivir de mi literatura y para mi literatura, algo que es un privilegio que aprovecho literariamente: dedicándome por completo a mi obra sin sentir la presión de la economía.

Si ahora mismo pudiera borrar de su producción literaria alguno de sus libros, ¿cuál sería?

No borraría ninguno. Pero me gustaría tener tiempo y capacidad para reescribir mi primer ensayo, Con la espada y con la pluma, pues hoy tengo conocimientos sobre la historia de América Latina, la conquista, los problemas de la nacionalidad y la cultura nacional que en aquel momento (recuerda que fue mi tesis de grado) ni remotamente tenía. Y lo reescribiría porque el tema del origen de lo hispanoamericano es un conflicto muy importante, en todos los sentidos, y porque soy un obseso de los orígenes. Pero me siento satisfecho de cada uno de mis libros. Fiebre de caballos, por ejemplo, es una novela a la que le suenan muchos tornillos, resulta de una inocencia y un candor literario y humano que me parecen increíbles, pero son el reflejo del joven que yo era entonces y del país en que vivía ese joven. No me avergüenzo de ella ni de ningún otro de mis libros.

Transitó por varias publicaciones importantes en Cuba: El Caimán, el diario Juventud Rebelde y La Gaceta de Cuba y ahora colabora con la agencia IPS. ¿En cuál se fortaleció más su experiencia como periodista?

Como periodista, definitivamente, en Juventud Rebelde. Yo tuve la fortuna de trabajar en El Caimán cuando El Caimán fue más importante, en esos inicios de la década de 1980 en que empezamos a cambiar ciertas cosas en la cultura luego del período terrible de los años 1970 y El Caimán, contra viento, marea y deseos de algunos, fue plataforma de esa nueva visión. Luego, en los años 1990 tuve la fortuna de ser el jefe de redacción de La Gaceta cuando La Gaceta, que en 1988 era una revista moribunda, se convirtió en la revista cultural más importante de Cuba y junto con Norberto Codina comenzamos a derribar barreras, a tocar temas tabús, a abrir espacios. Pero ese fue un trabajo más cultural y conceptual que propiamente periodístico.

Realmente donde yo me hago periodista es en JR, entre los años 1983 y 1989. Casi todo ese tiempo estuve formando parte del equipo especial que trabajaba para las ediciones dominicales del periódico. Y puedo jurar ante lo que sea que fue un momento en el que escribí de lo que quise, como quise, con el tiempo que necesité para hacerlo: o sea, con gran libertad. Para poder hacer efectiva esa libertad, me moví hacia ciertos temas, personajes, historias del pasado y la cultura, y realicé un periodismo de investigación que comencé (o comenzamos, pues no estaba solo en ese proyecto) a escribirlo como si fuese literatura, a mezclar sin restricciones realidad y periodismo con ficción y lenguaje literario. El resultado fue una revulsión: cambiamos el periodismo que se hacía en Cuba, creamos el periodismo literario cubano, demostramos que se podía escribir de otras maneras, formamos una escuela que, por desgracia, no graduó discípulos pues llegó el período especial y todo se fue a bolina, todo. En esos seis años, mientras hacía periodismo, sin yo saberlo, me estaba convirtiendo en un escritor profesional. Quien lea Fiebre de caballos y luego lea El cazador y Pasado perfecto, escritas en 1990, justo al dejar el periódico, podrá comprobar las dimensiones del salto profesional que di en esos años. Y fue gracias al periodismo…

En los años más recientes, desde 1995, he mantenido una colaboración constante con la agencia IPS, escribiendo de temas de cultura y sociedad, pero más como un escritor que hace periodismo que como un periodista que pretendía hacer literatura, como ocurrió en JR. A IPS le debo mucho: sobre todo, haberme dado el espacio, la plataforma, la posibilidad de seguir haciendo periodismo, un tipo de periodismo que, lamentablemente, no habría podido publicar en ningún diario cubano, pues trato en mis crónicas de expresar lo que conozco, siento, vivo de la realidad cubana, y eso -desde mi perspectiva- no habría sido ni es admisible para la prensa oficial cubana. Solo lamento que ese periodismo solo pueda ser leído, y de manera aleatoria, por un sector de la sociedad y no por todos los cubanos que quisieran leerlo.

Es de los pocos en la isla que disfrutan el privilegio -o derecho- de acceder a internet desde la casa. ¿Cree que llegará el día en que los cubanos -ya está tirado el famoso y esquivo cable- puedan disfrutar de igual “derecho”?

El día llegará, solo que no sé cuándo. Y llegará no porque los políticos tomen la decisión de permitir a los cubanos el pleno acceso a internet, sino porque si Cuba en pleno no accede a internet, todo este proceso que hoy se vive -la “actualización del modelo económico”- será solo documentos olvidados y trascendidos. Alguien debe entender de una vez que el problema no es solo de información, aunque también lo es. El problema es de época, de realidad, de contexto: porque ya no vivimos en la era industrial, ni siquiera en la postindustrial, sino en la era digital. Es como si hubiéramos salido de la Edad Media y no tuviéramos acceso a la imprenta. Más o menos. O peor. Sin internet no hay posibilidad de desarrollo, de investigación, de conocimiento, de comercio. ¿Nadie se da cuenta de eso? ¿Por monopolizar la información (un monopolio que se ha llenado de agujeros, como todo el mundo sabe), vamos a comprometer el futuro del país? No, eso sería tan irresponsable que no lo puedo concebir... Aunque es lo que ha estado ocurriendo. Confío en que alguna vez alguien dirá: ¿y cómo es posible que por no perder un poco de control retrasáramos tanto a la sociedad como a la economía cubana?

La novela de mi vida está dedicada a su padre, que fue masón grado 33, y además a los masones cubanos que están organizados bajo los auspicios de la Gran Logia de Cuba, organización no gubernamental y algo marginada. ¿Qué papel ha desempeñado la masonería en la formación de la cultura cubana?

Bueno, me estás pidiendo que escriba un libro, pues por todos es sabido el enorme y trascendente papel que jugó la masonería en la historia de Cuba, no solo en su cultura. El hecho de que el primer gran poeta cubano, el primero que se refiriera a la isla llamándola “mi patria”, participara desde dentro de una logia masónica en un movimiento independentista, marca el destino de esa relación. Luego, en 1868, en una logia de Manzanillo, se arma todo el complot independentista que llevaría al alzamiento de La Demajagua, donde, como primera medida para crear un nuevo país, Céspedes otorga la libertad a sus esclavos, algo que se debe ver como mucho más que un gesto simbólico pero que es parte también del espíritu y del ideal masónico. Más tarde Martí, que fue masón, como Maceo y tantos otros de los próceres del XIX, trabajó con sus hermanos masones en la preparación de la guerra. En el siglo XX, la masonería, con actos menos visibles o épicos, no dejó de tener una presencia activa en la vida política y cultural del país, como se sabe. Solo después de 1959 es que comienza su decadencia, al ser considerada por muchos como una asociación burguesa, como en efecto lo es, en su origen, pero olvidando de paso sus fines filantrópicos, educativos, formadores de la moral de los hombres en el principio supremo de la fraternidad... Y yo -que no soy masón- me pregunto: ¿esos principios no son hoy más necesarios que nunca para la sociedad cubana?, ¿esos valores culturales, éticos, humanos, no están bastante mellados en la trama social cubana de nuestros tiempos? Por fortuna, la masonería no ha desaparecido en Cuba e, incluso, ha tenido un repunte de crecimiento con muchos hombres jóvenes, más aun, con la incorporación de logias masónicas femeninas. Reconocer la historia de esa fraternidad y su papel en la vida cubana sería un acto de justicia; compartir su filosofía, un acto de necesidad y sabiduría.

¿Cree que estamos preparados para una sociedad civil?

Creo que no, pero a la vez creo que debemos prepararnos, y a marchas forzadas. Algo indispensable para que exista una sociedad civil no es solo que existan espacios de esa sociedad, agrupaciones, organizaciones, realmente al margen del estado. Eso es la base. Pero la esencia es que exista un pensamiento de sociedad civil que en Cuba se ha perdido. Eso tiene que ver con la cultura del diálogo y el debate, con el respeto a la diversidad y la diferencia, con la tolerancia, con la comprensión, con el espíritu de conciliación entre los que ven la realidad desde distintos prismas y quieren trabajar por un presente mejor. Al menos yo estoy harto de que me hablen de un futuro mejor que nunca se sabe cuándo llegará, ni siquiera si llegará.

Yo siento que la necesidad de una sociedad civil es algo que clama a gritos la actual sociedad cubana, pues los mecanismos del estado y el gobierno no pueden llegar a cumplir todas las expectativas y necesidades de las personas. Por ejemplo, las actitudes antisociales de las que tanto se habla últimamente, ¿solo pueden tener soluciones represivas? Claro que no. Debe haber espacios, muchos, para que la sociedad se exprese, sin pretender la unanimidad en que se convirtió la exigencia de unidad. Porque incluso en la unidad puede y debe haber diversidad, criterios incluso encontrados en la lucha por un mismo fin: una sociedad mejor, más democrática y participativa, y eso, en esencia, fomentaría la unidad, el sentimiento de pertenencia más que el de obediencia o exclusión. Por último, creo que no se puede pretender perfeccionar un modelo económico sin que se produzcan tensiones sociales y esas tensiones generen cambios sociales. O sea: la sociedad cubana también está en un proceso de cambios y la descentralización política y económica de las responsabilidades del Estado tiene que producirse, de algún modo, en el entramado social y en sus actores y protagonistas. Y la sociedad civil, real, ganar en protagonismo... sin que se le tema a los nombres, a las palabras, sino aprovechando todos los aportes.

Acabo de publicar una recopilación de textos sobre Espejo de Paciencia, comprende desde el escrito de Ramón de Palma hasta ensayos publicados en pleno siglo XXI, pero muchos estudiosos eluden la cuestión de si es un texto apócrifo o no y usted utiliza esa disyuntiva para fabular en La novela de mi vida, quizás la más lograda de sus novelas. ¿Podría decirme su criterio al respecto?

Está escrito ya en La novela de mi vida, desde la ficción, y en Heredia, la patria y la vida, desde el ensayo... Creo que sobran las razones y evidencias para considerar, o cuando menos sospechar muy fuertemente, que fue una magistral superchería ideada, o por lo menos impulsada, por Domingo del Monte a partir de los intereses del grupo económico (la sacarocracia) para el cual trabajaba. Es muy probable que existiera el poeta Silvestre de Balboa, también que aparecieran algunas estrofas de un poema escrito por él, pero estoy casi convencido de que el grueso de la obra, con sus intenciones políticas e ideológicas tan precisas, fue una creación posterior, como parte del proceso de la imagen narrativa de Cuba que se quería convertir en imagen del país naciente. En mi ensayo lo digo de manera mucho más fundamentada y mejor, y hablo incluso de las “casualidades” que rodearon su aparición y desaparición, las manos en que vino a caer, y la oportunidad increíble de su hallazgo cuando más necesario resultaba que apareciera algo así... Incluso he discutido el tema con especialistas tan serios como Enrique Saínz y, aunque no ha aceptado la superchería, no ha podido rebatir mis argumentos.

Escuché afirmar a un crítico cubano que para recibir el más importante premio literario de Cuba, El Premio Nacional de Literatura, solo es necesario llegar a más de sesenta años, escribir una obra, al menos mediana, sin fuertes roces con las directrices políticas imperantes, y lo más importante: residir en Cuba. Y esto último lo decía por la injustificada omisión de autores de valía que nunca lo recibieron y lo merecían con creces, incluso más que algunos galardonados. Otro crítico importante -este residente en el exterior- me decía que ese premio era una vergüenza, que en Cuba no hay obra para premiar todos los años y que se estaba premiando cuestiones extraliterarias y sobre todo a los adeptos al sistema imperante. ¿Qué puede decirme del premio y sobre todo si piensa alcanzarlo algún día?

Todos los premios son cuestionables. Desde el Nobel hasta el de la ciudad de Santa Clara. Y si en medio de ese premio hay consideraciones políticas, las cosas se ponen un poquito más feas. No sé si explícitamente las bases del Premio Nacional de Literatura advierten que es solo para escritores residentes en el país. Si es así, no hay nada que discutir al respecto. La discusión sería otra: ¿por qué un escritor cubano que reside fuera es automáticamente excluido de muchas de las pertenencias indelebles a las que está ligado por su origen, cultura, obra? ¿Solo por geografía y política? Este es un tema espinoso que, por cierto, me costó un buen disgusto cuando, a partir de una mesa celebrada en la UNEAC respecto a la literatura de la diáspora, un grupo de escritores, o casi, de esa diáspora tergiversaron mis palabras, mi posición de años y hasta me acusaron de ser un escritor oficial, también oficial de la Seguridad del Estado, claro, y de estar apoyando la creación de una política cultural oficial respecto a los escritores y artistas que viven fuera. En esa reacción hubo de todo, pero sobre todo eso, tergiversación de mis palabras que en esencia fueron: no es posible, ni admisible, que por consideraciones de índole política se decida la pertenencia o no de un escritor a una cultura, y que lo ocurrido en Cuba al respecto había sido un error y una actitud imperdonables… Palabras más o palabras menos. Con esas palabras podrás entender qué puedo pensar respecto a la pertinencia o no de considerar a alguien que vive fuera de Cuba y tiene méritos artísticos suficientes como para ser merecedor de un premio nacional, de literatura, de artes plásticas, de lo que sea.
Por otro lado, si pienso alcanzarlo algún día... ¿por qué no? Aunque, la verdad, no me preocupa demasiado. Más me intrigan coyunturas como el hecho de que yo haya obtenido el premio Roger Caillois, que haya sido el primer cubano en obtenerlo (antes lo han obtenido Carlos Fuentes, Vargas Llosa, Bioy Casares, autores de ese nivel), y que en Cuba haya pasado casi inadvertido. ¿Por mezquindad intelectual o por una actitud programada? No lo sé, pero en cualquier caso es lamentable, no por mí, que tengo el premio, sino por la misma literatura cubana, a la que también le pertenece ese honor...
Respecto al Nacional de Literatura, lo que no entiendo, por ejemplo, es que una poeta como Reina María Rodríguez, una de los escritores más importantes de mi generación, que vive en Cuba y que anda ya cerquita de los 60, no lo haya obtenido hace rato, cuando le sobran méritos artísticos. Confiemos en que todo sea por la edad y se lo acaben de dar.

¿Será posible una verdadera integración de la cultura cubana producida fuera y dentro de las fronteras físicas del archipiélago en la situación actual?

En la situación actual por supuesto que no. Mientras no haya una relación de verdadera normalidad, al menos de carácter migratorio y de derechos elementales, entre los que viven dentro y los que viven fuera, va a existir un muro que se suma a otros muchos que se levantaron a lo largo de los años por decisiones de carácter político, tomadas por los políticos. La diáspora, exilio, o emigración cubana, como ha sido llamada indistintamente, ha sido casi masiva y homogéneamente eliminada de su pertenencia cultural por esas decisiones. Y eso no ha hecho más que alimentar los resentimientos, verdaderos o manipulados, reales o utilitarios. Porque, además, existe entre los emigrados cubanos de todo, como en la clásica botica, y hay algunos sectores y personajes a los que tampoco les interesa una normalización y cuando oyen hablar de ella, o de conciliación, sienten agredido lo que se ha convertido en su bastión: el estado de confrontación. Mucho debería cambiar de parte y parte para que se lograra esa verdadera integración de la que me preguntas.

No obstante, debo decirte también que mucho se ha mejorado respecto a otras épocas, tanto de una parte como de la otra. Hoy hay editoriales cubanas que publican a determinados autores de la diáspora, es verdad que no a todos, ya lo sé, y hay sectores de la diáspora para los que un cubano que vive en Cuba no es un enemigo ni un representante del gobierno, si no lo es en realidad. Aun así, con mucha frecuencia, más de la que debería existir, yo mismo me siento atacado, emplazado, casi agredido por mi decisión soberana y personal de haber decidido seguir viviendo y escribiendo en Cuba.


Como dijo alguna vez, los más grandes poetas del siglo XIX, Heredia y Martí, vivieron la mayor parte de sus vidas en el exilio ¿Cree que del nuevo exilio cubano, nacido en enero del 59, surja algún literato de la altura de los anteriores?

Nunca se puede saber de dónde va a salir un gran escritor. Ni un gran pelotero, si estamos hablando de cubanos. El talento es un misterio. Es cierto que Heredia y Martí vivieron largos años fuera de Cuba, pero Julián del Casal no. Y el caso de Heredia es especialmente complicado, pues, en puridad, apenas vivió en Cuba como para sentirse cubano y, sin embargo, optó por esa pertenencia a un país que no existía políticamente y casi tampoco cultural o espiritualmente.
De todas maneras debo decirte algo que pienso: el exilio es una condición muy difícil y dramática que no todos los artistas, menos aun los escritores, logran sortear con fortuna. Exilio es sinónimo de desarraigo, y el escritor muchas veces es fruto del arraigo a un contexto lingüístico, social, epocal y solo en casos muy específicos y extraños, consigue apropiarse de otros con la misma naturalidad, sobre todo si ha emigrado a una determinada edad en que sus claves espirituales y culturales ya están completamente formadas. No es lo mismo, por ejemplo, los casos de Oscar Hijuelos, que salió de Cuba siendo un niño, que el de Cabrera Infante, que se fue siendo ya un escritor formado, y durante el resto de su vida se resintió de la falta de comunicación con lo era un sustrato natural. Pero, como te dije, si hay talento, las cosas son mucho más fáciles de arreglar, en casi todos los sentidos, incluida la literatura.

Dígame los tres aspectos que más le definan la cubanía, si es que eso es posible.

No creo que fuera posible, pero te hablaré de algunos. El primero de todos es el mestizaje étnico y cultural, sin el cual lo cubano y el cubano no serían lo que son; luego la influencia de la geografía en el desarrollo de una sociedad cubana y, con ella, de una espiritualidad, una forma de ver el mundo, un comportamiento y proyección fundamentalmente universalista; también estaría la capacidad de asimilación, transculturación y apropiación de patrones y costumbres llegados de otras partes, muy visible en los complejos religiosos no solo afrocubanos, sino incluso en los católicos y cristianos, o en la asimilación de la pelota como deporte nacional, por poner dos ejemplos. En esta lista no se puede olvidar la desproporción: Cuba es un país más grande que la isla, capaz de producir constantemente obras, personajes, hechos que son desproporcionados para un sitio tan pequeño y poco poblado; tampoco relegar el orgullo, benéfico y perjudicial, que es otra muesca indispensable al hablar de cubanía; y casi termino con este: la certeza de que somos lo más grande, mejor, importante y bello que existe en la tierra... algunas veces con razón, otras sin ellas, algunas veces para bien, otras para que luego paguemos dolorosas consecuencias. Y para cerrar: la envidia como actitud nacional. Lo más duro para un cubano es admitir el éxito de otro cubano. Eso me lo dijo un día Mario Bauzá, que era cubanísimo pero vivió las ¾ partes de su vida fuera de la isla. Y el viejo tenía razón.

¿Cuándo saldrá el libro de apostillas que completa la novela El hombre que amaba los perrosy la próxima novela anunciada, cuya tesis trata, según dice en una entrevista, “la libertad como condición humana, como necesidad humana, como concepto filosófico, como estado de vida…”?

La nueva novela, que se titula Herejes, está ahora mismo (abril 2012) en proceso de maduración, en reposo luego de haber escrito una primera versión completa. Si todo va bien, espero tenerla terminada para fin de año, o sea, al cabo de casi cuatro años de trabajo, pues es una novela filosófica, histórica, artística y estructuralmente muy complicada, en la que parto de un (o de dos) motivos clásicos de la novela policial para escribir una antinovela policial sobre el tema de la libertad, visto desde una perspectiva universal, histórica y actual. Es un libro que me ha vuelto a retar, a nivel de lenguaje, investigación, procesamiento de conceptos filosóficos, de enlaces de nuestra realidad de hoy con problemáticas y actitudes históricas y universales.

Respecto a las “Apostillas” a El hombre que amaba a los perros, he debido dejarla parqueada pues el trabajo deHerejes ha sido muy absorbente, y, además, he debido trabajar en el proyecto de la película 7 Días en La Habana y comenzar otro trabajo, también para el cine, con Luarent Cantet, un director de los más interesantes en el mundo cinematográfico de estos momentos, y he debido responder muchas entrevistas, tan largas y complicadas como esta, que, todo junto, significan que debo trabajar entre 6-8 horas al día, casi todos los días, o todo el día cuando ando de gira fuera de Cuba. Pero no me quejo, no me quejo... y respondo las entrevistas.

Defina a Hemingway y a Paul Auster.

No haces preguntas fáciles. Mientras más cortas, más difíciles. ¿Cómo voy a definir, así como así, en unas líneas a esos dos monstruos de la literatura? De Hemingway nada más voy a decirte que a la lectura de sus novelas y cuentos debo la primera noción adulta, consciente, envidiosa del arte de la escritura. Por eso empecé a imitarlo en los primeros cuentos que escribí, está como una sombra incluso en Fiebre de caballos, mi primera novela (1983-84) y como una enseñanza indeleble en todo lo que he escrito después, pues a él le debo convencimientos como la capacidad de sugerir antes que la de exponer, reglas del oficio, artimañas en el uso del dialogo. Pero a la vez en Hemingway hay otra arista, la del hombre, con el cual me fui enemistando a medida que fui conociendo pasajes un poco turbios de su vida familiar, literaria y política. El conflicto que se me produjo entre el escritor y el hombre fue tan grande que debí escribir Adiós, Hemingway (2002) para resolverlo, con la ayuda interesada y entusiasta de Mario Conde…

Sobre Paul Auster diré menos: sé poco de su vida, y me alegro. Porque, como dijo Chandler (junto a Salinger sería otro de los que habrías podido preguntarme y meterme en un lío), a los escritores es mejor leerlos que conocerlos… Y la lectura de Paul Auster es mucho más reciente, de hace unos diez, quince años, no sé bien, pero muy posterior a la de Hemingway, Chandler, Hammett, Salinger, Faulkner, Dos Passos, Carson McCullers, Caldwell, Updike… Lo que me cautivó de él fue su sentido de lo literario, la realidad como fuente inagotable de literatura, de personajes literarios, de juegos literarios. Todo lo que él hace es pura literatura, sin importarle muchas veces la verosimilitud o las reglas de lo posible (sin que sea, por supuesto, un escritor de narrativa fantástica). Los giros de sus historias, las biografías de sus personajes, las características de sus escenarios me deslumbran por eso, por su, digamos, “literaturidad”. Y también porque en el ambiente tan plano de la narrativa norteamericana de los últimos 30 años, tipos como Auster, Cormac MaCarthy y John Irving son como una bendición, pues mantienen la capacidad narrativa de sus antecesores, pero no se banalizan ni se dejan ganar por la facilidad o la superficialidad.

Ahora mismo es lo que se dice un clásico vivo de la literatura cubana ¿Algún temor en ello?

¿Quién dijo eso? Si fuera verdad claro que tendría un gran temor. Es más, en cubano mondo y lirondo: estaría cagao. No te miento si te digo algo: a mí lo que más me gusta, además de estar con mi mujer, mis amigos y mis perros, de ver pelota y películas, de tomar vino tinto y fumar Populares, es escribir. Y escribo con gran placer aunque con tremenda responsabilidad, con pasión pero con la mayor profesionalidad y seriedad de que soy capaz. El día en que “me crea cosas” (como eso de ser un clásico vivo) pienso que me jodería pues o no resistiría ese peso o empezaría a intentar flotar por encima del resto de los mortales y a escribir ex-cátedra, lo cual no tiene nada que ver con el miedo que siento a no poder resolver bien una historia, a no encontrar el tono apropiado para narrarla, a no ser convincente con mis personajes. Prefiero ese miedo creativo al de sentirme un clásico que no soy.

¿Cómo ve la actual literatura cubana? ¿Qué peligros la acechan?

La veo en un período de cambio, como a la misma sociedad cubana. De tanteos, sin saber en muchos casos qué caminos transitar. Lo mismo hay escritores que se sienten satisfechos con publicar dentro del país como otros que aspiran a encontrar editoria  les fuera, algunos que se realizan con la escritura y otros que viven en competencia. En cualquier caso no veo claro el panorama y, en verdad, tal vez sea por desconocimiento, pues en los últimos años he leído mucho menos literatura cubana contemporánea, entre otras razones, por las largas investigaciones que he debido hacer para escribir mis propias novelas.

Y si tuviera que señalar un peligro diría que está en el localismo, en el provincianismo incluso de algunos escritores. En la incapacidad de lograr, o por lo menos proponerse lograr, lo que pedía Carpentier a través de un pensamiento de Unamuno: “encontrar lo universal en las entrañas de lo local”: o sea, en la incapacidad de escribir para nosotros y para los otros.

¿Cree necesario publicar en una editorial importante para ser visible?

Hoy en día, en todo el mundo, la visibilidad del artista es importantísima para la difusión de su trabajo y, en alguna medida, incluso para la realización de ese trabajo, por motivos económicos... Pero la calidad de una literatura, de una obra, no se resuelve por la plataforma en que es lanzada, sino por sus propias capacidades. Además, las grandes editoriales, para mantener su presencia, muchas veces publican (incluso premian) obras bastante poco elaboradas, por decir lo más suave. Pero, en cualquier caso, la promoción que conlleva estar en un catálogo reconocido, es una ganancia que no se puede desdeñar... Muchas veces los que critican a esos grupos editoriales y hablan pestes del mercado, darían lo que no tienen porque las editoriales visibles y el mercado les hiciera un guiño y les dijera: “Ven, vamos”.

El hombre que amaba los perros, obtuvo el Premio de la Crítica. Lo cual implica su reedición pero creo que eso no ocurrió. ¿A qué se debe?

Bueno, todavía no ha ocurrido, pero se supone, quiero suponer, que sucederá, que se reeditará. Si definitivamente no ocurre entonces empezaré a pensar cosas malas… Pero demos tiempo al tiempo. A que haya más papel, en fin…

Todos los refranes tienen mucha sabiduría y dice uno muy recurrido en el mundo intelectual que nadie es profeta en su tierra, pero intuyo que usted debe serlo en Mantilla. ¿Se siente realizado?

En Mantilla soy el hijo de Nardo Padura, lo cual no es nada profético, sino muy terrenal… Pero sí, me siento medianamente realizado. Si me miro a mí mismo entrando en la Universidad de La Habana sin saber por qué iba a estudiar Literatura Hispanoamericana, cargado de aquella incultura monumental que me acompañaba, y que todavía no he podido superar, pues he adelantado mucho. Y mi mayor motivo de satisfacción es saber que con mi trabajo he podido hacerme un espacio, incluso una economía para poder seguir haciendo este trabajo, que es el que más me gusta hacer: escribir. Por él, incluso, hasta he recibido premios, me han publicado como en 20 lenguas, me ha permitido viajar medio mundo y conocer a gente interesante, a pesar de que, socialmente, no hago “vida de escritor”, ni me reúno demasiado con escritores, sino con amigos, que a veces son escritores. Más que realizado, me gustaría decir que estoy satisfecho de mis esfuerzos, que han sido muchos; de mi capacidad de trabajo, que no he perdido; de la estabilidad económica y emocional que me ha acompañado, gracias a mis libros y a Lucía.

Escribió que sus inicios literarios le deben muchos al béisbol y curiosamente, ese deporte en Cuba, como demuestra el ensayista sagüero Roberto González Echevarría, a su vez le debe mucho a la literatura. ¿Si fue su inicio, azaroso y bastante competitivo -se enfrentó a base de lecturas compulsivas a los condiscípulos de la UH- cómo supone que sea el final de su carrera?

Espero que no sea como el final de mi carrera como pelotero: con el hombro izquierdo hecho tierra, sin servirme ni para jugar softbol... Como escritor hace mucho tiempo que no estoy en competencia con nadie. Esas son actitudes más bien adolescentes. Nadie puede decir quién es el mejor en una actividad artística... Lo que me importa ahora, y creo que me importará en el futuro, es poder escribir lo mejor posible, tener cosas que decir y no convertirme en un escritor solo con oficio pero con pocas ideas sobre mi sociedad y mi tiempo, como le ha ocurrido a tantos en sus finales de juego. Lo que quisiera es ser más culto, más libre, más responsable ante el acto de la escritura. Y que la gente en Cuba, además, siga buscando mis libros y diciéndome las cosas maravillosas que me dicen, como ha ocurrido con muchos de los que han podido leer El hombre que amaba a los perros y me han agradecido que haya escrito ese libro en el cual han aprendido sobre su historia y sobre su circunstancia. Si siempre lograra eso se sentiría más que recompensado.

Ahora, para terminar, quiero que me diga su apreciación del futuro del béisbol en Cuba. ¿Es cierto que ahora está tan mal?

Mal no, peor. Como esta pregunta es una provocación, no voy a dejarme arrastrar… Pero voy a decirte dos o tres cosas. La primera es que la pelota me duele. Y ver mala pelota, al nivel en el que antes se jugaba buena pelota, es para mí casi insoportable. En Cuba, en los últimos años, suele ganar el campeonato el equipo que menos peor juega. Y cuando los muchachos de hoy declaran que prefieren el fútbol a la pelota, no estamos ante un problema deportivo, sino ante una gravísima crisis espiritual y de identidad, motivada por muchas razones, pero, sobre todo, por decisiones de carácter político. Y lo más terrible es que, en las condiciones actuales de Cuba y sus relaciones internacionales (el embargo o bloqueo) es prácticamente imposible darle una solución a esta problemática que ha provocado el desgaste de una pertenencia y la pérdida de una calidad que por tantos años nos pertenecieron. Qué pena. Qué dolor.

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Agosto de 2012.

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