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  • El misterio del pabellón hexagonal*
    Elena Yedra Blanco

 

Cuando creían que el último tramo de la vida era como bajar una alta cuesta, tres ancianos, dos hombres y una mujer, viven experiencias donde de pronto, la geografía les presenta nuevas cuestas a subir. Y es que si empezamos por donde debiéramos concluir, esta historia de aventuras arrastra la tesis de vivir la vida intensamente hasta el final, mantenerse siempre en ascenso por la sagrada colina, una colina, topografía singular, sin declive.

Borges dijo que la vejez es una gran humillación, salvando la cuestión de la pérdida de la lozanía, que es ese jugo interior que circulando como la savia de las plantas hace reverdecer los rostros, las extremidades y la mirada, es más que eso, es una gran humillación, en la renuncia a los propios planes y proyectos para pasar a ser obstáculo, carga o en cierta forma un pivote, de los proyectos y planes de otros, de los hijos, valga decir, o de nadie, valga decir…

Por ello la primera imagen que se construye en la lectura, es la del anciano de la jaba, la del anciano mandadero de la familia. No hay que ser pródigo en palabras, no hay que decir mucho, para instalar este referente, muy popular, del anciano haciendo los mandados de la familia. Luis es sobrio, y pretende huir de la construcción costumbrita, por ello Paco Paz sólo sale a buscar el pan, a la panadería, nada de libretas, ni de otros detalles como el de la cola, consuetudinarios, en la Cuba de hoy.

Me es obligado pensar en Stanley Fish ahora, cuando viene bien a colación su idea de la experiencia del lector, que es la que produce el significado del texto, pues qué pasará veinte años después de escrito este texto, en el 2025, el lector asimilará el mensaje literario en las dos direcciones que entreveradas en el relato llegan a integrarse, el de la reflexión sobre el gran tiempo de la vejez, y el gran tiempo de las aventuras del hombre, en una trama cuasi policial, en realidad una parodia fina de este paradigma novelesco, pero no podrá identificarse con las referencias, alusiones del contexto histórico que hoy se transparentan en la historia.

Sigo tratando de demostrar el privilegio de ser una lectora de hoy, tiempo para el que en definitiva se escribe el texto, No hay literatura para el mañana, la universalidad es a veces un concepto espurio, pues si aún puede hablarse de compromiso del escritor, uno de ellos radica en su autenticidad, gestada en una especie de convenio tácito con el público de su época.

Me detengo en la forma tan peculiar en que se construye el ambiente de la obra, pues si es histórico el locus, dígase, el parquecito del Burro Perico o la ya mítica Jarahueca de donde ha extraído Luis Cabrera gran parte de su imaginario de ficción, es, por otra parte, un mundo totalmente de ficción el saldo final, con una Santa Clara con puerto marítimo, con un Mercado de las Pulgas, y donde se puede ir a tomar cerveza a un cafetín sin los detalles de si ésta, la cerveza, es “de pipa”, “dispensada”, o está diez pesos “en botella”.

El autor evade en este texto, como lo hizo en Maritrini quiere ser escritora, un vocabulario demasiado ceñido a la localización identificadora de lo cubano de hoy, buscando, como ha sido una tendencia de la literatura situada en circuitos internacionales, una expresión más estandarizada. Esto no lo vemos como defecto, sino como una reducción a sus intenciones esenciales, diríamos más universalistas. La lengua cubana está de todas formas en el salteado de los diálogos, en la llaneza coloquial de los personajes, sobre todo en la primera parte, El monótono trinar de dos gorriones, donde, por cierto, es posible se abuse del diálogo dramatizado y unas peripecias a veces demasiado dilatadas que provocan cierta monotonía del tempo narrativo.

Esta escritura de impronta universalista, de referencias de vida y costumbres construidas a partir de modelos globalizados de un modo de vida, ha tenido señeros representantes cubanos, entre ellos sin par, Alfonso Hernández Catá, con sus ambientes foráneos, marco de sus historias naturalista, y aún dentro de su historicidad, americana y caribeña, Alejo Carpentier, o Lezama en su saga fabuloso de Paradiso. Otros varios pudieran mencionarse, Me vienen a la mente cuentos del absurdo y lo grotesco, de Virgilio Piñera, o lo onírico de Arístides Fernández, o una zona de historias de Labrador Ruíz… en fin los modelos abundan.

Pero la obra de Luis Cabrera en este ejemplo y en otros, se centra en esta voluntad de construir un mundo de ficción en una dimensión más autónoma, está más bien en otra dirección de mayor heterogeneidad discursiva, de compromiso, o convenio entre lo universal y lo local, dígase entonces Onelio (aunque en nada se parece por su retórica), salvo en la vis cómica de algunos relatos de aquel como La rueda de la fortuna.

Allí están como parodia el juego de los nombres de las nietas de Micaella, cercana realidad de los nacimientos de los años setenta y ochenta en Cuba: Yunisleisquis, Ysimí, Yurisleidys, Yuliela, Yuraisi…, pues aunque toda la historia se mantiene en el tiempo de la comedia, en toda la primera parte predomina un cronotopo social; los ancianos con sus atroces familias, o en una desventurada soledad, son dibujadas estas relaciones con fuerte tono de sátira destructiva de aquellos antivalores. Por el contrario, a partir de la segunda parte, El dulce olor de las naranjas maduras, un cronotopo idílico se instala con el locus amenus, el sereno prado y el amable río de la finca de Adriano, donde van a cursar sus estudios en el Instituto de Vida estos personajes, más otros secundarios que dan vida al conjunto, entre los ancianos y sus profesoras, las seis simpáticas, pintorescas, al tiempo que enigmáticas hermanas Delgado.

Verdaderamente la obra de Luis Cabrera ha venido preparándose para este paso de la novela de aventura, de la cual es bien diestro en la intriga, a esta de paradigma clásico de la novela de intriga policial, que maneja con destreza todos los alzaprimas característicos del género, todos los enigmas, que va gradualmente instalando, de mayor o menor envergadura para el sentido global del relato y la unidad de la diéresis, pero con suficiente diversificación para que esta función y consecuente efecto lúdrico en el lector haga que en un momento dado ya no pueda abandonarse la lectura, tan involucrados en ir desanudando cada entuerto que no se dejan para el final, sino gradualmente; posibilitando un ritmo de lectura de retenciones, y protenciones, donde al lector también le es dado anticipar… Al mismo tiempo juega con el género de tal suerte que estabiliza el recurso de la dualidad de interpretaciones para un saldo de novela de aventuras y policial donde no llega a haber nunca víctima, por tanto, ni victimarios.

Pero como la facultad de manejar su mundo de ficción es poderosa en el escritor, este se da cuenta del peligro de un desenlace, neutro, de pura comedia sentimental, e instala para nuestra sorpresa el cronotopo maravilloso, al que es bien dado el autor, más a lo cuento de hadas que en la cuerda del fantástico, pues el final es de felicidad, acorde con ideología de la vida que trasunta todo el discurso: abatir los miedos del Hombre hasta el final, aspirar a una felicidad en la tierra. Esto es una lectura simbólica de la pura diéresis, pues no es el autor dado a reflexiones independientes. Su narrador entre la equisciencia y la omnisciencia relativa no da lugar a ello.

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*La novela El misterio del pabellón hexagonal, del escritor cubano Luis Cabrera Delgado, que será publicada por la Editorial Gente Nueva, de Cuba, en 2008, es sometida aquí a un breve e intenso análisis por la doctora Elena Yedra Blanco, destacada profesora e investigadora cubana que centró sus estudios en la teoría literaria, especialmente el concepto de literatura regional.  Su texto “La formación discursiva colonial cubana” puede ser consultado en nuestro archivo de Fondo Crítico.

Luis Cabrera Delgado es uno de los escritores cubanos más importantes en la literatura infantil. Su ya extensa obra ha sido reconocida y publicada internacionalmente.

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