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  • De dos pingüé
    Félix Luis Viera

Si nos guiamos por la fecha que aparece al pie de la obra, esta noveleta de Lorenzo Lunar Cardedo fue concluida en 1995, es decir, nueve años antes de su aparición (finales de 2004) por la pertinaz Editorial Capiro. Así, resulta arriesgado afirmar que Lunar, poco a poco, con el tesón que lo caracteriza, ha ido cultivando su talento hasta entregarnos una pieza redonda, de indudables valores literarios, de sumo impacto, si ésta, con los atributos aludidos, ya existía hace casi un decenio.

Otra suposición, muy válida creo, es que durante estos diez años casi, el autor haya ido puliendo la obra que nos ocupa, mientras desarrollaba tu talento trabajando en otras narraciones que han tenido suficiente éxito últimamente en el dudoso, pero tan de moda, camino de la novela negra o policial, o como quiera llamársele a este género en la actualidad. Es decir, que el borrador de De dos pingüé existía desde la fecha dicha, pero éste no era, por sobrada diferencia, lo que hoy estamos leyendo.

Las observaciones anteriores las creo oportunas porque en Cuba, en ocasiones, se han analizado, por ejemplo, la narrativa o la poesía de la década de 1990, cuando en verdad los libros tomados en cuenta para el estudio ya existían desde la década anterior, sólo que los atrasos en las ediciones, debidos a las carencias materiales, o a la prioridad que se les otorga a las vaquitas sagradas –casi todas vaquitas a ratos inexplicablemente tristes y siempre veleidosas, dicho sea de paso–, o a otros caprichos de algún jerarquillo, hacen que libros  de indiscutible valor demoren un largo período en ver la luz. 

Afortunadamente, De dos pingüé, que se desarrolla en la Cuba más reciente, no es novela negra. Así tenemos que Leonardo, un joven trabajador, resulta sospechoso de poner un extraño cartel “subversivo”. Digo extraño porque en verdad viene siendo un cartel con tan raro contenido, que por tal razón resulta  extraño y los es, digo yo, además, porque un cartel subversivo que se respete debe contar con más alto diapasón. Pero ahí están los encargados de subir el diapasón, de buscar en dónde puso el huevo el carángano, de mirar a contraluz a ver si de verdad el verde es verde.

Y ahí están. Están para convertirle la vida a Leonardo –por recónditos azares, el sospechoso– en un vía crucis, sin final. O con el final que necesitan los guardianes del orden. O sea, digo que De dos pingüé no tiene nada que ver con la novela negra, y sí mucho con la entraña humana y con la vertiente de lo meramente social y político; puesto que en este libro queda demostrado, entre otros alcances, que la paranoia no nace, se hace, y aun más: que los paranoicos verdaderos son los perseguidores, que, en su paranoia, se sienten atrapados por los perseguidos.

En unas 50 páginas, Lunar Cardedo nos suelta un relato –si quieren le seguimos llamando noveleta, un término que en realidad no ha sido aceptado, pero que debe dar la justa medida entre el relato que rebasa sus propios bordes y roza los de la novela– de suma intensidad, que a mi juicio tiene su asidero principal en la sobriedad de la narración, en el entrecruce de planos, en el dominio de un lenguaje que sin dejar de ser “cubano”, cubano de barrio casi, sostiene una neutralidad que lo hace brillar aún más. Por otra parte, algo invaluable en esta breve obra son los diálogos, otro de los elementos que “ahorra” trama y que levanta el interés, tensa adecuadamente la narración. Lorenzo ejerce de magnífica manera este recurso que, sin perder lo dicho, se matiza con toda verosimilitud a partir de quién resulte el interlocutor: el interrogador, el interrogado.

Otra virtud de la que goza De dos pingüé es el movimiento, el empalme de los tiempos narrativos, algo que no resulta fácil alcanzar en el oficio de escritor. Con esto, Lunar consigue mucho de la intensidad, la agilidad narrativa que antes señalábamos.

Quien lea De dos pingüe quedará satisfecho asimismo por la solidez en la propuesta argumental. En la medida en que las páginas van quedando atrás, uno va despejando muchas interrogantes, como la de varios elementos que al principio parecieran endebles o que se hallaban extrañamente fuera de la obra. Remito a un fragmento que cierra cualquier brecha en la lógica narrativa por la que pudiera filtrarse la blandura argumental: “... es la guerra, la guerra, y la guerra es lo mismo de cruel si es la guerra del hierro como si es la guerra de los cartelitos, es matar al enemigo y seguir vivo para poner más carteles...” Esta observación resulta imprescindible en la novela: patentiza el porqué el culpable no hablará, el inocente será juzgado, el paranoico que siembra la paranoia continuará su afán.

Desconozco cómo va la obra de Lorenzo Lunar Cardedo en estos momentos,  sólo sé que por otra editorial –también pertinaz, pero que en este caso juega en el right field–, Plaza Mayor, de Puerto Rico, ha salido a la luz Polvo en el viento, novela premiada en el certamen que anualmente convoca esta editorial.

Lunar es de esos escritores que ha salido desde “abajo”, lejos de las academias, las capillas, el onanismo intelectual, que desafortunadamente en alguna medida hemos padecido, padecemos, en Cuba. Si revisamos una y otra literatura, veremos que autores de este tipo han hecho considerables aportes a las mismas, precisamente, o sobre todo, porque saben escribir desde los de abajo, no sólo para ellos.

Aquí tenemos a De dos pingüé para demostrarlo. Y esperemos por más, que madera hay, y se va puliendo a lo fino.

 

 

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