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  • Eduardo Forastieri-Braschi

EDUARDO FORASTIERI-BRASCHI  nació en 1942 y es profesor jubilado de Literatura Española del Siglo de Oro y de Lingüística (Semántica) de la Universidad de Puerto Rico; egresado del College of Philosophy en Letters de Fordham University y de la Universidad de Puerto Rico, es el autor, entre otros, de Aproximación estructural al teatro de Lope de Vega (1976) y de Sobre el tiempo de los signos (1992).  Ha publicado en Revista de Filología Española, Nueva Revista de Filología Hispánica, Bulletin of Hispanic Studies, Anuario Filosófico, Anuario de Letras, Signa, Confluencia, Dispositio, Diálogos, Gestos, La Torre, entre muchas otras revistas profesionales. 

Es miembro de número de la Academia Puertorriqueña de la Lengua Española, de la que fue su Secretario, y correspondiente de la Real Academia Española.  Tiene a su cargo las ediciones críticas de los clásicos puertorriqueños de la Academia Puertorriqueña: El Gíbaro, de Manuel Alonso (2007), y Mis memorias, de Alejandro Tapia y Rivera (2015), publicados en coedición con Editorial Plaza Mayor. Actualmente colabora con Nadja N. Fuster en la antología El Boletín Instructivo y Mercantil (1839-1842) y los orígenes de la literatura puertorriqueña. Estas ediciones críticas representan la primera muestra del modelo filológico lachmanniano aplicado a un clásico hispanoamericano. 

Sus publicaciones más recientes se encuentran en las Actas XXIV, XXVI, XXVII y XXIX del Taller del Discurso Analítico (Puerto Rico) del Foro del Campo Lacaniano con los títulos: “Sobre arbitrariedad y silencio”, “…y la metonimia es su representación”, “Aproximación al límite de la metonimia”, “Cociente y diferencia: glosas a Francisco José Ramos”. 

Además de la historia y de la literatura puertorriqueña del siglo XIX, mantiene estudios y un interés perdurable en los temas de la filosofía del lenguaje, particularmente: en la filosofía y en la semiótica de Charles Sanders Peirce.

 

Comentarios a su obra

 

A propósito de Aproximación al teatro de Lope de Vega (1976)

“Desde el primer capítulo se impone ya la nota de rigor apasionado, que sin la más mínima contradicción caracteriza esta crítica…[E]ste libro de Forastieri, raro por su rigor metodológico, fundamental por su aportación a un mundo aún por conocer, imprescindible por su visión verdaderamente original de cierto número muy importante de la comedia lopezca”. (Eugenio Suárez-Galbán).

“La claridad admirable en que expones el método me ha posibilitado leer, yo diría que hasta con placer, tu estudio. Has llevado a cabo un trabajo serio, honesto y, su contra de lo que es habitual, has procurado expresarlo con las menos palabras posibles
multorum in parvo– , lo que es de agradecer en estos tiempos en que la paja anega el grano”.       (Alberto Blecua).

“Me ha interesado mucho tu planteamiento del problema que revela, entre otras cosas, un estupendo conocimiento de las fuentes teóricas y de los textos de Lope”. (Jean Canavaggio).

“En la vertiente metodológica su trabajo está acertadísimo lo que evidencia su perfecto dominio de los métodos más actuales de la crítica semiológica”. (Aldo Ruffinatto).

“I have never succeeded in mastering the language of semiotics, much less in becoming a practitioner, but I admire those who have, especially when, as in your case, it is combined with a well informed sense of the historical and sociological contexts of the literary work”. (Peter Dunn).

“I think we are certainly entering upon a new phase in the elucidation of Golden Age dramatic structures, and your method of analysis has a great deal to contribute”. (Robert Pring-Mill).

“Su libro parece ser de suma importancia […] y yo estoy contento a apartarme al fondo cuando el campo lo ocupa un crítico tan inteligente como usted”. (Alexander A. Parker).

“Su libro, que me parece implica un esfuerzo notable y un manejo envidiable, realmente asombroso, tanto de la bibliografía teórica como la propia del teatro de Lope de Vega”. (Frida Weber de Kurlat).

”El enfoque tan moderno y tan agudamente crítico, por su metodología, y también por no haber desechados los aportes  que desde otras vertientes enriquecen el conocimiento de la obra literaria”. (Celina Sabor de Cortázar).   

 

A propósito de Sobre el tiempo de los signos (1992)

Sobre el tiempo de los signos, es la transcripción brillante y divertida que hace Forastieri de esa conversación que dura varios días entre vino y helechos [en una casa de veraneo en el Yunque], donde atrapados en una carambola del tiempo los teóricos discurren por avenidas transdisciplinarias en las que la teoría física, la filosofía del lenguaje y la ciencia poesía encuentran espacios por igual. […] Tratan del tiempo, pero se trata de un texto abierto orientado al futuro para ser leído entonces. […] Todo acontece en un intervalo histórico de una despedida entre Juan de Valdés y Giulia Gonzaga en 1535 en San Silvestro y, como en el espacio Hilbert de la teoría física, desde allí se abre el intervalo [de las conversaciones] […] que harán las delicias de todo conocedor de la filosofía, a la vez que representarán un divertido comienzo para aquel lector que desee comenzar a ampliar su campo de conocimiento si pasar por la aridez de textos más clásicos”. (Por Dentro, El Nuevo Día).

“Ante este nuevo libro habría que callarse.  Rimbaud se hizo negrero. Wittgenstein creo que albañil.  El silencio como derrota y homenaje [...], remansos entrópicos,  minicascadas caóticas, litoral de ensueño, en fin.  Objetos encontrados. SORPRESA. El amado es un electrón.  La nave de los locos: el libro como confluencia de universos paralelos […]. Reviviendo en el diálogo de muertos se inhiben de morir del todo, erotismo necrológico a la Poe.  Saussure el atildado, Cratilo el puer senex, Husserl tan filólogo, Valdés como ausente y Peirce (¿será por los fonemas del nombre?) tan sexy. Bebiendo ron sin bañarse los muerto trascienden. […] Tu libro es tan vivo y tan apasionadamente enérgico que resultará difícil resignarse a masticar otras lecturas, pero así es la vida.  Es una maravilla. (Marta Aponte Alsina).

“El libro Sobre el tiempo de los signos de Eduardo Forastieri Braschi no sólo obliga a pensar en el complejo recorrido del pensamiento a lo largo de este siglo que ahora concluye, sino que, además, se escribe justo en los momentos en que se renueva, con inusitada efervescencia, la meditación sobre el tiempo con que este mismo siglo se inició, […] La erudición de Sobre el tiempo de los signos se burla de sí misma congraciándose con la parodia de su propia representación”. (Francisco José Ramos).

“El diálogo de Forastieri es muy rico, erudito y muy bien informado. No sólo interesante; yo diría que apasionante en una polémica que dura tanto como la filosofía occidental. Forastieri hizo un amplia  y profunda investigación  sobre la relación  entre el tiempo y los signos, o el tiempo y el lenguaje”. (Carlos Rojas).

“Es como una Summa de saberes del hombre de este siglo que ya se prepara a morir para renacer.  Pero lo más interesante no es sólo la erudición (una erudición gourmet) sin el ingenio, el ritmo de los diálogos, el humor y, no creo que asombre, la alta temperatura poética”.  (Carlos Varo).

 

‘Tiene ese aire de los venerables textos que figuraban encuadernados en cuero rojo oscuro con esquineros en filigrana de oro en las bibliotecas de nuestros abuelos […] lo cual no quiere decir que sea anticuado […] sino el encanto de los viejos autores que sabían lo que decían. ¿Por qué la gente no escribe así  en vez de decir tantas pavadas?” (Angélica Gorodischer).   

 

A propósito de la edición crítica El Gíbaro (Plaza Mayor, 2007)

Nunca antes se había sometido a esta obra, considerada como punto de partida de la literatura culta puertorriqueña, al rigor de una edición crítica.  Por primera vez tenemos fijado el texto original, tras el análisis de 14 ediciones anteriores [y sus reediciones].  Es un trabajo de investigación importantísimo, y parte de una colección que trabaja la Academia sobre nuestros clásicos explicó José Luis Vega, director del Instituto de Cultura Puertorriqueña”.             (Cultura, El Nuevo Día).

“Se trata de la publicación de ediciones críticas de los clásicos de la literatura puertorriqueña.  El Dr. Eduardo Forastieri […] ha estado a cargo del primer trabajo de esta índole, la edición crítica y comentada de la obra de Manuel A. Alonso, El Gíbaro, una primera parte de la que se publicó en 1849, publicándose de nuevo conjuntamente con una segunda parte- en 1883. […] Su edición ha sacado a la luz controversias que empiezan con el prólogo de Salvador Brau a la edición del 1883, titulado ‘Al que leyere’.  ’El prólogo está fechado en 1884’, dice Forastieri . ‘El editor González Font, aguantó el libro, que ya estaba hecho, mientras duraba la pelea entre Brau [y los editores del periódico liberal asimilista El Agente, entre los que figuraban Alonso y Celis Aguilera], lo que sitúa a El Gíbaro en la crisi del Partido Liberal Reformista, cuando se escindieron los autonomistas y los asimilistas [a España]”.  Este punto es de sumo interés toda vez que, como señala el editor, “no se quieren reconocer algunas cosas”.  No se quiere recordar, por ejemplo, que Tapia, Acosta, Alonso, Corchado, José Pablo Morales, Celis Aguilera y la mayor parte de la generación 1830-1880 era liberal, reformista, progresista y abolicionista, pero todos también eran asimilistas. […] Esa generación, explica, estaba formada por los hijos y los nietos de los oficiales españoles de convicciones liberales que habían defendido  la constitución de 1812 en España y luego habían sido destacados en Puerto Rico como oficiales del Regimiento de Granada. […] Especialista en Gracián, Góngora, Lope de Vega y Calderón, Forastieri ha cambiado de enfoque con este trabajo editorial. ‘Lo he disfrutado mucho’, dice; ‘es parte de lo mío.  Me mueven la gratitud y el recuerdo.  Pienso que esta generación decimonónica ha sido olvidada […].  Este libro es el primer resultado de un agradecimiento filológico. [Forastieri] está trabajando ya en el próximo proyecto, la edición crítica de Mis memorias de Alejandro Tapia y Rivera, que también presenta dificultades hay 27 ediciones”. (Carmen Dolores Hernández, Entrevista, Letras, El Nuevo Día).       

 

Para leer

Nota a las líneas 21 a la 24 de la página 47 de la edición crítica de El Gíbaro (Plaza Mayor, 2007) en las que se lee:

“Poco después veíanse pasar algunas máscaras a caballo que se encaminaban a la plaza Principal, para formar un escuadrón, que a estar a la moda la mitología, pudiera llamarse el escuadrón de Momo”.

Las máscaras a caballo y el escuadrón de Momo tipifican las festividades que solían extenderse, según Tapia, desde San Pedro hasta Santa Rosa, es decir, más de dos meses []. Momo andaba, pues, suelto a partir del domingo siguiente a San Pedro []. Comenzaban a discurrir trullas de enmascarados [].  Por la tarde, tropel de máscaras y música en la plaza de Santiago [].  Por la noche, retreta en la plaza [M]ayor en donde pululaban las máscaras [].  Aún me parece ver a Ño Escolástico a las dos de la tarde de la víspera de Santiago, caballero en su jamelgo, haciendo resonar su corneta [] voceando cantaletas (Tapia, 1880: 221-24).  Tapia advierte en Mis memorias que redactó estos recuerdos como muestra de amor a lo que encontré y deseo que al hablarse de ello en lo futuro se conozca algún tanto; pueden verse en mi libro titulado Miscelánea, así como en la descripción del cómico y carnavalesco Bando de San Pedro [que] ha sido hecha por mi amigo y condiscípulo, don Manuel Alonso, en su libro titulado El Jíbaro [sic] (Tapia, 1928: 53). 

En tal paseo, único que en el año presentaba el conjunto de sus circunstancias, y sabroso por lo tanto como el manjar-blanco en día de San Juan: como lozano y bien enjaezado potro para una de nuestras airosas y bellas jinetas a las 6 de la tarde; como rocinante de dos pesos de alquiler para la presumida negrita que se llena de trapos para ir al bando de San Pedro, o en fin, como la traslación de Santiago de la Fortaleza a la Catedral para el chico que la escolta a cara de caballo, o que evoluciona a las órdenes de Señó Escolástico al compás de Santiago se quedó / Y nosotros vamonós.  Acaso me diréis que huelo a viejo [] que aquí falta uno, y entonces no gozareis ni aun en vuestros recuerdos, como gozo yo, si en vuestra juventud no habéis presenciado costumbres [].  Y oyendo los chistes picantes y alegres propios de tales días, pero que no traspasen la línea del decoro y de la finura; que se entretenga algún desocupado de buen humor en ir redactando el bando de S[an] Pedro, chispeante en las sales bufonadas de costumbre; que se multipliquen las alboradas y manifestaciones de la alegría pública que siempre han amenizado tanto esta ciudad los meses de [j]unio y [j]ulio: y en fin, que la notabilidad clásica de los chiquitos, el Señó Escolástico, se prepare a guiarlos en sus coros, carreras y estratejia [sic] particular con el cuidado y atención que lo ha hecho siempre (El Buen Viejo [Francisco Vassallo y Florés], XVII Carta del Buen Viejo a los muchachos grandes, Boletín Instructivo y Mercantil, número 240, 16 de junio de 1841, 380).  Véase, además, el Anejo II. 

También José Antonio Daubón estampó las festividades de San Juan y de San Pedro, y calcó el Bando de Alonso con perdón del respetable escritor que me precediera en este cuadro  (Daubón, 1904: 107).  En tiempos de la estampa de Daubón, Nicolás Bacalao leía el Bando, mientras que, para la época que recuerdan Vassallo, Tapia y Alonso, era el pintoresco Ño Escolástico quien cumplía el rol del rois pour rire en la versión puertorriqueña de las antiguas festa stultorum.  "Y menos se me ha olvidado el día de Santiago Apóstol, cuando los niños recorrían también todas las calles montados sobre cañas que se hacían la ilusión de que eran caballos.  Recuerdo de la misma manera la época de las máscaras y de los bailes, que no obstante de celebrarse en los meses de [j]ulio y [a]gosto [] habiendo sido inútiles de algunos pocos de trasladar la celebración de dichos bailes a los días de Carnaval" ([Lorenzo Gómez Quintero, Recuerdos de ayer, Madrid, 1894] González Font, 1903: 110-11).  Ya Alonso añoraba desde su primer planteamiento costumbrista en la Conclusión del Album de 1844: [D]eseamos se eternicen las músicas y aguinaldos de Reyes, y oir para Santiago a Señó Escolástico con su ejército de muchachos cantando: Vamos a la marina / En busca de la sardina [].  Santiago no vino ayer / Porque empezó a llover []. Firmeza Sr. F[rancisco] V[assallo], nuestra causa es justa y triunfaremos  (Album: 193-94). 

 

Lo único que hoy queda de las máscaras, disfraces y cantaletas de Santiago son las carátulas de los vejigantes y diablitos en el pueblo de Loíza y, quizás, algunos versos sueltos como Vejigante a la bolla, / pan y cebolla.  Ya Tapia añoraba la pérdida desde 1880: Allá van los chancleteros / montando caras de burro; / allá los vejigantes / que eran antes diablos sueltos (Tapia, 1880: 228-29).

 

Nota a las líneas 31 a la 34 de la página 147 de la edición crítica de El Gíbaro (Plaza Mayor, 2007) en las que se lee:

“Más aún: ¿quién osaría repetir una de aquellas célebres cuanto vergonzosas Cantaletas que recordamos hasta los más jóvenes, y en las que no se respetaba el honor, ni los secretos de las familias?”    

Cantaletas:  Repetición enfadosa (Malaret, 1999: 128), aunque en el contexto al que remite Alonso, se trata de los versos populares que se voceaban en las festividades. Seguía la parroquia cantando salmos, y cerraba la marcha la multitud con Seño [sic] Escolástico a la cabeza, voceando cantaletas, tales como Santiago no vino ayer / porque empezó a llover (Tapia, 1880: 224).  Siendo las cantaletas uno de los medios más esquisitos [sic] que ha inventado la malignidad para desfogar el resentimiento y las pasiones, se prohiben [sic] absolutamente ([Gaceta de Puerto Rico, 20 de junio, 1821] Picó, 2000: 184).

Alonso no menciona el desfile del pendón real con el que Abbad cierra su descripción de las carreras. También Ledru y Level de Goda consignaron esta solemnidad inaugural de las carreras por sus signos de adhesión a la Corona expresados en el ceremonial, y así también lo conmemoró Federico Asenjo en Las fiestas de San Juan (1868).  Véase Asenjo ([1868] 1971: 24, 30); Hostos (1966: 531-32). Level de Goda consignó el 30 de junio 1812 que aquí nos recreamos en las vistosas alboradas por las noches cercanas a San Juan que, llevando tras sí dos y tres mil almas, a la luz de las teas, siguiendo todos el estandarte [e]spañol, que va de guión, con un orden asombroso y una orquesta encantadora, llegan a la mañana únicamente ocupados en cantar [c]anciones patrióticas, en dar Vivas al Rey, y en impregnarse todos de los sentimientos más honoríficos y virtuosos (Level de Goda, [1812] 2000: 52).  Por otra parte, también se señala que la ceremonia del pendón se abolió en los períodos constitucionales de 1812 al 14 y 1820 al 23, y esto hizo que la atención se cifrara entonces en las carreras.  Bajo de la Torre, según Asenjo, las fiestas de San Juan cobraron nueva vida, y es entonces que empiezan a solemnizarse anualmente los bandos que reglamentan la celebración (Picó, 2000: 182-83). 

Alonso omite las referencias al pendón real: el desfile de su traslado por el alférez real hacia el Ayuntamiento y la Fortaleza hasta la Catedral, lo mismo que la pompa de su devolución a la Casa Consistorial después de una misa solemne, ya eran rituales del pasado. El itinerario del pendón hacia la Catedral consignado por Abbad, Ledru y Asenjo, se transformó por el de una imagen de Santiago y la cantaleta: Santiago, como es guerrero, / lo llevan los artilleros [].  Llegada a la Catedral la procesión, Llegada a la Catedral la procesión, entraba allí la imagen, en donde quedaba hasta que celebrada la fiesta de Iglesia a la mañana siguiente, tornaba Ño Escolástico y su variado y numeroso ejército a buscarla para acompañarla de nuevo en igual forma hasta su [c]apilla de la Fortaleza (Tapia, 1880: 224-25).  Se mantuvo a partir de entonces la costumbre de la traslación de Santiago de la Fortaleza a la Catedral para el chico que la escolta a cara de caballo, o que evoluciona a las órdenes de Señó Escolástico al compás de Santiago de quedó / y nosotros vamonósEl Buen Viejo [Francisco Vassallo y Forés], XVII Carta del Buen Viejo a los muchachos grandes, Boletín Instructivo y Mercantil (número 240), 16 de junio de 1841, 380. 

Parece que el nuevo contexto de los bandos oficiales de sus parodias por Ño Escolástico, Nicolás Bacalao o Alonsoy la sustitución de la procesión del pendón real por la de la imagen de Santiago entre cantaletas, recoge la antigua tradición del mundo al revés (rois pour rire) en la que se invertían los roles jerárquicos de autoridad.

Tampoco se me olvidan las carreras a caballo, que tenían lugar durante las vísperas y días de San Juan y San Pedro, primero por la tarde en las calles de San Francisco y la Fortaleza, que era cuando lucían su apostura y pericia en la equitación las señoritas y caballeros de la buena sociedad puertorriqueña; y después, por la noche, sin distinción de colores, recorrían las demás calles de la [C]apital hasta las doce, que era la hora de retirada" ([Lorenzo Gómez Quintero, Recuerdos de ayer, Madrid, 1894] González Font, 1903: 110).  Federico Asenjo y Salvador Brau se apartaron radicalmente de las perspectivas festivas del recuerdo de Gómez Quintero, de Tapia, de Alonso y de Vassallo y Forés: Preciso es retroceder sesenta años escribe Brau para tropezar con aquel Puerto Rico [en el que] se desmedraban la salud y el carácter en fiestas licenciosas, enervantes como las carnavalescas carreras de caballos nocturnas, suprimidas, con muy buen sentido, por el [g]eneral Pezuela [(Salvador Brau, Hojas caídas, La Democracia: San Juan, 1909, 325) Fernández Méndez, 1974: 115].            

[Escribe Alonso]: Llegará día en que sólo se conserve un recuerdo de lo que ha sido y es aún una de las mejores fiestas del país.  Lo único que hoy queda de las carreras de San Juan y San Pedro es la Capilla del Cristo.  Se convoca la leyenda del caballo desbocado que conducía Baltasar Montañez y el supuesto milagro de su salvación en 1753 al saltar sobre el muro que ahora ocupa la ermita en el extremo sur de la calle del Cristo. También Asenjo consignaba que la decadencia era irreversible, y cada año concurrían menos jinetes a las festividades.  A pesar de la llamada resurrección del San Juan, en 1854 las fiestas de San Juan volvieron a presentarse en un nuevo período de decadencia que nada fue capaz de interrumpir durante diez años seguidos (Asenjo, [1868] 1971: 39).  Sobre las carreras y esa afición en Puerto Rico véase Pedreira (1934: 197-201).  Para documentación hasta el siglo XVIII véase López Cantos (2001: 217-25).  

 

En preparación junto a la Editorial Plaza Mayor: muestra inédita de una nota filológica para la fijación del texto correcto a las líneas 6 a la 8 de la página 184 de la edición crítica de Mis memorias, en las que se lee:

“Pareciome estar viendo a la pálida luz crepuscular aquel cúmulo de naves bajo cuyo número inmenso despareció la mar […]”.

Las ediciones del núcleo original imprimen en letras cursivas desparció [L (1928) V (1946)], desparciró  [D (1927)].  Ambas derivan de la forma del latín vulgar apparescere, que, a su vez, deriva del latín clásico parere.  El prefijo hispánico des- denota su negación.  Solo C (1966) y su filiación [C (1966) < [E (1971) < I (1972) S (1973) // Vo (1971) < A (1998)] lo enmiendan innecesariamente como ‘desapareció’ en letra redonda.  ‘Desapareció’ es lectio facilior.  En cambio, despareció, aunque en desuso, también lo es.  Ambos son sinónimos de ocultar y de esconder, pero con una secuencia silábica distinta: des+pa+ re+cer / de+sa+pa+re+cer. Sin embargo, Desparció, impreso por L y V, comparte el mismo pie fonético con D  (d+e+s+p+a+r), aunque las tres ediciones difieren en su conjugación y en su desinencia.  En efecto, desparció es lectio difficilior y sinónimo de ‘esparció’ —con los rasgos semánticos de ‘expandir’ y de ‘extender’—, y, además, las letras cursivas sugieren una intención grafémica de énfasis que Tapia estampó en el manuscrito [O (1880-1882)]. 

Toda la descripción (aquel cúmulo de naves bajo cuyo número inmenso despareció [desparció] la mar) evoca una celebrada línea de Virgilio (Eneida, V: 582): latet sub classibus aequor, cuando también la expresión virgiliana vastum maris aequor traduce como la ‘llanura del mar”; en este caso, ocultada por las naves.

De este tradicional registro virgiliano, también Fray Luis recogió esta misma figura poética en la Profecía del Tajo con el verbo desparecer. Escribe: “[D]ebajo de las velas desparece / la mar, la voz del cielo / confusa y varia crece […]”. A su vez, Tapia ilustra con este mismo verbo (desparecer) y este mismo ejemplo en sus Conferencias de estética y literatura (Quinta conferencia) el giro poético con el que el lenguaje figurado “espiritualiza” y “contrae” la realidad.  Escribe: “No es posible que el ánimo de Fray Luis […] ante sus ojos aterrados […] aquella gran suma de naves [suponga mentira ni exageración].  El poeta debe hallarlas innumerables, hasta el punto de cubrir y ocultar las olas, es decir: la inmensidad […]. El poeta ha prescindido de la materialidad del número de naves; ha roto los límites materiales y concretos para elevarse a la vaguedad de los inmenso, de lo imaginario, sin más término que otra cosa también inmensa: el mar; sustituyendo la cantidad al número y fijando aquella en la proporción abultada […]. No se quiere decir que las naves son muchas, sino que el peligro es inmenso; el estado moral del poeta está reflejado en la expresada hipérbole”. 

No tengo duda alguna de que Tapia destacó con grafemas de énfasis el verbo desparecer por referencia a la hipérbole virgiliana que él retomó de la Profecía del Tajo para esta descripción del estrecho.

 

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