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Sexualidad, género y envejecimiento* 
José Umpierre

La sexualidad y el género son dos aspectos fundamentales de la existencia humana. De la sexualidad depende la continuidad de la especie, del género se deriva una parte sustantiva de la identidad. A tono con la propuesta de Unger (1979), se sostiene que la sexualidad es la expresión biológica, el aspecto físico de ser mujer u hombre; el género es una categoría psicosocial de cómo la cultura define la expresión biológica del sexo.

El capítulo siguiente aborda la sexualidad humana a la luz del envejecimiento, las ideas y los mitos, su evolución con el desarrollo, la maduración y el envejecimiento, vistos en los cambios y el modo en que se manifiestan en mujeres y hombres. Se atienden las disfunciones más frecuentes y los factores que median. Se discuten las diferencias y similitudes que median en la salud, la cognición, las emociones y la conducta de hombres y mujeres.

 Se propone que la sexualidad y el género (Sinnott y Shiffen, 2001) están matizados por el momento histórico, por la ubicación geográfica, por las costumbres y las creencias que prevalecen en una época determinada. Ambos, el sexo y el género, se reflejan en el modo de relacionarse y en la manera de verse a sí mismo, tienden a influenciar en la apreciación de la conducta y de las personas, y se asocia con atribuciones diferentes acerca de las causas y motivos.

 La sexualidad y el género son dos aspectos cruciales en las distintas etapas de la vida que también atraviesan cambios sustantivos con el envejecimiento. Este capítulo resume los cambios esperados que se llevan a cabo en hombres y mujeres, puntualizando las diferencias y los factores que median. A manera de cierre, se incluye información sobre el envejecimiento en homosexuales y lesbianas.

 El sexo como característica biológica establece diferencias fisiológicas entre mujeres y hombres que dependen de la composición cromosómica, genética y hormonal del humano, del aparato reproductivo y de las características secundarias que se asocian con esas diferencias. La sexualidad se considera un instinto que induce a la excitación y es una conducta aprendida.

 Como fenómeno social, se presume que la diferencia sexual entre mujeres y hombres opera por las experiencias distintas y la adopción de roles culturalmente prescritos. Estos roles son los comportamientos que se consideran apropiados para las personas en las categorías sexuales, que son adquiridos por la observación simple e imitación de un adulto, en un ciclo de refuerzo que conduce al establecimiento de patrones duraderos. La dimensión social de la sexualidad es la parte del género derivada de las experiencias postnatales como las definen la sociedad y la cultura.

 El sexo se usa comúnmente para diferenciar de forma categórica entre mujeres y hombres, como si fuese una consideración que determina el juicio y la acción. Mas una norma establecida para una mayoría no puede pasar por alto la diversidad de expresiones en las cuales se manifiesta la sexualidad. (Bem, 1974)

 La sexualidad tiene un nexo con la excitación y es una conducta básicamente biológica. En los humanos es más compleja que en los animales y más difícil de evaluar por estar gobernada por numerosos factores que actúan en conjunción con la competencia fisiológica. La actividad sexual para el aparejamiento en los animales incluye lo siguiente: frecuencia de monta, penetración, latencia de eyaculaciones, intervalos inter y posteyaculatorios. En los humanos, la sexualidad considera otros componentes que incluyen el deseo, la frecuencia con que se tienen relaciones sexuales y la capacidad de responder, matizada con sentimientos y razonamientos. Cada uno de estos componentes suele cambiar de manera distinta a medida que envejecemos.

 El erotismo determina con quién se tiene relaciones sexuales y qué conductas se llevan a cabo. La dimensión erótica del sexo es la que explica lo que excita, el estilo y la manera en que se quiere entrar en una relación sexual, la forma como se quiere tener placer, las sutilezas del estilo y la persona seleccionada. Las relaciones sexuales en los seres humanos puede variar desde lo superficial e inconsecuente hasta lo emocionalmente significativo y trascendente. La intimidad que se puede manifestar en la sexualidad puede ser una de las experiencias más sublimes del contacto personal; un proceso que puede aumentar el amor, estimular el deseo y celebrar la vida.

 Los cambios, particularmente los biológicos, son inevitables, pero sus consecuencias están sujetas a los ajustes que se lleven a cabo en las dimensiones psicológica y social. No parece mediar una relación estricta entre la edad y la actividad sexual; los seres humanos tienden a mantener una estabilidad en torno al estímulo sexual, así como un patrón consistente de expresión. Estas necesidades se ven sujetas al tipo de presiones que suscitan las ideas y las tradiciones que adoptan las culturas.

 Ideas con respecto a la sexualidad

 La visión de la sexualidad ha pasado por grandes cambios en la historia de la humanidad. La polaridad entre lo femenino y lo masculino ha sido un concepto prevalente y de extenso alcance. Esta polaridad ha sido representada en las imágenes dominantes en las diferentes culturas y a través de diversas épocas.

 El origen del pensamiento dual se atribuye a los griegos cuando comienzan a especular sobre la naturaleza humana. Platón enfocaba la dualidad entre la mente abstracta, el pensamiento y alma, y el cuerpo material que percibe eventos por medio de los sentidos. La dualidad se manifiesta también en distintas formas de experimentar la realidad: una definitoria, objetiva y fundamentada en principios pragmáticos; la otra, basada en la noción interna, la experiencia subjetiva y la causalidad psicológica. (Labouvie Vief, Orwoll, Manion, 1995)

 El mito de dualidad se manifiesta en el patrón de opuestos contrastados. En un extremo está la exaltación del hombre héroe, la jornada del varón protagonista que se alza a la victoria y alcanza las alturas de la mente y el espíritu. Las imágenes son de sol y de luz, con las cualidades de liderato, control racional, asertividad, individualidad y voluntad férrea. El polo opuesto es la devaluación de lo femenino; la caída, la entrega, el descenso a la oscuridad que simboliza sufrimiento e impotencia. El sexo femenino en este esquema se asocia con la derrota, pasividad y renuncia. El hecho biológico de dar a luz ata a la mujer a las actividades de la tierra, mientras que los hombres son portadores de la cultura, creadores de símbolos,  artefactos, tecnología y de los sistemas de pensamiento.

Las ideas que emanaron de la filosofía griega se extienden hasta el periodo del iluminismo; algunas de éstas han persistido hasta el presente, propagándose en la filosofía, la religión y las artes. Estas ideas están integradas a muchas culturas que consideran a las mujeres inferiores a los hombres por estar más cerca de la tierra y la naturaleza, suponen que los hombres son más próximos al espíritu, la mente y la cultura. Ideas que permanecen en la conciencia e inconsciencia de muchos, limitando la claridad para conceptuar a las personas y restringiendo el potencial de los géneros. Los mitos que se fundamentan en esta idiosincrasia distorsionan las ideas de la sexualidad en la edad avanzada.

 Mitos sobre la sexualidad en la edad avanzada:

 • Las personas de edad avanzada no tienen interés ni deseo en el sexo.

• La función sexual es para la reproducción humana y se limita a los que son capaces de ésta.

• La atracción sexual se expresa como una atracción física y alcanza su expresión máxima en los jóvenes, disminuye rápidamente en la edad madura para tornarse casi inexistente en las personas de mayor edad.

• El nivel de funcionamiento sexual óptimo se alcanza durante la juventud.

• El sexo no es natural para la edad avanzada, y con frecuencia se oye hablar del “viejo verde”. Las persona de edad mayor que muestran interés o deseos sexuales son considerados anormales, frescos o inmorales.

• La menopausia es el fin del deseo y de la respuesta sexual en la mujer.

• Sólo se ama cuando se es joven.

• La sexualidad está ligada intrínsecamente al amor romántico.

• Lo propio a la vejez es la creciente incapacidad que ésta conlleva.

 Las generalizaciones poco precisas y con frecuencia equivocada limitan una comprensión valida y efectiva de la sexualidad y atentan contra las mejores posibilidades afectivas de las personas de mayor edad. El rechazo a la sexualidad en la edad avanzada parece formar parte de un estereotipo cultural que pretende que las personas de mayor edad sean consideradas feas, débiles, desagradables e impotentes.
 

 Desarrollo y sexualidad

 Las primeras aproximaciones teóricas al desarrollo sexual juzgaban que el rol biológico se establecía en la niñez y era consistente en el curso de la vida. Se conceptuaba la femineidad y masculinidad como dos extremos en un continuo y los que desviaban se consideraban inadecuados. La idea de que el sexo es algo natural no siempre fue aceptada pues por largo tiempo en Occidente se consideró una conducta cuya única función era la reproductiva. La noción de que el sexo se reconociese como una función natural fue un paso significativo que superó la visión moral que prevaleció hasta ese entonces. Que se reconozca el sexo como algo natural no implica que automáticamente sea algo gratificante.

 Los hombres y las mujeres tienden a ser más diferentes en cuanto a género en la juventud, adolescencia y temprana adultez; luego se tornan similares en la edad mediana tardía y en la vejez. La teoría contemporánea del género (Sinnott y Shiffen, 2001) propone que en las etapas tempranas del desarrollo humano los intereses de la criatura son asexuales y su identidad constituye un mero nombre de género.

 Una vez se aproxima la adolescencia interviene la conformidad para aprender patrones y los roles se polarizan en femenino-masculino. La tarea principal en ese entonces es la adopción de roles estereotipados y diferenciados.

 El surgir de la paternidad y de la maternidad en la adultez produce una diferenciación de roles. Las mujeres tienden a reducir tendencias agresivas para proveer apoyo emocional; los hombres con frecuencia se concentran en el apoyo material.

 Se presupone que cuando los hijos crecen, las responsabilidades se disipan. Esta es una época en que los roles sexuales se redefinen y se combinan en una síntesis más compleja que trasciende las diferencias. Se estima que con el avance de la edad los roles sexuales importan menos al individuo en la construcción de su identidad.

 La respuesta sexual cambia con el paso de los años. En la infancia la sexualidad se asocia con sentimientos; durante la crianza se vincula a la formación de actitudes y a la formulación de preferencias. La pubertad trae consigo los cambios hormonales y las sensaciones diferentes; la adolescencia activa la urgencia de experimentar. La adultez temprana es una época de unión sexual, la adultez media una etapa de acoplamiento y la edad avanzada debería ser un periodo de disfrute continuado.

 Jung sostenía que la conducta del sexo opuesto afloraba en la segunda mitad de la vida; según él, en esta etapa los hombres adoptan una visión más femenina, y las mujeres, una más masculina. Hefner, Rebecca y Oleshansky (1975) proponen las etapas del desarrollo en la cuales la sexualidad es indiferenciada o indefinida, luego pasa a ser polarizada y sobredefinida, para ceder a una fase de trascendencia en la que se lleva a cabo una síntesis entre los géneros. Guttman (1987) encontró en sus estudios un cambio sistemático de dominio activo a dominio pasivo entre los hombres. Éstos se tornaban más pacíficos y reconsideraban los estilos más agresivos de su juventud. Las mujeres experimentaban un cambio en la dirección opuesta, en la medida en que se alejaban de patrones más pasivos a unos más asertivos.

 El concepto andrógino (Bem, 1974) es la posesión simultánea por un individuo de rasgos que en la cultura se identifican como masculinos y femeninos. Un tipo de constelación que puede facilitar la conducta efectiva en una variedad de situaciones sociales.  De acuerdo con el Sex Role Inventory, el porciento de hombres andróginos entre los 13 y cuarenta años es bajo, pero más alto entre los años 41 y sesenta años, y en edad avanzada. Para las mujeres, resultó más difícil tornarse más andróginas con la edad.

 La dualidad femenino-masculino tiende a disminuir con la edad como resultado de un pensamiento más complejo que facilita la síntesis entre los géneros. Se infiere que ellas se convierten en uno de ellos, y ellos redirigen más atención a los aspectos afectivos y espirituales. El desarrollo del género en la edad avanzada implica una transformación y trascendencia de los roles como se definieron temprano en la vida y como continuó en la construcción de la identidad sexual.

 Cambios de la sexualidad en la edad avanzada

 Los estudios de Masters y Johnson (1966) en la sociedad estadounidense son una referencia destacada de la sexualidad, junto con las investigaciones de Kinsey. (1948) De éstos, se deriva una serie de hallazgos que constituyen una base para el conocimiento de los cambios en la sexualidad con el envejecimiento. Entre estos hallazgos, se distinguen los siguientes:

 • La frecuencia de la actividad sexual disminuyó en ambos sexos. La caída más abrupta fue en la década que comprende los sesenta años de edad para las mujeres, y a los setenta años para los hombres.

 • Los hombres mantuvieron más alto los niveles de interés y de actividad sexual que las mujeres en todas las edades hasta los noventa años.

 • Los hombres envejecidos presentaron una mayor discrepancia entre el interés en el sexo y la ejecución sexual.

 • El estado matrimonial afectó la frecuencia de la actividad sexual y el interés sexual de las mujeres.

 • Las personas estaban menos activas sexualmente a medida que envejecían.

• La mayoría de los hombres abandonó las relaciones sexuales cuando llegó a las edades mayores (cuatro de cada cinco hombres no sostenían relaciones después de los ochenta años).

 • El grado de pérdida sexual y su importancia emocional varió mucho entre las personas encuestadas. El declive no era inevitable. El veinte por ciento de los entrevistados dijo tener más interés y frecuencia de relaciones sexuales. La pérdida no era una tragedia para los participantes.

• En todas las edades las mujeres hablaban de menos interés y actividad sexual que los hombres. La mitad de los hombres de 65 a setenta años dijeron tener deseos sexuales, una de cada cinco de las mujeres de esas edades decían lo mismo.

 Cambios en las mujeres

 Las investigaciones en lo pertinente a las distintas fases de la respuesta sexual han observado lo siguiente: en la fase de excitación, la vagina reduce la habilidad para expandirse y lubricar, lo que puede predisponer a la irritación uretral y tener como consecuencia la urgencia de orinar antes y durante el coito. La lubricación puede tardar de uno a tres minutos en lograr la cantidad adecuada. Los labios disminuyen en su separación y se reduce o desaparece la elevación. La vasocongestión de los labios menores también tiende a reducirse, la elevación uterina es más lenta y menos prominente. El útero tiende a reducir sus reacciones, por lo que la penetración puede ser dolorosa.

 La fase de meseta o plateau se caracteriza porque disminuye la capacidad para la vasocongestión, el color de los labios vaginales es menos evidente, la hinchazón de la plataforma orgásmica es menos intensa y disminuye la secreción de las glándulas bartolinas. Con la edad avanzada, durante la fase orgásmica tienden a disminuir las contracciones expulsivas y las contracciones del esfínter rectal muestran alguna tensión. Durante la fase de resolución, la vasocongestión del clítoris y de la plataforma orgásmica desaparece rápidamente.

 Las contracciones uterinas dolorosas pueden suceder durante el orgasmo en mujeres de edad avanzada. La elevación de la congestión disminuye con la edad pero el patrón de respuesta sexual es el mismo que en la mujer joven. La intensidad de las reacciones fisiológicas y la duración de las respuestas anatómicas a la estimulación sexual se reducen, sin que ello quiera decir que la mujer de edad avanzada sea  incapaz de una ejecución sexual y de una respuesta orgásmica. 

 Los cambios menores en la respuesta sexual incluyen: el tamaño del pecho no aumenta durante la excitación como en las jóvenes. El rubor sexual no es tan intenso, la contracción del esfínter rectal raramente se produce. Después de la menopausia ocurren cambios en el sistema reproductor que afectan indirectamente la sexualidad. La reducción del estrógeno produce cambios en la vagina y en los tejidos a su alrededor, pero no implica cambios en los deseos sexuales. Los pliegues de las paredes de la vagina se reducen, se hacen más lisas y frágiles. La vagina se acorta y su apertura se estrecha. El tamaño del clítoris y los labios disminuye, se produce una disminución en la lubricación sexual, que tarda más en iniciarse y no se produce tanto líquido. De ahí que el sexo pueda ser más incómodo, lo que puede reducir el placer o desincentivar la actividad sexual. Muchas mujeres, en ausencia de un compañero, tienden a perder el interés por el sexo o a aumentar la frecuencia de la masturbación.

 Por muchos años se pensó que al reducirse la producción hormonal de los ovarios después de la menopausia, el apetito sexual de la mujer debería disminuir de forma paralela. Ahora se sabe que la respuesta sexual es independiente del estrógeno y que no necesariamente disminuye, aunque se intervenga quirúrgicamente en los ovarios. Sin embargo, la menopausia y la reducción consecuente en el estrógeno sí tienen implicaciones para el sistema reproductivo de la mujer. Algunos de estos cambios son los siguientes: adelgazamiento de las paredes vaginales, disminución de la lubricación durante la excitación sexual; la bóveda vaginal se vuelve menos distensible, más lábil y propensa a lesionarse o sentir dolor durante el coito. Existe también una tendencia a que disminuya la respuesta vasocongestiva de la piel y la tensión muscular. Estos problemas se asocian con la deficiencia hormonal posmenopáusica, los cuales pueden modificarse con una sustitución hormonal.

El principal problema suele ser la reducción en lubricación durante la relación sexual. Algunas mujeres posmenopáusicas que no experimentan el coito con frecuencia y que no se masturban regularmente suelen tener dificultad con la penetración. La situación particular de la mujer puede agravarse en la medida en que intervengan mitos y restricciones culturales y valorativas. Masters y Johnson concluyen que la mujer de mayor edad está capacitada para ejecutar el acto sexual y alcanzar niveles orgásmicos, particularmente cuando está expuesta a la regularidad de una estimulación sexual efectiva. De acuerdo con estos autores, no existe límite respecto a la sexualidad femenina; la expresión sexual de la mujer de edad avanzada es importante para mantener la capacidad y la ejecución sexual adecuada.

 Cambios en los hombres

Los cambios que experimentan los hombres al envejecer se consideran más de tipo cuantitativo que cualitativo. Las erecciones se producen de forma menos espontánea y requieren más tiempo y esfuerzo, son más frágiles y con mayor posibilidad de perderse antes de la eyaculación. Si se mantiene la erección, la eyaculación es más un escape de fluido seminal que una expulsión. El desentumecimiento después del orgasmo es más rápido, se prolonga el periodo refractario o el tiempo que transcurre entre un orgasmo y otro. Las erecciones se pueden mantener por más tiempo sin necesidad de eyacular. La barrera más frecuente es la salud.

 Se observaron los siguientes cambios en el hombre, vistos en las diferentes etapas que atraviesa la expresión sexual: en la fase de excitación, la erección tarda más y es menos intensa al no tener la misma tumescencia. Hay menos congestión del vaso escrotal, la elevación y congestión de los testículos es menos pronunciada y disminuye la tensión muscular. Durante la fase de meseta o plateau, la erección de las tetillas y el rubor sexual es menos frecuente. No cambia el color del borde coronal del pene y la actividad secretoria de las glándulas de Cowper antes de la eyaculación disminuye o desaparece. En la fase orgásmica se reducen las contracciones del pene y del esfínter rectal, también disminuye la fuerza de la eyaculación, se reduce el flujo seminal y la presión eyaculatoria es menos explosiva. La cantidad de semen se reduce en función del proceso degenerativo de los tubos seminíferos y si la eyaculación tarda, puede ocurrir filtración de semen. La fase de resolución se caracteriza por que la vasocongestión del escroto y de las tetillas desaparece lentamente, mientras que la pérdida de erección y el descenso de los testículos ocurren rápidamente después de la eyaculación. El periodo refractario o tiempo requerido antes de experimentar una nueva excitación se extiende.

 Algunos de los cambios que se manifiestan con el envejecimiento en el hombre son los siguientes: el tamaño y la firmeza de los testículos menguan, los tubiolos seminíferos se engruesan y empiezan un proceso degenerativo, la próstata a menudo se hipertrofia y sus contracciones durante el orgasmo son más débiles, la fuerza de la eyaculación se debilita, el líquido seminal se adelgaza y se vuelve más escaso. El orgasmo es más lento para llegar y puede no durar tanto, la intensidad de los espasmos musculares involuntarios que acompañan al orgasmo se aminoran. La androginia disminuye con la edad. Hay un decremento en la eficiencia de los mecanismos que median los impulsos neuronales excitativos del sistema nervioso central que conducen a la eyaculación.

 El cambio físico que provoca la mayor dificultad en los hombres se asocia con la próstata, que tiende a recrecer en un veinte a un cincuenta por ciento de todos los hombres en los años maduros. Sin embargo, se estima que sólo un 35 por ciento de ellos necesita cirugía. Generalmente, el apetito sexual en la mayoría de edad tiene que ver con el patrón de salud y la capacidad para la ejecución física, además, se considera que está directamente relacionado con la intensidad del amor sexual en la juventud.

En sus escritos, Masters y Johnson hacen hincapié en la importancia de que el hombre de mayor edad acepte dos hechos fisiológicos: primero, en ningún momento el individuo pierde la capacidad de erección, exceptuando aquellos casos que sufren de una lesión o patología. Segundo, la pérdida de la capacidad de erección no constituye una parte natural del proceso de envejecimiento.

 La falta de información en cuanto a los cambios que suceden en la vida del hombre de edad mayor puede afectar su vida sexual. No es poco frecuente la impresión de que en la vejez se pierde el interés y la capacidad de funcionar sexualmente. No obstante, el coito mañanero es satisfactorio para muchos envejecidos que experimentan una erección temprano en la mañana.

 El factor más importante para mantener una sexualidad efectiva, en lo que respecta al hombre de edad avanzada, parece ser la consistencia en la expresión activa, tanto de la afectividad como de la sexualidad. El coito es apenas una parte de esa sexualidad; el sentido de intimidad, el contacto o cercanía de los cuerpos y la proximidad emocional son aspectos importantes para la satisfacción sexual, estimular los sentidos y sustentar el bienestar.

 

Factores que pueden influir en la sexualidad

 Un asunto vital a considerar en la conducta sexual de las personas de edad avanzada es su capacidad biológica para ejecutar esa conducta. El estado de salud y la incidencia de enfermedades físicas y psicológicas puede ser una restricción temporal. Los estudios han precisado que los aspectos biológicos tienen importancia en la sexualidad, pero distan de ser los únicos, ni tampoco son los más decisivos. La conducta sexual suele estar influenciada por la satisfacción presente y pasada con la vida y el consumo de algunos medicamentos.

 El estado matrimonial suele ser crucial; las mujeres no casadas expresan menos interés y actividad sexual que las casadas. La cantidad de actividad y placer en el pasado predice de manera precisa la actividad y el disfrute del sexo en la edad avanzada. Las personas que sostuvieron una vida sexual activa en la juventud tienden a mantenerla en la vejez. Aquéllos que tuvieron un interés sexual en la juventud es probable que lo sigan tendiendo con el paso de los años, a pesar de contar o no con un compañero o compañera. (Diener et al., 1985)

 La pena, la culpa, la depresión, la monotonía, el coraje, la ansiedad, los problemas sin resolver y el dudar de uno mismo pueden ser fuerzas determinantes para el disfrute sexual en la vejez. La impresión o información equivocada referente a los cambios corporales, el aburrimiento con una relación que resulta repetitiva, la fatiga física o mental, las crisis, la estima propia menoscabada y el temor al rechazo pueden afectar la motivación, así como la ejecución sexual.

 Las pérdidas son factores de primera importancia al entrar en la edad avanzada: la pérdida del trabajo y las circunstancias en que se lleve a cabo el retiro, la reducción de ingresos, la pérdida de la apreciada imagen juvenil, la disminución en fuerzas y la pérdida de la salud pueden influir en el amor propio y reflejarse en la falta de interés sexual. Otro factor de primera importancia es la soledad, la ausencia de amigos y de seres queridos que puedan ofrecer afecto y sostén.

 Además de los factores psicológicos y sociales que pueden afectar la sexualidad de la persona de edad mayor están las características ambientales, especialmente la falta de espacio para la intimidad, ya sea en instituciones o en la casa de los familiares. Aparte de las barreras ambientales, pueden mediar las actitudes y creencias erróneas en cuanto a la sexualidad. A pesar de que la sexualidad se reconoce como una parte constitutiva de la naturaleza humana, prevalece el mito de que termina a los sesenta años de edad, y muchas personas no aceptan que sus padres puedan o quieran tener una vida sexual activa.


La disfunción sexual

La disfunción sexual (incapacidad o dificultad para funcionar sexualmente) puede ocurrir tanto en el hombre como en la mujer, ya sea por motivos circunstanciales o por problemas a largo plazo. La etiología de la disfunción puede ser orgánica, psicogénica o una combinación de ambas. Las causas para la disfunción incluyen: uso de medicamentos, problemas físicos, enfermedades y traumas quirúrgicos. La disfunción psicogénica se asocia al estrés, la depresión y el miedo o rencor. El exceso en el comer o beber y algunas condiciones de índole crónica como la artritis o enfermedades cardiovasculares pueden ser restrictivas, al igual que ciertas intervenciones quirúrgicas radicales, como: la histerectomía, la mastectomía, la castración, la colostomía y la operación de próstata, que pueden tener un efecto en la vida sexual de la persona.

La disfunción eréctil es la incapacidad crónica para tener una erección suficiente para mantener una relación sexual. Este es un problema común que se agudiza con el paso de los años. La causa suele ser física por: trastornos que afectan los vasos sanguíneos, arteriosclerosis, presión sanguínea elevada, diabetes y cirugías en la zona pélvica, vejiga, próstata, o en el recto, así como dolencias en la zona pélvica, en la médula espinal o de los riñones. El uso de algunos medicamentos para condiciones tales como: presión alta, problemas del corazón o la depresión pueden afectar la respuesta sexual; la disfunción eréctil puede responder a miedos de ataques cardiacos y a la muerte.

 El miedo sexual mayor que suele tener el hombre es ser impotente o carecer de erección. Varios factores pueden ser agravantes para esta condición, particularmente el uso de fármacos y medicamentos que afectan el sistema nervioso simpático y parasimpático. Los agentes antiansiolíticos (sedantes, hipnóticos, narcóticos y alcohol) tienden a disminuir la respuesta sexual. Los antiadrenérgicos afectan la contractibilidad de la próstata y la vesícula seminal interfiriendo con la libido. Los antiandrógenos para las terapias de reemplazamiento, antiinflamatorios y antihipertensivos tienden a debilitar el deseo y la potencia sexual. Los anticolinérgicos afectan la erección y producen problemas eyaculatorios. Los antipsicóticos también tienen secuela en el impulso sexual.

Las enfermedades también pueden tener repercusiones en la vida sexual de la persona de edad mayor. Por ejemplo, las condiciones cardiovasculares pueden reducir la capacidad vasocongestiva e interferir con la erección. Las enfermedades respiratorias limitan la cantidad de oxígeno y decaen la capacidad para la actividad sexual. Las enfermedades hematológicas tienden a causar fatiga y agotar el vigor; la diabetes puede producir impotencia. Factores ambientales como: químicos industriales, campos magnéticos y procesos ionizantes pueden afectar la capacidad para el disfrute sexual. (Macintire et al., 1996)

 La sexualidad es una dimensión dinámica del ser ante los cambios constantes. La capacidad para la respuesta sexual es de toda una vida, una respuesta influenciada por el envejecimiento, por el ambiente y por la idiosincrasia de cada cual. No hay una relación causal entre la edad y la actividad sexual. El impulso, la motivación y la expresión de la sexualidad suelen ser consistentes con el estilo y las preferencias que se han definido en el transcurso de la vida.

 

Los géneros

 El género se utiliza para describir las características no fisiológicas que se consideran culturalmente deseables para mujeres y hombres, los rasgos para los que el sexo actúa como estímulo y la conducta considerada característica y apropiada para los miembros de cada categoría sexual. Es equivalente a los estereotipos que distinguen a cada grupo y que son aprendidos, independientemente de la información biológica. El concepto se puede ampliar para incluir las atribuciones hechas por otros y las suposiciones de la identidad propia.

 El propósito primero de los estudios del género ha sido comparar la ejecución de mujeres y hombres; el secundario examina la naturaleza de los cambios en la identidad sexual y en los roles; el terciario relaciona el género con roles y el poder social. La distinción formulada entre sexo y género ha instado a generar hipótesis que supongan que lo primero no es necesariamente lo segundo. El uso del concepto “género” hace más probable que las diferencias se consideren explicables en el sentido de trascender el ámbito biológico. Por lo que ambos términos son necesarios en el vocabulario gerontológico.

 

Diferencias

 No cabe la menor duda de que hay diferencias entre mujeres y hombres, tampoco se puede afirmar que todos los hombres sean iguales y mucho menos que todas las mujeres sean idénticas. Aunque cuando de la batalla de los sexos se trata, se tiende a generalizar de manera antagónica y reduccionista. La afirmación de estos extremos contribuye a una discordia menos resolutiva. Cuando se establecen similitudes y diferencias entre mujeres y hombres, corresponde aproximarse a los datos para darnos cuenta de que la dicotomía dista de ser una ecuación sencilla, y de que en este caso, mientras más se elaboran las cosas, más posibilidades tenemos de llegar a un entendimiento razonable.

Una parte sustantiva de las diferencias entre los géneros se alimenta de los mitos que se han promovido de forma milenaria, como proclamas de la naturaleza y de las ideas que han dominado, de modo no siempre más razonable, al intelecto y a la imaginación. En general, los estereotipos sociales tienden a ser rígidos: a las mujeres se les adscribe ser menos fuertes y activas, más concentradas en la afiliación y dadas a la crianza.

Se ha hecho evidente que los estereotipos y los roles tradicionales han cambiado en la era postindustrial. La liberación femenina, la toma de conciencia de las desigualdades y atropellos a que las mujeres han estado expuestas por milenios ha generado un movimiento de subversión que obliga a reconsiderar la ideología, las actitudes y las conductas previas. El movimiento se complica con la influencia del posmodernismo y el advenimiento de las generaciones X y Y, junto a las posiciones nihilistas y extremas de la juventud que contribuyen a redefinir los géneros en el siglo xxi. Aun así, se han descrito diferencias que corresponde atender.

 

Modelos explicativos de diferencias entre géneros, según Feingold (1994)

El modelo biológico explica las diferencias de estructuras y funciones como resultado del código genético de los cromosomas que determinan las estructuras, las funciones internas y externas, las apariencia y algunas inmunidades que se diferencian en mujeres y hombres. La actividad sexual, el aparejamiento y la conducta sexual se relacionan con la secreción de hormonas de los respectivos órganos reproductivos.

 El modelo socioevolutivo propone que la adopción de género se da por las exigencias de la crianza y los imperativos paternales.           

El modelo de diferenciación cognitivo-emocional postula que en la niñez se aprenden esquemas para categorizar a varones y hembras y los atributos de género que luego se procesan automáticamente por los atributos físicos.           

El modelo de aprendizaje social parte del supuesto de que la conducta de los géneros se aprende por imitación, observación y refuerzo. Las estructuras sociales moldean las experiencias, significado y ubica a la gente en un rango.           


Diferencias en salud  

Los patrones de mortalidad en los EE. UU. (Latimer y Shenan, 1998) han reflejado diferencias de género, particularmente en lo que respecta a suicidios, accidentes y obstrucción pulmonar. Diferencias menores se han registrado en condiciones tales como en diabetes mellitus, enfermedades cardiovasculares y cáncer. En las enfermedades del corazón, la razón para mujeres es la mitad que la de los hombres. Sin embargo, esta razón de mortalidad ha cambiado con los años y cada día parece estar asemejándose más a la masculina. 

Las ciencias de la salud han probado que los patrones de morbilidad muestran diferencias en función del género. Las diferencias más grandes son: en venas varicosas de las extremidades inferiores, enfermedades renales, migrañas y artritis. Las diferencias menores se dan en deformidades o impedimentos ortopédicos, fiebre del heno, hemorroides y condiciones del corazón. Los hombres son más vulnerables a los impedimentos visuales y auditivos.

Macintire, Hunt y Sweeting (1996) en su análisis de datos británicos relativos a las diferencias de género reportan lo siguiente:  

Una observación epidemiológica frecuente es que los hombres mueren más temprano, pero las mujeres encaran una proporción más alta de morbilidad; la razón de muerte en los hombres es mayor, pero las mujeres reportan más síntomas. Las mujeres tienden a dar una evaluación más pobre de su estado de salud, presentan más condiciones agudas y crónicas, solicitan más servicios de cuidado ambulatorio y consumen más medicamentos con y sin prescripción. 

Se ha evidenciado que las mujeres consistentemente informan unos niveles más pobres de salud que los hombres. Las diferencias se amplían de acuerdo con el síntoma y la etapa en el ciclo de la vida. Los hombres padecen de enfermedades más serias e incapacitantes; las mujeres sufren síntomas menos graves. Las mujeres parecen ser más susceptibles a la incomodidad y están más dispuestas a informar la enfermedad y la angustia. Ante la artritis, los hombres indican experimentar más dolor y le atribuyen más gravedad a un resfriado común.  

El investigador Verbrugge (1988) ha propuesto cinco factores críticos que, en su opinión, aumentan la morbilidad de las mujeres:  

Más baja participación laboral, niveles más altos de estrés, más sentido de vulnerabilidad a enfermedades, menos limitaciones de tiempo y menos actividad extenuante semanal. Otro dato importante es que los hombres están en un riesgo mayor de enfermar por fumar y por factores ocupacionales. En lo que atañe a la salud mental, las mujeres tienen una razón más alta de tratamiento psiquiátrico por condiciones como la depresión; los hombres son más propensos a los desórdenes de personalidad antisocial, al abuso del alcohol y de las drogas.  

• Tienden a sobreestimar su ejecución y permanecen relativamente ajenos a la crítica negativa.

 • Frecuentemente los padres tienden a esperar más de los hijos que acostumbran a jugar rudo.

 • Los hombres son más asertivos, dominantes, agresivos y menos ansiosos que las mujeres.

 • En los patrones de manejo, son más dados al conflicto, con la protección o agresión como defensa y tornarse contra el otro.

 • Tienden a respuestas activas ante los estados de ánimo negativos como pensar en otras cosa, ignorar los problemas y ejercitarse.

 • Tienen más aptitud para las conductas instrumentales.

 • Otorgan más valor al atractivo físico.

 • Las conductas inadaptadas tienden a la impetuosidad y manifiestan con más frecuencia una personalidad antisocial, con más suicidios exitosos, abuso de sustancias y desórdenes físicos, como presión alta.

 
Feingold (1994) no encontró diferencias con respecto a la autoestima, el control, el humor y el buen carácter, con poca diferencia en asertividad y en ansiedad. La diferencia en ternura fue la más significativa. En la conducta y actitudes sexuales se encontraron diferencias notables en masturbación y en los encuentros causales. Las diferencias entre los géneros tienden a mantenerse con el tiempo y no varían grandemente entre edades, niveles educativos y naciones.
 

Diferencias en emociones

 Los niveles promedio en el deleite y la preocupación, según Diener et. al. (1985), son más altos en personas jóvenes. Con el tiempo, la intensidad en la expresión afectiva varía. Las personas que experimentan emociones positivas fuertes son las mismas que manifiestan emociones negativas fuertes. Los que experimentan emociones intensas en la niñez también las experimentan como adultos jóvenes. Lo que parece variar es la intensidad de los afectos a medida que se envejece.  

Los estudios no han descubierto diferencias consistentes en la felicidad o en el estado de ánimo de los géneros. A pesar de que no son amplias, existen diferencias por edad y género en la intensidad emocional. Las mujeres manifiestan niveles más altos de intensidad positiva y negativa, de manera similar a las personas menores de 29 años. Una posible explicación es que los jóvenes tienen un mayor nivel de excitación autonómica y están expuestos a circunstancias más variadas y estimulantes. También puede estar asociado a expectativas culturales: de las personas mayores de edad se espera más sobriedad y mayor candidez. Por exposición y habituación, las personas de edad mayor pueden reaccionar de forma más estoica.

 

Diferencias en cognición 

La diferencia más consistente es el rendimiento superior de los hombres en habilidades espaciales, aunque la distinción es de pequeña magnitud. Las mujeres han demostrado una mayor aptitud en las pruebas de habilidad verbal. Los hombres declinan más en las pruebas de velocidad de procesamiento de información; las mujeres, en las de precisión.

El Estudio del Rancho San Bernardo (Barett-Connor y Silvestein, 1999) notificó resultados compatibles con otros trabajos respecto a que las mujeres retienen una ventaja verbal sobre los hombres en la edad avanzada. Las diferencias en la función cognitiva son pequeñas pero estadísticamente significativas. El declive en la función cognitiva se explica poco por género, educación o depresión, y la razón de pérdida varía poco por sexo. El estado de ánimo depresivo es más común en las mujeres, no obstante, no hay diferencia significativa por género en la incidencia de la demencia.  

En este estudio se obtuvieron los hallazgos siguientes: en lo cognitivo, los hombres obtuvieron mejor rendimiento en el razonamiento mecánico y la visualización espacial; las mujeres rindieron mejor en deletrear, en el uso del lenguaje y en la velocidad perceptual. No se encontraron diferencias en el razonamiento verbal, de figuras o aritmética. Las diferencias que se han encontrado recientemente son menores que las de hace unos años.

 

Diferencias en actitudes corporales 

El estudio de Wilcox (1997) para determinar si existe una doble norma en la percepción de las actitudes corporales comparó hombres y mujeres en la percepción del atractivo físico en el curso de la vida. Se enunció la hipótesis de que con el aumento en edad, las mujeres perciben su apariencia física más negativamente que los hombres. Otra hipótesis era que hay una relación positiva entre la estima propia y la apreciación del atractivo entre mujeres, pues se presume que la apariencia es algo más central a la identidad femenina. 

Esta investigación se fundamentaba en la premisa de que las mujeres en la cultura estadounidense reciben una posición y un valor por su apariencia física; los hombres, por la fortaleza, carácter, inteligencia, competencia y personalidad. Se esperaba que a las mujeres se les requiriera juventud y tersura, y  por el contrario, que con los hombres se fuera más laxo, y se pudiera considerar que se acentuaría su atractivo. De suerte que a las mujeres se les juzga más temprano como de edad media o avanzada que a los hombres, así como menos sexuales, atractivas y femeninas. La masculinidad no se devalúa tanto con la edad mientras que la feminidad pierde más valor. Todas estas son expresiones del doble criterio que media para juzgar los géneros.  

 Los resultados confirman la doble vara para valorar el envejecimiento y la percepción propia. Las actitudes corporales no difieren en función del género; los individuos parecen comparar con sus pares, estar menos influenciados por normas sociales y culturales, así como por ideales personales de belleza. Con el avance de la edad, las mujeres tienden a utilizar más técnicas de encubrimiento, están más insatisfechas con sus cuerpos y su peso.

 

Diferencias como cuidadores 

Miller y Cafasso (1992) investigaron la magnitud y el significado de las diferencias por género, el estrés y las dificultades que confrontan los cuidadores de personas de edad mayor con necesidades de atención. Estos autores reportan que el género ejerce una influencia en la cantidad y el tipo de cuidados, el acceso a recursos y apreciación de la experiencia. Se destacó que la mayoría de las cuidadoras eran mujeres.  

La hipótesis de la socialización de género y rol propone que las mujeres son más vulnerables al estrés por una socialización temprana de mayor sensibilidad. Por eso hay diferencias en las conductas al enfermar, estilos de manejo, patrones y afiliación. Igual se propone que los hombres están más orientados a la autonomía, diferenciación y conducta activa. En el estudio citado no se hizo patente que las mujeres tiendan a llevar a cabo más tareas de cuidado personal y reporten más obligaciones, así como diferencias en el nivel de participación.  

La literatura ha expuesto que los hombres cuidadores experimentan menos efectos negativos que las mujeres cuidadoras en cuanto a la salud física y mental, participación social y estabilidad fiscal. Se ha confirmado que las mujeres experimentan dificultades más serias, mayor riesgo de depresión y morbilidad psiquiátrica.  

La investigación de Hooker et al. (2000) tuvo como propósito determinar si existía un patrón de diferencias en estrés, depresión y ansiedad entre cuidadores mujeres y hombres, así como en estrategias de manejo por género. Al mismo tiempo, se compararon los cuidadores de cónyuges con Alzheimer y Parkinson. El análisis demostró que no había diferencia por género en depresión, pero sí en estrés y ansiedad. Las esposas cuidadoras tuvieron niveles más altos de depresión, estrés y ansiedad que los hombres cuidadores. Se asociaron dichos niveles con la posición de asumir autoridad hacia sus esposos. No se detectaron diferencias en los estilos de manejo de los cuidadores de personas con Alzheimer y Parkinson.  

El desorden más común que necesita de cuidado es la demencia. Los géneros predisponen a estilos de manejo distinto. La pérdida de significado y reciprocidad en la relación marital puede afectar el bienestar psicológico de las mujeres más que el de los hombres. Puede ser que el hombre pueda compartimentar la pérdida más efectivamente para que el efecto negativo no sea tan dañino. El análisis de las destrezas de manejo apunta a que las esposas utilizan con frecuencia el mecanismo de anhelo; a que se afectan menos cuando usan la aceptación y las estrategias orientadas a la solución de problemas.

 

Homosexualidad y envejecimiento 

La concepción tradicional y excluyente de los géneros masculino y femenino experimenta un proceso de redefinición en virtud de las expresiones alternativas que reclama la comunidad gay, lésbica y transexual en nuestros tiempos. El investigador Berger (1984) propone que el estereotipo del homosexual es el de una persona que no tiene lazos familiares, cuenta con pocos amigos, está aislado de otros homosexuales, sufre de un estado depresivo, es infeliz y está en busca de gratificación sexual. Conforme a esta idea, la edad lo torna más afeminado, frío y cruel. Sin embargo, la investigación descubrió que los estereotipos no tienen la veracidad que se les adjudica, que los homosexuales y heterosexuales son más parecidos de lo que se concede. Sus problemas más frecuentes son: la atención de la salud, los cambios en los sentidos, dolor, las limitaciones en la actividad física, falta de energía y escasez de ingresos; sus necesidades más frecuentes están en los campos de: las amistades, la insuficiencia de ingresos, opciones sociales y recreativas, así como de apoyo emocional.  

En cuanto a los cambios en la vida sexual, con el paso de los años, la mayoría de los hombres consideró que decrecía la frecuencia de actividad sexual, y las mujeres dijeron que mejoraba la calidad de las relaciones interpersonales. La asociación con otros se consideraba un aspecto importante de aceptación, y muchos contaban con un apoyo familiar.  

Los homosexuales de más edad con amigos jóvenes se adpataban mejor a la edad que los que no tenían amigos jóvenes. La mayoría pensaba que los jóvenes mostraban actitudes negativas ante los mayores. El ajuste a la mayoría de edad se facilita si se aceptaban las limitaciones de la disminución en vigor en vez de luchar contra ello. Los beneficios de la edad reportados entre algunos integrantes de este grupo incluyen: aprender de los errores, cultivo de la sabiduría y escuchar a los amigos. Según ellos,  los conflictos se minimizan al lograrse un mayor entendimiento y tener menos preocupación. 

 

Consideraciones generales 

Los cambios que conlleva envejecer no impiden que se adopten opciones para que el sexo siga siendo una actividad placentera durante toda la vida. Se recomienda información objetiva, así como cultivar ideas y hábitos razonables y afirmativos en aras de que la sexualidad constituya una manifestación del bienestar y una meta en las etapas adultas del desarrollo, particularmente en la vejez. La sexualidad requiere de una buena nutrición y mantenimiento de la salud, descanso y un estilo de vida equilibrada. Conviene reconocer que el sexo es como un arte y, como todo arte, aceptar que requiere sensibilidad, laboriosidad y conocimiento; algo de lo que en cualquier momento de la vida podemos aprender.  

La gerontología identifica dos tipos de lenguaje sexual: uno es biológico, genital e instintivo, el otro es afectivo y emocional. El primero se explica por sí solo, el segundo depende de la capacidad para reconocer y compartir sentimientos, expresar ternura y consideración. Este lenguaje tiene un carácter creativo e imaginativo, comprende la comunicación de sentimientos como: la alegría, el coraje, el temor y la pena. Un lenguaje que aprovecha recursos que lo amenicen como el humor, el juego y la camaradería. El sexo, como forma de comunicación humana, es un modo de conciliar la distancia física y emocional, de reafirmar la proximidad añadiendo sentido a la existencia y a la alegría de vivir. 

La sexualidad puede expresar lo mejor y lo peor de cada cual. La intimidad no es siempre reconfortante ni siempre se siente bien. Cuando el sexo no es gratificante, puede fluctuar desde lo aceptable hasta la frustración y la rebeldía. La insatisfacción sexual puede inducir a sentimientos que van desde la decepción y la tristeza hasta la desolación. La frustración por motivos biológicos ocurre cuando la respuesta deseada no se materializa, la psicológica acontece cuando no se produce un acercamiento emocional. Si la gratificación se logra, pueden manifestarse sensaciones estremecedoras: se detiene el tiempo, se disipa el dolor, se descarta la realidad más inmediata, se alteran las imágenes y percepciones con un velo de magia y misterio. 

Una parte integral de la vida media de la persona consiste en trabajar el dualismo entre la mente y el cuerpo, la razón y la emoción, a través de reestructurar las imágenes de lo femenino y masculino. La progresión cognitiva asociada a la madurez supone moverse de un razonamiento dual de razón, verdad y realidad a uno que incluya amplitud de perspectivas, dialéctica, apertura, la incorporación de la emoción, subjetividad y comunicación ante la incertidumbre. Implica reconocer que la intimidad requiere generosidad y reciprocidad, comprensión, apoyo y solidaridad en los secretos más íntimos. El sexo puede ser la revelación más genuina de lo que uno es a su pareja, sin otra meta que ser aceptado y comprendido, por alguien que verdaderamente sepa quién y como uno es. 

La vigencia de la dualidad masculino-femenino, particularmente en lo que se refiere a las ideas que adscriben superioridad a uno de los géneros, ha sido uno de los principios más retrógrados que ha violentado la posibilidad de colaboración igualitaria y complementaria entre los géneros. El carácter rígido y excluyente de esa formulación ha contribuido también a la intolerancia y prejuicio por la noción de que la sexualidad se ajuste a categorías establecidas.  

Es imperativo abolir el dogma clásico del hombre héroe y la mujer subyugada o subyugante. Corresponde una reformulación de los símbolos y significados, una transformación de los opuestos para lograr un balance dinámico entre polos que se complementan. La insatisfacción con la vieja retórica debe redefinir los elementos previamente devaluados y reescribir las historias culturales y personales. Es conveniente reconstruir los fundamentos de la filosofía y la ciencia, así como de las artes y las religiones, con tal de que esas imágenes apoyen los cambios políticos, sociales y familiares. En el ámbito personal, el proceso de reconstrucción significa integrar los elementos masculino y femenino en una relación a favor en vez de en contra. Una síntesis que resulte resolutiva en todas las edades y haga viable una edad avanzada con mejores posibilidades de ajuste.

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*Fragmento del libro Geropsicología, de José Umpierre, en preparación  por la Editorial Plaza Mayor.
 

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