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  • Constructivismo humano
    Virginia Hernández Rivera

 

(Introducción)

Cultura científica y curiosidad

La enseñanza y el aprendizaje de la ciencia pueden favorecer el entendimiento del reconocimiento, el significado del recuerdo y el entusiasmo más que la obligación. También pueden aportar una visión que promueva la madurez intelectual de los estudiantes para que se hagan responsables por su aprendizaje y se transformen en aprendices independientes. Aprendices entusiastas que persigan, no solamente el conocimiento de datos, sino también de destrezas y de actitudes para actuar como ciudadanos responsables en un mundo cambiante y complejo. Cómo manejemos los cambios sociales en el futuro dependerá de las capacidades, las actitudes y los conocimientos con los que, como sociedad, podamos construir nuevos conocimientos y generar significados.

Los cambios demográficos, económicos y la transformación tecnológica, tres factores básicos de la nueva “economía global”, nos colocan a todos ante nuevas maneras de relatar el valor de “lo importante”. A los maestros de ciencia nos corresponde reevaluar la educación dentro de ese contexto. Somos responsables de facilitar la adquisición de las capacidades intelectuales, vocacionales y técnicas, y de “enfrentar, con el desafío que ello significa, un crecimiento exponencial de actores sociales y culturales que hasta hace apenas una o dos décadas permanecen invisibilizados por proyectos homogenizadores” (Garreta, 2004). En ese proceso de facilitación será indispensable mantener en foco un convencimiento personal que comparto con muchos colegas: los estudiantes, al igual que los científicos y el ciudadano común, toman decisiones y optan por cursos de acción apoyados en algo más que el contenido científico que hayan acumulado o el razonamiento lógico alcanzado. Sus creencias, afectos, intenciones y disposiciones impulsan el conocimiento científico, el entendimiento y el cambio conceptual. Para Solomon y Thomas (1999) mantener ese impulso será posible si se sostiene, ante todo, la curiosidad.

Cuando comparo los ojos brillantes y la curiosidad de los alumnos en el kindergarten con el desánimo, la inseguridad y la decepción que acompañan a muchos estudiantes al graduarse de escuela superior, pienso en sus maestros y en lo que debió haber ocurrido en sus salones de clase. Si consideramos además que el 80% de los graduados de escuela superior carece de cultura científica y tecnológica, es obvio que en la mayoría de los casos, el currículo, el entorno social, la evaluación, el maestro y el estudiante no mantuvieron el entusiasmo por el conocimiento científico. No se sostuvo la curiosidad.

En muchas ocasiones, la falta de curiosidad y entusiasmo de los estudiantes tiene otras consecuencias: provoca miedo, ansiedad y la percepción de que el conocimiento científico es complejo o difícil. Ese miedo se puede convertir en un obstáculo para la formulación de preguntas o para la búsqueda de explicaciones científicas. Muchos estudiantes, al igual que muchos ciudadanos, al manejar la información científica, temen colocarse en la posición de tener que aprender más (Solomon y Thomas, 1999).

Viví de cerca esa experiencia de pérdida de curiosidad científica en el nivel universitario con muchos de mis estudiantes y también con mis parientes. Sé de familiares bien cercanos, profesionales jóvenes que llegaron a ser ingenieros, maestros, médicos, bioestadísticos y especialistas en ciencias ambientales, que recuerdan su paso por la “escuela” como una experiencia frustrante. La agenda personal de estos estudiantes no se tomó en cuenta. Muchos de sus maestros no confiaban en sus capacidades para aprender. Los consideraban alumnos torpes y atrevidos, lo que causaba que las experiencias educativas fueran repetitivas, monótonas y pasivas. Terminaron sus carreras a pura disciplina, gracias a la pasión que les inspiraban sus carreras, o motivados por el deseo de servir en la “línea de produción”. También, mis familiares recuerdan a muchos compañeros de estudio, excelentes estudiantes, que se cambiaron de ciencias naturales a otras facultades o que no completaron sus estudios. ¡Los perdimos! Los alejamos de la ciencia en un momento en que la sociedad necesita buenos científicos.

Aprendizaje significativo y constructivismo humano:
una alternativa esperanzadora

Sin embargo, reflexionar sobre la situación antes descrita me ha permitido identificar algún resultado positivo de la falta de entusiasmo, la apatía y el miedo de los estudiantes hacia la ciencia. Considerar detenidamente la pérdida de la curiosidad científica parece ser el motor que ha provocado un cambio entre maestros con respecto al modo de enseñar la ciencia: buscar un proceso de enseñanza efectivo y un marco teórico orientador. Este libro se une a múltiples publicaciones y a las recomendaciones de la National Science Education Standards, de la Benchmarks for Science Literacy y de la American Association for the Advancement of Science para favorecer el marco teórico del constructivismo humano y la enseñanza que promueve el aprendizaje significativo. Cada vez, un número mayor de profesores busca alternativas de manejo de la sala de clase, se capacita y ofrece talleres sobre técnicas de enseñanza de corte constructivista. Esta es una actitud esperanzadora. Estoy convencida de que conocer la visión constructivista del aprendizaje es crucial para desestabilizar en los maestros el concepto de la enseñanza como una simple transmisión de conocimiento, y también para promover el criterio de la enseñanza que promueve la construcción de conocimiento.

En Puerto Rico, en el nivel universitario subgraduado, cada vez más departamentos académicos fomentan actividades de metodología de enseñanza de la ciencia con enfoque constructivista. A la vez, las administraciones centrales apoyan y destacan iniciativas para mejorar el claustro y atender con prioridad la metodología de enseñanza. Un ejemplo de estos proyectos son los centros de Desarrollo de Facultad. Por otro lado, se han gestado alianzas entre instituciones educativas públicas y privadas para dar prioridad al mejoramiento de los profesores, especialmente a los de los cursos básicos. Se ofrece también apoyo a los estudiantes de esos cursos al promover el desarrollo de destrezas de estudio, las oportunidades de investigación, la ayuda de tutores y mentores y el reconocimiento de la excelencia académica. Las alianzas han sido un gran apoyo para los programas de ciencia en nuestra universidad.

Hace más de diez años un grupo de profesores del Departamento de Biología decidimos enfrentar el reto del estudiante del curso básico. La enseñanza efectiva y el aprendizaje significativo guiaron nuestros esfuerzos. El modelaje de un grupo pequeño de profesores animó a otros colegas. Uno de los resultados de este esfuerzo tiene relación con el aprovechamiento de los estudiantes. Hemos evidenciado que en el periodo de 1996 a 2000 el porcentaje de bajas y fracasos en el curso básico de Ciencias Biológicas I se redujo de aproximadamente un 38% a un 19%. (Véase el Informe de Acreditación, 2000.) Estos hallazgos nos animan a mantenernos aplicando el enfoque constructivista en el salón de clases. 

Otras iniciativas con perspectiva constructivista que se ocupan de la enseñanza y el aprendizaje de las ciencias y las matemáticas de los niveles primario y secundario han recibido el apoyo del Departamento de Educación de Puerto Rico. Como ejemplos, se pueden examinar el Instituto 2000, la Puerto Rico Statewide Systemic Iniciative (PR-SSI) y el Puerto Rico Collaborative for Excellence in Teachers Preparation (PR-CETP). Todas estas iniciativas  ilustran dos características de los esfuerzos educativos exitosos: la importancia de las alianzas, ya sea entre universidades públicas y privadas, entre los recintos de una institución universitaria o entre las universidades y el sistema educativo primario y secundario y la comunicación estrecha entre las universidades y el sistema de enseñanza preuniversitario. Las dos características del éxito propuesto se pueden resumir en: colaboración con interdependencia positiva e interacción cara a cara.

¿Qué se espera que suceda en los salones de clase luego que los maestros conozcan el enfoque constructivista?

Una vez los maestros y otro personal educativo conozcan el marco teórico y las aplicaciones prácticas del constructivismo, es de esperarse que lo lleven a la práctica. Contamos con evidencia que sostiene la efectividad del marco constructivista para atender los retos actuales de la educación científica. Los maestros sabemos que lo que sucede día a día en los salones de clase no ha logrado propiciar el interés por la ciencia o por el conocimiento científico. Lamentablemente, la experiencia nos indica que el conocimiento que logren los maestros, que se evidencia con la asistencia entusiasta a talleres o con los resultados de entrevistas, no garantiza una incorporación sostenida de lo aprendido. Algunos asistentes a talleres comienzan el desarrollo de aplicaciones y a medida que pasa el tiempo “se desinflan”; otros no llegan ni a comenzar. En resumen, en la realidad del salón de clases puede darse una brecha entre lo que el maestro conoce, sus teorías, y lo que hace, su práctica. El cambio que necesitamos en la enseñanza de la ciencia para alcanzar el aprendizaje significativo tiene que influenciar ambas cosas: teorías y acciones. Este desfase de la teoría frente a la práctica educativa es común en muchos países (Duit, 2002).

Este libro surge de una visión esperanzadora de la educación. Quiere evidenciar que a pesar de la apatía estudiantil y la falta de curiosidad en los cursos básicos de biología y de la brecha entre las “teorías” del maestro y su práctica pedagógica, la visión constructivista del aprendizaje puede llevarse a la práctica y tener éxito. No obstante, para lograrlo, hay que satisfacer unos requisitos, específicamente tres. El primero es estar “convertido”, lo que significa que se deben tener altas expectativas relacionadas con el proceso y con los estudiantes. El maestro exitoso es el que cree que el éxito es posible y lo proclama. Los otros dos requisitos son tiempo y muchos intentos, y se pueden resumir con el lema: “Sin prisa pero sin pausa”.

El presidente John F. Kennedy acostumbraba narrarles una anécdota a quienes, en su presencia, se preocupaban por situaciones consideradas muy difíciles o prolijas. El presidente decía:

“Un oficial del ejército le informó a un cocinero que deseaba sembrar cierto tipo de árbol. El cocinero preocupado le contestó que para que este árbol alcanzara el estado adulto tardaría como cien años. A tal expresión, el oficial respondió: ‘Pues no debemos perder tiempo, esta misma tarde lo sembraremos’ ”.

Esta anécdota nos aconseja qué hacer cuando urge una tarea que se aprecia compleja y difícil: lo más fructífero es comenzar a la mayor brevedad. Entonces, si en las clases de ciencia el desarrollo del entendimiento y el cambio conceptual requieren tiempo y muchos ejemplos, no hay ninguna razón para posponer el proceso. El entendimiento no es un acto de culminación que se logra como parte de la escuela superior o de los estudios universitarios. Es una tarea continua cuyos logros generan nuevas búsquedas. Recordemos que el entendimiento se logra por aproximaciones sucesivas, que todo entendimiento es necesariamente incompleto e imperfecto (Novak y Gowin, 1984; Capra, 1996).  

Un modelo de enseñanza que favorece la celebración

La reflexión sobre mi práctica educativa a lo largo de más de treinta años me ha permitido derivar principios básicos o guías para el desarrollo de tareas de aprendizaje. Al aplicarlas, logro comprometer a la mayoría de mis estudiantes con la experiencia del aprendizaje significativo. Aunque parezca contradictorio, a pesar de llamarlas guías, las ideas surgieron en el camino, en la práctica; cuando se cumplieron y cuando no se cumplieron mis expectativas. Las considero motivos para celebrar.

Cuando se celebra, se hace significativa una vivencia valiosa para los que participamos del proceso educativo. Se anuncia que nos importan los demás y que podemos trascender el individualismo. Las celebraciones proclaman el aprendizaje alcanzado desde lo intrapsicológico hasta lo interpsicológico.

Celebrar es deleitarnos al dar y recibir reconocimiento, al anunciar un logro o apreciar un resultado desde otra perspectiva. Cada vez que celebramos, destacamos que lo que tiene prioridad en el proceso educativo es el aprendizaje de los estudiantes, aunque a algunos les parezca tan difícil como tirar piedras a la Luna celebrar la expresión de conceptos erróneos arraigados. A los que celebramos el aprendizaje nos complacerá ser testigos de que algún estudiante, en una situación de cambio conceptual, “tire la piedra más lejos”, esto es, se aproxime al entendimiento. 

La visión del aprendizaje como celebración nos coloca en una actitud de sosiego para la metacognición. ¿Cómo se da el proceso de aprendizaje?, esta reflexión nos permitirá, entre otras posibilidades, examinar la capacidad de las interrelaciones y las interdependencias del proceso de enseñanza y aprendizaje para posibilitar la transformación y la trascendencia, personal y social de los que conforman la comunidad de aprendices. El aprendizaje como celebración da vigencia a un principio pedagógico que nos regaló Paulo Freire, el creador de la pedagogía de la liberación: “Nadie educa a nadie y nadie se educa solo” (Freire, 1970/1972).

Los principios básicos o guías de mi modelo de enseñanza comprometen a maestros y a estudiantes a aprender más. Afirmo que habrá celebración cuando la instrucción: (a) tome en cuenta la agenda personal del alumno; (b) identifique los conceptos básicos que dan marco a cada tarea; (c) utilice tareas que se aprecien fáciles e incompletas, anime al estudiante a completarlas, a complicarlas; (d) permita rehacer tareas, mejorarlas luego de revisar y planificar; (e) confíe en la capacidad del estudiante de cambiar actitudes, conceptos y destrezas; (f) tenga grandes expectativas en cuanto a la capacidad de ejecución de los alumnos; (g) evalúe de forma amplia, continua, diversa y en contexto.

Recuerde que si usted no cumple con lo que dice, los estudiantes no lo olvidarán. Si celebra las iniciativas, le aseguro que siempre lo recordarán. Un buen maestro es alguien que cuenta con muchos recursos, y, como un mago, conoce bien lo que quiere lograr. Quisiera que mis estudiantes se acomodaran al comenzar cada clase, me miraran con una sonrisa, y me preguntaran: “¿Qué haremos hoy?”, o me dijeran: “Maestra, seguí pensando sobre lo que pasó ayer”.

Este libro no pretende ser el diploma que me certifique como mago, ni es  tampoco el inventario de todos mis trucos. Se ocupa de despertar y sostener el entusiasmo entre los maestros de biología por la tarea de cada día y también de inspirar a otros maestros, y al público a saber más sobre cómo se aprende a aprender. ¡Que cada día en cada salón de clases la búsqueda del conocimiento sea fuente de motivos para celebrar!

El salón de clases como un sistema:
una aplicación para el aprendizaje de la biología

La educación tiene que ser esperanzadora. Estoy convencida de que se puede llegar a entender cómo aprenden las personas: un asunto de interés trascendental para los educadores. Coincido con el destacado físico y filósofo F. Capra (1982) en que la solución de los grandes problemas del planeta requiere un cambio profundo de percepción y pensamiento; una nueva visión de la realidad, un cambio de paradigma. El entendimiento de cómo se optimiza el aprendizaje humano es el asunto primario para los que nos interesamos por la crisis en la enseñanza. Requiere de un cambio profundo de la visión de cómo se alcanza el desarrollo cognoscitivo y de cuáles son las prácticas educativas idóneas para lograr este desarrollo.

Para Capra (1982), la nueva visión de la realidad, el cambio de paradigma, como alternativa de manejo, deberá colocar el problema bajo consideración en el contexto de la evolución humana cultural. Bajo esta perspectiva, la crisis o el problema se considera como la manifestación de un proceso de transformación, una oportunidad para el cambio. Además, el análisis de la crisis se guiará por la teoría de sistemas, una mirada del mundo desde la perspectiva de las  interrelaciones e interdependencias de todos los fenómenos. En este marco de referencia, un sistema es un todo integrado, cuyas propiedades no se pueden reducir a la mera suma de sus partes (Capra, 1982). Esta perspectiva nos permite concebir los organismos, las sociedades, los ecosistemas, la familia y el salón de clases como sistemas.

Mientras más se estudian los acontecimientos del proceso de enseñanza y aprendizaje, más relevante es el hecho de que no pueden entenderse de manera aislada. Son como hebras o nudos de una red. Las etapas del proceso pueden apoyarse una sobre la otra y conectarse de manera tal que fluyan armoniosamente. A su vez, el componente humano puede formar una comunidad de aprendices que comparte necesidades, objetivos, visiones, intereses y experiencias. En esta comunidad se puede reconocer que cada persona (el aprendiz, el maestro y el personal de apoyo a la enseñanza) tiene un valor intrínseco único. Como una hebra particular, cada uno es capaz de  aportar a la red de interrelaciones e interdependencias, responsabilizándose por su aprendizaje y apoyando y facilitando el desarrollo cognoscitivo de los demás. Como sistema, el salón de clases puede sostener el modo de conciencia del espíritu humano en el cual cada persona siente que pertenece y, como propone L. S. Vigotsky, regala la confianza que experimenta al sentirse conectado a su entorno social (Mahn y John-Steiner, 2002). Para Capra (1996), la esencia de alcanzar ese sentido de pertenencia tiene el poder de provocar la formulación de preguntas profundas, de cuestionar toda nuestra manera de vivir. Para los que enseñamos ciencia, esta invitación a inquirir, a cuestionarlo todo, que Capra plantea como inherente a la conciencia de sentirse parte de la red de vida, debe emularse. Es la que quisiéramos que todo estudiante acepte. Una disposición de búsqueda elevaría el aprecio hacia los contenidos y los procesos, y contribuiría a superar esa actitud pasiva, tan generalizada, de aceptar como verdad absoluta lo que aparece en un libro de texto o lo que decimos los profesores.

Como organismo que forma parte de una comunidad biológica, un estudiante aprende biología a través del estudio de otros organismos que son descendientes con modificaciones de especies con filogenias de menor nivel de complejidad. Como estudiante, el aprendiz dispone de un material de estudio que satisface y genera curiosidades, y además le permite apreciar la organización como esa cualidad de la naturaleza jerárquica que expone la tendencia de todos los seres vivos a formar estructuras de niveles múltiples que conforman sistemas dentro de sistemas. Cada uno, el que aprende y los organismos bajo estudio, forma un todo con respecto a sus partes, que al mismo tiempo son parte de un todo mayor: la comunidad o el ecosistema.

Para alcanzar un entendimiento más preciso, el estudiante que aprende biología debe insertarse dentro de un marco evolutivo. Como afirmara el evolucionista y geneticista T. Dobzhansky (1973): “Nada en biología tiene sentido si no se aprecia desde una perspectiva evolutiva”. Las especies que ocupamos el planeta somos descendientes con modificaciones de otras que nos antecedieron. Para reconstruir la filogenia, además del registro fósil, la anatomía comparada, la biología del desarrollo y los estudios de biogeografía, se cuenta en la actualidad con técnicas sofisticadas de bioquímica y genética molecular que han permitido el desarrollo de una sistemática molecular. El conocimiento científico que provee esta sistemática aportará a un entendimiento más preciso de la organización jerárquica de los seres vivos y, sin lugar a dudas, provocará nuevas interrogantes.

Los que estudian la historia de la vida en la Tierra disponen de evidencia para caracterizar a los seres vivos como sistemas abiertos, autoorganizados, que interactúan continuamente con el ambiente, no obstante su organización la establezca el mismo sistema. Esta organización dinámica permite la autotransformación o renovación constante y el reciclaje de sus componentes mientras se mantiene la integridad de las estructuras y la autotrascendencia o habilidad de traspasar creativamente las barreras físicas y mentales en los procesos de aprendizaje, desarrollo y evolución (Capra, 1982). A la luz de mi práctica educativa, el estudio de la autotransformación y la trascendencia de otros seres vivos dentro de una perspectiva evolutiva ha servido para que los estudiantes de biología reafirmen y celebren su capacidad particular, y también colectiva, para lograr el aprendizaje. Darnos cuenta de lo que tenemos en común con otras especies nos recuerda nuestra conexión con la red de la vida, que, además de ecológica, también es histórica. Somos la representación genotípica de las generaciones que nos antecedieron.

 

Audiencia y propuesta

Este libro está dirigido principalmente a los maestros de biología, a los estudiantes, al claustro que forma a maestros y a los técnicos de currículo. Aunque las actividades propuestas se derivan del contenido de la biología, pueden servir de guía para los maestros de otras materias, supervisores escolares, padres y para cualquier persona interesada en la crisis de la enseñanza y en lo que se puede hacer para superar deficiencias. Costructivismo humano y aprendizaje significativo para enseñar biología les provee un compendio de técnicas de enseñanza que promueven el aprendizaje con entendimiento entre estudiantes universitarios puertorriqueños, la mayoría proveniente de las escuelas públicas. Surge del goce de la práctica de la enseñanza de la biología de una maestra totalmente convencida de que urge un programa educativo en el cual los estudiantes sobrepasen la condición de “creyentes pasivos, reduccionistas y mecánicos”.

Alcanzar entendimiento de la crisis de la enseñanza de la biología y enmarcarla dentro de una perspectiva de oportunidades para la transformación y la trascendencia requirió la experiencia de una práctica pedagógica intensa, continua y amplia. Comencé mi carrera de maestra en la escuela secundaria del sistema de educación pública en el centro de la Isla, con estudiantes que mostraban mucho entusiasmo por la ciencia pero que alcanzaban un entendimiento pobre de los conceptos científicos. Al llegar a la universidad a trabajar como maestra de biología del curso básico, identifiqué la misma necesidad de entender lo que se aprende. Los universitarios conformaban un grupo bien heterogéneo en cuanto a aprovechamiento académico y a experiencias que no alcanzaba el entendimiento conceptual para corresponder a la ejecución idónea en el programa de estudios. El método de enseñanza por conferencia tradicional imperaba en los salones de clase, y yo sabía que esta técnica no iba a llenar las necesidades de mis estudiantes. Usarlo habría sido para mí como cantar dos notas iguales y sucesivas sin tomar en consideración la necesidad particular de energía, color o dinámica de la frase melódica. A la preocupación por el aprendizaje de los estudiantes se sumó un reto afectivo: yo era una graduada de enseñanza de la biología en un departamento de ciencias naturales. Algunos docentes defensores del contenido se preciaban de “curiosos” hacia mi práctica pedagógica. Yo conocía esa visión prejuiciada y me percaté de la atracción y del modelaje para cambiarla. No obstante, este reconocimiento sirvió para afianzar mi visión esperanzadora de la enseñanza de la ciencia y modelar con mayor entusiasmo el aprendizaje como celebración.

¿Por qué el aprendizaje cooperativo?

En este compendio de técnicas de enseñanza de la biología se destacan las tareas del aprendizaje cooperativo como las celebraciones más numerosas y diversas. La puesta en práctica ha propiciado la interdependencia positiva entre los estudiantes como integrantes de equipos de trabajo que dan sentido de pertenencia a sus miembros y en los que cada persona comparte el regalo de la confianza. Esta perspectiva cooperativa de interdependencia e interrelaciones choca con la tan arraigada concepción de la educación, especialmente en el nivel universitario, como individualista, pasiva, centrada en datos y dependiente del libro de texto. He identificado a esta concepción como el obstáculo mayor para lograr la participación de muchos alumnos en los equipos de trabajo. Este libro fomenta y viabiliza el desequilibrio de estas preconcepciones erróneas. Sostiene que, manejar estas y otras preconcepciones requiere la detección temprana y diversas alternativas para lidiar con el error. No hacerlo limitaría la oportunidad y la práctica para equipar a los estudiantes con destrezas de trabajo cooperativo, requisito indispensable para formar parte de la fuerza trabajadora, ampliar nuestras facultades discriminatorias ante la toma de decisiones y alcanzar la felicidad. En esta obra, la exposición destacada del trabajo cooperativo valida la primacía del entorno social para el desarrollo cognoscitivo. En ese entorno, en asuntos de derechos y deberes, nos corresponde cumplir con todos nuestros deberes y gozar con todos nuestros derechos sin olvidar que nuestro primer deber es ser humanos (Hostos, 1969).

La evaluación que necesitamos

Una enseñanza activa demanda una evaluación activa. Satisfacer esta necesidad requiere llevar a la práctica un proceso de evaluación del aprendizaje de la biología que se ajuste a las características de la enseñanza que promueve el aprendizaje con entendimiento. En esta publicación me uno al reclamo generalizado por una reforma urgente de las prácticas de la evaluación de la enseñanza de las ciencias. 

La percepción general es que los maestros de ciencia no evaluamos lo que valoramos sino lo que resulta más fácil de estimar. Actuamos como el instructor que enseña a nadar y pretende certificar a sus alumnos con un examen de selección múltiple sobre destrezas de natación. Los modos de evaluación que usamos destacan unas condiciones, unos productos del aprendizaje que no son componentes esenciales de los objetivos, las metas de los cursos o los programas de estudio. Por ejemplo, afirmamos que un curso ofrecerá oportunidades para el desarrollo del pensamiento crítico pero las formas de evaluación que aplicamos no superan el nivel del recuerdo. Como resultado, no se comunica con precisión lo que se espera del estudiante, quien recibe un mensaje doble en lo que se destaca en la evaluación, y en lo que se comunica en los documentos de los cursos o los programas de estudio. Por otro lado, el maestro que evalúa de la manera más fácil le resta diversidad y efectividad a la metodología de enseñanza. Sus modos de evaluación están previamente definidos, lo que no garantiza que estén alineados ni con la tarea, ni con el contexto ni con los objetivos. Al aplicarlos, la información del aprendizaje que recopile será limitada. Si partimos de la premisa de que son múltiples las causas de un error conceptual o de una dificultad en el aprendizaje, limitar los modos de evaluación afectará las posibilidades del manejo de errores y dificultades, y además limitará la reenseñanza.

En esta publicación presento alternativas para evaluar lo que se valora en el aprendizaje de la biología. Invito a una evaluación amplia, diversa y sostenida del proceso educativo (evaluación formativa) tanto como del producto de ese proceso (evaluación sumativa). La muestra de técnicas de evaluación no descuida las consideraciones de las actitudes, ni aquéllas que promueven la autorreflexión. Todas estas actividades de evaluación activa, como experiencias de aprendizaje, constituyen celebraciones. Como tales, se desarrollaron bajo un marco constructivista, lo que requiere que estén alineadas con los objetivos, el contexto y las tareas correspondientes, y que su calidad se juzgue por cuán bien logren exponer el entendimiento alcanzado.

Los escenarios que dan marco al aprendizaje de los estudiantes proveen información para los que toman decisiones sobre los procesos educativos. Los maestros debemos buscar esa información de distintas maneras y compartirla con la comunidad que participa en el aprendizaje. Las características de los cursos, la disponibilidad de recursos físicos y de apoyo a la instrucción, las competencias profesionales de los maestros, el nivel de acceso a la educación para todos los estudiantes son consideraciones educativas de interés para el público. Todos queremos validar las características de los cursos y de los programas de estudio que promuevan el aprendizaje significativo y la enseñanza efectiva. Se espera que la educación propicie el desarrollo de una cultura científica y nos capacite para la toma de decisiones como parte de una sociedad que valora la democracia.

 

Resumen del contenido

Este libro contiene una muestra de las actividades que he diseñado a lo largo de mi experiencia docente. Con la práctica y el aprendizaje, las he modificado para alcanzar una enseñanza efectiva. Cada una tiene su historia, sus actores y su marca. El principio generador de estas actividades me ha acompañado desde que era estudiante de práctica docente. Lo aprendí con la Dra. Dalila Rodríguez Irlanda cuando afirmaba que: “El peor método de enseñanza es el que se usa todos los días”. La recopilación de estas prácticas la impulsó un grupo de maestros de ciencia en un taller de escritura creativa. Me preguntaron: ¿Por qué usted no recopila esa experiencia en forma de un libro que nos sirva de guía para la enseñanza?

Espero que usted examine las actividades y las practique, inclusive las modifique de acuerdo con sus necesidades. Quizás lo que al principio no le parezca útil más adelante lo sea.

En el Mapa de los conceptos principales de este libro se presenta un organizador gráfico de los conceptos fundamentales de esta publicación. Sirve como organizador previo de su contenido y como guía para la lectura. Le facilitará además mantener la interrelación de las ideas a medida que examine el libro.

Constructivismo humano y aprendizaje significativo para enseñar biología consiste en seis capítulos. En el primero “De la enseñanza tradicional a la celebración” describo la situación actual de la enseñanza de la ciencia a partir de mis vivencias como maestra de biología y a la luz de los hallazgos de la investigación en la enseñanza de la ciencia, específicamente de la biología. A esta descripción le sigue la presentación de lo que se espera de la enseñanza y el aprendizaje desde la perspectiva del constructivismo humano, según lo concibe el educador J. Novak. El capítulo culmina con la exposición de unas guías para la enseñanza de la ciencia, un “modelo de enseñanza” que favorece la celebración, que mis estudiantes y yo proclamamos como efectivas para lograr aprendizaje pertinente y duradero. Este marco de referencia preparará al lector para la revisión crítica de las técnicas de enseñanza de la biología y de los ejemplos de la práctica que conforman el contenido de los cinco capítulos restantes.

El apoderamiento pedagógico que adquiere el maestro que domina el uso de los mapas de conceptos es el criterio que utilizo para ubicar estas representaciones en el segundo capítulo del libro, que a su vez es el primero sobre técnicas de enseñanza de la biología. La capacidad metacognoscitiva de este organizador gráfico se ha demostrado ampliamente, específicamente para identificar conceptos erróneos (Novak y Musonda, 1991). Otras prácticas destacan la utilidad del mapa de conceptos como organizador previo, como técnica de estudio, en la preparación para exámenes y como oportunidad de compartir y negociar significados en las tareas cooperativas. Se pueden usar además como punto de partida para tareas de escritura y como producciones que permiten la expresión de la creatividad de los alumnos en el uso de colores, formas, materiales, y con el apoyo de la computadora.

En los capítulos tres, “Aprendizaje cooperativo: base teórica y práctica informal”, y cuatro, “Aprendizaje cooperativo formal”, se expone la metodología de enseñanza descrita por W. McKeachie (1990) como “estudiantes que enseñan a otros estudiantes”, y conocida como aprendizaje cooperativo (AC). En el tercer capítulo, la base teórica del “aprendizaje entre iguales”, como también se conoce al aprendizaje cooperativo, da paso a las materias que lo componen, seguidas de ejemplos del AC informal. En este enfoque, el diseño de las tareas toma en consideración los componentes del aprendizaje cooperativo de manera flexible y atractiva. Son tareas cortas, relevantes y dinámicas. En el capítulo cuatro, se describen tareas cooperativas bien estructuradas, de larga duración (de un mes o más), con roles y metas bien definidas. A estos trabajos los clasifico como tareas de AC formal. Entre los ejemplos presentados, el lector apreciará mi convencimiento del poder de la controversia académica para fomentar el aprendizaje.

El quinto capítulo, “Escribir para aprender”, incluye las actividades que más emociones han aflorado en mi salón de clases: las tareas de escritura de mis estudiantes. Todas se diseñan a partir del contenido de la biología y persiguen elevar y compartir el aprecio por la materia de estudio. Algunas actividades de escritura se califican, otras no tienen ese propósito. La mayoría son tareas cooperativas que se apoyan en la revisión de pares y culminan en una producción de escritura que puede ser directa, expresiva o creativa. Mis estudiantes son coautores de la “Guía práctica de escritura creativa” que forma parte del capítulo.

En el capítulo seis, “Evaluación activa”, se recopilan actividades de evaluación alineadas con el tipo de instrucción activa que se describe en los capítulos anteriores. Se presenta un repertorio de maneras de evidenciar las condiciones iniciales y los cambios asociados con la instrucción. Las tan usadas pruebas de lápiz y papel son una de esas maneras, y a partir de su aplicación se ilustran modalidades que elevan el poder de éstas para revelar entendimiento. Los ejemplos de las distintas actividades de evaluación permiten estimar conocimientos, destrezas, actitudes  y situaciones en el escenario que dio marco al aprendizaje en el curso básico de biología, al que asisten los estudiantes más necesitados de instrucción.

 

 

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