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Panorama del publico que asistió atentamente a la presentación de títulos recientes de la Editorial Plaza Mayor.

 

Autores de Plaza Mayor durante la Feria del Libro en Miami. De izquierda a derecha: Juan Benemlis, Antonio Álvarez Gil, Luis Manuel García y Mirella Robles.

 

Así le llamaba Lorca: oscuro. Creo que no en el sentido de demoníaco o sucio, sino, quizás, usando el adjetivo para calificar esa dificultad que ha tenido y sigue teniendo para ser definido el amor homosexual. Por eso mismo, decido comenzar estas líneas con una conceptualización. La poeta y ensayista feminista Adrienne Rich criticó esa actitud represiva hacia el tema y dijo que vivimos en una sociedad que impone una “heterosexualidad compulsiva”; polémica afirmación que sin embargo ha lidereado una importante brecha en la Academia norteamericana como los Queer Studies.

Como muchos imaginan o saben el único requisito para usar estas teorías, o entenderlas, no es la orientación sexual del crítico, lector o autor, sino la total libertad a la hora de examinar al texto tomándolo por lo que es, dejándolo hablar, sin amordarzarlo, ni sobreinterpretarlo.

Eso es lo que he querido hacer al acercarme a esta última novela de la narradora, poeta y ensayista cubana Mireya Robles. El antecedente de su magnífica novela Hagiografía de Narcisa La Bella, nos pone sobre aviso de que estamos ante una escritora deseosa de explorar la subjetividad femenina, capaz de romper eatereotipos, y hacer uso de la escritura no sólo como expresión de la identidad de mujer, sino como arcilla formadora, creadora, de nuevos modelos literarios.

Afirma Donna Stanton, otra destacada estudiosa de los estudios de género, que se puede hablar de la autoginografía para clasificar textos escritos por mujeres, que al describrir sus propias experiencias, también van conformando patrones alternativos de identidad femenina que han sido invisibilizados o estigmatizados en la literatura patriarcal.

Creo que la lesbiana, o la garzona, como se le llamó en la crítica literaria cubana en la época de la república, es una de ellas. Mireya Robles en Una mujer y otras cuatro, le da cuerpo y voz a través de su protagonista narradora que, símbólicamente, permanece innombrada y que pasa así a integrar una galería de personajes femeninos cada vez  más frecuente en la escritura de mujeres en Hispanoamerica, reflejo del avance de nuestras sociedades hacia la aceptación del Otro, la Otra. En cualquier caso, en el dominio específico de la sexualidad, casi tanto como en la política, la literatura ha sido pionera, partidora de caminos, por eso puede llamarse esta escritura gay discurso subversivo.

Antes de referirme en particular a los aportes de esta novela, me gustaría ubicarla en el contexto de la literatura cubana escrita por mujeres en el brillante periodo de nuestras letras que comprende las décadas de 1920-1950. Como parte de la curiosidad propia de la vanguardia, la sexualidades alternativas fue un tema abordado por nuestras escritoras y resulta entre ellas destacada Ofelia Rodríguez Acosta, en especial su novela La vida manda (1934). Herencias como esta permiten la consolidación del espacio que hoy ratifica la novela de Robles, pues temas en debate como el suyo no pasan a ser escritos, y mucho menos publicados y diseminados, si no se cuenta con el apropiado horizonte de recepción, si no se ha creado el diálogo entre autores, y la predisposición de la buena voluntad del público.

Pero pasemos a aspectos más específicos. El primer logro que me gustaría destacar en la novela de Robles es también su dificultad: el haber escogido un tono y un tempo al cual doblega su estructura narrativa y su lenguaje, ciñendose sus casi 200 páginas a una suerte de monólogo intimista, coloquial, minimalista,  a ratos confesional,  a ratos dialogado, en el cual se implica a otros personajes, e inevitablemente al lector o lectora. La novela no tiene capítulos, ni subdivisiones internas ninguna, ni tan siquiera el respiro mínimo del punto y seguido. Armada de un vocabulario sencillo. pero poético, que se maneja dúctilmente; de un uso estilístico de los signos de puntuación, la coma y el punto y coma, y sobre todo de un dominio de las conjuciones en español, Robles arma su argumento en un novedoso formato de Bildungsroman o novela de crecimiento.

La autora nos toma de la mano y nos introduce sin concesiones en el mundo de memorias personales del personaje protagónico y también narradora en primera persona. Se crea entonces un espacio en que tenemos que escuchar su voz, porque aquí se susurran las anécdotas, se bosquejan recuerdos y se interroga al pasado, mundo tan íntimo sólo puede ser compartido desde la conversación. El mundo del ser mujer de otra forma, como supo que iba serlo dessde niña el personaje de Robles, quien se va revelando ante nuestros ojos en sus más íntimos detalles espirituales tanto como eróticos, rompiendo con la caduca división entre asuntos del cuerpo y del alma.

Por último, otro aspecto atractivo de la obra que subrayo antes de finalizar mi comentario  es el delicado empaste entre historia personal e historia colectiva. La vida de una mujer se desarrolla con el telón de fondo de la vida contemporánea de la nación cubana. Desde los años del batistato hasta los primeros años del exilio, el triunfo de la revolución, al euforia, la decepción, Girón, los Peter Pan, toda una serie de acontecimientos en los que el lector reconocerá los avatares de un país, y las marcas que estos dejan en la vida privada. Pienso que en especial el fragmento dedicado al exilio es uno de los mejores momentos de la novela donde el personaje demuestra esa increíble fragilidad en que quedamos aquellos que, como dijera María Zambrano, hemos llegado a ese espacio sin Patria que la filósofa española llamó “Intemperie”.

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*Mireya Robles: Una mujer y otras cuatro. Puerto Rico: Editorial Plaza Mayor, 2004.
Texto leído en la Feria Internacional del Libro de Miami,  14 de noviembre de 2004.

 

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