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Anatema es que un editor presente a uno de sus autores. Este honor le tocaba hoy a otro de mis autores, Gumersindo Pacheco, autor de María Virginia está de vacaciones. A diferencia del título de su novela, Sindo no está de vacaciones: dura es la vida del escritor exilado y Sindo está en este momento cumpliendo con los deberes de su primer trabajo en Miami, en el Restaurante La Carreta de la Calle 8.
Pero si anatema es que un editor presente a uno de sus autores, también es un regalo del destino. Con mucho gusto he preparado estas palabras para tratar de ilustrar a los presentes sobre una obra que nos da una nueva dimensión, o un nuevo aderezo, o simplemente otro detalle acerca de los desaciertos que se originan al tratar de establecer un dogma a todo trance.
Félix Luis Viera no es sólo autor, sino testigo y víctima de su propio relato. Por el año 1965, las autoridades cubanas concibieron unas siglas como sinónimo al horror: Unidades Militares de Ayuda a la Producción. En el fondo, versión tropical de un campo de concentración a las que estaban destinados aquellos que acusaban de supuestas lacras sociales, por razones que podían incluir la “proclividad al delito” y que se manifestaban en predelincuencia, escándalo público y alegada conducta impropia; tres clasificaciones que llegaron a ser espantosas figuras delictivas por aquella época.
Era una época atroz. Por aquellos días llegaron a La Habana psiquiatras de todo el mundo que analizarían en un Congreso de médicos la forma que la homosexualidad podría ser curada en el ser humano. Señores, esto ocurrió así. Pero las UMAP no serían solamente el destino de los homosexuales y se verían enviados a las mismas, por igual, artistas, albañiles, bailarines, Testigos de Jehová, aristócratas, trovadores, católicos, desertores del servicio militar obligatorio, vagos, proxenetas y poetas.
En el radicalismo estalinista se solía confundir al poeta con el proxeneta. Aquellos hechos, uno de los episodios más oscuros del largo proceso cubano, recuerdan el libro Los hombres del triángulo rosa de Heinz Heger, donde se narra cómo los nacional-socialistas alemanes cargaron con los homosexuales en Berlín, escudriñando los archivos de la policía, y los llevaron al campo de concentración de Sachsenhausen.
Félix Luis Viera ha escarbado como Heinz Heger en la memoria de aquellos campos de las UMAP cubana, dedicados en sus inicios al castigo de los desertores del servicio militar obligatorio para convertirse en poco tiempo en infernal patio común de cubanos de todas las estirpes. Aquello fue el escándalo que provocó en su momento un severo comentario de Jean Paul Sartre al poeta Heberto Padilla: “A los homosexuales de aquí les ha tocado ser los judíos de este proceso”.
La novela de Félix Luis Viera es parte de nuestra memoria colectiva. Ella hace comprensible aquel pasado, interpretándolo con honestidad, sin negarlo, pero con la sabiduría de encontrarle un final conciliatorio, irónico, entretejido a la realidad de una Cuba dolarizada, un final que me perdonarán que no les revele en esta introducción. Compren el libro, allí están en la mesa del amigo Salvat.
Por las UMAP pasaron Pablo Milanés y Jaime Ortega Alamino, así como tantos otros anónimos y algunos no tan anónimos que tal vez están aquí esta tarde junto a nuestro autor. Pero por las UMAP pasó mucho más. En un análisis crudo y duro, desbordado de honestidad, otro escritor que ya no está con nosotros, escritor que también pasó por las UMAP, René Ariza, dijo con sabiduría algo que ya es frase lapidaria: “El Castro que todos llevamos por dentro”. Quiero decir con esto algo que Félix Luis Viera deja claro en su libro: por las UMAP pasó nuestro espíritu y nuestro modo de ser, pasaron nuestras virtudes y nuestros peores defectos.
Confieso que cuando me enfrenté por vez primera al original de Un ciervo herido, el primer sentimiento que experimenté fue de estupor. ¿Sería posible que, en lo que llaman la “vida real”, hubieran ocurrido en Cuba los hechos que originaron esta novela? De las UMAP, las eufemísticamente llamadas Unidades Militares de Ayuda la Producción, poco sabíamos, a partir, sobre todo, de las anécdotas escuchadas en uno y otro sitio, y de dos o tres textos periodísticos y literarios que en mi opinión no han circulado hasta hoy como debió ser.
Es decir, las UMAP son muy mencionadas en unas y otras cuartillas que leemos por ahí, pero muy poco, casi nada, sabíamos hasta el presente de estos campos de trabajo forzado que se establecieron en Cuba, justamente en la provincia de Camagüey según nos informa Un ciervo herido, en la década de 1960.
¿Por qué esta novela se titula Un ciervo herido, fragmento de un verso tan conocido de José Martí? De inicio, no vi relación entre un título, al parecer tan inocuo, y la devastadora tragedia que se narra en la obra.
El ciervo, me respondería el autor, es emblema de la inocencia, símbolo de la víctima, y eso eran los confinados en las UMAP: inocentes, víctimas, personas que no habían cometido delito alguno, o si eran responsables de alguno, sería el de profesar una religión, o de tener orientaciones sexuales calificadas de perjudiciales por las autoridades del gobierno cubano, o de expresar modas y maneras que no se avenían con el proyecto de alcanzar, en un futuro no lejano, ese sueño del Hombre Nuevo que, como tantos otros venidos del mismo lugar y momento de la historia, nunca llegó a realizarse.
Pero, ¿por qué se toma para el título de la novela el ciervo de Martí y no otro? “Porque según los iniciadores del proceso revolucionario comenzado en Cuba en 1959, José Martí fue el autor intelectual del citado proceso, el promotor del ideario que establecería las UMAP, de modo que según ellos debiéramos anotarle a José Martí esta acción en contra de las más elementales dignidades del ser humano”, me contestó el autor, quien ha añadido en otras respuestas: “Las UMAP es una mácula que el gobierno de la isla de Cuba no tiene manera de argumentar, de justificar desde ningún ángulo, no fue un acto defensivo, no fue una medida para enfrentar esta u otra posibilidad de agresión presente o futura, fue, simplemente, un acto atentador contra personas inocentes, una acción discriminadora que tiene su origen en la enjundia excluyente del sistema político que concibió esta afrenta”.
Una afrenta que hasta el presente sus gestores habían hecho lo posible por echar en el olvido, pero que ahora, gracias a esta novela de Félix Luis Viera, formará parte de la memoria de los tiempos.
Pero no se trata de un documento, de una denuncia, “no se trata de un pase de cuentas”, como ha aseverado el autor recientemente. Un ciervo herido trasciende el documento, no hay ira manifiesta en el texto, no hay denuncia a todo trance, hay arte, si bien un arte literario apoyado en la esencia del terror, en la intolerancia, en el embate del Poder contra esas víctimas que todavía se siguen preguntando cuál fue el delito cometido.
Según sus propias palabras, Félix Luis Viera demoró treinta años en encontrar el narrador adecuado para esta obra. “Debía ser un narrador con las características subjetivas necesarias como para que la obra no fuera a dar en una retahíla de hechos tremebundos que llegasen a aburrir no obstante lo impactante de los mismos”, ha afirmado el autor.
Esta es una novela armada a partir de movimientos o cuadros narrativos que van en avance constantemente y que, en la medida que transcurre el argumento, se van integrando para darnos una visión totalizadora no sólo de la vida terrible en el campamento UMAP donde se halla Armandito Valdivieso, el narrador protagonista, sino además lo que ha ocurrido y lo que va ocurriendo “por fuera”, por ejemplo en los llamados Comité de Defensa de la Revolución, cuya dinámica resulta una de las piezas clave para el envío del Armandito a las UMAP.
Creo que la pericia del autor para ensamblar estos ángulos narrativos es uno de los aciertos fundamentales de Un ciervo herido, como lo son además: el lenguaje, de suma intensidad, de altos valores poéticos, sin que podamos obviar un raro sentido del humor que más bien nos remite a una sonrisa amarga, así como un ánimo erótico que nos induce por el camino de lo patético en ocasiones.
Es una frase sumamente socorrida esa de que algún libro nos ha atrapado desde el inicio y que ya no lo podemos soltar. No me queda más remedio que continuar gastando la frase: desde la primera página, Un ciervo herido me metió de golpe en una historia cuya lectura no podía abandonar, si bien por rachas me sacara las lágrimas, me pusiera al borde de la depresión.
Un rasgo que quisiera destacar en esta novela es su imparcialidad. Se advierte desde los inicios que Félix Luis Viera, más que denunciar, expone, cuál debe de ser; más que sancionar, pregunta; más que anatemizar, califica con sumo pudor. “No le guardemos rencor, Madre, ellos también son víctimas de una época, ellos se creen que están haciendo lo correcto… no escribiré con odio sobre ellos”, le dice a la madre en una carta el protagonista, refiriéndose a sus verdugos.
Como ya nos había demostrado en sus obras anteriores, Viera es un notable hacedor de personajes. Inolvidables nos resultan en esta obra, además del protagonista principal, Armandito Valdivieso, ese mulato jovial e iracundo a la vez, Guillermo la Rumba, quien nada entiende de lo que está ocurriendo, o El Artista, ejemplo sumo de la estoicidad, o Stalin Gómez, un ser en el fondo candoroso que si bien actúa como verdugo, lo hace sin la menor idea de que él en realidad es un peón de los verdaderos verdugos.
Aparte pongo a la Madre, un personaje de tal fuerza dramática que por momentos se roba toda la acción, una guerrera vencida, como ella misma se dice, un ser desvalido, desesperado, cuyo coraje en demasía no le alcanza sin embargo para resistir el drama que la aplasta.
Deseo terminar mis palabras reiterando que esta novela, cuya otra ganancia, en mi opinión, es que su estructura nos permite un fácil acceso para la comprensión de la historia, está escrita, como toda obra literaria genuina, desde la imparcialidad, sin cargar la mano hacia uno u otro bando, con la justeza de quien desea preguntarnos cuando terminamos de leer el texto: bueno, ahora dígame usted que piensa.
Este es un libro donde se confunden muchas veces las víctimas y los verdugos pero es, sobretodo, un testimonio de fe en la libertad y en el poder de cuatro letras que pueden ser más que unas siglas U M A P, sino otras: C U B A.
Patricia Gutiérrez. Noviembre 2003. |
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