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Panorama del publico que asistió atentamente a la presentación de títulos recientes de la Editorial Plaza Mayor.

 

Autores de Plaza Mayor durante la Feria del Libro en Miami. De izquierda a derecha: Juan Benemlis, Antonio Álvarez Gil, Luis Manuel García y Mirella Robles.

 



Quiero extender mi agradecimiento a la Feria del Libro por brindar este espacio y a Patricia Gutiérrez, mi editora, directora de Plaza Mayor.

Al caos con la lógica relata el proceso de madurez de la historia y la filosofía de nuestra civilización, y el  impacto que en ella han tenido las ciencias.

Es una meditación de, hasta donde nos ha llevado la manera errónea en que hemos construido la civilización, el edificio de la cultura tradicional.

La civilización inteligente arranca y avanza en una búsqueda enajenada de su razón de ser y su destino final: quiénes somos, por qué estamos aquí.

Búsqueda siempre acompañada de la brutalidad, la propensión destructiva, la agresividad social, la de dominar la materia, los símbolos del pensamiento, como lo demuestra la brillante pero aberrada civilización romana con sus arenas circenses.

O la figura modelo de Alejandro, El Magno, instruido por Aristóteles, pero montado en su corcel Bucéfalo, instalando la, para nosotros, deslumbrante cultura helénica, pero de manera sangrienta, sobre pirámides de cadáveres y ruinas de poblaciones vencidas.

Recién hemos abandonado el canibalismo, la trata y la esclavitud, el poder del pater familia sobre la vida y muerte de su familia, el apareamiento consanguíneo y el sacrificio de humanos.

Aún no hemos erradicado nuestros mecanismos innatos de violencia letal, de vendetta, magnicidios, robos y asaltos, de la tortura y el asesinato, de la violación y la pena capital, de la agresividad del género dominante con sus invasiones imperiales y marchas de "centauros bárbaros", sus cruentos conflictos comerciales y religiosos.

Siglo tras siglo contemplamos en el espejo de la civilización el reflejo de nuestra imagen siempre distorsionada.

Así, las ideas por las cuales ayer millones de humanos sacrificaron sus vidas o fueron sacrificadas,  hoy sólo producen comentarios aburridos.

En el libro se toca la división entre ciencia y cultura y de cómo la sociedad que hemos construido ha sido de corte geométrico; no importa si es en la China de los Han, en la India del Ramayana, en el Renacimiento de Newton y de Leonardo, o en la Praga de Havel.

La tragedia contemporánea es el encierro humano en supuestas verdades supremas y predeterminadas. Y la deficiencia más grave del intelectual y del humanista contemporáneo es su desconocimiento brutal sobre lo que acontece en las ciencias.

Estimamos que la química y la biología se circunscriben a leyes físicas y que la conciencia obedece a reacciones electroquímicas.

El libro alerta sobre muchos paradigmas aún tenidos como determinantes, especialmente por los estudiosos sociales y humanistas, y que hace mucho se tienen como desusadas y científicamente inoperantes. 

Como la geometría euclidiana, padre de la lógica, o los paradigmas newtonianos de causa-efecto.

Intelectuales de antaño, como Balzac, Goethe, Voltaire o Kant, se hallaban al tanto de las ideas que concurrían en el ámbito científico y por eso su pensamiento y obra lograron la universalidad filosófica que les permitió trascender a sus épocas.

En el ensayo, al lado de Rubens, Verdi y Tolstoi, se aborda el papel jugado por el pensamiento racional, por los paradigmas de la revolución celeste de Copérnico, la cósmica de la relatividad einsteniana y la microcósmica de la física cuántica. Es tan importante y decisivo conocer a Shakespeare o Derridá, como saber de Maxwell con su electromagnetismo, o Niels Bohr con su física cuántica.

No se trata de reproducir el homo multifacético estilo Leonardo, sino de entender a quiénes debemos todo lo que nos regula y nos pauta en esta sociedad moderna, qué ha definido la manera en que vivimos, filosofamos, escribimos, pintamos, modelamos, leemos o vemos una película.

Ninguna ciencia en específico, incluso la matemática, ni disciplina de las humanidades puede erigirse con el saber absoluto. El humano se halla ante una dimensión que desconoce absolutamente.

El origen del Universo está fuera de nuestra comprensión. El del Sistema Solar se sustenta en hipótesis. La vida terrestre es un enigma, como lo es la aparición del Homo sapiens. Ignoramos cuándo se inició la civilización. No sabemos cuáles son los factores que rigen la historia. El evolucionismo de Darwin, el paradigma de la cultura, se halla en entredicho. El psicoanálisis de Freud, columna vertebral de ramas enteras de la cultura, tiene más de fraude que de ciencia.

Explico cómo entre Einstein y Hawkins se demostró que el tiempo no es lineal como un río, que el pasado–presente–futuro están mezclados. O cómo Sheldrake, de manos de Bohm y Jung explica que la sincronía de los hechos en la vida, en la sociedad, en el cosmos no resulta un producto del azar…   que están interconectados por muy casuales que nos parezcan y dos partículas, una de nuestro cuerpo y otra de cualquier astro celeste, en sitios opuestos del Universo, se comunican instantáneamente. Lo que nos hace parte integrantes del mismo. Un todo.

Si para Dostoievski o Kuhn las ciencias son una impugnación de la libertad, es indiscutible que ellas son el logro intelectual más significativo en la historia de nuestra especie. Y es ilusorio abordar cualquier argumento filosófico o social sin ella.

Las ciencias no son colecciones mecánicas de datos, verificadoras de hipótesis. En las ciencias se debaten hoy los aspectos centrales del humano y su civilización, que otrora era un reducto de las humanidades.

Nadie, jamás, ha visto un átomo y sin embargo hemos detonado bombas atómicas y vemos imágenes televisadas debido al bombardeo de electrones. Murraya Gell-Mann con sus trabajos sobre biogenética ha logrado indagar más profundamente en la conciencia humana que El Ser y la Nada de Sartre.

En el siglo xx no fueron Sartre, Bergson, Althusser, Deleusse, Lukacs o Popper quienes abordaron las incógnitas del homo tecnológico, sino las filosofías científicas de Russell, Whitehead, Poincaré, Böhr, Bohm, Wittgenstein, Roger Penrose, Bell.

Godel, considerado el genio por los genios del siglo, y desconocido en los cenáculos de las humanidades, aniquiló en la década de los 30 y 40 cuatro milenios de matemáticas al demostrar que la matemática, tenida como la ciencia de la comprobación, no podía comprobarse a sí misma.

Las consecuencias de su teorema recién comienzan a hacer impacto en nuestra civilización, y sin dudas regirán todo el milenio que se inaugura. 

El libro aboga por una reversión de la presente cosmovisión logicista, la cual, en nombre del progreso y de la cultura, nos ha arrastrado al desconcierto presente. Sin la integración científico–humanista no se pondrá fin a la violentación de las leyes físicas de la naturaleza; no se podrá desmantelar la hegemonía patriarcal, la discriminación étnica, ideológica y religiosa, o el exclusivismo territorial; no se podrá erradicar la violencia y la guerra, ni aplicar un uso y una redistribución menos estúpida de los recursos del planeta.

Entre el humano contemporáneo y todo lo que le precede hay una ruptura, al haber empezado la grandiosa aventura de la biosfera. Todos nosotros estamos destinados a hacer este viaje nocturno, a enfrentar las dificultades de este pasaje de estado nacional a planeta, y de planeta a homo cósmico.

Dice un poema persa: "las sombras hacen más claro el brillo de la luz". Tenemos que intentar rebasar esa visión parcial y divisar la claridad más allá del transcurso de una vida humana.

Ante una historia de catástrofes sociales y económicas, y en vista de un futuro semejante, sería cínico argumentar que la historia corre en las andas de un plan por un mundo mejor. Es cierto que ninguna historia universal nos lleva del salvajismo al humanitarismo, pero existe una que nos ha traído de la flecha a la bomba de megatones.

Privados de nuestras mediaciones, desterrados de la belleza natural, nos hallamos de nuevo en el mundo del Antiguo Testamento, arrinconados ante unos Faraones crueles y un cielo implacable. Ante este mal, ante la muerte, el hombre pide justicia desde lo más profundo de si mismo.

__________
*Texto leído en la Feria Internacional del Libro de Miami, 14 de noviembre de 2004.

 

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