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Panorama del público que asistió atentamente a la presentación de títulos recientes de la Editorial Plaza Mayor.

 

Autores de Plaza Mayor durante la Feria del Libro en Miami. De izquierda a derecha: Juan Benemlis, Antonio Álvarez Gil, Luis Manuel García y Mirella Robles.

 

El destierro es destino común a muchos escritores cubanos. De hecho, muchas, demasiadas de las mejores páginas de la literatura cubana se han escrito en el destierro. En la tarde de hoy, en el destierro, nos toca presentar a dos escritores desterrados.

El más joven de ellos se encuentra físicamente entre nosotros: me refiero a Antonio Álvarez Gil, Tony para sus amigos, narrador que es cubano aunque se haga el sueco (quiero decir que reside en Suecia), y que tiene en su haber, entre otros libros, Una muchacha en el andén (Premio David de Cuento, 1983), Naufragios (V premio de novela Ciudad de Badajoz, 2002), Delirio nórdico (LI premio de novela del Ateneo de Valladolid, 2004) y Retorno a Bayanabo, que acaba de recibir la Primera Mención del concurso de novela de Plaza Mayor.

Sus libros combinan la suavidad de una prosa cuidada y transparente con la agudeza de la mirada que indaga en los personajes y su circunstancia, y un humor que me atrevería a llamar bondadoso. Sus personajes habituales son nuestros contemporáneos, o suelen serlo; al menos, en todos sus libros menos uno.

Lo cual nos trae al segundo desterrado que nos toca presentar esta tarde, cuya presencia excesiva, abrumadora entre nosotros no es, sin embargo, física; un hombre que ardió, más que vivió. En vida, fue apreciado por su “prosa profusa, llena de vitalidad y color, de plasticidad y de música”, como la describió otro gran poeta; sus versos recibieron un reconocimiento mayormente póstumo.

Aunque nació en, y fue a morir a Cuba, vivió la mayor parte de su vida en España, en México, en Guatemala, en Nueva York. Su nombre se ha vuelto una tradición tan conocida, tan llevada y traída, tan deificada y traicionada, que muchos olvidamos el hecho de que fue, durante unos fervientes cuarenta y dos años, un ser humano: José Julián Martí y Pérez, Pepe para sus amigos.

Ese Pepe, ese Martí humano, es el protagonista de Las largas horas de la noche, único libro de Álvarez Gil cuya trama no tiene lugar en nuestros días, y que nos trae la Colección de Cultura Cubana de Plaza Mayor. Nada más lejos, sin embargo, de este libro íntimo, intimista, que considerarse una novela histórica; no lo es, como no lo es La joven de la perla, de Tracy Chevalier. La joven de la perla se propone la historia posible de un cuadro; Las largas horas de la noche, la historia secreta de un poema.

Eso no quita que el libro haya sido evidentemente precedido por una cuidadosa investigación, pero ésta sirve a Álvarez Gil de cimiento o trampolín, nunca de lastre. Hechos y sueños se entretejen en estas páginas hasta hacerse indistinguibles. Y estas páginas se adentran en los sentimientos de un joven de veinticuatro años, atrapado entre dos mujeres de belleza y carácter excepcionales.

El mismo carácter excepcional de estos personajes, y los matices casi byronianos de este “cuento en flor” hubiesen tentado a otro escritor a los excesos del romanticismo. (Alguien ha observado que los exégetas de José Lezama Lima, excesivo poeta cubano, tienden a imitar la críptica exuberancia del estilo que estudian.) En contraste, Álvarez Gil orquesta situaciones y diálogos con una sobriedad y delicadeza extremas, casi chejovianas. En una de las escenas más tremendas del libro, asistimos al intercambio de unos pocos comentarios casuales y a la preparación de una taza de chocolate, pero estos gestos cotidianos se las arreglan para transmitir la sobrecogedora gravedad de la tragedia.

Siempre he creído (y sé que esto parecerá una blasfemia a algunos) que la patria de los escritores no es otra que la Literatura, con mayúscula. Las largas horas de la noche no es sólo un libro ameno y fino; es el encuentro literario de dos escritores desterrados (el que escribe, el escrito) y la prueba de que ese destierro es ilusorio, de que ambos conviven en ese territorio mágico, inexplorable, oscuro y luminoso.
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*Texto leído en la Feria Internacional del Libro de Miami, 14 de noviembre de 2004.


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