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En los últimos 30 años aproximadamente, se ha puesto de moda la novela extensa, a partir, en buena medida, de las autorizadas opiniones de diversos y exitosos creadores del género. Según algunos de éstos, la novela, per se, debe ser abarcadora, cuajada de tramas y subtramas, vencedora por acumulación.

En lo anterior hay mucho de verdad: busquemos en los que ahora llamamos clásicos, y vamos a comprobar que sus piezas novelísticas son exponentes de estas vastedades que incluyen diversos y distintos personajes –de variada categoría–, insertos en una masa narrativa que intenta abordar un determinado universo.

Pero no sólo con ser extensa –resulta elemental–, una novela tiene el pasaporte hacia la aceptación. Recordemos piezas como El viejo y el mar, Los sufrimientos del joven Werther o Palmeras Salvajes, que contradicen lo enunciado.

Por otra parte, con vinculación tal vez al propósito de la novela extensa –es decir, la Novela– se advierte asimismo en las últimas décadas una marcada tendencia a la llamada novela histórica y a la novela de época; que ya por ahí llegan a aburrir con fabulaciones que a veces no podemos discernir si en verdad lo son, o es que el tramo de historia que se aborda era pura fábula. Esta intención hacia lo que supuestamente ocurrió “antes”, que según se dice ha traído notables éxitos editoriales, quizá signifique no el agotamiento del presente, sino el agotamiento del lector frente a la retórica del presente, en la vida real de “ahora mismo”. Es la evasión.

En todo caso, escribir por mandato externo, por estar en onda, por vender más –en un aparte podríamos aludir a buenos escritores que hubieran alcanzado a sobresalir mediante la “novela a secas”, pero se han pasado a la llamada novela negra, o policial, o neopolicial con bodrios que les han dado dinero, pero que los han empobrecido como artistas–, ya sabemos los resultados que trae. Curiosamente, hoy día la mayoría de las editoriales piden a la novela un límite de cuartillas: el costo de producción se halla muy alto y el precio por ejemplar de un libro se ha encarecido. De tal manera que, casi sin excepción, se arriesgan a publicar una novela extensa sólo de algún creador que, por anticipado, se sepa que venderá al menos un mínimo que no acarree pérdidas.

Y bien, debido a este afán de la novela extensa y de corte histórico-político, lo cierto es que últimamente nos topamos con verdaderos ladrillos portadores, más bien, de ensayos al respecto, y que aquí y allá tienen algún chispazo de gracia literaria o de intensidad dramática o algún momento de sobrecogedora fabulación. Mas, por instantes, uno no sabe si está leyendo historia o literatura y, por instantes, uno presiente que está leyendo alguna mezcla aberrada de ambas. Lo cierto es que cuando se quiera saber acerca de un movimiento social o político –desde el punto de vista de la historiografía, no desde la polifonía del ser humano todo, lo cual sólo es capaz de ofrecer la literatura– es mejor buscar datos, nombres, cifras en los textos que para ello existen. Pero eso de echarse una novela –una novela– que resulte como un manual en el que a cada rato sucede algo de ficción, está duro de tragar. Cómo aburren. Y esto viene pasando en diversos sitios de Hispanoamérica. Ya lo sabemos desde hace tiempo: el escritor que tiene su registro en la llamada novela histórica, lo tiene; el que se mete donde no le corresponde, se nota. El primero puede hacer maravillas con lo que ya ocurrió hace tiempo, el segundo te hace sentir como si estuvieras de nuevo en las clases de primaria.

Y ya termino. Otro aspecto de estos novelistas de largo trote y de ánimos historicistas, es un lenguaje neutral que mete miedo. Sus libros parecen escritos en cualquier parte o en ninguna. O estar traducidos a todos los idiomas mientras los escribían.



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Texto enviado por el autor., Félix Luis Viera (Cuba).  La Editorial Plaza Mayor publicó la novela  Un ciervo herido en  2003. En 2005 fue traducida al italiano, con una controversial acogida de la crítica en los más importantes medios de prensa de Italia.

 

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