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  • Habitar el tiempo: Una mujer y otras cuatro, de Mireya Robles,
    y la dimensión proustiana*
    Anna Diegel

 

El poeta”, escribió Fernando Pessoa, “no tiene biografía. Su obra es su biografía”. El escritor, dice Pessoa, es un “fingidor” y para él, la vida es sólo un pretexto para la literatura, la cual transmuta los acontecimientos vividos a otra substancia. Una tal “autobiografía fingida” es la novela de Mireya Robles, Una mujer y otras cuatro. Esta novela describe, en primera persona, la infancia, la adolescencia y la juventud adulta de una mujer nacida en Cuba a mediados de los años 30 y, unos veinte años después, emigrada a los Estados Unidos. Esta obra trata, en la primera parte, de la alegría de una niña de gran sensibilidad afectiva y artística al descubrir el mundo y después, gradualmente, de su desilusión con la vida. El tema principal de la novela es el desamor, la infelicidad y las tribulaciones a las cuales están expuestos los homosexuales en un clima de estrechez de miras y de intolerancia. La novela provee un retrato de una geografía y de una época bien definidas. Pero sobre todo, y comprendiendo todos estos temas, Una mujer y otras cuatro trata del paso del tiempo y de su efecto sobre el crecimiento de un ser humano, y de la conciencia de la transitoriedad de la vida, que nos incita a agarrarnos al pasado. En este sentido, la novela de Robles se relaciona con la de Marcel Proust A la recherche du temps perdu -En busca del tiempo perdido.

De hecho, Una mujer y otras cuatro (publicada en 2004) es la primera parte de una trilogía del tiempo, que incluye las dos novelas Hagiografía de Narcisa la bella (1985) y La muerte definitiva de Pedro el Largo (1998), y fue escrita antes que éstas. Cada una de estas obras se puede leer separadamente, pero es importante notar que forman un conjunto. Se descubren, a través de las tres novelas, una progresión y una creciente complejidad en el tratamiento del tema del tiempo, ya una preocupación clave en las primeras obras de Robles, los poemas y los cuentos escritos aproximadamente entre 1960 y 1985. El epígrafe escogido por la autora de Una mujer y otras cuatro para aquella autobiografía fingida, es un pensamiento de Maya Islas: “Las memorias nos definen. Ese fluir de la vida en lo que tuvimos y ya no está como presencia, es lo que nos valida”. Como la búsqueda del tiempo perdido de Proust, la novela de Robles es una meditación sobre la memoria y un intento de definir en qué forma los recuerdos constituyen la realidad y la existencia de un individuo. Como en el caso de Proust, no se trata de un diario, o del tiempo cronológico recordado metódicamente, sino de la suma de los caóticos recuerdos involuntarios que nos asaltan una vez llegados a la edad adulta. Estos recuerdos pueden ser de naturaleza instintiva, es decir, aquellos involuntarios recuerdos recurrentes o episódicos de ciertos acontecimientos del pasado, traídos a la mente por obsesión o por asociación, como por ejemplo, en En busca del tiempo perdido, el de la ansiedad diaria del niño esperando el beso de la madre al acostarse, o del éxtasis producido por la vista de un matorral de espino. También pueden estar los recuerdos provocados por algún estímulo exterior (en En busca del tiempo perdido, el famoso episodio de la Madeleine en el té, cuyo aroma trae a la mente el recuerdo de un té similar saboreado en la niñez). Finalmente, los recuerdos se pueden procurar por el intermediario de una tercera persona, como, en la novela de Proust, la historia del amor de Swann por Odette. Los recuerdos adquiridos de esta manera enriquecen la vida del personaje central y se asimilan a sus propios recuerdos. Así, la memoria forma un complejo laberinto, una entidad dinámica en la cual los recuerdos se entrecruzan y aumentan a cada rato. La complejidad del tema se refleja en el estilo de Proust, un estilo denso y tortuoso, en el cual el más mínimo detalle está tratado con la misma importancia que un acontecimiento clave. Asimismo es también el estilo de Robles quien, además, no usa ni capítulos ni párrafos y limita la puntuación de Una mujer y otras cuatro a comas y punto y comas, lo que añade complejidad a la lectura.

Todos los tipos de recuerdos mencionados arriba se encuentran en Una mujer y otras cuatro. Pero se podría decir que esta primera parte de la trilogía del tiempo de Robles consta principalmente de recuerdos instintivos, sean de origen obsesivo o asociativo, narrados en una forma más o menos cronológica. La novela contiene algunos recuerdos “restaurados” del tipo de la madeleine de Proust (al salir de Cuba para Estados Unidos en avión, la tristeza que siente por el alejamiento de su tierra trae a la mente de la protagonista el recuerdo del pesar que había sentido cuando la muerte de su querida abuela), o también, en algunas ocasiones, la narradora hace suyos los recuerdos adquiridos por el intermediario de otros, como la historia de su hermana mal casada o la de un colega de trabajo que se siente aprisionado por sus circunstancias y que no llega a salir de su cárcel mental. Estos dos últimos tipos de recuerdos, los restaurados y los adquiridos, serán más frecuentes en las novelas ulteriores, Hagiografía de Narcisa la bella y La muerte definitiva de Pedro el Largo, especialmente en La muerte definitiva de Pedro el Largo. Mayormente, Una mujer y otras cuatro es una reconstitución relativamente lineal, aunque fragmentada como lo son los recuerdos de tipo involuntario, y con algunas escenas retrospectivas, de los acontecimientos ocurridos durante unos cuarenta años de vida, empezando con la infancia. Algunos de estos recuerdos son de naturaleza agradable, como el de la niña que va al restaurante de los chinos vecinos con la ilusión de aprender su lengua, o que sale al cine con su madre, la cual paga la entrada, generosamente, con el escaso dinero que estaba destinado a comprar comida. Otros recuerdos son frustrantes o dolorosos (no recibir respuesta de la maestra después de una pregunta o la inquietante muerte por enfermedad de una niña del pueblo), y algunos son francamente traumatizantes: las amenazantes lecciones de religión de la monjas que le insuflan a la niña el terror al infierno, la incapacidad del padre de alimentar a la familia, los primeros sentimientos amorosos de una niña que quiere “casarse” con otra niña, frustrados o aplastados por la sociedad. Esta primera parte de Una mujer y otras cuatro establece el tono del libro: cada ansia de belleza o de amor siempre se encuentra ligada a la frustración. Repetidamente se usa la metáfora de un “cilindro de cristal” en el cual la narradora se siente encerrada. A esto se añade el sentimiento de culpabilidad, provocado por la situación económica precaria de su familia, por la desaprobación de la sociedad en cuanto a su inclinación sexual y también, por el contacto casi diario con su madre, que le inspira sentimientos mezclados de amor obsesivo y de rencor, cuando ella le obstaculiza la vida sentimental. La figura de la madre domina el libro entero y la vida de la narradora. La misma obsesión con la madre caracteriza al personaje de Proust, aunque éste deifica la suya. (El mismo Proust adoraba a su madre, a pesar de que nunca se arriesgó a admitir su “vicio” de la homosexualidad durante la vida de ella). En los casos de Proust y Robles, la presencia persistente de la madre durante la vida de los protagonistas está, obviamente, ligada a la búsqueda del tiempo perdido. Se trata aquí de volver al estado de dicha proporcionado en la primera infancia por la madre arquetípica. También se trata de la nostalgia por una etapa de la vida en la cual era posible la posesión total del ser amado, una situación que, con el paso del tiempo, se va deteriorando gradual y fatalmente. Por eso el desvelo doloroso del joven protagonista de Proust, esperando el beso materno antes de dormir. Por eso también, en Una mujer y otros cuatro, el desarraigo que siente la niña separada de su madre cuando tiene que ir a la escuela en otro pueblo, y su obsesión con los senos protectores de una amante imaginaria. Ambos personajes, el de Proust y el de Robles, tratarán en vano, en sus relaciones con otros seres, de recobrar la sensación de dicha y de posesión total provista por la madre. Éste es el tema del relato de los amores de los protagonistas, en ambas novelas, y la búsqueda del tiempo perdido, es, en realidad, la busca del paraíso perdido de la infancia.

Como En busca del tiempo perdido, la trilogía de Robles es una historia de tiempo perdido en desilusiones. El personaje principal de Proust y Swann, su alter ego, hombres ricos y ociosos, descubren, gradualmente, el desengaño, no solamente con el amor, sino también con la sociedad que los rodea, y terminan dudando de su propio valor y encontrando la vida sin propósito. Las circunstancias de la narradora de Una mujer y otras cuatro son distintas, pero se llega a la misma conclusión. Robles cuenta la vida de un personaje que lucha con un destino que le parece ineluctable. La ingenua y optimista protagonista del principio de la novela, la niña “capitana” de un imaginario barco, protegida en su labor triunfante por una soñada amante ideal, de senos abundantes, se convierte, gradualmente, en un ser desolado atrapado en su “cárcel circular”. De la misma manera, Narcisa, la protagonista de la segunda novela de Robles, parte de un deseo intenso de integrarse a su familia y descubre la soledad y el abandono. Y en La muerte definitiva de Pedro el Largo, el héroe, un personaje caleidoscópico que abarca varios avatares en el espacio y en el tiempo, sobrevuela todas las etapas del sufrimiento humano en un esfuerzo de escapar a la maldición de la soledad y desaparecer definitivamente. Todos estos seres sufren de desasosiego, de una incapacidad de amarrarse a ellos mismos y al mundo para sentirse una identidad bien definida, y su vida se deshace en “sal y agua”, como lo expresa la narradora de Una mujer y otras cuatro. Similarmente, el narrador de En busca del tiempo perdido habla de la “lassitude” y del “ennui” que le asaltan a veces. Esta persistente insatisfacción con la vida es un rasgo que une a los personajes de Proust y Robles.

“Quisiera”, dice la narradora de Una mujer y otras cuatro, “habitar el tiempo”. Es decir, vivir el tiempo terrenal plenamente, como lo hizo, por ejemplo, Anais Nin, por cuyos libros la heroína de Una mujer y otras cuatro se apasiona durante un período de depresión. En su caso, el tiempo perdido es, antes que todo, el tiempo gastado en trabajos aburridos y en culpas innecesarias. La aplastan las obligaciones impuestas por la pobreza, que le roba el tiempo y que la condena a una vida monótona. “Quizá no hay nada/más triste/que el pasar lento/de los años/cuando el tiempo/se desliza/blanco/sin tonalidades” decía Robles en un poema que aparece en Tiempo artesano, de 1973. Además, la protagonista de Una mujer y otras cuatro se enfrenta a diario a un mundo en el cual no cabe y que la rechaza cruelmente. En su juventud, las niñas en la escuela se burlan de la incapacidad de su padre; la madre y las tías le reprochan su inclinación sexual y le infunden un casi permanente sentido de culpabilidad. A causa de todo esto, más tarde, la mujer ya madura siente, en sus relaciones con los demás, un aislamiento y una imposibilidad de comunicarse con ellos.

Ocasionales episodios de felicidad vienen a romper el tedio de esta existencia. Éstos son los raros momentos de arrebatamiento sentimental o erótico, y de satisfacción amorosa . “Habitar el tiempo” es, sobre todo, amar (¿Cuál es su ocupación preferida?, le preguntaron a Proust, en un famoso cuestionario. “Amar”, fue su respuesta.) Entre las cuatro mujeres amadas por la protagonista se destaca la figura de Marisol, cuya influencia se extiende por el libro entero y colora todas las otras relaciones amorosas de la protagonista. La relación con este personaje se puede comparar a la de Swann y Odette o de Marcel y Albertine en En busca del tiempo perdido. Como éstas, la historia de Marisol abarca, paradigmáticamente, todas las fases del amor: se trata de la ensoñación y de la consumación del amor correspondido, seguidas por celos, desilusión, y finalmente, desamor. Las relaciones con las otras tres mujeres también terminan con un fracaso, por cualquier razón que sea, culpa de los prejuicios sociales o simplemente rechazo por el ser amado. Inesita, la ensoñación de la infancia y temprana adolescencia de la protagonista, era un primer esbozo del amor. En Bibi, una amiga de la juventud se descubre, tardíamente, una posibilidad erótica, pero ésta no se realiza. Finalmente, en la relación con Laura, una figura nebulosa que será el último amor de la protagonista, aparecen desde el principio, las primeras señales de una ruptura, aunque la narradora, que frecuentemente se dirige a esta mujer en segunda persona, a pesar de que ella casi no aparece en persona en la novela, se agarra, hasta el final, a la esperanza de la felicidad con ella. En todos los casos, la obsesión de la protagonista es la misma: “retener a esta mujer”, o sea, detener el tiempo.

Existen varias maneras de superar los límites temporales, ya sea tratando de hurgar en el pasado o proyectándose en el futuro. Una de ellas es la revelación psíquica o espiritual, que transciende la brutal evidencia del mundo de los sentidos. Aquí se diferencia la obra de Robles de la de Proust. En éste no se encuentra ninguna indicación de creencia en una transcendencia de tipo psíquico o metafísico. Para Robles, por otro lado, la vida humana es una invitación a un viaje espiritual. Ya en Una mujer y otras cuatro aparece, en forma embriónica, la preocupación de que existe un tiempo mas allá de la vida percibida, lo que será un tema importante en la última novela de Robles, La muerte definitiva de Pedro el Largo. En esta obra, el personaje principal tratará, vanamente, de eludir, con una “muerte definitiva”, el castigo de múltiples reencarnaciones en las que se siente ajeno al mundo. Asimismo, la heroína de Hagiografía de Narcisa la bella se transporta, mágicamente, a la mente de otros personajes, y sobrevuela espacios y tiempos. Una mujer y otras cuatro es, sin duda, la más realista de las tres novelas de Robles, pero de vez en cuando se asoma la narradora a un mundo misterioso más allá de la vida percibida. Varias veces, alude a los “ciclos” consecutivos de la vida humana, como si éstos fueran predeterminados, y pudieran ser percibidos en una misteriosa forma intuitiva: la vista de un gusano le sugiere a la narradora la idea de que es una señal anticipadora de su propia muerte, ¿o será, acaso, el símbolo de la muerte de una etapa que desaparece para dar nacimiento a otra?. También, tiene la intuición de “déjà vu”, de experiencias anteriores a la vida: alquila un apartamento que le parece familiar, porque “ya lo he vivido en alguna otra casa europea, en otra reencarnación”.

Pero sobre todo, en Una mujer y otras cuatro, se subraya el papel revelador de los sueños para reconstituir el tiempo perdido. Éste es un interés que Robles comparte con Proust. En el caso de Robles, los sueños tienen un poder telepático o profético. En su niñez, la protagonista de Una mujer y otras cuatro comparte un sueño idéntico con su amiga Inesita. Su gran amor, Marisol, es el objeto de varios sueños, uno de ellos profético, que le prefigura a la narradora una traición amorosa. Las últimas páginas de Una mujer y otras cuatro describen una pesadilla en las cual aparecen casi todas las mujeres amadas por la protagonista durante su vida, en una perspectiva dislocada en el tiempo. Este sueño es, al mismo tiempo, una recapitulación de su vida amorosa, y una revelación de su intuición subconsciente de la transitoriedad de su último amor. Es interesante notar que las últimas páginas de Un amour de Swann también terminan con un sueño análogo a éste: en el sueño Swann ve a Odette, que hasta ahora ha amado obsesivamente, en una perspectiva alterada en la cual Odette está con otro hombre, y él se ve a sí mismo desdoblado en un personaje que presagia su propia derrota amorosa.

Los sueños, con una velocidad que rompe las leyes del orden cronológico, nos dan acceso a nuestra inteligencia subconsciente, la cual nos revela aspectos de nuestra subjetividad que tendemos a negar. Sin embargo, según Proust, las revelaciones provistas por los sueños no son otra cosa que una sensación transitoria, similar a todos los acontecimientos fugaces de la vida despierta. Lo mismo se podría decir de los instantes de clarividencia provista por los medios psíquicos a los cuales alude Robles. ¿Cómo, entonces, reunir, coordinar o comprender tantas sensaciones dispares, y así, recobrar el tiempo perdido y encontrar la felicidad?

Una mujer y otras cuatro ilustra el tema proustiano por excelencia, que será también un tema esencial de las obras siguientes de Robles: el tiempo recobrado (“le temps retrouvé”) es el tiempo archivado, el tiempo fijado por la creación artística porque, como dice la narradora de esta novela, "el silencio es tal vez un símbolo de olvido, o de la muerte de aquella flor extraña que pasó por mi vida de adolescente”. Ya desde niña escribía poemas de amor, y después, en el exilio, se dedica apasionadamente, en sus pocos momentos libres, a la pintura. En Hagiografía de Narcisa la bella, Narcisa, la heroína, sofocada por la presión de su familia que le roba el tiempo, crea, mágicamente, simbólicas chimeneas de ladrillos, porque para ella, “el acto de la creación en sí es indestructible”. La reconstitución de las experiencias vividas, para Robles como para Proust, permite superar el desasosiego al sentir que uno no cabe en la vida, y la angustia provocada por el paso del tiempo y el acercamiento de la muerte. Ya se encontraba este sentimiento en un temprano poema de Robles: “Quiero dejar/en el océano humano/mi gota de ser/una gota/que fija en el tiempo/ruede/de instante en instante/en un sinfín de eternidades.” Para Robles como para Proust, el acto de la creación es el único que no solamente nos acerca a la felicidad perdida en la infancia, sino que también alcanza una especie de transcendencia como en En busca del tiempo perdido, la alcanza el escritor Bergotte: después de su muerte están sus libros abiertos en una vitrina, velando como “ángeles con alas desplegadas”, pareciendo “un símbolo de su resurrección”.

Habitar el tiempo, entonces, es tratar de comprenderlo en su complejidad, y expresar los hallazgos de la memoria gracias a la obra artística, sea musical, gráfica o literaria. (La novela de Proust describe ejemplos de todos estos géneros). Para escritores como Proust y Robles, una forma de llenar el vacío existencial o amoroso causados por el paso del tiempo, y de conjurar el olvido, es recordar “los nombres”. Como lo explica Proust, los nombres, las palabras en sí tienen un poder sugestivo, y su sonido evoca un mundo imaginario desconocido. Asimismo, a cada nombre de las cosas vividas está ligada una carga emocional, y su evocación es una llamada al tiempo perdido. En la novela de Proust se encuentran leitmotifs verbales, como “espino albar”, “lila” e “iglesia”. Dentro de cada una de estas palabras se esconden sensaciones subjetivas que, para el narrador, se relacionan a su propia búsqueda del tiempo perdido. Similarmente, en Una mujer y otras cuatro, la enumeración de los nombres de lugares, de la gente, y hasta de los detalles del menú de cada comida es un intento de fijar el pasado. No se trata de un simple diario, sino de una iluminación particular de lo que más profundamente afecta la vida de un ser humano. Proust compara su libro a un lente de aumento que, fijándose en ciertos detalles de una vida humana, le permite al lector leerse a sí mismo.

La “autobiografía” de Robles, Una mujer y otras cuatro, abre caminos a varias dimensiones del tiempo, que se pueden multiplicar interminablemente. La vida se ha hecho obra y está ahora imbricada con la literatura, y, como dice Proust, se han hecho “les métamorphoses nécessaires entre la vie d’un écrivain et son oeuvre” -- las metamorfosis necesarias entre la vida de un escritor y su obra. El relato de una vida particular, llegando al fondo de la subjectividad, ha alcanzado la universalidad. Podría decir Mireya Robles, como Pessoa, hablando de su vida: “Yo no soy nada/Nunca seré nada/No puedo querer ser nada/Fuera de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo”.

 

Bibliografía

Proust, Marcel (1935): A la recherche du temps perdu. Paris: Editions de la Nouvelle Revue Française, Gallimard.

Robles, Mireya (2004): Una mujer y otras cuatro. San Juan, Puerto Rico: Editorial Plaza Mayor, Inc.

———(1985): Hagiografía de Narcisa la bella. Hanover, N.H.: Ediciones del Norte.

———(1998): La muerte definitiva de Pedro el Largo. México: Lectorum, S.A.

———(1973): Tiempo artesano: Barcelona: Editorial Campos.

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*
Espéculo. Revista de estudios literarios. [En línea] Año X, No. 31: Universidad Complutense de Madrid,   noviembre 2005 – febrero 2006. < http://www.ucm.es/info/especulo/numero 31/habitar.html > [Consulta: 20 de marzo de 2006].  Se reproduce por la autorización y cortesía de su dirección editorial.

 

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