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  • Foto de familia: lo simbólico y lo autobiográfico
     en el escritor Luis Cabrera Delgado
    Elena Yedra Blanco

Toda la literatura es simbólica, en tanto el referente literario sustituye a la misma factualidad, interpretándola y recreándola, instituyendo con ello nuevos sentidos y nueva realidad, independiente de la primera, realidad misma. Pero cuando en el discurso ficcional se entreveran multiplicidad de discursos, en los ejes referenciales de lo autobiográfico y lo testimoniante, dentro de una factura de collage postmodernista, el resultado artístico es una síntesis de lo simbólico y la memoria de incuestionable originalidad en nuestro contexto cultural–nacional, me refiero- incluido el momento en que se produce.

Estamos hablando de Foto de familia (2003), novela del narrador cubano, nacido por azares de la fortuna en el pueblo villareño de Jarahueca, Luis Cabrera Delgado; novela, agrego, que por azares del proceso editorial se conoce para el amplio público en este año del 2004, luego de que fuera escrita en los inicios de nuestros complejos años 90, época –además de otras concurrencias en lo político y lo económico– de la entrada al país de las ideas y conceptos del postmodernismo filosófico y literario.

En esta coyuntura la novela Foto de familia,  padece... un destino singular dentro de la institución literaria regional. Exactamente dentro de los marcos de la ciudad de Santa Clara, sus ejemplares manuscritos circularon entre la élite literaria de la misma, y fue analizada y ponderada en las aulas universitarias y objeto de ejercicio crítico-literario más profundo, el realizado por la doctora Elena Palmero, que publica la revista Islas por aquellos años; trabajo al que se puede acudir, en su excelencia, para comprender la arquitectónica de este relato novelado.

Foto de familia es la primera obra publicada de este autor no pensada o utilizada como literatura infanto-juvenil, aunque puede constatarse en ella la fluidez característica del estilo del narrador villaclareño en el manejo de la diégesis o historia, y la serie estilística de lo paródico, lo humorístico y lo irónico inherentes a su discurso narrativo.

Es la novela donde destaca un valor que ya definía Italo Calvino para una tipología del género: la multiplicidad; por ello se hace difícil rastrear un conflicto central, pues en el tiempo fabular  es evidente un predominio del principio épico sobre el dramático. Se trata de la historia de una familia cubana, saga familiar que se convierte en referente de toda una época y asimismo, del paso de las épocas.

Es la historia también de un pequeño pueblo de provincias contada desde el recurso de una “foto de familia”, que funciona como dispositivo, isotopía, lograda desde el estatuto del narrador, que está instalado en la dialogicidad, pues el relato transcurre, desconstruyéndose y rearmándose en las innumerables recurrrencias del recuerdo, a través del diálogo directo que este narrador entabla con un narratario o interlocutor cuya identidad solo conoceremos al final del relato, o post-relato, anexo que es en realidad, epílogo.

El motivo de la mirada, el contrapunto entre la imagen y la realidad revelada en las evocaciones de personajes, sucesos y contextos históricos, construye el mundo novelado. Allí, lo autobiográfico puede tener en su modelación ficcional un peso importante, diríamos que decisivo en cuanto material del que dispone el escritor como cúmulo de vivencias que intentan organizarse en la historia contada a dos voces.

Pero estas marcas autobiográficas no son visibles para el lector, con excepción de la voz autoral ficcionalizada, porque al final conocemos  –como ya habíamos anticipado– que el diálogo que sirve de marco narrativo se entabla desde el desdoblamiento esquizofrénico de un personaje-narrador: Luis-Arcadio Alberto.

Con esta revelación autobiográfica, las lecturas posibles deben producirse bajo la sospecha y la sugestión de, qué hay de “verdad” en el relato y qué de ficción, si es que estos términos pudiesen separarse, atendiendo a que la última crea una verdad que es la que en definitiva importa en la obra de arte. Al lector no le queda en realidad otro recurso que disfrutar el efecto de ambigüedad que se logra.

Manita García, PRO-T-AGONISTA, la primera en la lucha, constituye un personaje estructurador de todo el relato. De concepción arquetipal, en su construcción no puede negarse el débito de una tradición de la narrativa latinoamericana, erigida desde los años treinta, pensamos que con Doña Bárbara, el de la mujer-matriz, mujer-tierra, destructora y a la vez de impulso fundacional; tradición que reconocemos después en la galería de personajes femeninos de Cien años de soledad.

Sin pretender la novela histórica, insistimos, esta es la historia de una familia y al tiempo la historia entreverada de un país, pero en un sentido desacralizador. No crea, como si hizo la narrativa del boom latinoamericano, nuevos mitos. Se apega y reniega al mismo tiempo de aquel pasado familiar, y la obra se disfruta en la recepción de distintos efectos del humor, característicos, como ya se ha dicho, de la obra narrativa de Luis Cabrera.

El intertexto, la interdiscursividad postmoderna, la autorreferencialidad, están cohesionados al tiempo fabular; contribuyen especialmente a construir un ambiente: anuncios, noticias de la prensa plana, son rasgos testimoniales que afinan la caracterización y la tipicidad de los personajes.

Las frecuentes alusiones metadiscursivas sobre el hacer narrativo, al trabajo del escritor, son también rasgo característico de la estética postmodernista que permite al lector observar y a la vez “participar” en el tejido de la historia, hecha  de tanteos, de ensayo-error, propio del ejercicio de escritura al contrario de la oralidad en su rasgo de fijación y de perfección. Este rasgo se muestra en el diálogo, contrapuntístico las más de las veces, entre Luis, sujeto de la enunciación discursiva, y “Arcadio Alberto”, su oponente a ratos, y a ratos su adyuvante.

Derivando hacia el final, se declara esta referencia autobiográfica, relato de la memoria, cuando Aida, la madre del personaje- narrador, “la premonitora”, anuncia que, “para que pueda vivir y cumplir su misión en la tierra de ponernos a todos nosotros en un libro, tiene que llamarse Luis.” (Cabrera, 2003)

Por otra parte, los textos bíblicos, que en el desenlace de la novela van interceptando el relato, tienen también un valor prospectivo, como textos premonitorios: no habrá otro Día de las Madres alrededor de la matriarca Manita García, no habrá otro gran almuerzo familiar. La última “foto de familia”, la que sirve de pretexto al relato, alcanza un sentido simbólico en la dirección de un tiempo ya ido: hay nostalgia, pero es superada con un gesto de cierre, de clausura definitiva.

Luis Cabrera liquida la novela “saga de la vida familiar”, de la memoria histórica en ella vehiculada, con su actitud desconstructiva, paródica, de esta modalidad novelesca latinoamericana que tuvo su clímax en la época del boom narrativo.

Porque la vida colonial y republicana en un entorno regional y bien provinciano, va configurándose en la red de historias y peripecias de Manita García y sus hijos, yernos y nueras. Los nietos, niños todos varones, quedan excluidos, en la periferia del acontecer, y la mirada narrativa, en buena medida se nutre de esa percepción. Para el narrador- personaje y su interlocutor serían los primos, que aparecerán referidos sinópticamente en el llamado anexo. Disuelto el núcleo matriz, ellos, la nueva generación, tomarán rumbos diversos dentro de la Revolución y fuera de ella. En la diáspora familiar que se produce desde el pequeño pueblo, los primos tipifican distintos sujetos históricos de nuestra época. Pero esto ya no es novela, sino como hemos dicho, sinopsis biográfica que justifica el recuento y las veleidades del recuerdo. Es desde aquí, y ahora que hay que comprender el mundo narrado.

El principio femenino, instalado en el ESTAR más que en el SER, es lo permanente, lo conservador y el impulso casi atávico de cohesión de la grey, junto con el gesto fundador. Todo ello es aniquilado. Manita García era: capaz  de reunir y alimentar a su familia, al menos una vez al año en este almuerzo, satisfacía sus diferentes matices atávicos de la maternidad y la viudez. Centro  autoridad de un conjunto de seres, una familia, un pueblo, y ¿por qué no? De una nación que en mayor o menor medida existía gracias a la capacidad reproductora, a lo adecuado de su vientre, a la fuerza de sus pujos, a la calidad de la leche de sus pechos, a su voluntad, a su corazón, sus músculos, su entereza y sus mañas... (2003)

Esta novela de Luis Cabrera Delgado, Foto de familia, pareciera haber llegado con retraso  –más de diez años– al espacio actuante de la literatura cubana en la condición de la letra impresa. Pero no te angusties, lector, que la buena literatura suele estar más acá de las modas y corrientes que el tiempo siempre sanciona, como es el caso que comentamos, cuando se escribe a puño limpio de la memoria y con la pericia del gladiador triunfante en el ruedo de la muerte.


BIBLIOGRAFÍA

cabrera delgado, luis: Foto de familia. (2003) Ciudad de La Habana.  Letras Cubanas.

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Luis Cabrera Delgado (Jarahueca, Cuba, 1945), narrador, dramaturgo, guionista de radio e investigador. Ha publicado numerosos libros para niños, entre los que se cuentan Tía Julita (1987), Editorial Unión; Mis dos abuelos (1992), Editorial Capiro; Ito (1997), Editorial Abril; Maritrini quiere ser escritora (2002), Alfaguara, Chile.

Ha recibido premios entre los que se encuentran: Premio Ismaelillo en el Concurso Nacional de Literatura de la UNEAC, en 1982 y 1984, con Tía Julita y Mayito, respectivamente; Premio Latinoamericano de Literatura Infantil o Juvenil, Norma-Fundalectura, de Colombia, en 1996, con El aparecido de la mata de mango.

 

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