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México, DF, abril de 2006

Recordado Guillermo:

He leído en La Jiribilla y en Encuentro en la Red tu texto Un receptor y escritor oblicuo, que forma parte de una polémica con el escritor Antonio José Ponte. Ajeno a los orígenes de dicha polémica, desconocedor de muchos de los aspectos que tratan tú y Ponte, sólo quisiera, con todo respeto,  poner los puntos que faltan en algunas íes.

Me refiero al fragmento en donde repasas las UMAP. “Los que allí trabajaban
 –afirmas– eran reclutados por la ley del Servicio Militar Obligatorio, tenían régimen militar y recibían un ´pase’ como los soldados”. Lo cierto, Guillermo, es que la ley del SMO no fue más que un pretexto, un “amparo” legal, para encerrar a aquellos hombres en campos de “trabajo agrícola”, como tú les llamas; si bien este “trabajo agrícola” resultaba exagerado y, sobre todo, impuesto.

Es decir, la ley del Servicio Militar Obligatorio sirvió para llevar a los campos de Camagüey, a la fuerza y por diferentes vías –“reclutados”, dices– a una buena cantidad de personas que, por una u otra causa, no encajaban en la moral que entonces se quería implantar en la Isla, basamento para el futuro Hombre Nuevo. Digo diferentes vías,  porque bien te podrían citar para el inicio del “reclutamiento” o bien te podían “pichear” ipso facto para aquellas regiones.

“Para rendirle un mínimo de honor a la verdad” (te cito) tu referencia a las UMAP muestra un tinte algo bucólico. ¿Crees cierto que son soldados o reclutas aquellos que fueron vestidos de azul y debían trabajar de sol a sol en medio de antológicas carencias materiales?; ¿debemos tomar por reclutas “militares” a hombres, algunos con más de cuarenta años de edad, cuyas armas eran el azadón, el machete, y cuyo entrenamiento militar no fuese más que obedecer en cuanto al cumplimiento de las normas de producción allí en el surco patrio?; ¿has sabido alguna vez de militares vestidos de azul, como antes he dicho, y en muchos casos custodiados a punta de bayoneta –doy fe de ello– hasta su destino final?; ¿tienes noticias de militares encerrados en “unidades” circundadas por imponentes bardas de alambre de púas?; ¿sabes de algún contingente de “reclutas” que hayan sido arrancados de sus hogares sin siquiera decirles hacia dónde iban (aunque lo sospecharan)?   

“Las UMAP eran campos de trabajo agrícola sostenidos por la absurda convicción de que el homosexualismo era una ´enfermedad´ que podía ´curarse´ con el trabajo físico”, afirmas en el texto en cuestión. Es cierto, la convicción es absurda porque nada, ya lo sabemos desde el surgimiento de la especie humana, se cura con el trabajo físico. Por eso sospecho que no fue precisamente una “convicción absurda”. Pero bien, asimismo podríamos apostar a que una convicción absurda trae aparejada, casi siempre, la iniquidad. Y sobre la iniquidad en el tema que nos ocupa, Guillermo, hay mucha tinta o mucho teclado que gastar aún. Una aclaración de urgencia: para las UMAP no fueron llevados (¿reclutados?), como afirmas en el párrafo antes citado, sólo homosexuales; según pude averiguar durante el “paseo” que me dieron por esos predios en el ya lejano 1966, una cuarta parte de aquellos “soldaditos azules” –que según otras averiguaciones que esculqué en buena fuente, sumaban alrededor de 22 mil– la formaban homosexuales; las tres cuartas partes la componían religiosos de muy variada filiación, tipos boquiduros –si bien no necesariamente antirrevolucionarios–, melenudos, apáticos al proceso revolucionario, exponentes de la neutralidad ideológica, curdas cinta negra y otros. Creo que aquí vale esta cita: “... hay hechos que, cuando no tienen una adecuada historia escrita, es difícil conocer sin los testimonios de quienes lo vivieron”.

Por otra parte, desconozco el argumento del documental Conducta impropia, sólo sé que aborda el asunto de las UMAP y que, según tu artículo, es una “denuncia”, amén de una obra de arte, supongo, si bien con base testimonial. Afirmas que este documental “llegó muy tarde: cuando esa represión [las UMAP] había cesado desde tiempo atrás. Ya su propósito no era denunciar una represión que no existía, sino sumar un argumento más contra la Revolución Cubana, así fuera anacrónico”.  Si lo tomamos como dices, no tendría ningún sentido escribir, filmar, pintar sobre algunos de los desmanes de Francisco Franco, Valeriano Weiler, Benito Mussolini, Fulgencio Batista, José Stalin y otros, porque eso ya no existe; sólo lo haríamos para esgrimir un argumento más, “anacrónico”, en contra de los hechos que llevaron a cabo estas personas. ¿O, por ejemplo, para qué dar a la luz una novela acerca de la Matanza de Tlatelolco, en la ciudad de México, en 1968, si ya eso pasó, si ya no es política del Partido Revolucionario Institucional mexicano llevar a cabo acciones de este tipo? Yo creo que lo que pasó, pasó, pero aún está pasando. Lo que vivimos hoy es consecuencia de lo que ocurrió ayer. Un artista no tiene que explicar, opino, que lo tratado en una determinada obra ya no ocurre; lo cierto es que ocurrió. Si la Revolución Cubana concibió las UMAP, hoy debiera reconocer –o debieran reconocer  quienes establecieron y dirigieron “aquello”– que existieron, pero ya no existen. La pregunta: ¿cómo podría un artista erigir una obra sobre lo que hoy no existe?

Bueno, Guillermo, lo que pasa es que estoy respirando por la herida. Quizás sepas, quizás, que no hace mucho publiqué una novela –una novela– que trata el asunto de las UMAP. Imagínate, si éste era uno de mis proyectos literarios –literarios– desde hacía tanto tiempo, ¿cómo sería posible abandonarlo porque las UMAP ya no existen?

Bien, Guillermo, como diría el poeta: Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.

Saludos:
 

Félix Luis Viera

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Texto enviado por el autor., Félix Luis Viera (Cuba).  La Editorial Plaza Mayor publicó la novela  Un ciervo herido en  2003. En 2005 fue traducida al italiano, con una controversial acogida de la crítica en los más importantes medios de prensa de Italia.

 

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