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  • Un viejo error de traducción en un clásico de la literatura para niños y jóvenes: La Cenicienta
    Julia Calzadilla Núñez

¡Ave Fénix!  La simple evocación del ave portentosa que renace de sus cenizas despierta la esperanza. Todos, en algún momento, hemos es-pe-ra-do  resurgir de nuestros propios escombros y transformar en templos, castillos, fortalezas y palacios el montón de ruinas en que nos habría convertido algún que otro embate de la existencia.

Ahora bien. Nosotros, traductores que también en nuestra labor nos esforzamos por no traicionar, ¿consideramos como error feliz el cambio de sentido cometido por el colega que, según comenta Miguel de Unamuno en Soliloquios y Conversaciones,1 confundió antaño con un ave la semilla de una palma para crear así una de las figuras redentoras más bellas de todos los tiempos?

Asimismo, ¿es otro error feliz  el descuido del traductor que en la Francia de siglos pasados en lugar de leer "pantoufles de vair", leyó  "pantoufles de verre"  e inmortalizó en el mundo anglosajón  –y a partir de ahí en muchos otros países  del mundo– esas "zapatillas de vidrio" de la Cenicienta que, en honor a la verdad, eran de fina piel de marta? 2 ¿Qué es pues, en nuestro campo, un error feliz?

En ese sentido cabría preguntarse: dado que todas las personas –niños y adultos– interrogadas al respecto prefieren sin titubear estas versiones erróneas a las correctas, ¿es la frecuencia de uso –además de la belleza de la imagen– lo que exonera al traduttore tradittore que, v.g., puso alas a esa simiente que al caer sobre la tierra debía reproducirse, renacer y continuar una vida vegetal tan válida y promisoria como la del ave? ¿Y al otro que al volcar al inglés esa vieja historia quiso ver de vidrio transparente y no de cuero mate las diminutas zapatillas de la infeliz fregona?

Por lo general, se acepta que haya sido la antigua Persia el lugar de origen de la historia de la Cenicienta y que, de ahí, pasase al Egipto y sucesivamente a Grecia, Roma y al resto de Europa donde, en Alemania, fue contada incluso por los hermanos Jacobo y Guillermo Grimm.

Se sabe que entre los siglos xvii y xviii, Charles Perrault y la condesa Mme. De Aulnoy, basados a su vez en las obras del italiano Giovanni Francesco Straparola, recrearon –como ya había hecho este en el siglo XVI– viejos mitos y leyendas tomados del Oriente que los mencionados autores franceses adaptaron a los intereses de la corte de Luis xiv –tarea, por cierto, en la cual Perrault participó de manera activa.

Contemporáneo de gigantes de la literatura como, i.a., Racine, Corneille, Molière, Pascal, Charles Perrault dedicó el precario talento volcado en sus narraciones a exaltar personajes cortesanos de su propio entorno  –sobre todo princesas y príncipes susceptibles de recibir un tratamiento más familiar que el establecido jerárquicamente para reinas y reyes– siempre en detrimento del pueblo francés y, desde antes, de los pueblos pobres de la Antigüedad con los que este llegó a identificarse.

Ahora bien, tanto en el caso de Cenicienta  como v.g., en el de La Bella Durmiente del Bosque, Piel de Asno, El Gato con Botas y Pulgarcito, las versiones realizadas en esos siglos no tienen más remedio que conceder a sus respectivos personajes positivos –por lo general, doncellas-- ya sea el don de la inteligencia, el de la belleza o ambos, condiciones indispensables para merecer el eterno y apasionado amor del protagonista de elevada condición social y económica.     

En el caso que nos ocupa, cabría preguntarse si Perrault, de haber tenido conocimiento de la errónea traducción del francés al inglés del vocablo "vair" por "verre" –en lo sucesivo "glass" , "cristal", etcétera–,  hubiese o no aceptado el nuevo simbolismo impuesto de manera probablemente involuntaria a esas zapatillas de la joven que, de hecho, constituyen el eje en torno al cual se desarrolla la trama del relato y, finalmente, el desenlace.

En lengua francesa, el término vair –derivado del latín varius–, alude tanto a la piel del vero o marta cebellina como a un tipo de esmalte de tonalidad plateada y azul que solía aplicarse para embellecer los escudos heráldicos. Por su parte, el término verre –derivado del latín vitrum–  conserva, en su polisemia, el atributo de limpidez y transparencia que lo convierte en uno de los elementos más utilizados en las narraciones de todos los tiempos como emblema de pureza y, sin embargo, también de fragilidad.

Este carácter dual del vidrio respondería a símbolos antiquísimos cuyas raíces se hunden en el viejo Egipto, faraónico e incluso pre-faraónico. Allí, al igual que en otras culturas de esencia solar, la elevada espiritualidad buscada en sus Misterios debía preservarse a toda costa, pues dada la fragilidad de la condición humana, podía correr el riesgo de perderse en un instante de debilidad, de negligencia, de abandono, representado por ese vulnerable "Talón de Aquiles" que, como parte de nuestra anatomía, acompaña cada uno de nuestros pasos. 3

No es casual, entonces, que fuese precisamente "el pie" de la hermosa y pobre Cenicienta 4  lo que se tomaría como prueba irrefutable de su inequívoca identidad, tan válida aquí como sus propias huellas digitales. El pie exacto, la zapatilla con la medida exacta y después el amor y la dicha exactos por los siglos de los siglos.

Quizás nunca lleguemos a saber, empero, si el error del traductor fue o no premeditado. Quizás nunca lleguemos a saber si prefirió la noble y sencilla transparencia del cristal a la índole aristocrática de la piel de marta o de los escudos heráldicos. Quizás nunca lleguemos a saber si en realidad desconocía lo que posiblemente fuese su lengua materna o si fue una simple desatención la causa de semejante cambio de sentido, mientras que, por el contrario, puede afirmarse que la causa de los numerosos errores de traducción existentes en la Biblia sí se debió en muchos casos al desconocimiento de la lengua hebrea5 y a la intención de ocultamiento de los viejos textos esotéricos, cuyo verdadero sentido debía haber resultado incomprensible para los no iniciados.

Como dato curioso, mencionemos solo que en  Génesis II, 21 el controvertido  nacimiento de Eva se debió a la errónea interpretación de una palabra hebrea que fue traducida por "costilla" en lugar de haber sido traducida por "costado" o por "lado", 6 al aludir a la escisión, por obra de Dios, del divino andrógino primitivo como consecuencia de lo que conocemos por "pecado original":  en un principio, el ser unitario constituido por Adán como "lado" o principio  masculino, y por Eva como "lado" o principio femenino, tuvo en lo adelante  existencias separadas a semejanza del divino andrógino Afrodita/Hermes, o sea, el hermafrodita escindido por el airado Zeus. Pero nada de nacimiento por una "costilla".

¿Es la frecuencia de uso, repito, lo que influye que en el transcurso de los siglos perduren disparates de traducción como los ya vistos que, además de no verse rectificados, son aceptados de buen grado como verdades inconmovibles? ¿Hará algún otro traductor un nuevo "aporte" como el de la entrada del "camello"– y no de un antiguo tipo de soga gruesa– por el ojo de una aguja? ¿O como el de los "siete días" de la Creación? ¿O el de la ubicación de la legendaria Atlántida? ¿Tienen entonces tales errores –pasados, presentes y futuros– la posibilidad de llegar, vencer y permanecer?

En la literatura destinada a los niños y jóvenes estas tergiversaciones son también visibles en lo que respecta a los animales fabulosos y a la teriolatría de que fueron objeto, definida esta como el producto enriquecido de la zoolatría inicial correspondiente al totemismo. De este modo, el culto teriolátrico a los animales que de un modo u otro participan de lo divino como indica la raíz griega tera, se enlaza con el significado de “prodigio, maravilla, portento y monstruo”, entendido este  último como “lo diferente del resto de su especie, de lo aceptado por las costumbres como normal”, y no en la difundida acepción de algo atemorizador y despreciable, ora en lo moral, ora en lo físico.

Entre otras,  la lengua inglesa ha padecido de una desvirtuación práctica análoga:  “creature” (denotadora incluso de “persona”, de “ser humano”) y “monster” se emplean en la actualidad con mucha menos frecuencia en la acepción meliorativa que en la peyorativa, prevaleciendo así la carga maléfica que encierra en parte la voz latina monstrum: “Monstruo, portento, prodigio, cosa extraordinaria, fuera del orden regular/ Cosa increíble, prodigiosa, [pero también algo] espantable a la vista, indigna de oírse y hacerse./Hombre pernicioso, abominable. ” 7

También en nuestra lengua española ha ocurrido un desbalance de iguales proporciones en cuanto a la frecuencia de uso de esta palabra polisémica, prevaleciendo la acepción peyorativa sobre la meliorativa de “ser fantástico que figura en la mitología o en la leyenda”. En numerosas ocasiones se trata, en efecto, de matices, pero es innegable que estos son los eficaces defensores de la precisión que, de faltar en el habla, tendría repercusiones desastrosas.

Por supuesto, muchos de estos “seres” de “aspecto y hábitos malvados” que resultan tan atractivos para los muchachos –a causa de complicados mecanismos psíquicos en los cuales el "susto", como emoción fuerte, desempeña un papel crucial– exigirían un análisis decodificador para  establecer qué “mensaje” ocultaba la exotérica y directa intención de infundir terror, v.g. el basilisco, nacido del huevo de un gallipollo incubado por una serpiente que mata con el veneno que destila su mirada; el grifo, con cabeza de águila y cuerpo de león de magnitudes colosales, al igual que sus garras; o las gorgonas, arpías y quimeras de la mitología grecorromana configuradas por partes zoomorfas de comprobado y luminoso simbolismo: serpiente, león, águila, etcétera.

No me he apartado del asunto que nos ocupa. Esta aparente digresión tiene como objetivo provocar otro esfuerzo indagatorio en el acto de traducir que, como se ve, en determinados momentos debe hacer gala de sus aptitudes detectivescas. ¿En suma, podremos –sin más explicaciones y sin cargo alguno de conciencia–, llamar por fin “monstruo” al dulce e ingenuo unicornio y “monstruo” al lírico ave fénix?  ¿O acaso la importante frecuencia de uso  nos lo impediría o nos obligaría a brindar las explicaciones pertinentes? ¿No corremos el riesgo de que la fuerza de la repetición –de la cual podría hablarse durante años– desempeñe el mismo papel que la tristemente célebre mentira repetida de Goebbels? ¿Acaso el rigor de la fidelidad llega a verse con una perspectiva lejana semejante a la visión del telescopio colocado al revés? ¿Qué podríamos hacer entonces para que los niños y los adolescentes aprendan a leer entre líneas una literatura que a menudo oculta su verdadero mensaje? 8

Por supuesto, esta comunicación –dada la imposibilidad de impedir la perpetuación de los errores felices, infelices, crasos, insignificantes, errores en suma– solo aspira a llamar a la reflexión sobre un tema que, por lo cotidiano, muchas personas ajenas a esta labor podrían subestimar en toda su magnitud: los errores cometidos hoy en nuestra amada profesión podrían convertirse en importantes –felices o infelices– disparates de mañana. Ya ocurrió antes, desde la propia aurora de los tiempos. ¿Y qué sería necesario después para que nadie, jamás, quisiese corregirlos? ¿Simplemente frecuencia de uso y belleza de imagen? A modo de síntesis, refiero que cada uno de los más de  cuarenta niños entrevistados acerca de las zapatillas de la Cenicienta prefirió el cristal a la piel de marta. A modo de síntesis, añado que esos mismos niños, en su totalidad, hicieron algún tipo de mueca  al escuchar la palabra "monstruo". Y de continuarse la encuesta, me atrevería a asegurar que el resultado sería el mismo.

Por otra parte, considerando que “monstruo” es también “lo distinto del resto de su especie”, deberíamos regocijarnos de  llamarnos “monstruos” con dicha carga positiva por el sencillo hecho de negarnos a dejar rodar las palabras como guijarros que, a la larga, se convierten en chinas pelonas homogéneas, lisas, amorfas, sin aristas, carentes del contenido  que una vez encerraron y preservaron. Porque, en este caso, podríamos decir que son los vocablos las huellas dactilares de la oralidad y de la escritura, voces únicas, de marcas propias, como quiso Dulce María Loynaz en su solicitud de amor en poesía: “Dime, si quieres, una palabra buena: una sola palabra” […].

O como el autor de Las Quejas del Campesino que, en el Antiguo Egipto, afirmó: “La palabra prospera más que las hierbas vivaces. No riegues mi discurso con el mal”. O como José Martí  quien, en sus Escenas Norteamericanas, escribió que “El lenguaje es humo cuando no sirve de vestido al sentimiento o a la idea eterna”.

Por todo ello, en estas hojas y en homenaje a las palabras, como traductora, lectora y escritora de obras destinada a niños y jóvenes he condenado y perdonado,  inclinando ora aquí ora allá los platillos de la balanza en la tentativa de dejar el fiel en su mismísimo centro, tal como lo exige el equilibrio. Y debo aclarar que al hacerlo, si bien condena y perdón se fusionaron armónicamente en virtud de la tolerancia que inspiran las mentiras piadosas, dicho esfuerzo no desdeñó en ningún momento el rigor y el respeto que merecen los vocablos, sobre todo cuando exigen una “segunda lectura” capaz de adentrarnos en un significado genuino que en ocasiones debe ocultarse y preservarse  sin caer en la rutinaria y plana contaminación de las palabras seriadas.

¿Es admisible –insisto– el error feliz? ¿Qué significa aceptarlo y aplaudirlo? ¿Qué repercusiones podría tener en la literatura destinada a los niños y jóvenes? Como respuesta, reflexionemos sobre ese Sentido que se transmite con la limpieza generadora de pátina, jamás de herrumbre, y que el Tao-Te-King define como vehículo de Sabiduría:
 

Cuando un sabio de clase Suprema oye hablar del Sentido,

entonces se muestra celoso y obra en consecuencia.

Cuando un sabio de clase intermedia oye hablar del Sentido,

Entonces cree y en parte duda.

Cuando un sabio de clase inferior oye hablar del Sentido,

 Se ríe de él a carcajadas.

Y si no se ríe a carcajadas

Es que todavía no era el verdadero Sentido.
 

Es indudable que nosotros –escritores de Literatura infanto-juvenil y profesionales de la traducción literaria con votos de fidelidad inquebrantable al mensaje original–,  respetamos el Sentido al cual alude el Tao Te King.  Conocemos la responsabilidad que hemos asumido al dirigirnos a un público nada "menor", sino exigente y digno de respeto, definido de manera excelente por la médico y escritora cubana Mary Nieves Díaz Méndez, al decir que "No es lo mismo un pequeño lector que un lector de pequeñeces". 9  Conocemos el rigor, la validez de los vocablos, desde el nivel de lengua más coloquial hasta el espiritualmente más elevado. No obstante, en lo más hondo de nuestros corazones y de nuestras mentes, tras cualquier doloroso embate de la existencia o tras cualquier doloroso error, ¿acaso no mantendríamos una relación de complicidad con el equívoco, con la incorrección, con el desatino al soñar con la cristalina zapatilla de la Cenicienta y al esperar resurgir una y otra vez de las cenizas para renacer como  el ave fénix,  el hermoso, redentor y eterno ave fénix, por los siglos de los siglos el ave fénix, siempre el ave fénix?

 

notas

1 Miguel de Unamuno. Soliloquios y Conversaciones, Op. Cit., pág.  10 y ss.   

2 "La zapatilla de la Cenicienta", Revista ULTRA, Op. Cit., pág. 126.

3 El tema del simbólico "Talón de Aquiles", así como la presencia del "muslo", "pierna" y "pie" en el interior de la Gran Pirámide es tratado por la autora en su ensayo inédito, de ca. 325pp, titulado La Gran Rueda (Una lectura decodificatoria de la Espiritualiad en los Misterios del Antiguo Egipto), ya evaluado y aprobado para su publicación por la Fundación Serge Raynaud de la Ferriere.

4 Tanto en castellano como en otras lenguas, el nombre de la muchacha –sirvienta hácelotodo-- deriva de la “ceniza” producida en los fogones junto a los cuales pasaba largas horas en sus labores de cocinera.

5 Revista ULTRA, Op. Cit., abril 1939, pág. 371.

6 Revista ULTRA, Op. Cit., abril 1939, pág. 371.

7 Diccionario Latino-Español y Español-Latino, Op. Cit, pág. 549.

8 En las obras de ficción destinadas al público infantil y juvenil no es recomendable intercalar Notas que interrumpirían la fluidez y la magia de la lectura. Por ello, en el caso, v.g., de “monstruo”, el traductor tendría que limitarse a emplear este vocablo en su acepción peyorativa. Como vemos, esta relación podría definirse como un círculo vicioso en extremo difícil de solucionar: es la frecuencia de uso –impuesta por nosotros, hablantes—la que impone las rígidas pautas que –nosotros, hablantes-- debemos seguir.

9 Prólogo de La Extraña Ciudad de los Pequeños Habitantes. Obra de Divulgación Científica. La Edad de Oro, La Habana, 1984.

 bibliografía

Díaz Méndez, Mary Nieves. La Extraña Ciudad de los Pequeños Habitantes.,

Revista ULTRA. Mensuario de Cultura Contemporánea. Número 78, febrero 1943. (Director: Fernando Ortiz).

_____________. Número 34, abril 1939.

Unamuno, Miguel de. Soliloquios y Conversaciones. Colección Austral, Espasa-Calpe, S.A., 1956.

Valbuena. Diccionario Latino-Español y Español-Latino. Librería de la Vda. De Ch. Bouret, París, 1939.
 

 
 

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